CONSUELO MARTÍNEZ V.
Narciso (Oleo de Caravaggio)
Consuelo Martínez es Psicóloga Clínica, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magister Psicología Clínica Junguiana, Universidad Adolfo Ibañez. Acreditada como especialista en Psicoterapia y Supervisora Clínica. Docente pregrado U. Pacífico. Especialidad: Clínica infanto juvenil. Este documento fue tomado de la Revista Encuentros, No. 3, 2011, págs. 64 – 80, con autorización del editor. La revista es una iniciativa de difusión de la Fundación Chilena de Psicología Analítica y ofrece un espacio para promover ideas e investigaciones en el ámbito de la Psicología Analítica.
Resumen
La adolescencia es una etapa crítica, en la que el adolescente habrá de realizar un viaje heroico, guiado por la emergente fuerza diferenciadora del arquetipo de Alteridad, para hacer el camino de construcción de una nueva identidad. El presenta artículo revisa el trabajo heroico de la individuación adolescente, a la luz los planteamientos de la psicología Simbólica Junguiana sobre la polaridad narcisismo-ecoismo, en sus dimensiones creativas y defensivas. Se detiene particularmente a examinar el trastorno del desarrollo de la personalidad narcisista, entendiéndolo como un problema en el desarrollo de la relación ego-Self, producto de una cronificación de la defensa ante un sentimiento de identidad muy débil del joven, precariamente construido desde la falta de reflejo empático en los vínculos tempranos, y la propia debilidad de identidad de las figuras parentales. Se ilustra con una viñeta clínica, en la que se aplican los conceptos señalados.
Palabras claves: adolescencia, identidad, psicología simbólica Junguiana, polaridad narcisismo-ecoismo, desarrollo de la personalidad.
Introducción
Asociar narcisismo a adolescencia es un tópico recurrente en el hablar cotidiano. Esto parece normal desde algunas de las características que, si bien son en parte propias de la etapa, en aquel contexto se les añade cierta carga peyorativa: los adolescentes son egocéntricos, desconsiderados, omnipotentes, se sienten invulnerables, son vanidosos o demasiado atentos a los atributos de belleza corporal, etc. Y no resulta extraño que ocurra esta asociación, en cuanto el narcisismo es primero un problema en la identidad, identidad que será el tema central y la finalidad de todo el proceso adolescente.
Ahora bien, tratándose la adolescencia de una etapa normal y necesaria, se hace importante discriminar entre los aspectos narcisistas que podemos detectar o reconocer en el desarrollo normal de un joven, y que estarían en el ámbito creativo de la polaridad normalidad/ patología, versus un trastorno del desarrollo de la personalidad, tipo narcisista, que pudiera estarse desarrollando en otro adolescente.
Este trabajo pretende revisar en conjunto los conceptos de adolescencia, psicopatología simbólica y la polaridad narcisismo-ecoismo.
Adolescencia
Es a la vez una etapa de la vida y un conjunto de procesos bio-psico-sociales, que comienza con los cambios biológicos asociados a la maduración sexual y termina con el logro de la independencia psicológica, social, afectiva y económica.
Como proceso, implica una gran cantidad de cambios y transformaciones, las que conmueven profundamente las estructuras biológicas, psicológicas (cognitivas, afectivas, morales y espirituales) y los asentamientos psicosociales, es decir, la vida de relación del individuo.
El advenimiento del pensamiento hipotético-deductivo –que permite reflexionar sobre el mundo y sobre sí mismo como objeto de auto-examen–, los cambios morfológicos y fisiológicos que experimenta el cuerpo –que exigen una nueva adaptación tanto a sí mismo y a su nueva imagen corporal (no pocas veces generadora de tensiones y ansiedades), así como también una redefinición en la relación con los demás–, las transformaciones afectivas del experimentar sentimientos y emociones nuevos e inesperados, la necesidad de conocer, integrar y aprender a expresar constructivamente nuevos impulsos y motivaciones, sumado todo ello a los cambios en las reacciones y los modos de relacionamiento que el mundo externo empieza a tener hacia ellos, todo esto determina profundos movimientos en todas las capas del ser.
La meta de la etapa será la definición de la identidad personal y la formulación de un plan de vida, basado este en una definición de su rol en la sociedad y en sus concepciones del mundo y de sí mismo (Kimelman, en Almonte 2003).
Esta nueva identidad pasará, entre otras cosas, por redefinir sus relaciones no solo consigo mismo, sino de modo importante con la familia: aceptar los vínculos familiares y, a la vez, vivir con autonomía de ellos. Esto supone según Stevens (1994) una cierta atenuación del vínculo parental, la que es posible gracias a que los arquetipos parentales parecen -en este período- perder su preeminencia; los jóvenes retiran de sus padres las proyecciones arquetípicas, con lo cual se tornan más objetivos en la percepción de aquellos. En la relación, esto generalmente cruza por una serie más o menos intensas de tensiones oposicionistas, vividas en el plano ideativo y/o conductual, que hacen parte del proceso de diferenciación de la identidad juvenil.
Adolescencia como tiempo de crisis
Distintos autores miran con mayor o menor alarma los riesgos de tantas de estas vivencias. M. Kimelman (en Almonte, 2003, pág 35), por ejemplo, señala: “Lo habitual es una disminución de la autoestima, una labilidad emocional y conductual y una gran capacidad de ensoñación”.
