Marion Jean Woodman Boa (1928 -2018) fue una escritora canadiense, analista junguiana entrenada en el C.G. Jung-Institut, Zürich, Suiza. Conferencista internacional y una de las autoras más leídas sobre psicología femenina, con especial énfasis en la psique y el soma. Colaboró con autores como Thomas Moore, Mellick Jill y Robert Bly. Fue hermana del fallecido actor canadiense Bruce Boa y del analista junguiano Fraser Boa. Esta es una reseña de su obra Adicción a la perfección (1994). Barcelona: Ediciones Luciérnaga.
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Reseña de Juan Carlos Alonso
El encierro al que ha obligado la pandemia del covid-19 no ha sido fácil para muchas personas, pero ha afectado particularmente a aquellas con trastornos alimenticios, por lo que, para prestarles una atención terapéutica centrada en el problema, he vuelto a releer la obra Adicción a la perfección de la analista canadiense Marion Woodman, una de las especialistas en este tema. He querido hacer una reseña de esta interesante obra, que ofrece tantas luces en el apoyo terapéutico que puede brindarse a este tipo de pacientes. El caso de Marion es arquetípicamente representativo de una terapeuta sanadora herida, puesto que sufrió de anorexia a los 20 años y la búsqueda de su curación la llevó con el tiempo a convertirse en analista junguiana. Y aunque sabemos que para ser un buen terapeuta no es necesario haber experimentado las mismas heridas que los pacientes, es lógico que quien haya sufrido el mismo trastorno y se haya logrado curar, tendrá más recursos terapéuticos.
En su libro, la autora se concentra en el proceso terapéutico de mujeres cuyo complejo con la comida está ligado a la relación que tuvieron con la madre. Ella suele encontrar como antecedentes en la historia de sus pacientes, la presencia de una madre conectada con la unilateralidad del principio masculino. Woodman recuerda que la psicología junguiana plantea que, así como los hombres tienen un yo masculino pero llevan dentro de sí su propia feminidad interior (el anima), las mujeres tienen un yo femenino pero llevan dentro de sí su propia masculinidad interior (el animus). Un saludable desarrollo de la personalidad busca en ambos géneros una conciliación entre los principios masculino y femenino. No obstante, los valores de la sociedad occidental han priorizado los campos de quehacer masculino, en el predominio de la razón, la ética del trabajo y los patrones de perfección. Se podría decir que la sociedad se ha “masculinizado”. Robert Johnson, un notable analista junguiano, expresa así las consecuencias psicológicas de la prioridad de lo masculino y la consecuente devaluación de lo femenino en nuestra cultura:
A la mujer también se le enseñó la idealización de los valores masculinos a expensas del lado femenino de la vida. Muchas mujeres han atravesado sus vidas con un constante sentimiento de inferioridad porque sintieron que ser femeninas era `entrar en segundo lugar´. A las mujeres se las entrenó para considerar que sólo tienen valor las actividades masculinas, el raciocinio, el poder y las hazañas. Así, la mujer occidental se encuentra ante el mismo dilema psicológico del hombre occidental: desarrolla un dominio unilateral y competitivo de las cualidades masculinas a expensas de su faceta femenina. (En She: Understanding Feminine Psychology, 1976)
Un auténtico desarrollo de la personalidad en una mujer lograría integrar de manera armónica todos los componentes contrapuestos de lo masculino y lo femenino. Pero en el caso de las madres de las mujeres con trastornos alimenticios se descubre que se volcaron sobre su polo masculino, lo que las llevó a conducir sus hogares con valores en los que se respiraba los ideales de orden, ambición y éxito en la vida, en los que ellas sentían que habían fallado. Por el contrario, descuidaban valores femeninos como el erotismo, la capacidad relacional y la subjetividad. Estas madres no pudieron transmitir a sus hijas la alegría de vivir, la fe en su ser, ni la confianza en la vida, sino que todo lo reducían a una severa responsabilidad y una exigencia hacia la perfección, y les transferían igualmente un sentimiento de culpa, personificación de la propia desilusión por no haber logrado conectarse suficientemente con su polo femenino. La madre negativa no quiere que la hija desarrolle la personalidad ni la emoción creativa. Al no estar segura en el terreno de su propio cuerpo, la mujer tiende a alejarse de sus percepciones corporales y a recluirse en su mente, pero las percepciones mentales resultantes permanecen incorpóreas.
