JUAN CARLOS ALONSO
Juan Carlos Alonso es Psicólogo (Universidad Nacional, Bogotá) y Analista Junguiano miembro de la IAAP (International Association for Analytical Psychology) y de la SCAJ (Sociedad Colombiana de Analistas Junguianos). Magister en Estudios Políticos (Universidad Javeriana). Miembro Fundador y Director de ADEPAC (Asociación de Psicología Analítica en Colombia). Atiende consulta particular como psicoterapeuta y analista junguiano especializado en adultos. Autor del libro Psicología Junguiana: teoría, práctica y aplicaciones (2019) y Editor de la obra Trauma en la primera infancia:análisis psicológico junguiano (2018). Correo:adejungcol@yahoo.com. Este artículo se corresponde a la charla que dio el autor en la ciudad de Medellín, Colombia, el 23 de noviembre de 2019. El cineforo se realizó con apoyo de la Universidad CES de la misma ciudad.
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Introducción
La película El Doctor fue dirigida por la norteamericana Randa Haines en 1991, basada en la obra A Taste of my Own Medicine del autor Edward Rosenbaum (Un sabor de mi propia medicina, 1988). El film muestra la transformación que experimenta el Dr. Jack MacKee –interpretado por el actor William Hurt–, prestigioso cirujano cardiovascular, luego de una noticia que da un giro inesperado en su vida personal, familiar y profesional.
Dice el analista y médico junguiano Adolph Guggenbühl-Craig (1974) que existe en nuestros días un culto al médico, en el que se le venera públicamente porque tiene en sus manos la enfermedad y la salud, la vida y la muerte. Este poder de los médicos suele estar acompañado de la sumisión de los pacientes. Es una figura corriente la del médico dictatorial, de mal humor, que aterroriza a pacientes y a enfermeras. Los enfermos no se atreven a hacer preguntas por temor a una respuesta brusca. Además, aunque no siempre sucede, hay un estereotipo del médico que hace esperar a sus pacientes, les da una mínima información, los mira poco y escribe fórmulas ilegibles sin dar mayores explicaciones. Así, la interacción con el médico se hace muchas veces desde la vulnerabilidad, el miedo y la preocupación. El resultado es, por lo tanto, una relación asimétrica de poder donde el primero tiene una gran capacidad de determinación sobre lo que le va a suceder al segundo.
Pero esta actitud generalmente no está desde el comienzo del ejercicio profesional de los médicos. En el curso de su carrera, los estudiantes de medicina pasan por una fase muy conocida en la que creen sufrir todas las enfermedades sobre las que están aprendiendo. Oyen hablar de una dolencia y descubren en ellos todos los síntomas. Esta fase es muy importante en su formación, pues es el momento en que comienzan a comprender que todas esas enfermedades están potencialmente en ellos mismos. Es entonces cuando empiezan a vivenciarse a sí mismos como curadores heridos.
Primera parte: perspectiva del médico
Esta película permite hacer un análisis junguiano de la relación médico-paciente. Lo haré en dos partes, la primera desde la óptica del médico, y la segunda desde la perspectiva del paciente. Comencemos con la mirada del médico.
Arquetipo del curador herido
La relación médico-paciente responde al arquetipo del curador herido, imagen reiterada en las mitologías. La mejor representación de este arquetipo es el mito griego del centauro Quirón, el centauro sabio, tutor de varios héroes en la caza y en la medicina. Heracles le disparó accidentalmente en una de sus patas traseras con una flecha envenenada, y fue una herida dolorosa e incurable. Pero estando herido, Quirón tenía el poder de curar a los demás. La palabra “quirófano” viene de su nombre, “Quirón”, que significa “el que cura las heridas de otro con las manos”. Psicológicamente, eso significa que en cada médico reside un herido. Esta imagen resalta el convencimiento de que aquel que enferma también tiene el poder de curar. Ese es igualmente el principio del curador herido. Jung decía: “Solo en aquello en lo que el médico mismo es afectado, puede también curar” (citado por Guggenbühl-Craig, 1974).
Definición de arquetipo
Para entender a qué nos referimos al hablar del arquetipo del curador herido, comencemos dando una idea de la definición del arquetipo. Un arquetipo puede definirse como una potencialidad innata de una conducta. Eso lo podemos pensar viendo que los seres humanos tienden a reaccionar arquetípicamente ante algo o alguien cuando se encuentran en una situación típica y de constante recurrencia.