Montellano, por su parte, plantea que “la adolescencia es una de las fases más peligrosas de la vida…puesto que la carga emocional que el Yo debe soportar en la separación de la familia y en el encuentro con el mundo, puede desencadenar cuadros psicopatológicos graves” (1996, pág 89)
Para Stevens (1994, p.148) “en la adolescencia se libra una batalla en dos frentes: en uno de ellos se lucha por establecer un sentido de identidad y de competencia social como personalidad con derecho propio, y en el otro se lucha por superar los deseos regresivos hacia la madre y el pasado. Nadie escapa a este conflicto”
Byington (2002, pag 96-97) desde la perspectiva de la Psicología Simbólica, también analiza el impacto transformador del proceso. “La crisis de la adolescencia somete las identificaciones insulares y parentales y los complejos (del joven), a una nueva presión transformadora, en función de la entrada en escena del arquetipo de la Alteridad (Anima, Animus), el que lanzará en la personalidad la semilla de la convocación para la campaña de construcción de la identidad única y profunda”…De este modo, “la identidad del Ego y del Otro y de toda la personalidad entran en crisis en la adolescencia, porque el llamado para la construcción de la identidad individual profunda, entra en choque con las identificaciones primarias y parentales establecidas durante la infancia”… En este proceso, “el arquetipo de la Alteridad actuará como guía para diferenciar al joven de su familia y de su identidad infantil”. Esta diferenciación no siempre es fácil.
En los mitos, la figura del héroe va a representar justamente ese impulso humano, vivido tan propiamente en la adolescencia, que lleva a abandonar la seguridad cálida y acogedora de la familia, para aventurarse en territorios nuevos, desconocidos, a veces peligrosos y tantas veces amenazantes. El héroe va a mostrar al joven cómo, para descubrirse a sí mismo, ha de pasar a través del peligro y/o la adversidad.
Ahora bien en este punto, Byington (2002, pag 97)subraya otro hecho central a la vivencia de la adolescencia como crisis: la adolescencia ‘le ocurre’ al joven, es algo que ‘le pasa’, de modo que este se ve obligado a experimentarla en todo su presión transformadora, sin posibilidad de opción, ni de graduar la intensidad de los fenómenos que experimenta: “La adolescencia experimentará el predominio del Arquetipo de la Alteridad en actitud pasiva, porque el joven, sin percibirlo, se verá envuelto por una dimensión social heroica, sexual, tentadora, desafiante y fascinante que él no escogió”. Constelar el héroe será entonces ardua tarea.
En tal sentido, Montellano añade que las conductas de riesgo del adolescente pueden ser comprendidas como el desequilibrio del Yo ante la enorme carga heroica que se le impone con la constelación del arquetipo del Anima y el Animus.
En su visión de la crisis adolescente, Byington (2002) agrega a esto, la presión ejercida en esta etapa por el predominio de la posición dialéctica en la relación Ego-Otro, que implica un patrón cuaternario, en el que todos los opuestos pueden descomponerse en nuevas polaridades, cuyo encuentro o desencuentro genera altos niveles de tensión, por cuanto demanda un mayor grado de abstracción y tienta incluso los límites de la lógica profunda de la paradoja, con los que el adolescente, por su desarrollo cognitivo, probablemente recién está empezando a contactar.
No es de extrañar entonces que tantos cuadros psicopatológicos inicien en medio de esta época. Irribarne -por su parte- va a señalar que, si bien el proceso adolescente cursa con momentos de desorganización y otros de mayor organización, a consecuencia de los abundantes cambios que deben de ser integrados en una imagen coherente de sí mismo, “el grado en que estos cambios afecten a la vida personal y social del joven, dependen de las habilidades y experiencias adquiridas durante la infancia y de las actitudes de quienes lo rodean en ese momento” (en Almonte, 2003, pag 37).
Ello nos invita a considerar no solo el tiempo presente de los cambios de un joven adolescente y el contexto en que se producen, sino también los inicios de su desarrollo. ¿Qué eventos o situaciones en la vida, han facilitado que un joven curse su adolescencia y construya su identidad creativamente, en relativa armonía, o defensivamente, en profundo sufrimiento?
Psicopatología y Psicología Simbólica
Jung declaró en varios de sus escritos que consideraba que “la enfermedad es una variación de lo normal” (Jung, CW 18, #1738), o bien una perturbación de procesos normales. Más tarde C. Byington, al desarrollar su Psicología Simbólica, profundizó esta concepción, en un esfuerzo tanto por separar con claridad lo normal de lo patológico (confundidos o entremezclados en el psicoanálisis), como por “situar la psicopatología como una variante del desarrollo simbólico- arquetípico normal” (en Saiz, 2006,p.15)
La Psicología Simbólica constituye un marco teórico-práctico, desarrollado como una ampliación de los conceptos formulados por el Psicoanálisis y por la Psicología Analítica, buscando preservar y reunir coherentemente los aportes de cada uno de ellos.
Propone mantener en mente las nociones interactuantes de identidad óntica (identidad del ser en su particular expresión, la personalidad en sus aspectos más propios) y ontológica (la identidad en sus aspectos propiamente humanos, no particulares); con lo cual, desde esta perspectiva simbólica, la psicopatología es considerada una variante de lo normal: “un esfuerzo de desarrollo del ser, diferente, pero paralelo al desarrollo normal” (Byington,1987, pag 6). La patología, en esta visión, resulta del ser heridos por ciertas experiencias ónticas, de modo tal, que el proceso ontológico queda irremediablemente fijado y mutilado por esos acontecimientos.
