Carl Gustav Jung y la Psicología Analítica – García de la Hoz

Antonio García de la Hoz

Libro-DelaHoz

Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Letras (Sección Psicologia) por la Universidad Complutense de Madrid, Miembro fundador del Grupo Quipú de Psicoterapia en 1975. Psicoterapeuta didacta de Quipú Instituto. Psicoterapeuta individual y de grupos. Supervisor de casos clínicos. Profesor Titular de la Facultad de Psicología de la Universidad de Salamanca. Con docencia teórico-práctica de «Psicoterapia», «Teoría psicoanalítica» y «Psicoterapia de grupo» en la Licenciatura en Psicología. Autor de varios libros y artículos, entre otros Teoría psicoanalítica (2000), Madrid. Quipú/Biblioteca Nueva, del cual extractamos el siguiente documento (pp. 91-104), con autorización del autor.

BOSQUEJO BIOGRÁFICO

C. G. Jung nació en 1875, cerca de Basilea, y murió en 1961, en Küsnacht, a orillas del lago Zúrich. Cuando nació, Freud tenía diecinueve años y Adler  cinco, por lo que era el más joven de los pioneros de las tres grandes escuelas de la psicología profunda. En relación con las fuentes para sus datos biográficos, tenemos fundamentalmente su autobiografía aparecida en 1962 Erinnerungen, Träume, Gedanken, compilada por su discípula v secretaria Aniela Jaffé. También contamos con los libros de Bennet (1961, 1966), Ellenberger (1970), y Roazen (1971). Podemos hacernos una buena idea de su vida a partir de la lectura de esos libros, además de la ya mencionada correspondencia entre Freud y Jung, aparecida en 1974.

No se sabe mucho de la infancia de Jung. Aprendió latín, enseñado por su padre, un reverendo protestante, que más tarde se ganó un fuerte resentimiento del hijo, no por autoritario, sino por su falta de madurez como padre. Jung tuvo un hermano mayor que sólo vivió unos días, y tras él, con nueve años de diferencia, vino una hermana, que nunca se casó ni tuvo ocupación alguna, viviendo siempre a la sombra de su hermano. Sobre su madre, Jung conservó una imagen de mujer vulgar y ambivalente.

A los once años comenzó los estudios secundarios en el Gymnasium de Basilea, y tras superar en 1895 el examen final, la Matura, escogió la medicina como elección profesional. Estudió hasta 1901, cuando terminó la carrera. Antes, en 1896, había muerto su padre y se había convertido en cabeza de familia, viviendo con su madre y su hermana.

En el período de estudiante le impresionaron la lectura del «Zaratustra» de Nietzsche, y la relación con una prima materna, Héléne Preiswerk, de quince años, que sufría crisis de sonambulismo mediumnístico. Jung, a los veinticinco años, se unió al grupo que realizaba experimentos con la joven médium. Al terminar medicina se interesó por la psiquiatría y solicitó un puesto en el famoso hospital Burghölzli de Zúrich. Allí inició su actividad en 1900, bajo la dirección de Bleuler, personificación del trabajo y el deber, y que se dedicaba en cuerpo y alma a los pacientes.

Tras un permiso de seis meses para estudiar en París junto a Janet (1902- 1903), volvió a Zúrich y se casó en 1903, época en la que Bleuler le pidió que experimentara con los Test de Asociación de Palabras. En 1905 fue nombrado primer ayudante de Bleuler y a partir de 1906 empezó a cartearse con Freud. Desde ahora se dedicaría plenamente al psicoanálisis. En febrero de 1907, visitó en Viena a Freud por vez primera, ese mismo año publicó su Psicología de la Demencia Precoz. En 1908 fue invitado, junto con Freud, para dar unas conferencias en la Universidad de Clark, en Worcester, Massachusetts, e hicieron el viaje juntos, en compañía del joven Ferenczi. Desde 1909 hasta 1913 se dedicó a su práctica privada y al movimiento psicoanalítico. Fue el primer Presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional y editor jefe de la primera revista psicoanalítica, el Jahrbuch.

Jung nunca ocultó su admiración por Freud, pero desde el inicio no compartía su opinión sobre el complejo de Edipo y sobre la libido. Al principio lo llevaron diplomáticamente, pero a partir de la publicación de Jung, en 1912, de Transformaciones y símbolos de la libido, la crisis se agudizó y las diferencias de opinión se acrecentaron. Finalmente, abandonó la API y también dimitió como jefe de redacción de la revista.