Los arquetipos se asemejan un poco a los instintos en los animales (Stevens, 1974). Por ejemplo, cuando algunas aves tienen sus crías, aparecen unos patrones de conducta que las llevan a construir nidos para ellos. Veamos ahora algunos ejemplos de relaciones arquetípicas en las personas. Cuando los seres humanos se encuentran con ciertas situaciones en la vida, se activan ciertas formas de reaccionar. Por ejemplo, hijos y madres ante la maternidad, o los miembros de una pareja ante los celos, o hermanos y hermanas ante la rivalidad, o la relación de la que estamos tratando: la de médicos y pacientes ante la enfermedad. La gran diferencia con los instintos es que los arquetipos en los humanos no son comportamientos tan deterministas como los instintos, sino que son sólo tendencias, que pueden variar, dependiendo de las experiencias personales de los individuos en cada relación. Además, dichos impulsos pueden controlarse, si se hacen conscientes.
Al ser arquetípica la relación entre médico y paciente, expresa una forma innata y potencial de la conducta humana. Por eso, en situaciones arquetípicas como esta, el individuo actúa de acuerdo a un esquema básico que es, en principio, el mismo para todos los seres humanos. Es decir, médicos y pacientes tienden innatamente a comportarse de una manera parecida.
Algo importante de resaltar es que los arquetipos contienen una polaridad en la psique. En el ejemplo que estamos analizando, un polo es el del curador y el otro es el del herido. Nacemos con ambos polos del arquetipo en nuestro interior. Ahora, dichos polos pueden estar conciliados o pueden estar escindidos. Cuando están conciliados, puede activarse conscientemente un polo o el otro, dependiendo de la situación externa. Por el contrario, cuando están escindidos, un polo se activa conscientemente en el mundo exterior, mientras que el otro polo se mantiene inconscientemente en el interior.
Manifestaciones del arquetipo conciliado
Veámoslo en el caso del arquetipo del curador herido en la película. Como dijimos, un buen médico es el que acepta en su propio interior la posibilidad existencial de enfermarse, porque eso le permitirá a su vez, activar el poder curador que existe en el interior del paciente. Arquetípicamente, podemos decir que el curador puede llevarle la salud al enfermo al identificarse con él, al tener “empatía” con él.
Un ejemplo de arquetipo conciliado en la película está representado en el Dr. Blumfield, otorrino, quien se involucra con sus pacientes y trata de darles confianza. Sin embargo, parece ser una excepción en el hospital, por lo que es subestimado por parte de MacKee y su grupo. ¿Por qué el caso de Blumfield es excepcional? Porque desafortunadamente la capacidad de aceptar la posibilidad existencial de enfermarse, resulta una carga demasiado pesada para la mayoría de los médicos. Los rebasa ver sus potenciales heridas y por eso, comienzan a aceptar la enfermedad sólo en los demás y de esa manera, reprimen su papel de heridos.
En muchos casos se ve la transformación de médicos que comienzan siendo afectuosos y amorosos con sus pacientes pero que con los años se van volviendo duros, impacientes y hoscos. Jung decía que el amor y el poder son fuerzas que se contraponen y que cuando una se impone, la otra es excluida. Así, cuando el médico olvida su polo de herido, desaparece el trato afectuoso hacia los pacientes y aparece la fuerza contraria del poder.
Manifestaciones del arquetipo escindido
Veamos ahora algunas manifestaciones del arquetipo escindido. En esos casos, el médico se identificará conscientemente sólo con su poder curativo, cayendo en el complejo del salvador. Eso parece haber sucedido en la vida del Dr. Mackee. En el hospital lidera el equipo de cirujanos y los instruye para que no se involucren a nivel humano con los pacientes. Durante el ritual de la visita médica, les transmite el mensaje de “Cortas, curas y fuera”, como la mejor manera de realizar su trabajo. La excusa es que el cirujano tiene poco tiempo para entregarse humanamente. ¿Por qué? El pretexto es que compadecerse demasiado con un paciente le quita tiempo para salvar otra vida.
Pero esto es una disculpa para no sentir. Por eso, los médicos suelen desarrollar una coraza de aparente insensibilidad que los protege emocionalmente y les permite sobrevivir en medio del dolor y el sufrimiento. El problema es que esa coraza emocional los aleja de la verdadera curación. ¿Qué mecanismos de defensa ha desarrollado MacKee? Entre otros, la ironía, el cinismo y sobre todo las bromas sarcásticas.