Para Byington, “toda cultura y todo ser humano es normal, creativo y enfermo de muchas diferentes maneras, en función de la inmensa malla de símbolos, en los más variados grados de elaboración, entre funciones estructurantes normales y defensivas. Cuando enfocamos así la patología, nos damos cuenta de que cada función estructurante normal, tiene su variante patológica. Por eso, delante un cuadro patológico, es más importante descubrir la función del símbolo en cuestión, en el proceso simbólico de desarrollo de la conciencia individual y colectiva, no importa a través de qué defensa esté siendo expresado. Solamente a partir de allí podremos realmente comprender su patología”. (Byington, 1987, pag 3)
Para la Psicología Simbólica, “todo en la psique es simbólico y el símbolo se vuelve esencialmente el factor esencial estructurante de la Conciencia” (Byington 1987, pag 6). Desde esta mirada, la totalidad de la actividad psíquica está centrada en el proceso de elaboración simbólica: toda y cualquier vivencia existencial será sometida -en mayor o menor grado a la elaboración simbólica- ya que, a través de esta, el significado de los símbolos se integra a la Conciencia y de este modo se forma y transforma en ella la identidad del Ego y del Otro. Para ello, los símbolos estructurantes y funciones psíquicas estructurantes, son coordinadas por los arquetipos regentes: matriarcal, patriarcal, de alteridad (Anima/Animus) y de totalidad, operando todos ellos alrededor del arquetipo central. (Byington, 2002, 2005)
Describe 5 posiciones Ego-Otro, por las cuales pasa –en menor o mayor grado- la elaboración simbólica. Serían las posiciones indiferenciada, insular, polarizada, dialéctica y contemplativa.
Ahora bien, cuando sucede una fijación en el proceso de elaboración simbólica, los mismos símbolos, funciones y sistemas estructurantes dejan de operar creativamente y su funcionamiento se torna defensivo: se fijan, el poder prospectivo de los símbolos queda reducido, literalizándose o limitando su elaboración a uno o poco más significados específicos, con lo cual impiden el acceso a la elaboración de esos símbolos en la Conciencia, y mantienen dicho proceso de elaboración bajo el dominio inconsciente de la Sombra y de la compulsión a la repetición. Los símbolos así resultantes expresan una elaboración simbólica defectuosa, incompleta o existencialmente inadecuada de la Conciencia. (Byington, 2002) La fijación los ha patologizado, llevándolos a formar parte de la Sombra y del inconsciente reprimido.
Así, la Sombra es concebida por este autor, como la gran responsable de la conducta inconsciente, por cuanto ella expresa de un modo fijo e indiscriminado, los símbolos que no pudieron ser elaborados directamente por la conciencia (Byington, 1987, p.14). La describe entonces como el conjunto de todas las funciones estructurantes defensivas que mantienen símbolos en ella, impidiendo su acceso a la conciencia. Incluye también la polaridad Yo-Otro fijada en los varios estadios del desarrollo simbólico. Todo ello resulta en una elaboración simbólica defectuosa: los símbolos son expresados, con diversos grados de adecuación (es decir, de preservación de la persona) pero de un modo fijo, y no acceden a la elaboración simbólica. ¿De qué modo esa expresión es defectuosa?, Byington señala que “la psicodinámica de la Sombra de un individuo…solo puede ser comprendida dentro de la historia de distorsiones y fijaciones del proceso de elaboración simbólica de esta persona” (2002, p. 70)
Acuña los términos de Sombra Circunstancial y Sombra Cronificada, si bien ambas patológicas porque en las dos la realidad se encuentra deformada por defensas, la primera sería transitoria, la segunda “una reacción defensiva a un contexto pasado, después del cual las estructuras defensivas se tornaron crónicas y empedernidas, inconscientemente atrincheradas y que en el presente ofrecen gran resistencia para ser confrontadas por el Ego de la Conciencia” (2002, p. 70)
Sin embargo, según Byington, “la existencia de la sombra puede ser vista como una imperfección humana estructurada (constitucional y arquetípica), pero también puede ser vista como un esfuerzo de la psique para expresarse, aunque sea de forma inadecuada, esto es, imperfecta. Este hecho trae grandes problemas para la adaptación y para la convivencia existencial, pues condena a los otros a convivir con nuestras inadecuaciones. Lo máximo que podemos hacer es permanecer creativamente abiertos a nuestra actuación de los símbolos sombríos, para continuar su elaboración buscando su adecuación. Se inicia la psicopatología cuando las defensas impiden esa actividad” (Byington, 1987,p. 14)
La polaridad Narcisismo-Ecoismo : aspectos defensivos y creativos
Narcisismo y Ecoismo refieren a Narciso y Eco, personajes de la mitología griega: ella una ninfa enamorada que no puede hablar, salvo para repetir lo que otro diga, y él un adolescente que desprecia el amor de ella, para más tarde sucumbir enamorado de su propio reflejo en el agua de un estanque.
Desde un punto de vista analítico y simbólico, Eco es la imagen de la extroversión, del volcarse hacia fuera; ella concentra toda su atención y energía psíquica en otro; Narciso sólo lo hace en él mismo, introversivamente.
R. Montellano señala al respecto: “Narciso y Eco están en una relación dialéctica de opuestos complementarios, no solo de lo femenino y lo masculino, sino también como símbolos de aquel que permanece en sí mismo y aquel que permanece en el otro” (1996,p.90). Para ella, el mito representa la paralización del proceso de individuación en dos jóvenes adolescentes, de modo tal que quedan separados y fijados, fuera del encuentro Ego-Otro, detenidos en su camino hacia la alteridad.