Desde 1913 hasta 1919 fue una época de oscuridad en la vida de Jung, en la que apenas publicó nada y que, en parte, ha sido desvelada por su autobiografía, ese período fue de reflexión interna, de introspección íntima, y se puede comparar con el período de autoanálisis de Freud. Atendía pacientes en su consulta privada y se retiraba en soledad, en un período de investigación de sí mismo, provocándose imágenes inconscientes, escribiendo y dibujando sus propios sueños, y contándose a sí mismo historias. Empezó a trabajar el tema de los símbolos universales, lo arquetipos. Fue un período de enfermedad creadora, que le llevó a un profundo conocimiento de los elementos más íntimos de su personalidad. Es lo que más adelante denominaría la individuación. De este período también saldrían los elementos básicos para la futura concepción del ánima, del sí-mismo, de los arquetipos y el inconsciente colectivo.

Jung tuvo cinco hijos, y su vida, tras la Primera Guerra Mundial, estuvo dedicada enteramente a la psicoterapia, la enseñanza y la redacción de sus libros. En 1921 apareció su obra más conocida, Tipos Psicológicos, donde expuso no sólo su tipología de la introversión y extraversión, sino también su visión general sobre el inconsciente. Sus obras posteriores son elaboraciones más detalladas de lo escrito en este trabajo. A partir de 1920 se interesó por el mundo oriental, a través de la relación que mantuvo con el conocido sinólogo Richard Wilhelm. En 1935 fue nombrado profesor titular de Psicología en la Escuela Politécnica Suiza de Zúrich, y fundó la Sociedad Suiza de Psicología Aplicada. A partir de 1943 su obra recibió un reconocimiento cada vez más universal. En 1948, por iniciativa de personalidades suizas, inglesas y americanas, se inauguró en Zúrich el Instituto C. G. Jung, dedicado íntegramente a la enseñanza de las teorías y métodos de la psicología analítica. Después de muchas resistencias, en 1955, Jung aceptó que su secretaria, Aniela Jaffé, escribiera y redactara su autobiografía, que apareció en 1962, un año después de su muerte, el 6 de junio de 1961. Había escrito su último libro en colaboración con algunos de sus discípulos (Von Franz, Henderson, Jacobi y Jaffé), El hombre y sus símbolos (Jung, 1964).

Jung daba la impresión de ser un hombre práctico, fuertemente centrado en la realidad, a pesar de todas sus derivaciones parapsicológicas. Era brillante, de fluida conversación y de magníficas aptitudes lingüísticas, lo que le permitía hablar con gente de todas las condiciones sociales. Según Ellenberger   (1970) mantenía «la opinión de que cualquiera que deseara ser un buen psiquiatra debía abandonar la consulta y partir para visitar las prisiones y las casas de los pobres, los garitos, los burdeles y tabernas, los salones distinguidos, la Bolsa de valores, las reuniones socialistas, las iglesias y las sectas» (págs. 764-765) y señalaba la necesidad de un buen psicoterapeuta de completar las enseñanzas profundas con otras muchas actividades prácticas de la vida.

LA TEORÍA DE LA PERSONALIDAD

Las aportaciones teóricas de Jung las vamos a dividir en los siguientes seis apartados.

Los complejos

La psicología analítica, también denominada psicología de los complejos, se fue configurando poco a poco a través de las numerosas fases por las que transcurrió su formación profesional. Tras las experiencias realizadas en su época de estudiante, tanto a través de las discusiones con sus compañeros de carrera sobre hipnotismo y espiritismo, como con su prima médium, pasó al Burghölzli, donde comenzó su experiencia investigadora con los Test de Asociación de Palabras. Tuvo particular éxito. La técnica la había inventado Galton, y fue perfeccionada por Wundt, quien estableció las leyes de la asociación de ideas. También la estudió Kraepelin, que introdujo la distinción entre asociaciones internas (concernientes al significado) y asociaciones externas (relativas a la dicción y al sonido, es decir, a la homofonía y a la similicadencia, al significante de Saussure). Freud siempre tuvo en cuenta esta distinción kraepeliniana, es más, las asociaciones externas, las significantes, siempre le parecieron las más rechazables a la conciencia del sujeto (Freud, 1909d, OC, pág. 1457), una especie de inconsciente verbal, externo.

Bleuler introdujo la técnica en el Burghölzli y confió a Jung la investigación, quien perfeccionó la técnica perfilando a partir de ella la noción de complejo (término que había introducido Ziehen, al comprobar que varias de las respuestas retardadas en las asociaciones de palabras, se podía relacionar en una representación subyacente común). Jung hizo de la detección de los complejos su objetivo principal con los test de asociación de palabras.

