El alma masculina y la función estructurante de la sensibilidad
CARLOS BYINGTON
Médico psiquiatra y analista junguiano. Nacido en São Paulo, creció en Río de Janeiro, donde se formó en Medicina. Se especializó en Psiquiatría y Psicoanálisis y, en 1965, se graduó de analista junguiano en el Instituto Jung, en Zurich. Retornó a Brasil y fundó, con otros colegas, la Sociedad Brasileña de Psicología Analítica (SBPA), y la Sociedad Moitará, para el estudio de símbolos de la cultura brasileña, más tarde incorporada a la SBPA. Fue el creador de la Psicología Simbólica Junguiana. Conferencia dictada en el VI Encuentro Jung & Cuerpo, realizado en el Instituto Sedes Sapientiae, en São Paulo, Octubre del 2005 y por invitación de la Asociación Venezolana de Psicología Analítica, de la Escuela Venezolana de Psicologia Profunda y del Centro de Estudios Junguianos de Caracas, en Caracas, Noviembre de 2005. Traducción: Psic. Silvia Di Santo (Ecuador).
Un Estudio de la Psicología Simbólica Junguiana
La descripción de Jung del Arquetipo del Anima en el hombre y del Arquetipo del Animus en la mujer fue muy útil para llamar la atención teórica y práctica sobre la existencia de la bipolaridad de género en la personalidad.
Durante el proceso de individuación, es importante para el Ego saber que existen, en su Self, símbolos del sexo opuesto, que le orientan para la conyugalidad y la creatividad de un modo general.
Fue así que se tornaron célebres imágenes culturales del “eterno femenino”, que inspiran a los hombres para buscar la gloria, como Dulcinea, de D. Quijote; Beatriz, de Dante; Juana de Arco, de los soldados franceses, o el abismo, como la hechicera Circe y las sirenas que casi destruyeron al gran Ulises. De la misma forma, se registró la fascinación arquetípica de las mujeres por figuras masculinas, como D. Juan y Casanova, científicos, artistas y líderes políticos y religiosos.
Autores post junguianos, como Hillman y Whitmont, sintieron la necesidad de la representación bipolar de los arquetipos de género en la personalidad para en ellos enraizar
no sólo el polo opuesto sexual del Ego, sino también el género del propio Ego. Así, postularon la inclusión del Anima y del Animus, tanto en la personalidad del hombre como en la de la mujer.
Estoy de acuerdo con la necesidad de la concepción bipolar de todos los símbolos y arquetipos, pero opino que debemos mantener el Arquetipo del Anima exclusivo en la personalidad del hombre y el Arquetipo del Animus en la de la mujer, para que tengamos un arquetipo específico que represente la diferencia genética del hombre y de la mujer, exactamente como en los cromosomas del género.
Por tanto, la Psicología Simbólica Junguiana, que he conceptualizado, propone que el Arquetipo del Anima y el Arquetipo del Animus sean bipolares, inclusive en cuanto al género, y que formen parte del Arquetipo de la Alteridad, que articula la relación dialéctica
del Ego y del Otro en la Consciencia. Con eso quiero decir que las imágenes del Anima del hombre pueden ser proyectadas tanto en una mujer como en un hombre, lo mismo que sucede con el Animus de la mujer, independientemente de ser homo o heterosexuales.
De esta manera, podemos comprender mejor la importantísima diferencia entre la homo-afectividad y la homosexualidad, puesto que la homo-afectividad incluye la amistad entre las personas del mismo sexo y no necesita ser sexualizada. Con esa conceptualización, es posible también percibir la atracción e incluso la fascinación propiciadas por los Arquetipos del Anima o del Animus por personas del mismo sexo, que pueden incluso generar una conducta homosexual defensiva y no auténtica, que fija y limita el desarrollo. De esta manera, concibo una heterosexualidad normal y otra defensiva, e igualmente una homosexualidad normal y otra defensiva, diferencias éstas de gran importancia en el trabajo clínico y en la caracterización teórica de la normalidad y de la patología.
La bipolaridad del Anima y del Animus son muy importantes también para comprender dos grandes fases en la transición de la infancia hacia la adolescencia.