En ese sentido, habla de fijación defensiva.
“Eco expresa en su patología la fijación inicialmente neurótica de la función ecoista: Solo se puede expresar a través de otro” (Montellano,1996, p.88) del que es dependiente. Tal fijación puede avanzar en su patologización, configurando una conducta seriamente masoquista, hasta llegar incluso a una dimensión defensiva psicótica.
Esta misma autora interpreta simbólicamente a Narciso, mirando en el estanque la imagen no de su ego, sino la imagen del Self.
De la numinosidad de este se desprende el poder y la fascinación con que tal imagen atrae y mantiene a Narciso defensivamente fijado, “entre la reverencia, el espanto y el gozo(…)el miedo de ser sumergido por las energías arquetípicas y de ser tomado por una voluntad mayor que la del ego derrotado(…), el miedo al abandono: ‘seré poderoso y todos me evitarán’ (…),el miedo de asumir el control de las energías del Si mismo, porque son tan atrayentes y bellas, que tenemos la certeza que nos volveremos objeto de envidia” de los demás (Schwartz-Salant, 1988, p4) .
Miedo, poder, envidia, deseo, son algunas de las funciones estructurantes que participan, y que en la dimensión narcisista patológica, actúan defensivamente y se fijan, distorsionando la elaboración simbólica.
De este modo, “el querer (compulsiva y repetitivamente) tocar la imagen del Self como si fuese real y concreta, es decir el intento de literalizar lo simbólico, es lo que lleva a Narciso a una patologización progresiva, llegando a la defensa psicótica, la angustia delirante y el ataque a su propio cuerpo ” (Montellano, 1996, p.90)
Ahora bien, la misma autora plantea también una dimensión creativa para la polaridad narcisista- ecoista. En ella, “el desarrollo creativo de la polaridad narcisista posibilitará la formación de una imagen del yo integrada, una autoestima positiva, autónoma, capaz de expresar su individualidad en la lucha por la realización de sus ideales. La polaridad ecoista, en su funcionamiento creativo, permitirá la imagen integrada del otro, sentimientos de empatía y compasión y capacidad para reconocer la necesidad y la importancia del otro” (Montellano, en Saiz, 2006, p.192).
La polaridad Narcisismo-Ecoismo y el desarrollo humano
De acuerdo a Neumann, el desarrollo humano comienza a evolucionar a partir de un período inicial de indiferenciación sujeto-objeto, psique-cuerpo, yo-tu.
La diferenciación se va construyendo progresivamente desde la díada madre-hijo. Inicialmente en esta, la dimensión narcisista-ecoista está polarizada: el polo narcisista está predominantemente en el niño, el ecoista ha de ser actuado particularmente por la madre, quien será la encargada de dar el apropiado reflejo empático y comprensivo, imprescindible para el desarrollo.
Schwartz-Salant señala al respecto que “la estabilidad del ego depende de un sentimiento interno de ser reflejado por el Si Mismo” (1988, p. 25) En la historia personal, la madre es, justamente, el primer portador de la imagen arquetípica del Si Mismo, y por ello su reflejo apropiado será capaz de equilibrar las vivencias placenteras y displacenteras, de absorber la ansiedad que inunda al niño ante el desconcierto y el temor que resulta de la experiencia de su conciencia emergente, diferenciándose del mundo.
Esa necesidad de reflejo se expresará –en el desarrollo- como la necesidad del niño de “mírenme a mí”: es la necesidad de ser visto y oído, para poder verse y oírse en el otro. Ese exhibicionismo responde entonces básicamente a una profunda y saludable necesidad, cuya satisfacción permitirá que se forme una relación ego-Self flexible y sólida.
Más tarde, ser reflejado será una necesidad parcial, pero de toda la vida. El reflejo del otro completa, acompaña el crecimiento, por cuanto externaliza una realidad psíquica, interna, y permite verla fuera para luego interiorizarla, reconocerla dentro. Necesitamos el reflejo empático en cada nuevo desafío que encontramos en la vida. El nos ayuda a constelar –como realidad interna- un Sí Mismo positivo.
En el desarrollo, a medida que nuestras necesidades más básicas de reflejo se ven satisfechas, el polo ecoista de la polaridad narcisista-ecoista, se va activando y desplegando. Especialmente en la adolescencia, probablemente por la plasticidad y amplitud de transformaciones que experimentan los jóvenes, se observa fácilmente en ellos una inestabilidad y alternancia de ambos aspectos de la polaridad (Montellano, en Saiz 2006), alternancia que no necesariamente cae fuera de la normalidad, en tanto no se fije el proceso de elaboración simbólica.
Así, desde la dimensión narcisista normal, los adolescentes se pueden mostrar autoconfiados, marcados por la fe en sí mismos (se sienten héroes, conquistadores o expertos), lejos del alcance de las heridas o los accidentes, audaces y arrojados, ambiciosos en la búsqueda de metas, entusiastas y líderes. Tienen un sentimiento de grandeza personal y desde él pueden buscar, y disfrutar, el ser vistos por los demás, se dejan ir en fantasías de poder, éxito, belleza o inteligencia ilimitados; se sienten únicos y especiales. A veces de sobrevaloran y desde allí esperan que se les reconozca y se les trate con respeto, o se irritan cuando son contrariados. Viven desde sí mismos y de sus necesidades, y pueden pasan sin darse cuenta de que están pisando al del lado.