Para Jung había varios tipos de complejos: a) Normales, tanto en hombres (ambición, dinero, éxito) como en mujeres (eróticos, familia, casa, embarazo, hijos), b) Accidentales, referidos a acontecimientos específicos de la vida del paciente, y c) permanentes, que eran los que más le interesaban de sus pacientes histéricos y con demencia precoz. Este primer recorrido teórico tuvo como fruto su primer libro, Psicología de la Demencia Precoz (Jung, 1907), donde utilizó el concepto de complejo en un sentido algo más amplio que el original de Ziehen. En el mismo libro ya citaba a Freud, aunque con ciertas reservas hacia su obra. Por aquella época tenía tal fe en su técnica, que creyó poder descubrir a delincuentes o a mentirosos mediante la misma, pues tuvo algunos acontecimientos sorprendentes con ella. De alguna forma ha sido un precedente para el descubrimiento de la máquina de detección de mentiras usada en criminología.

Los tipos psicológicos

El libro Tipos Psicológicos (Jung, 1921) ocupa un lugar análogo para el autor como la Traumdeutung (1900) para Freud. Para ambos supuso la obra maestra y en ambos fue el resultado de los años de «autoanálisis».

Aunque el libro apareció en 1921, Jung llevaba años trabajando sobre el tema. Ofrece un sistema nuevo y completo para la psicología dinámica. A pesar de su aparición años después de su ruptura con Freud, se gestó durante su período psicoanalítico, como resultado de su trabajo con histéricos y dementes precoces. Tras la publicación de Transformaciones y símbolos de la libido (1912) y la polémica ya reseñada con Freud, el primer escrito relacionado con el tema de los tipos fue un trabajo presentado por Jung en el Cuarto Congreso de la API, celebrado en Múnich en 1913, reunión celebrada en un clima de gran crispación (Jones, 1953 y más imparcialmente Andreas-Salomé, 1957) por la inminente ruptura de las relaciones Freud/Jung, cuyas diferencias se habían acrecentado mucho.

En ese congreso el escenario estaba ya establecido para la confrontación pública. Las diferencias eran notorias y conocidas por todos (sobre el concepto de libido, sobre el incesto, sobre el complejo de Edipo, sobre el papel de los símbolos, en definitiva, sobre la importancia de la sexualidad infantil) (1). Jung leyó su trabajo titulado «Contribución al estudio de los tipos psicológicos», donde intentaba establecer una correlación entre los cuadros nosológicos (histeria y demencia precoz) y la dirección del flujo libidinal. Planteaba que mientras que en la demencia precoz el interés por el mundo exterior se ha retirado, se ha producido una introversión, en los histéricos se intensifican «anormalmente» sus intereses por el mundo externo, es decir, se produce una extraversión. Jung pretendía elevar estas diferencias del flujo libidinal (intereses psíquicos) a la categoría de dimensiones universales de la personalidad. Freud, que en esos momentos se interesaba más por la comprensión de la cura, la diferenciación clínica a partir de mecanismos más precisos y el sentido de los síntomas, no se sintió satisfecho por ese trabajo, pero lo que más le irritó (Roazen, 1971, pág. 291) fue un pasaje del final del trabajo de Jung, donde trataba de las diferencias entre las teorías de Adler  y de Freud, y afirmaba que eran dos enfoques teóricos diferentes que se correspondían precisamente a su categorización tipológica: Un enfoque extravertido (Freud) y otro introvertido (Adler ). Jung, en mi opinión, no estuvo afortunado, al tratar de comprender teóricamente un conflicto entre dos personas, cuando él mismo estaba inmiscuido en otro mucho más relevante en ese momento. La frase final de su trabajo «La difícil tarea de crear una psicología que sea igualmente imparcial para con ambos tipos [extravertido e introvertido] ha de reservarse para el futuro», era realmente un manifiesto de separación que Freud no podía tolerar.