Basado en mitos de predominio matriarcal y patriarcal, así catalogados por primera vez por Bachofen, Erich Neumann describió el desarrollo histórico de la Consciencia Colectiva a través de los mitos de predominio del Arquetipo Matriarcal, seguidos por los mitos de predominio del Arquetipo Patriarcal. En lugar de Arquetipo de la Gran Madre, prefiero la denominación de Arquetipo Matriarcal, por el hecho de que este arquetipo sea también bipolar y englobe lo masculino y lo femenino. La evidencia de esta bipolaridad está en la exuberancia de los dioses de la naturaleza, como Uranos y Cronos, que actúan al lado de las Diosas Madres, lo que impide abarcarlos bajo la denominación de “Gran Madre”.
La conceptualización del Arquetipo de la Alteridad por la Psicología Simbólica Junguiana permitió ver que su expresión histórica sucede al predominio patriarcal y que los principales mitos que lo expresan son el Mito del Buda, en Oriente, y el Mito Cristiano, en Occidente. Siguiendo lo realizado por Neumann con el Matriarcal y el Patriarcal, y buscando el equivalente del Arquetipo de la Alteridad en la personalidad individual, percibimos que éste se torna dominante por primera vez en la adolescencia y vuelve a ser dominante en la mitad de la vida.
En el estudio de la adolescencia es cuando vamos a usufructuar de la comprensión de la bipolaridad del Arquetipo de la Alteridad y de los Arquetipos del Anima y del Animus, que de él forman parte.
Como describió Neumann en su libro “El Niño”, en la fase matriarcal, desde el nacimiento a los 2 años de edad, se forma la identidad de género del niño, y en la fase patriarcal, desde los 3 a los 12 años, ocurre la socialización y la formación moral. En la transición hacia la alteridad, en la adolescencia, ocurre la separación de la familia y la apertura a la sociedad. En esa transición, vemos claramente dos subfases: la primera, de homo-afectividad; y la segunda, de hetero-afectividad.
La fase de homo-afectividad, que marca el comienzo de la adolescencia y la formación de la “patota” crea los clubes que fortalecen la identidad sexual. En esta fase tienen lugar vivencias iniciáticas de la identidad del hombre y de la mujer, que varían de cultura a cultura. Por el hecho de que las identidades homo, hetero y bisexual se definan en esa época, sus disfunciones pueden traer fijaciones que confunden la identidad sexual en la vida adulta y que serán otra vez elaboradas y redefinidas en la mitad de la vida.
La homo-afectividad tiene la función de reforzar la identidad antes de pasar a la hetero-afectividad, que pondrá a prueba la identidad de manera muy intensa. El reconocimiento de la fuerza estructurante del Anima y del Animus en la homo-afectividad es importante porque ella explica la intensidad de la formación de relaciones simbióticas en esa fase e, inclusive, su exacerbación extraordinaria por la constelación de los Arquetipos del Héroe y de la Heroína, que puede llegar a las rayas de la pasión, con intensa fascinación y admiración. Estas personas pueden buscar orientación psicopedagógica y terapéutica, y es muy importante que ellas no sean automáticamente consideradas homosexuales, pues a veces lo son y a veces no. Hay situaciones en que es difícil distinguir entre una persona que es homosexual y otra que entra en la homosexualidad para no perder una amistad.
Con el desarrollo de la adolescencia, el Anima, el Animus y la Alteridad se constelan todavía más, y la hetero-afectividad se intensifica. Incluso en adolescentes homosexuales, vemos la búsqueda de parejas de tipología complementaria, lo que comprueba la bipolaridad del Anima y del Animus.
Estas consideraciones son preparatorias para comprender lo que quiero decir con el título de la conferencia, El Alma Masculina y la Función Estructurante de la Sensibilidad.
La Psicología Simbólica Junguiana considera a todas las cosas símbolos estructurantes, y a todas las funciones de la vida, funciones estructurantes. Todos los símbolos y funciones estructurantes son arquetípicos, y, por tanto, podemos percibir los arquetipos por las imágenes arquetípicas (símbolos estruturantes), como describe Jung, así como también por las funciones de la vida (funciones estructurantes).
De esta manera, la sensibilidad es una función estructurante arquetípica. Su caracterización es difícil, pues, finalmente, toda la materia viva es sensible. En lugar de buscar definirla por su presencia en la personalidad del hombre, que es el título de la conferencia, vamos a comenzar por su cercenamiento, por su ausencia y por lo que le fue impedido ser.
Podemos decir que durante el período de aproximadamente diez milenios en que se formó y se desarrolló la civilización, la sensibilidad del hombre fue intensamente reprimida.