Desde la dimensión ecoista normal, muestran preocupación por el otro, capacidad de compromiso y solidaridad; se entusiasman por ayudar en tanto reconocen y empatizan con la necesidad del otro. Vulnerables al otro, se dejan guiar por aquellos a quienes admiran. Si se insegurizan, les cuesta dar su propia opinión, de modo que repiten como Eco, lo que otros dicen. Se enamoran perdidamente, ahogándose en el otro, quien –por un tiempo- pasa a ser el todo, de cuya mirada sienten que depende completamente su felicidad.
Trastorno de personalidad versus trastorno del desarrollo de la personalidad
Se hace relevante en este punto incluir un breve comentario al respecto. Tal como señala Almonte (2003), no existen acuerdos definitivos, desde el punto de vista nosográfico, respecto al concepto de trastorno de la personalidad en edad evolutiva.
Ya que la personalidad es una organización dinámica y evolutiva, especialmente en movimiento durante el período adolescente, el acuerdo generalizado es hablar de “trastornos del desarrollo de la personalidad, para referirse a rasgos, o grupos de rasgos, que no evolucionan en forma adaptativa con relación a la edad, repercutiendo en la relación del individuo consigo mismo, y con los demás. El desarrollo de la personalidad puede perturbarse cuando los factores biológicos, psicológicos y sociales, o la integración de estos, no sigue un curso adaptativo. En estos casos, el destino del rasgo o del grupo de rasgos, podrá ser la fijación o la acentuación, lo que se expresará en el adulto como un trastorno de la personalidad” (Almonte, 2003, p.324).
Este acuerdo busca proteger a niños y adolescentes, de modo de no catalogar externamente, ni fijar diagnósticamente, conductas y/o procesos que pueden ser experimentales, que se hallan en evolución y por tanto son sujetos de cambio y transformación.
Esto, desde otro ángulo, se afirma en reconocer la plasticidad del desarrollo y la noción de que pueden darse en él distintos grados de elaboración, o de fijación defensiva. Refiere también a los conceptos de Sombra Circuntancial o Cronificada, tal como Byington las describe, dependiendo del grado de fijación y la persistencia de la misma.
Desde esta óptica, en un adolescente el interés ansioso por la figura o el atractivo físico, puede ser transitorio o claramente contextualizado, limitado en el tiempo y finalmente corregido (circunstancialmente sombrío) o puede fijarse en un trastorno dismórfico corporal o bien en un trastorno alimentario (sombra cronificada).
Narcisismo-ecoismo defensivo-patológico
El narcisismo en cuanto trastorno de la personalidad, durante mucho tiempo ha sido considerado grave y de mal pronóstico, visto como un modo de amor propio patológico, resguardado por una fuerte defensa y por tanto terapéuticamente impenetrable. En tanto trastorno de personalidad, sería una categoría aplicable a mayores de 18 años, desde los criterios DSM IV y similares. En tanto trastorno del desarrollo de la personalidad, se puede preanunciar en diversos grados en un adolescente.
Desde la descripción psicoanalítica, Kernberg (en Schwartz –Salant, 1988) presenta en el narcisismo un si mismo autoreferente, con enormes necesidades de ser amado y admirado, dependiente del tributo externo, hambriento y voraz, al que no le queda espacio para la empatía, incapaz de experimentar tristeza o pesar y que por tanto lleva una vida emocional hueca, desasosegada, presa del vacío y el aburrimiento; capturado por la envidia de lo que no tiene y siente que le quitaron, se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza y control sobre el otro. En él la grandiosidad sirve como defensa: desvalorizando al otro, aplasta la envidia y así los objetos ya no le aparecen investidos de enormes y amenazantes poderes.
Kernberg, presenta así la pobreza, el vacío y la voraz necesidad que determinan un ego precario: la estructura de si mismo del carácter narcisista, una regresión fusional marcada por distorsiones patológicas, donde el Ego es inflado, grandioso, exhibicionista y frágil.
Ahora bien, desde la particular óptica analítica, marcada profundamente por el sentido prospectivo de la enfermedad y de los síntomas, es posible ver que “todo el complejo sistema de defensas narcisistas-ecoistas busca mantener algún equilibrio en la personalidad. Defiende al individuo contra intensos sentimientos de inferioridad, impotencia, vacío y falta de significado. Principalmente, en el espectro más grave de la patología, busca prevenir la pérdida de las ilusiones y la angustia de aniquilamiento. Es como si el individuo no confiase en la posibilidad de una vivencia integrada de identidad y de relaciones creativas” (Montellano, en Saiz, 2006, p.195)
En ese sentido, “la actitud defensiva especial del desorden de carácter narcisista constituye una defensa contra los daños a un sentimiento de identidad ya muy pobre”. (Schwartz-Salant (1988, p. 10) Esa pobreza en el sentimiento de identidad tiene su historia en la persona que sufre el trastorno.
De acuerdo a este autor, la envidia juega un rol muy importante en la patología narcisista: estas personalidades carecerían crónicamente de reflejo empático adecuado, esto a consecuencia de la envidia de los padres. Ellos, por su propia identidad frágil, no habrían reflejado apropiadamente al niño, por el contrario habrían esperado que él les reforzara la propia autoestima, que los hiciera sentir valiosos o bien que a través de él se haga evidente el valor de ellos.