Para Bennet (1966, págs. 40-46), lo que se proponía Jung en origen con los estudios de la tipología era hallar una respuesta al conflicto de Freud con Adler, lo que quizá le ayudara a comprender su propio conflicto con Freud. Que para Adler  las neurosis se basaran en la voluntad de poder, y para Freud en la represión de las tendencias edípicas, eran muestras de dos formas de compresión diferentes. Una (Adler) más teleológica; otra (Freud) más causal. Jung se propuso mediar en la polémica y llegó a dos conclusiones: 1) Las teorías eran diferentes. 2) Las dos podían ser aceptadas, tanto la Adleriana como la freudiana, puesto que pertenecían a los dos tipos psicológicos distintos. Freud se contaba entre los extravertidos, mientras que Adler  era introvertido. Jung mismo se colocó en el polo introvertido. De esta forma, afirma Bennet (1966):

El extravertido depende enteramente de los fenómenos externos, que rigen su vida desde el mismo momento de su nacimiento. Si aceptamos la hipótesis junguiana sobre la extraversión de Freud, es fácil comprender por qué el sistema psicoanalítico da particular importancia al comportamiento de los padres y a la subsiguiente reacción del niño, así como al complejo de Edipo, a su represión y a las consecuencias que se derivan de ésta. Adler, por el contrario, era un introvertido, es decir, una persona que, caracterizada por la subjetividad de sus reacciones, se deja guiar por la interpretación personal que confiere a los acontecimientos y no responde a los estímulos externos con la misma prontitud que el extravertido. Recordemos que la Psicología Individual de Adler, gravita en torno a un tema central, a saber: que todo proceso psíquico tiene como objeto la consecución de un estado de superioridad del individuo que compense el sentimiento originario de inferioridad. Según Adler, el niño experimenta inicialmente una impresión de inferioridad y de desconfianza respecto de sus padres y al mundo en general. Durante su infancia, la adolescencia y la edad adulta, el individuo trata continuamente de vencer dicho sentimiento y de alcanzar un estado que le infunda seguridad (pág. 43).

Para Freud se trataba de una generalización excesiva, y no podía tolerar que en el momento más álgido de su conflicto con Jung, éste saliese con sentenciosas interpretaciones tipológicas que le tomaban como objeto de estudio.

Pero tras la ruptura con Freud, Jung siguió investigando esa brecha abierta en la descripción de los tipos. Una vez superado su largo retiro público (1813-1919), apareció su extensa obra Tipos psicológicos (1921), verdadera cima de su pensamiento.

Las clasificaciones tipológicas tienen una larga herencia y también han continuado tras Jung. En la Grecia antigua se hicieron famosos los tipos según los «humores» corporales: Sanguíneo (sangre), colérico (bilis), flemático (flema) y melancólico (bilis negra), y todavía se utilizaban en la Edad Media. Krestchmer hizo ramosa su tipología que relacionaba la personalidad con ciertos rasgos físicos (leptosomático, atlético y pícnico). También Janet, Bleuler y Rorschach intentaron correlacionar entidades nosológicas con rasgos psicológicos. La tipología junguiana aspiraba a clasificar factores psicológicos normales, sin aludir a características corporales. En realidad, la descripción de la tipología ocupa solamente el último tercio de su extenso libro, tras un largo periplo sobre estudio de otras obras de teólogos, filósofos, poetas, historiadores de la ciencia y psicólogos. Jung veía la oposición extraversión/introversión por todos los lados.

La extraversión y la introversión son dos actitudes, espontáneas o voluntarias, presentes en cada individuo en diversos grados. En síntesis, la extraversión es la actitud de quienes derivan del exterior, de factores externos, sus motivaciones. La introversión sería la actitud opuesta, cuando los individuos derivan sus motivaciones fundamentalmente desde el interior. Por supuesto que hay tipos intermedios, y de hecho son los que se observan esencialmente, formas mixtas. Pero ambas actitudes entrañarían una específica visión del mundo.

Jung que, como hemos dicho, había madurado esta concepción durante muchos años, se dio cuenta de que su clasificación era demasiado genérica, y que era imprescindible introducir subdivisiones. La clave para ello se la dio la noción de funciones de la conciencia (actividades psíquicas que permanecen teóricamente invariables bajo diversas circunstancias). Para Jung existen cuatro funciones básicas: Pensamiento, sentimiento, sensación e intuición, siendo las dos primeras facultades racionales y las otras dos irracionales. Al cruzar estas cuatro funciones con las dos actitudes básicas (extraversión e introversión), obtuvo sus ocho tipos psicológicos, que podemos resumir a continuación:

1) Reflexivo-extravertido: Tipo dogmático, sintético, de pensamiento positivo y reglado.

2) Afectivo-extravertido: Tipo que se adhiere a valores fijos aprendidos, respetuosos por las convenciones sociales, emocional, correcto,

3) Sensorial-extravertido: Tipo amante del placer, sociable, adaptable a las personas y a las circunstancias externas.