Ella fue reprimida en función del papel atribuido al hombre en la familia y en la organización social de predominio patriarcal. Siendo el papel del hombre y el de la mujer codificados en función de las actividades del hogar y de la sociedad, y siendo las funciones del hogar atribuidas a la mujer, el hombre permaneció con el poder social, la competición profesional para proveer a la familia, el ejército y la guerra. Cuando definimos y criticamos el machismo, el despotismo, la rudeza, la promiscuidad y el rufianismo del hombre patriarcal, generalmente nos referimos a lo que él tiene y ejerce de forma poderosa y distorsionada, y casi nunca percibimos lo que él no tiene y que sufre por no tener y, peor, lo que él no tiene y ni siquiera puede sentir que no tiene, porque, si lo hiciera, estaría deponiendo contra su papel de hombre. Es sorprendente, sin embargo, y esto yo lo descubrí en mi proprio proceso de individuación, que estas características, que el hombre patriarcal está impedido de tener y de ejercer, constituyen su sensibilidad. Ella está tan prohibida que la insensibilidad pasó a formar parte del papel del hombre patriarcal, es decir, por más educado y refinado que sea, él, en el fondo, está forzado a ser insensible y rudo en muchos aspectos de su vida afectiva y profesional.
Todavía no les pude transmitir fenomenológicamente lo que es la función estructurante de la sensibilidad del hombre, pues, como estamos viendo, ella fue reprimida durante milenios. Entre tanto, sabemos que la represión nunca es absoluta, y generalmente buena parte del material reprimido es proyectado. Normalmente, proyectamos nuestro inconsciente para después introyectarlo y formar nuestra Consciencia, pero proyectamos también lo que reprimimos para perfeccionar la represión, negando todavía más lo que tenemos prohibido integrar. Es como si dijésemos: – “Vean, eso no puede ser de ninguna forma una cualidad mía, pues ella es, sin duda, una característica del otro”. En ese caso, cuando analizamos las proyecciones, descubrimos la identidad de quien las proyectó. Pero eso no es tan fácil, pues las proyecciones se mezclan con las características de su blanco, lo que dificulta mucho su conocimiento. Así, sucedió que, últimamente, al comenzar a descubrir la sensibilidad del hombre, pasamos a examinar cuidadosamente sus proyecciones para llegar a su verdadera naturaleza. Por ese camino tortuoso, pero productivo, descubrimos las depositarias de las dos grandes proyecciones históricas asociadas a la represión de la sensibilidad del hombre: la mujer y la homosexualidad. Sabemos eso porque el hombre patriarcal podía ser todo, menos “mujercita” y gay. Pero, ¿que habrá de común entre ellos que explique la sensibilidad del hombre?
Las funciones estructurantes que la mujer ejerció en la familia patriarcal fueron el cuidado y el cariño para con los hijos, la acogida de su vulnerabilidad y de su sufrimiento, su dedicación y celo, su ternura y delicadeza, la cultura de los sentidos del paladar para cocinar, las cualidades domésticas para coser y decorar la casa, la paciencia y resignación frente a situaciones de impotencia, su espíritu de sacrificio y tantas más, que todos bien conocemos.
¿Y los homosexuales? ¿Qué es lo que ellos tienen en común con la mujer, que el hombre patriarcal tiene prohibido ejercer? Ellos cultivan tanto el afecto y la alegría, que en la sociedad americana fueron llamados gay. Se visten con vanidad y de forma cuidadosa, creativa y hasta chocante y estrafalaria. Basta ver el traje y corbata del hombre patriarcal, y su semejanza estereotipada con el uniforme militar, para ver una diferencia significativa del mundo gay. La distancia de la alegría también es significativa porque el hombre patriarcal es serio, enfadado, y vive con rabia y cansado por el peso de la responsabilidad, debido a todo el poder que acumuló. Súmese a eso la frustración y la envidia defensiva de la inmensa sensibilidad que le está prohibida tener y que observa con ventaja en la mujer y en los gays, y nos damos cuenta de que él es tan serio porque es infeliz. En ese sentido, su corbata es el collar que lo estrangula con sus obligaciones. Es curiosamente simbólico que el hombre patriarcal, cuando se permite un momento de entretenimiento y relajación, lo primero que hace es aflojar el nudo de su corbata.