En este panorama, es el niño es quien ha de dar seguridad a sus padres y hacerlos sentir competentes. Si no logra crearles la identidad que les hace falta, experimentará el afecto negativo de sus padres, y este odio será su odio. El desarrollo quedará bloqueado en una estructura defensiva urobórica: una estructura de fusión que, aunque contiene las semillas para el crecimiento de la personalidad, está encerrada y fijada en un caparazón protector –la defensa narcisista- que niega las necesidades, en vez de procurar su atención y satisfacción.
Para este autor, la rabia y la envidia son cruciales. La envidia “se configura como el lado sombrío del narcisista”, y es una de las experiencias que más le cuesta experimentar e integrar, tanto por la ‘humillación’ que le significa reconocerla, como porque lo hace contactar con la experiencia de haber sido objeto de la envidia (rabia/odio) de los propios padres. Recuperar este hecho, atemorizante y doloroso, es esencial en el análisis -según Schwartz-Salant (1988)- para que las emociones negativas salgan de la represión, se vean las necesidades a la bases y la grandiosidad pueda transformar su carácter defensivo.
Byington (2205) aporta en la misma dirección: Por ser una función estructurante, la envidia podría ser usada creativa o defensivamente, en la polaridad narcisista-ecoista.
En el trastorno de personalidad narcisista, la envidia fijada en la Sombra, no elaborada simbólicamente, se ha tornado destructiva. Así, para este autor, la envidia que más profundo sufrimiento causa, sería justamente la que más claramente intenta expresar aquello que le resulta imprescindible al envidioso.
En la personalidad sana, la envidia se expresa creativamente, porque es atendida, no negada ni patriarcalmente considerada indebida ni expulsada represivamente a la Sombra; gracias a ello, puede ser elaborada dentro del mecanismo creativo, normal, y de este modo el deseo por lo que el otro tiene se hace admiración, receptividad a su influencia, reconocimiento y colaboración.
En cuanto a la polaridad ecoista, cuando la personalidad se fija en ella, muestra rasgos dependientes y/o masoquistas, los que se expresarán en diversos grados de psicopatología, según sea defensiva en dimensiones neuróticas, psicopáticas, borderline o psicóticas (Byington, 2005).
Montellano (en Saiz, 2006) describe al respecto: una excesiva dependencia del amor y la aceptación del otro, al que idealizan; son personas a las que les cuesta expresar sus sentimientos, sus ideas, y las proyectan en otros. No aceptan sentir rabias, y si no pueden evitarlas, los viven con culpa, o depresivamente, o bien la dirigen hacia sí mismos, en crítica, en exigencia o en agresión abierta. Siempre disponibles, se terminan sintiendo maltratados, y martirizando a otros con reproches o sentimientos de culpa, más o menos indirectos.
Aplicación clínica. Presentación de un caso
Miguel tiene 12 años al momento de consultar, es el segundo de tres hombres. Es un chico alto, de presencia agradable y un contacto apropiado, aunque cruzado por un alerta fácil y defensivo.
Por dificultades económicas la familia hubo cambiarse de ciudad. Los padres consultan preocupados porque consideran que no se interesa por hacer amigos en este nuevo contexto y porque tuvieron conocimiento de que intentó involucrar a una prima preescolar en un juego sexual, al que esta se resistió. Miguel no quiere hablar de ello, pero manifiesta preocupación por lo que dice es su dificultad para manejar sus impulsos.
Los padres lo señalan autoexigente, perfeccionista, brillante, pero consideran que de poco esfuerzo, entienden que su rendimiento no está acorde a su capacidad. Lo describen muy introvertido, malgenio, y señalan que tiende a aislarse, oposicionista y enrabiadamente.
El hermano mayor ha tenido históricamente problemas de salud; los padres, para cuidar que esto no afectase su autoestima, han sumado desde pequeño a Miguel en todas las actividades terapéuticas a las que el mayor ha asistido, aún cuando Miguel no las necesitase. Frente a ello, Miguel experimenta sentimientos ambivalentes: quiere proteger al hermano y siente mucha rabia.
El hermano que le sigue manifiesta un comportamiento disruptivo en la casa, y también demanda bastante atención sin que los padres logren manejarlo adecuadamente. Miguel se siente muy irritado con él.
Aunque se siente movido a ayudar en casa y cuidar de sus padres y hermanos, al momento de consultar Miguel casi no reconoce en ellos nada positivo. Sus comentarios trasmiten una visión aguda, crítica, descarnada y desencantada de la dinámica familiar. Se siente sobre exigido y a la vez carente. No reconocido, usado por sus padres y nada considerado por el resto de la familia, a quienes acusa de solo querer a interesarse por los otros dos. Experimenta una profunda envidia y un hondo sentimiento de haber sido dejado solo, a merced de sus propios recursos, por los que además se le exige responder exitosamente, sin considerar que esto pudiera costarle.
Evaluado con Rorschach, entre otros elementos este observa una actitud desconfiada y vigilante al enfrentar situaciones afectivas. El contacto con otros es paranoide, con sentimientos de resultar herido o dañado en las interacciones, y en su representación de lo humano predominan los aspectos parciales e irreales, por lo que le cuesta establecer vínculos y realizar interacciones humanas complementarias.
En el plano del desarrollo de la identidad, Miguel lucha por tener una identidad clara y por ser reconocido. Sin embargo, tiene dificultad para mostrarse genuinamente; su autoconcepto – en parte como se espera a su edad- incluye elementos diversos aún no ordenados; se siente distinto a quienes lo rodean y experimenta mucha necesidad de defenderse del medio externo. Su representación sexual es normal; se acentúa la necesidad de contacto.