Cuando se genera este tipo de relación malsana, madre e hija pueden tener un vínculo muy cercano, pero ambas compartirán un complejo negativo de madre, y ambas, como resultado, estarán aterradas por el animus negativo, ese “hombre interior instintivo e inconsciente aislado de la vida”. Ese es el demonio que los terapeutas intentamos descubrir en psicoterapia. La paciente puede creer que se ha convertido en alguien independiente cuando, de hecho, es sólo poseída por el animus. Se convierte en la parodia de un hombre. Lejos de sentirse autónoma, se enfrenta a su madre y luego a ella misma y a su naturaleza femenina. Algunas mujeres tratan de encontrar su feminidad en una relación lesbiana; otras convirtiendo a sus amantes hombres en figuras maternas, y otras, representando el mismo papel que cumplían sus madres en el pasado.
La niña que nace con esa herencia tenderá a no sentirse una persona sino un objeto disfrazado, pues debe ser bello e inteligente. Una “cosa” a la que están manipulando para que alcance un alto nivel de eficiencia. Casi que inevitablemente, será una hija obsesionada por verse a sí misma como una obra de arte destinada a gustar a los demás. Dicha actitud no le permitirá tener sentimientos personales, pues los sentirá como debilidades. En otras palabras, no podrá tener una percepción interna de sí misma.
De otra parte, en el síndrome de obesidad / anorexia, la matriz materna es activada negativamente. Es frecuente que las madres de este tipo de pacientes hayan sentido rechazo por sus propios cuerpos y ese conflicto no resuelto lo transferirán a sus hijas, quienes internalizan de sus progenitoras la baja autoestima, la información sobre la pobre relación con sus cuerpos y la difícil actitud hacia con la comida.
La madre es quien otorga el primer alimento y la niña siente que se alimenta de una madre negativa que su cuerpo rechaza de modo natural, porque es una sustancia extraña. Existe una ambivalencia con respecto a la comida. El exceso gastronómico en las niñas es magnético porque parece prometer, sin cumplir, la presencia de la madre cariñosa. Es traumático para la niña entender que su madre real no fue capaz de darle un alimento sano. El exceso de comida tendrá algo que ver con el engullirse a la madre; y el ritual de vómito podrá ser considerado como una negación a mantener a la madre en el estómago. Un factor común en estas personas con trastornos alimenticios es que no pueden controlar su comportamiento compulsivo, ya que la fuerza de voluntad sólo les dura poco tiempo.
Aunque los trastornos alimenticios pueden afectar a hombres y mujeres, el libro está claramente dirigido a las mujeres. En la cultura occidental, la gordura tiene una valoración muy negativa, por lo que la neurosis golpea en donde más duele a la mujer, en el corazón del yo femenino. Existe un modelo ideal de belleza enfermizo impuesto por la sociedad y el mercado, en el que las mujeres “perfectas” tienen esos estándares, generalmente con índices de masa corporal muy por debajo de lo que se puede considerar saludable. Adicionalmente, la soledad afectiva constituye uno de los componentes fundamentales en los síndromes compulsivos. Muchas de estas pacientes son a la vez gordas y delgadas, porque comen lo suficiente como para estar clasificadas como gordas pero, debido al ritual de vaciado, se mantienen extremadamente delgadas. Es una forma de encarnar la paradoja de estar simultáneamente vacías y llenas.
El tema central del libro, la adicción a la perfección en todos los campos que afecta a este tipo de pacientes, se basa en un postulado propuesto por Jung:
Cuanto más se inclina el ideal femenino en la dirección de lo masculino, más poder pierde la mujer para comprender la lucha por la perfección y surge un ideal típicamente masculino… Ningún camino conduce más allá de la perfección en el futuro; sólo hay un retorno, un derrumbe de lo ideal, que habría sido fácilmente evitado prestando atención al ideal femenino de la perfección. (En: Respuesta a Job, 1952).
Así mismo, afirma Jung en otra obra:
El individuo puede esforzarse por la perfección… pero debe sufrir por lo opuesto de sus intenciones en atención a la plenitud. (En: Aion. Contribuciones al simbolismo del Sí Mismo, Obra Completa, Volumen 9/2)
La vida de las obesas / anoréxicas está dedicada a la perfección, a pesar de que hay un vínculo íntimo entre su obsesión por la perfección y sus confesadas frustraciones. En efecto, la perfección está siempre asociada a la frustración. Jung hace la distinción entre perfección y plenitud. Como lo menciona en la segunda cita, para Jung, estas mujeres pueden esforzarse por la perfección, pero deberán sufrir por no poder lograrla, ya que la perfección no es viable en los seres humanos y pertenece sólo a los dioses.