El desconocimiento de lo que es la sensibilidad del hombre todavía es tan grande que Jung, que enfatizó tanto la bipolaridad psicológica en el hombre y en la mujer, se refirió frecuentemente al Anima como la parte femenina del hombre. Pero, cuando procuramos la
definición de femenino en el diccionario y encontramos “algo perteneciente a la mujer”, quedamos frustrados, pues creíamos que descubriríamos lo que era la sensibilidad del hombre y acabamos volviendo a la mujer. En ese sentido, es fácil hablar de la sensibilidad del hombre cuando él sueña con una mujer o se apasiona por ella. Pero, si él se viste creativamente, gusta de cocinar y de escribir poesía, es humilde, delicado con las personas, inclusive con otros hombres, tiene placer en decorar la casa y perfumarse, decir que esto es cosa de mujer evade la búsqueda del conocimiento de lo que es su sensibilidad. No es raro que los gays también se pierdan en ese camino, pues, en la hora de “salir del armario”, como dicen, y de asumir quienes son, frecuentemente hablan con gestos, hacen “caídas de manos” y hasta se contonean, todo con maneras de mujer. Como si, en la hora de liberarse y realmente mostrar su sensibilidad como hombres que son, todavía no supiesen de lo que ella se trata.
Sérgio Buarque de Hollanda fue quien más se aproximó a una definición de la sensibilidad, cuando describió al brasileño como el hombre cordial, o sea, conectado con el corazón. Allí llegamos muy cerca del hombre sensible. Pero entonces vienen aquellos que asocian al hombre cordial con el seductor, el “modito” brasileño, el tunante, el corrupto, el rufián, el promiscuo, el vagabundo, el canalla, y desaparece otra vez la sensibilidad como función estructurante del alma masculina.
Finalmente, todavía no sabemos bien lo que es la sensibilidad del hombre, pero estamos cada vez más cerca de concluir qué es por el hecho de que por no poder ejercer su sensibilidad es que el hombre patriarcal no sabe amar. Señor de un inmenso poder, él engaña bien. Se presenta hoy cada vez más políticamente correcto, incorporando lo que suena mejor, venga de la izquierda o de la derecha. Aprendiendo con las reivindicaciones femeninas todo lo que las mujeres desean en un hombre, él está encaminándose para percibir el camino del descubrimiento y de la expresión de su sensibilidad.
Entre tanto, en medio del viaje, siempre que surge la gran prueba del ejercicio de la sensibilidad, él ve que el territorio en que se encuentra es una región inmensa, promisoria, pero todavía desconocida. Al buscar su sensibilidad, el hombre comienza a descubrir el amor y percibe que esa es la tierra prometida, la tierra de la leche y de la miel, con la cual muchos de sus antepasados soñaron, pero que solamente algunos pocos fueron elegidos para llegar allá.
Yo les dije que uno de los problemas para conocer el contenido de nuestras proyecciones es porque ellas se mezclan con la naturaleza del blanco sobre el cual fueron proyectadas. Así, sucede que nuestro viajante, al llegar cerca de su sensibilidad, descubre que él sólo la conocerá en el territorio del amor, y que esa vivencia depende del encuentro con la mujer, con la compañera de viaje. Sorprendido, él se da cuenta también de que su descubrimiento depende del amor, porque, para conocer su sensibilidad, necesita que ella también lo haga. Y la sorpresa siguiente es que todo lo que había proyectado en ella y que estaba prohibido para él, y que él ahora comienza a integrar, no completa la sensibilidad de ella, pues… lo que le hace falta a ella estaba proyectado en él. Iniciativa, creatividad, poder, conocimiento, realización, independencia, autosuficiencia, autoestima, y hasta superioridad estaban proyectados en él, y ella necesita también de buena parte de eso para saber quién es.
Nuestro hombre continúa sin saber como es el alma masculina, pero por lo menos él ya sabe que ella está hecha de su sensibilidad proyectada desde tiempos inmemoriales en las mujeres y en los gays. Pero ahora él ya está más animado en su búsqueda. Él descubrió que ella se realiza en el amor y que, por tanto, él no puede llegar allí solo, pues necesita de la mujer para acompañarlo. Descubrió también, para consuelo de su complejo de inferioridad, que la mujer y los gays en quienes había depositado todo lo que no tiene, tampoco están completos, pues todavía no encontraron ni realizaron plenamente su sensibilidad, pero también la están buscando y descubriendo.
Concluyendo, quiero decirles que el alma masculina depende de la función estructurante de la sensibilidad tanto cuanto el alma femenina, pero que cada uno tiene que descubrirla y realizarla a su manera. La Sombra de la humanidad es muy grande y llega actualmente a amenazar nuestra supervivencia, pero la posibilidad de que las personas busquen su alma siguiendo los caminos de su sensibilidad dentro del amor nos llena de esperanza.
Muchas gracias!