Las representación materna es infantil y volcada en sí misma, muy poco contenedora; la paterna tiene atributos agresivos, algo primitivos, asociados con el poder; si bien es representado como una persona narcisista, distante y dañino, y provoca mucha rabia, Miguel lo admira en algunos aspectos y percibe cierta similitud con él, especialmente respecto al manejo de impulsos. Dada la ambivalencia de sus sentimientos hacia él, la tarea de construir identidad se le hace muy conflictiva.
Análisis del caso
Miguel llega a consultar cuando su maduración gonadal ejerce una fuerte presión sexual que el no logra manejar. La presión transformadora del arquetipo de Alteridad lo empuja –aunque él no quisiera- hacia la diferenciación tanto de su familia como de su identidad infantil. Sin embargo se encuentra con las resistencias provocadas por los condicionamientos en las identificaciones primarias y parentales, además de con dinámicas familiares actuales disfuncionales, que hacen difícil los trabajos de diferenciación. Los procesos ontológicos del devenir adolescente, las tareas arquetípicas vinculadas con él, se encuentran con las dimensiones ónticas de los particulares vicisitudes de la vida de Miguel.
En su historia, cabe particularmente la descripción que Schwartz-Salant hace de la falta de reflejo empático en su infancia. Los padres, ambos con una identidad frágil, sensibilizada en sus propias necesidades de validación y reconocimiento, (amenazadas estas además por la fragilidad de salud del mayor, vivida como herida narcisista), no lograron ‘ver’ a Miguel en su particularidad.
Por una parte, lo supeditaron constantemente a las necesidades consideradas preeminentes del mayor, de modo que se vulneraron las necesidades de Miguel, forzándolo a recibir cosas que no necesitaba, porque su identidad quedaba -para ellos- difuminada y confundida con la de su hermano. El intento de involucrar a la prima en su juego sexual, puede ser entendido desde ahí como actuado desde la indiferenciación Ego-Otro, por la cual es permitido forzar al otro a recibir cosas, aunque no las quiera.
Por otra parte, pudieron ver algunas de sus capacidades (intelectuales, especialmente) y las sobredimensionaron, exigiendo un rendimiento que no dejaba espacio a dificultades o limitaciones. Al momento de la consulta, no se plantean siquiera la posibilidad de que Miguel tenga los amigos que necesita (es un chico de predominio introversivo), sino que le exigen comportarse como si fuese el extravertido exitoso que ellos quisieran.
En suma, Miguel debía nutrir narcisistamente a sus padres con sus logros intelectuales y sociales, y sostener la identidad y autoestima de su hermano, borrándose a sí mismo y a sus necesidades. Miguel no vale por él mismo, sino en tanto construye a los otros.
Si, de este modo, su identidad no ha podido irse clarificando en su infancia, sumido en una indiferenciación con las necesidades de su hermano y sus padres, ¿cómo podría enfrentar exitosamente las presiones que la dinámica adolescente le imponen para diferenciarse de sus padres y de su propia identidad infantil, tan pobremente construida? Al momento de recibirlo en consulta, me parece que para intentar hacerlo, Miguel ha ido haciendo un uso no creativo de las defensas narcisistas, y está configurando un trastorno del desarrollo de su personalidad, de tipo narcisista.
Vemos así que su desarrollo se ha ido fijando defensivamente en varios aspectos.
La función estructurante de la confianza, confianza en sí mismo y en otros, ha sido vulnerada repetidamente, lo suficiente como para que sombríamente se constele una actitud defensiva, cada vez más crítica, distante y paranoide, que –sumada a su predominio introversivo- impiden que Miguel se acerque a las relaciones interpersonales con la suficiente apertura como para ser sanado en el establecimiento de nuevos vínculos.
La función estructurante de la envidia, ha sido también vivida defensivamente, de modo que lo que pudo ser circunstancial, se presenta hoy como una sombra en proceso de cronificarse, con una defensa cristalizada. Miguel, envuelto en un medio fuertemente patriarcal y moralista, no puede sentir envidia, menos del afecto brindado a su hermano enfermo. Entonces la envidia no puede ser reconocida, y es expulsada a la expresión conductual sombría, al menos parcialmente inconsciente.
Es como si la polaridad salud/enfermedad fuese vivida tan patriarcal y polarizadamente en el contexto de Miguel, que la dimensión de la enfermedad hubiese estado totalmente ocupada por el hermano, quedándole a Miguel como única posibilidad, ser el totalmente sano: evidentemente ello deja fuera de sí una gran cantidad de aspectos de su personalidad total que no son integrados, sino expulsados de la conciencia personal y del Self familiar y vividos sombríamente.
Así, Miguel no puede tampoco encontrar caminos que le permitan ser cómodamente él mismo, es decir incluyendo sus aspectos ‘no positivos’ normales; tiene que ser como esperan que sea, de modo que la fuerza creativa que podría movilizar la envidia, es paralizada y sus símbolos confinados al inconciente y a la sombra. Esta pasa a dominar los dominios de su intencionalidad, y a expresarse en el malgenio, los ensimismamientos enrabiados, oposicionistas y la crítica ácida a su medio familiar. El odio encubierto en esa crítica, usado creativamente, podría ayudarlo a aumentar su comprensión de sí mismo y de los demás, pero elaborado en un dinamismo patriarcal que lo estigmatiza y rechaza, es vivido defensivamente, distorsionado.