Podemos citar dos ejemplos de falta absoluta de empatía. Uno es el joven que trató de suicidarse arrojándose de un quinto piso, y el médico dice a sus colaboradores que lo aconsejen para que la próxima vez se arroje de un décimo piso. El otro ejemplo es el de una paciente, operada del corazón, a quien le preocupa el efecto que puedan tener en su esposo las cicatrices de su pecho, y a quien MacKee le dice que le diga al marido que cuando la mire, se imagine que son los ganchos que quedan en la foto central de una revista Playboy.
La insensibilidad de MacKee parece haber permeado también en su vida familiar. Detrás de una aparente buena y festiva relación con su esposa, hay una distancia emocional enorme. Y ella, que es hija de médico, parece haberse resignado a ese modelo de distancia. Lo mismo ocurre en la relación con su hijo Nicky. Ya no es raro que MacKee se olvide, por ejemplo, de las reuniones de padres en el colegio del muchacho. Es tan frecuente su ausencia en el hogar, que el día en que llega temprano y la madre le dice al hijo que salude a su papá, ¡el chico da por hecho que es por teléfono! Todas estas son manifestaciones de un arquetipo escindido.
Otra consecuencia de la postura del médico de creer que las enfermedades no tienen nada que ver con él es que tal actitud tiene un efecto negativo en los demás. Actuar como médico sin heridas, le impide que pueda activar el rol curador en sus pacientes. Desaparece entonces el médico herido que puede conectarse humanamente con los pacientes, y que puede trabajar conjuntamente con ellos en la curación.
Transformación del médico en enfermo
No obstante, hay circunstancias que pueden hacer que la relación curador-herido comience a conciliarse. Eso sucede cuando interviene la enfermedad en MacKee y todo comienza a cambiar, representando un punto de inflexión en su vida. El médico experimenta en su propio hospital tener el trato inadecuado que reciben todos los enfermos. En su primera consulta con la Dra. Abbott, quien ha tenido la misma escuela y ha desarrollado idéntica o mayor soberbia, le da la noticia sobre el tumor en la laringe con absoluta insensibilidad. Luego, los resultados de patología confirmarán que se trata de un tumor maligno. Extrañado, el médico empieza a sentir la vulnerabilidad. El hombre sano que era antes se convierte en paciente de un momento a otro. Ese individuo antes arrogante está de pronto dominado por el miedo y tiene lugar una extraña forma de regresión, pues el adulto se empieza a ver como un niño asustado. La imagen del curador herido simboliza la dolorosa consciencia de la enfermedad, un penoso recordatorio de la degeneración del cuerpo. Dice el analista Guggenbühl-Craig que esa experiencia transforma al médico, y lo vuelve más un hermano del paciente, que como su amo.
Los cambios en un individuo al que le sucede esto no siempre son bien recibidos. Un ejemplo es el comportamiento que adopta el hijo de Mackee cuando este le trata de explicar su enfermedad. El niño lo mira entre asustado y sorprendido y, ante esta situación embarazosa, el chico prefiere alejarse. Es decir, la insensibilidad del padre ha cosechado ya sus frutos en el hijo. En el hospital el médico debe llenar una serie de formularios en Admisión luego de una inútil espera. En Radioterapia le informan que debe comenzar un tratamiento diario, por seis semanas, esperando su turno, por orden de llegada. En la sala de espera se encuentra con varios pacientes enfermos de cáncer a quienes les aplican también radioterapia. Entre ellos está June, una joven que tiene un tumor cerebral, y con quien se va a desarrollar una conexión especial. Esta relación es fundamental, pues ella le llevará a aprender a manifestar los sentimientos y a fomentar la comunicación con los demás, sin ocultar la verdad, por dura que sea. Luego, el médico deberá enfrentarse al duelo por la muerte de June.
Posteriormente, le informan a MacKee que su tratamiento no había sido el indicado. El tumor no había disminuido su tamaño, y debían practicarle una cirugía. Mackee termina confrontando a la Dra. Abbott, diciéndole que ella no era la persona indicada para operarlo porque no sabía cómo se sienten los pacientes. Acude a Blumfield, el médico del que antes se burlaba por ser tan condescendiente con la gente.
La apertura emocional que le facilitó la relación con June se refleja también en el contacto con su familia. Descubre que detrás del aparente afecto que sentía por su esposa, siempre la había mantenido alejada, y le costaba ahora trabajo romper esa distancia…, pero finalmente lo logra. Una vez operado del tumor en la garganta y sin poder hablar, MacKee escribe en la pizarra la palabra mágica: “Te necesito”. Esto provoca una transformación en la relación de la pareja.