4) Intuitivo-extravertido: Tipo perspicaz de situaciones sociales, detecta y se siente atraído por lo nuevo. Talento para los negocios, especulación filosófica y política.

5) Reflexivo-introvertido: Jung tomó aquí a Nietzsche como modelo. Carece de sentido práctico, se aísla ante experiencias desagradables, quiere llegar al fondo de las cosas, audaz en ideas, aunque inhibido a veces por dudas y escrúpulos.

6) Afectivo-introvertido: Tipo modesto, tranquilo, hipersensible, le resulta difícil hacerse entender. Si es mujer, poderoso atractivo para hombres extravertidos.

7) Sensorial-introvertido: Tipo tranquilo, benevolente, sensible a la calidad estética de las cosas.

8) Intuitivo-introvertido: Soñador, concede gran valor a su interioridad, considerado a veces como raro y excéntrico.

Brachfeld (1954), citado por Ellenberger (1970, pág. 791), destacó la semejanza de los tipos extravertido e introvertido de Jung con las dos actitudes intelectuales (introspección y externospección) descritas por Binet (1903). Como el libro de Binet apareció en la época en que Jung estudió en París con Janet, «es probable que lo leyera y después lo olvidara, lo cual sería un ejemplo más de esas criptomnesias tan frecuentes en la historia de la psiquiatría dinámica» (pág. 792).

El libro de los Tipos psicológicos junguiano fue contestado en cierta forma por Freud en un escrito breve (Tipos libidinales, 1931a), para demostrar desde el título mismo que la teoría libidinal también podía producir una tipología caracterial. Aunque a Freud nunca le interesó demasiado el efectuar tipologías omni-abarcadoras.

La estructura de la psique

Jung desarrolló un sistema energético-psíquico, donde la energía, denominada libido como en Freud, era despojada del ropaje sexual. También como Freud, afirmaba que dicha energía no se podía medir, pero se podían apreciar las diferencias cuantitativas de la misma. Jung afirmaba que los principios de la energía psíquica eran paralelos a los de la energía física (la conservación, la transformación, la degradación), pero que a diferencia de ella, la energía psíquica (libido) no sólo tiene una causa sino también un fin, es teleológica. A partir del flujo de esta energía (hacia dentro o hacía fuera) se va estructurando la psique, caracterizada por una serie de conceptos o polaridades complementarias (consciente versus inconsciente, introversión venus extraversión, razón versus emoción, pensamiento versus sentimiento, animus versus anima, etc.).

Para Jung, la psicología es ante todo una ciencia de la conciencia. El yo consciente se sitúa en el centro, regulando las cuatro funciones fundamentales expuestas, y es como la frontera entre el mundo espacial-externo y el interno-psíquico. Consciencia e inconsciencia se relacionan en cuanto a un sistema autorregulador, comparable a los mecanismos homeostáticos del cuerpo. En 1935, Jung distinguió dos sistemas conscientes: ectopsique (sistema de conexión de la conciencia con las impresiones del ambiente) y endopsique (sistema donde se conectan los contenidos conscientes con los procesos que discurren en el inconsciente). Atribuyó a cada sistema cuatro funciones determinadas. Kriz (198.5, págs. 93-95) las resumió como sigue a continuación:

Las funciones ectopsíquicas ya las hemos citado: a) Pensamiento (lo que da nombre a las cosas, y que se corresponde a la percepción más el juicio); b) sentimiento (valorar afectivamente las cosas); c) sensación (suma de los hechos percibidos, nos informa sobre la existencia de algo.) y d) intuición (cualidad semiprofética que relaciona pasado con futuro). Ya hemos expuesto  cómo precisamente a partir de estas funciones ectopsíquicas, Jung extrajo toda su tipología.

Las funciones endopsíquicas son: a) La memoria (conexión con las cosas que no están en la conciencia, dejadas de lado o reprimidas): b) componentes subjetivos de las funciones conscientes de difícil definición, como una inclinación a reaccionar siempre en un cierto modo, muy cercanos a la sombra del individuo); c) emociones y afectos (que a veces violentan el control del yo. Jung dice que hay emociones genuinas, donde el control no puede hacer nada), y d) invasiones que se producen cuando el inconsciente, la sombra, se ha apropiado del gobierno del yo e invade la conciencia, por ejemplo, en las crisis mentales o en la inspiración artística). En general, mediante las funciones endopsíquicas, el individuo entra en contacto con su inconsciente.