Por otra parte, ya que no se lo ha mirado a él, ni nutrido sus sanas necesidades infantiles de exhibirse ante el otro y ser reconocido, estas se hallan fijadas y actúan de modo inadecuado. Visto solo en sus éxitos, tiende a defensivamente a negar sus necesidades o, por la confianza herida, a no acercarse a otros para satisfacerlas.
La grandiosidad y el ego inflado hacen que las funciones estructurantes de la agresión y la rabia también operan defensivamente: en cuanto no son aceptadas por el medio, pasan a actuar desde la sombra, distorsionadamente. El afecto depresivo, producto de la rabia ante las exigencias y la frustración constante de sus esfuerzos por mostrarse y ser reconocido, empieza a permear su ánimo.
Desde una óptica analítico simbólica, podemos ver como las defensas narcisistas que Miguel usa, están buscando mantener algún equilibrio en su personalidad en proceso de formación, tratando de defenderlo contra intensos sentimientos de inferioridad, impotencia y vacío que resultan de la falta de adecuado reflejo parental.
El trabajo terapéutico aparece arduo, no solo por las estructuras defensivas actuantes en Miguel, sino principalmente por el conjunto de dinámicas disfuncionales y estructuras defensivas cristalizadas tanto en los padres como en el Self Familiar, que han formado una abundante y poderosa Sombra.
Conclusiones
Hemos tratado de revisar en conjunto las nociones de adolescencia, desarrollo de identidad, y trastorno narcisista, en el contexto de la visión analítica y la Psicología Simbólica, desde el postulado base de que “todo ser humano es normal, creativo y enfermo de muchas diferentes maneras “ (Byington) y de la concepción del trastorno narcisista como un problema en el desarrollo ego-self , cuyas elevadas defensas constituyen la respuesta a una autoimagen y un sentimiento de identidad muy pobre, históricamente vulnerado y un intento de la psique –aunque desajustado- por expresarse.
Todo adolescente en algún momento se mira a sí mismo como Narciso en el estanque. Esta acción se entiende en el contexto del proceso de identidad, por el cual el joven intenta mirar su Self, saber quien es él en sus profundidades, contactar con lo esencial de sí que, en la numinosidad del Self, a él le resulta tan poderosamente atrayente y “que prospectivamente –a través del potencial arquetípico con el cual nacemos- matizará nuestro destino” (Montellano, 1996, p.89). Ahora bien, justamente cuando ocurre un “querer (compulsiva y repetitivamente) tocar la imagen del Self como si fuese real y concreta”, es decir cuando el joven intenta literalizar lo simbólico, es que el proceso de patologiza. (Montellano, 1996, p.90)
En el desarrollo adolescente alterado desde la defensa narcisista históricamente construida y sostenida por la falta de reflejo parental empático apropiado, lo normal resulta distorsionado, y los símbolos se literalizan.
La normal autoconfianza y fe en sí mismos se expresa en los polos grandiosidad e inflación/autodevaluación y autorrechazo, y en la acción concreta pueden dar cabida a graves accidentes, o ‘incomprensibles’ fracasos, que alimentan una autoestima oscilante y sufrida. El normal egocentrismo evolutivo se expresa en desconsideración por el otro y a la vez enorme dependencia de su mirada y reconocimiento. Esto acentúa la conciencia de los propios límites, pero en vez de resultar en una fuerza creativa, es vivido como humillación y envidia, de modo que se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza o de control sobre el otro, El oposicionismo necesario para alejarse de las identificaciones infantiles se actúa, pero no logra cumplir su función, porque fijados en una dimensión Ego Otro poco diferenciada, los símbolos no llegan a pasar a la elaboración conciente.
En el desarrollo normal, en cambio, hay tiempos en que el Ego ha de ponerse en una posición narcisista y hacer frente u oposición al Otro. Hay tiempos en que el mismo Ego debe abajarse, ceder su lugar y poner al Otro primero. El ejercicio de la alternancia es el ejercicio al que llama el Arquetipo de la alteridad, constelado en esta etapa de la vida, para la propiciar la diferenciación del Ego y el encuentro pleno entre el Ego y el Otro.
Los adolescentes transitan estos procesos, con mayor o menor éxito, mediado, favorecido o dificultado esto por sus propias características ónticas, es decir, su particular desarrollo y características individuales, su historia, los modelos parentales y las dinámicas familiares y culturales en que ha crecido.
Bibliografía.
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BYINGTON, C. (2002) “O arquetipo da vida e da morte- un estudio da Psicología Simbólica Junguiana” Sao Paulo, edición particular. Traducción al español. BYINGTON, C. (2005) “Envidia creativa”, Linear B, Sao Paulo
LAMONTE, C y otros (2003) “Psicopatología infantil y de la Adolescencia” Eds. Mediterráneo, Santiago de Chile
MONTELLANO, R. (1996) “Narcisismo: Consideracoes atuais” Junguiana, 14: 89-91
SAIZ, M. y otros (2006) “Psicopatología Psicodinámica Simbólico-Arquetípica” U. Católica del Uruguay. Prensa Médica Latinoamericana, Montevideo
SCWARTZ – SALANT, N (1988) “Narcisismo y transformaciones del Carácter” Ed Cultrix, Sao Paulo
STEVENS, A (1994) Cap 6 “Transición a la adolescencia” en “Jung o la búsqueda de la identidad”. Ed Debate SA Madrid
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