El principal signo del afán de perfección es la adicción. Hay adicción cuando toda la energía psíquica, que debería ser distribuida entre distintas partes de la personalidad, es enfocada sobre una sola área con exclusión de las restantes. La adicción siempre es una fijación, un congelamiento de la personalidad. La adicción obsesiva por la perfección es, en esencia, una obsesión suicida. Moverse hacia la perfección es alejarse de la vida. Esta es la tragedia de una mujer obesa o anoréxica. Su esfuerzo está empeñado en un objetivo que, en realidad, busca la eliminación final de ella misma. Su objetivo es su propia muerte, por lo que las fuerzas creativas no pueden manifestarse libremente. La energía que la conduce hacia la muerte es la energía destructiva de la madre negativa. Cualquier intento para darle un significado a su vida se convierte en una traición a esa madre. Llegar a ser humana sería defraudar a una madre que ha hecho lo necesario para lograr que su hija sea una mujer exitosa, en los términos definidos por la madre.
Además, la adicción a la perfección es sólo una de tantas adicciones que pueden aparecer en estos casos. La superación de una adicción puede activar otra, y muchas obesas / anoréxicas se convierten en adictas a la comida para defenderse de un alcoholismo potencial. Desafortunadamente, algunas de estas mujeres sufren de varias adicciones: perfección, comida y alcohol, entre otras.
Durante el proceso terapéutico, la interacción dialógica es tan necesaria como un trabajo práctico con el cuerpo y el análisis de los sueños. Es necesario que el terapeuta entienda en esos casos la influencia inconsciente de la comida en la relación entre la niña y su madre, para ayudarla a solucionar el conflicto de forma creativa. Se requiere que haya en la paciente un reconocimiento de los sentimientos ambivalentes: por un lado, facilitar que reconozca todo lo que su madre le ha dado, pero por otro, que perciba lo negativo detrás de lo recibido, especialmente el rechazo de la paciente hacia sí misma. Que distinga qué era lo sano y qué era lo destructivo en su herencia y que luego, logre perdonar. Ella debe lograr esa tarea en la que su propia madre falló. Debe introducirse en su propia oscuridad y mantenerse en su proceso interior hasta encontrar su modelo arquetípico de curación. Cuando ella ve que el modelo devorador puede cambiarse, toma conciencia de su potencial para la libertad.
El proceso crucial de la curación consiste en que el terapeuta apoye a la paciente a trabajar creativamente con el cuerpo rechazado. Puede producirse un desplazamiento gradual desde el auto-rechazo hacia la autoestima, de modo que un día ella pueda sorprenderse al ver que entre su espíritu y su cuerpo existe una mutua aceptación. Igualmente, se buscará que el yo de la paciente sea menos rígido, al permitir que las cosas fluyan y sucedan naturalmente. Lo que puede parecer una contradicción, puede convertirse en una paradoja: cuanto más fuerte es el yo, más flexible será.
El terapeuta, hombre o mujer, se convierte muchas veces en la madre positiva que le provee el alimento nutritivo que nunca tuvo antes. La estrategia es que la paciente persevere en el trabajo con el cuerpo, y la forma de hacerlo es permitir que el cuerpo juegue. Darle espacio para permitirle hacer los movimientos que desee hacer y que la energía fluya a través de la danza, la pintura, el canto. Entonces, el instinto atrofiado es capaz de contactarse con las imágenes curativas de la psique, que tiene a su alcance en los sueños. Liberar el cuerpo en un movimiento o juego espontáneo activa lo inconsciente, de modo similar a como lo hacen los sueños. La ventaja del movimiento del cuerpo es que la mujer se transforma en agente participante de sus propios sueños. El movimiento del cuerpo puede acercarse más a la realidad del sueño, así como el sueño puede ahondar la comprensión de la dimensión psíquica de la musculatura del cuerpo. Los dos trabajan juntos lo inconsciente.
Jung consideraba que la curación estaba en el símbolo, porque el símbolo une el cuerpo, la mente y el alma a través de la imaginación creativa. En las sesiones prácticas se medita sobre los propios símbolos individuales para tratar de llevar armonía a las relaciones entre cuerpo, mente y alma. Lo que la autora descubrió en el trabajo corporal es cuánta energía ha sido enjaulada, la cual es necesario liberar.
Otra técnica de apoyo es que la paciente lleve un diario personal, el cual servirá como un espejo del alma. Será necesario que en él, lo escrito fluya del inconsciente. Tal ejercicio de escritura es fundamental para reconocer aquellas partes de la paciente que ha estado evitando. Y luego, cuando el yo retoma el control, puede analizar racionalmente lo escrito, estudiarlo y notar cómo su comportamiento está afectado por el complejo. Es claro en esta técnica el valor de la conciencia del cuerpo en el proceso de reconocer las fantasías y volver a conectarse con el yo.
Toda la propuesta de Marion Woodman va en el sentido de prestar atención a la sabiduría del cuerpo. El cuerpo sabe cómo sanarse, si se le da una oportunidad. Lo importante es concentrarse en el proceso, dejando jugar al inconsciente.
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