Todas las funciones junguianas las hemos expuesto en el siguiente gráfico:

DelaHoz

En síntesis, para Jung, la psique es un sistema dinámico compuesto por tres elementos: La conciencia, en cuyo centro está el «yo» (aunque no abarca toda), que mantiene la actividad entre los contenidos psíquicos; el inconsciente personal, lugar intermedio, donde está todo lo reprimido, olvidado, sentido por el sujeto, y que ha caído bajo el umbral de la conciencia, y el inconsciente colectivo, con contenidos que no proceden de la adquisición personal, sino de la herencia de la humanidad formada a través de su historia y de ahí la formación de los mitos y leyendas. Se manifiesta en forma de arquetipo o de símbolos. Uno de los alumnos más representativos de Jung, Jolande Jacobi (1978), introdujo en 1939, con la aprobación de Jung, una sistematización del inconsciente en cinco campos (de menos a más inconscientes): a) los recuerdos; b) lo reprimido (dos dominios pertenecientes al inconsciente personal): c) las emociones; d) las invasiones (dos dominios del inconsciente colectivo) y e) lo que nunca se hace consciente.

El inconsciente colectivo y los arquetipos

Como hemos visto, para Jung, el dominio inconsciente de la psique es doble. Por un lado está el inconsciente personal, que básicamente coincide con el freudiano. Pero además existen ciertos contenidos que no se pueden considerar adquiridos por la persona y que manifiestan un marcado carácter mitológico, independientes de la cultura o raza, y comunes a toda la humanidad. Se trata de lo llamado por Jung el inconsciente colectivo, que no proviene del efecto de ninguna represión individual. Según Bennet (1966), con la hipótesis del inconsciente colectivo, Jung se desligó de la noción de inconsciente freudiano, aunque hay que objetar a esto que Freud (1923b) también terminó por no hacer coincidir lo reprimido con lo inconsciente, y con su concepto de Es (ello) tendría un alcance mayor, aunque tampoco se puede afirmar que el Ello freudiano coincida con el inconsciente colectivo de Jung.

La noción de inconsciente colectivo ha dado lugar a ciertas confusiones e interpretaciones erróneas. Jung no quería significar con ello ninguna mentalidad grupal, es decir, una especie de inconsciente incontrolable en una masa (al uso de Le Bon) que suplante la actividad racional del individuo. Para Jung, el inconsciente colectivo es la base o sustrato común que imprime un carácter universal o uniforme a cualquier mente singular. Se manifiesta en cada individuo bajo un cariz propio. Es transmitido a través de las generaciones, y así como el inconsciente personal es la sede de los complejos, el inconsciente colectivo es la sede de los arquetipos. Los arquetipos son estructuras preexistentes y originarias. En realidad estarían muy cercanos a la noción tradicional de instinto, pues de hecho constituyen los modelos de la conducta instintiva.

Jung no creó la palabra arquetipo. Existía desde la antigüedad en el sentido de modelo o prototipo originario del cual se fabrican copias. Tiene una cierta similitud con la «idea platónica». Para Jung los arquetipos no se heredan en tanto imágenes concretas, sino que más bien son principios básicos de estructuración que organizan ciertas imágenes para que éstas ingresen en la conciencia. En vocabulario junguiano, serían centros de energía psíquica que poseen una cualidad «numinosa», vital, y sólo son propensos a manifestarse en circunstancias críticas bajo formas simbólicas. Kriz (1985, pág. 99) los compara con los núcleos gramaticales básicos en todas las lenguas, según afirma Chomsky en su teoría de la gramática generativa. Sirven para la estructuración pero no se manifiestan en la estructura generada, podríamos decir. En esta forma se pueden asimilar a la noción de pulsión de Freud.

Jung, que a pesar de todo pensaba de él mismo que era un empírico, se daba cuenta de que las nociones de inconsciente colectivo y de arquetipo podían ser acogidas con mucha frialdad por los psicólogos, pero para él resultaron imprescindibles en sus experiencias clínicas con pacientes esquizofrénicos y para el análisis de los sueños.

En el esquema junguiano de la psique, ya hemos comentado que el yo consciente forma el centro de la misma, donde se encuentra la confluencia entre lo interno y lo externo. Alrededor del yo gravitan una serie de subpersonalidades, entre las cuales Jung considera especialmente dos de ellas: La persona y la sombra. La persona es un término latino que significa «máscara» (de teatro), y ese sentido de máscara o disfraz es el que toma en Jung: la persona es la careta originada por las exigencias de la vida cotidiana. Son las actitudes convencionales que el individuo adopta socialmente, por su integración en los distintos grupos. Puede correrse el peligro de asimilar tanto esa máscara que se confunda con la verdadera personalidad. La sombra sería la suma de las características individuales que se desea esconder, tanto a sí mismo como a los demás. Pero tampoco hay que rechazarla del todo, pues entonces se vuelve más activa y maligna. Los límites de esta noción junguiana son poco precisos. A veces indica toda la psique inconsciente y entonces se confunde con el arquetipo del alma. A veces puede confundirse también con la noción de lo reprimido de Freud.