Cambios se producen a partir de ese momento
Ya recuperado, Mackee vuelve al trabajo con otra visión de la vida. Realiza una operación de trasplante de corazón a un paciente latino con quien establece una relación más cercana, ante la sorpresa de todo su equipo. Otro cambio significativo se muestra ante la tendencia de los médicos principiantes a hablar como antes del ‘cáncer de páncreas’ de la habitación 227, o del ‘terminal’ de la 1217. MacKee regaña a uno de sus residentes recordándole que las terminales eran las de los buses mientras que los pacientes tienen nombre y apellido.
Al incorporarse de nuevo como líder de los residentes, lo primero que hace es obligarlos a ingresar 72 horas como enfermos en el hospital, para poder aprender lo que nunca se les explicó en la facultad, poniéndose en el lugar del paciente para reducir el desequilibrio. Los obliga a ponerse la bata de pacientes y a someterse a los análisis que normalmente aplican a los enfermos.
Segunda parte: perspectiva del paciente
Aunque el mensaje es que el médico nunca debe olvidar a su parte interior herida, mi mensaje ahora es enfatizar en el contra polo del arquetipo, y analizar la perspectiva del paciente. Ya se mencionó que ambos polos del arquetipo (curador y herido) están presentes en la psique de todo ser humano. Psicológicamente eso significa no sólo que todo médico es potencialmente un paciente, sino que en cada uno de quienes no somos médicos, reside también un curador interno. Lo ideal es que cuando nos enfermamos, busquemos, por supuesto, a un médico externo, pero es necesario que al mismo tiempo activemos nuestro médico psíquico, cuyo poder curativo es tan grande como el del externo. No hay enfermedades que puedan curarse sin ese médico interior. En otras palabras, ningún médico será efectivo sin la colaboración del médico interior del paciente. En ocasiones se dice que un paciente no quiere mejorarse, pero sería mejor decir que su médico interior no está colaborando.
Tengamos presente que ambos, médico y paciente, tratan de aliviar la tensión de los polos contrarios en su interior. El médico puede resolverlo valiéndose como ya dijimos del poder, y en ese caso el paciente puede volverse dependiente del poder del médico. Ambas son respuestas en las que se tratan de conciliar los dos polos del arquetipo, y es hasta cierto punto normal que esas proyecciones mutuas sucedan, porque ambos actores pueden tener satisfacciones temporales. Pero si las proyecciones permanecen, el proceso psíquico se bloquea y el paciente dejará de estar interesado en sanar, y se liberará de su propia responsabilidad. Entrega al médico su propio poder curativo, y se dedica a esperar a que el otro lo sane.
Los hospitales están llenos de enfermos crónicos que no muestran deseos de sanar. El enfermo se convierte en un paciente crónico porque su médico interno ya no se quiere activar. Con esa actitud, convierte al médico externo en la fuente de toda esperanza, en un redentor divino, que puede omnipotentemente curar y aliviar el dolor. Sin él, el paciente está perdido. Esa actitud victimizada hace que la contraparte médica active una máscara negativa, que reacciona viendo a los pacientes como pobres criaturas que no se toman sus medicinas, que no obedecen y que se portan como niños pequeños. Es realmente un juego en el que entran los dos, ya que el paciente se ve a sí mismo infantil y temeroso. Toda la situación está muy lejos del médico griego, cuya actitud se basaba en la certeza de que el único que podía ayudar era el Dios de la curación. Por eso, la tarea de ese médico era preparar el ambiente para que ese Dios apareciera.
Una reflexión final: el paralelo que hay entre la relación médico-enfermo con aquella que se da entre terapeuta y paciente. Jung afirmaba que en un proceso terapéutico no se cura sólo el paciente, sino que también se cura el terapeuta. Lo veía como un proceso alquímico en el que dos sustancias químicas, al mezclarse, se transforman las dos. Y eso mismo puede ocurrir en la relación de los médicos con los enfermos. Las dos partes pueden salir fortalecidas, sólo si ambas activan respectivamente sus polaridades de curadores y de heridos.
Todos nos encontramos en una continuidad entre los polos de la salud y de la enfermedad, sin estar nunca totalmente enfermos ni totalmente sanos. Y así como todo médico lleva en si la posibilidad de la enfermedad, quien está enfermo lleva en sí la posibilidad de la cura. Los buenos terapeutas y los buenos médicos debemos siempre ofrecer rituales a los enfermos, para que ellos mismos puedan despertar a su propio curador herido.
Bibliografía
Guggenbhül-Craig, Adolf (1974). Poder y destructividad en psicoterapia. Caracas: Monte Ávila Editores.
Stevens, Anthony (1994). Jung o la búsqueda de la identidad. Madrid: Editorial Debate.
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