La persona y la sombra son los dos aspectos más extremos del individuo. Parece muy evidente que remiten a entidades filosóficas más que psicológicas, aunque seguidores freudianos han recogido estas nociones sin usar la terminología junguiana, como por ejemplo Winnicott (1965) cuando hablaba de falso self (que podría comprender tanto la «sombra» como la «persona» de Jung) y verdadero self (que podría ser asimilado al sí mismo de Jung).

Más en profundidad nos encontramos con los arquetipos propiamente dichos, relacionados ya con el mundo del inconsciente colectivo. Los más importantes son el alma (anima y animas), el espíritu y el sí mismo. Otros arquetipos pueden ser el héroe, el dragón, el paraíso, el infierno, etc.

El alma se alcanza a conocer por sus manifestaciones, cuando se proyecta como personificación característica del otro sexo. De este modo, toma en el hombre la forma de una figura femenina (anima), y en la mujer la forma de una figura masculina (animus). Tanto hombres como mujeres conservan en su inconsciente colectivo una representación ideal del otro sexo.

Las encarnaciones del anima en el hombre son múltiples y oscilan entre una sola mujer o varias figuras. En parte, su origen procede de la figura materna como prototipo de mujer, aunque puede fundirse con las imágenes de otras mujeres reales de la vida: hermanas, amigas, esposa, etc. Pero otra fuente del anima es la imagen hereditaria de mujer forjada por experiencias ancestrales. Para Jung «todo hombre lleva en sí la imagen eterna de la mujer, una huella o arquetipo del conjunto de experiencias ancestrales. El anima es probablemente una representación psíquica de la pequeña porción de genes femeninos contenidos en el organismo del hombre» (Bennet, 1966, pág. 112). En forma similar, el animus es el arquetipo del alma en la mujer. Se encuentra menos descrito que el anima, y mientras este último es siempre una figura de mujer, el animus, en muchas ocasiones, es una pluralidad de figuras masculinas. En este caso es el padre el prototipo del arquetipo, pero como en el caso anterior, también hay que añadir la fuente inconsciente hereditaria. Jung describió mediante el concepto de animus la faceta masculina de la mujer y según Bennet (1966) ello ha constituido «un aporte de singular trascendencia práctica a la psicología femenina» (pág. 114).

Otro arquetipo importante es el Espíritu, que puede aparecer bajo diversas formas simbólicas: viento, mar, figuras ancestrales, divinidades, animales colaboradores, etc. Pese a todo, su personificación más común es la del Sabio Anciano o Gran Madre (magna mater). Este arquetipo sigue en importancia al del alma. Sin embargo, el más central de todos los arquetipos es el sí-mismo (Selbst), que como ocurre con la noción de «yo» en Freud, está preñado de una gran ambigüedad. Es al mismo tiempo el centro invisible, inconsciente e íntimo de la personalidad, y una totalidad psíquica, resultado de la unificación de lo consciente con lo inconsciente. Lo que Jung quiere subrayar ante todo es que no hay que confundirlo con el yo consciente. La descripción del sí-mismo corre pareja con el proceso de individuación, por lo que vanaos a continuarlo en el siguiente apartado.

La individuación

Jung creó el término individuación «para designar el proceso mediante el cual una persona se convierte en «in-dividuo» psicológico, es decir, en una unidad particular e indivisible o totalidad» (Bennet, 1966, pág. 153). No tiene nada que ver con el concepto de individualismo (que sugiere un pensamiento y una acción más egocéntrica). La individuación es la realización en el individuo de las cualidades, tanto personales como colectivas, en el proceso que eleva al ser humano a la unificación de la personalidad. Este proceso abarca todo el curso de la existencia del sujeto.

Cuando el proceso de individuación se lleva a cabo, la combinación de lo consciente y lo inconsciente permite integrar el yo en una personalidad más amplia, que es justamente lo que Jung denomina sí-mismo. Lo define como «la totalidad, consciente e inconsciente, que yo constituyo, y engloba facetas insospechadas, como por ejemplo, ciertas manifestaciones corporales y el inconsciente» (Collected Works, tomo IX, pág. 275) (2). La individuación es un proceso integrador, casi de purificación, donde a lo largo de todo el decurso vital de lo que se trata es del descubrimiento del propio ser. El proceso pasa por varias fases, que Jacobi (1978), una de sus alumnas más preclaras, ha entendido como dos grandes tareas: a) Una llevada a cabo durante la primera mitad de la vida, donde a grandes rasgos nos iniciamos y desarrollamos con la realidad externa y b) otra hacia la segunda mitad de la vida, donde es necesaria la iniciación con la realidad interior. La individuación, en sentido estricto, comprende este segundo tramo.

Una vez alcanzada la individuación, el yo ya no es el centro de la personalidad, sino el Selbst (si-mismo). El individuo logra la ecuanimidad, ha encontrado la verdadera forma de relación con los demás hombres, y ya no teme a la muerte. Ha alcanzado la sabiduría. El logro de la individuación se manifiesta por la incesante aparición de imágenes arquetípicas del sí-mismo. El proceso se puede describir en términos junguianos de la forma que sigue: después de pasar por un encuentro con la propia «sombra», se llega a las profundas imágenes del inconsciente colectivo, donde sobreviene el encuentro con el ammus o anima, hasta llegar a la integración total, a la totalidad que en muchas culturas y religiones se simboliza por el «mándala», figura circular que los ascéticos y místicos establecieron para ayudarse en la contemplación. Está claro que estos fenómenos se sitúan fuera de la experiencia cotidiana «normal», y también fuera de los objetivos de la psicoterapia Junguiana. La individuación sólo la alcanzarían muy escasos y escogidos pacientes.

La psicoterapia junguiana

Los últimos comentarios del apartado anterior nos pusieron en contacto con la concepción psicoterapéutica de Jung, que no se limita a la eliminación de los síntomas, sino que intenta alcanzar el crecimiento o la autorrealización. Su concepción de las neurosis es positiva, en tanto en cuanto abre el camino para un nuevo desarrollo de la personalidad.

El proceso comprende varios estadios, cada uno de los cuales, según Ellenberger (1970), puede constituir un método independiente por sí mismo. A veces no se puede llevar a cabo el proceso entero, debiéndonos contentar con alcanzar solamente alguno de los estadios.

Primero tenemos un estadio de concienciación, donde el sujeto debe valorar la realidad de su situación presente. Es similar a lo que en la psicoterapia psicoanalítica se denomina análisis de la demanda y analizabilidad del paciente. Después de superado este estadio viene el momento de la confesión, el relato y descubrimiento de los secretos patógenos. Una vez que el paciente ha efectuado un relato de todo lo más importante acontecido en su vida viene el momento terapéutico más propiamente junguiano, el procedimiento sintético-hermenéutico, que se diferencia del más propiamente freudiano analítico-reductivo causal

Para Jung, el método analítico de Freud, aunque puede obtener resultados muy satisfactorios, a veces resulta interrumpido por causas no demasiado claras. Entonces lo que hay que efectuar es un cambio de procedimiento, y pasar a un método más sintético-hermenéutico, donde se intenta inculcar un mayor sentido a la existencia del paciente. Según Jung, su método está especialmente indicado para aquellos sujetos intensamente preocupados por problemas morales, filosóficos o religiosos.

No nos detendremos en los aspectos técnicos del proceso terapéutico que en síntesis, debe pasar desde un enfrentamiento con la propia «sombra» y «persona», hasta llegar respectivamente a lograr la comprensión del anima o animus, el contacto con el arquetipo del espíritu (Sabio Anciano o Gran Madre), y por fin, alcanzar la individuación (el sí-mismo).

Hay que añadir también que, para Jung, la psicoterapia puede ser entendida como una nueva reeducación, en un sentido muy similar al Adleriano.

LA INFLUENCIA DE JUNG EN LA ACTUALIDAD

Resulta bastante curioso cómo, a pesar de que Jung se oponía a la etiquetación de los seres humanos en categorías, los tipos psicológicos que describió, han pasado a ser una de las bases de la teoría de la personalidad de uno de los psicólogos contemporáneos más famosos: Hans Jürgen Eysenck (1947), quien recoge las dimensiones junguianas de introversión y extraversión para elaborar su propia teorización sobre la personalidad, plasmada operativamente en varios cuestionarios. Eysenck (1970) llega incluso a postular la existencia de disposiciones heredadas como causas de estas dimensiones junguianas, y la existencia de algún sustrato fisiológico en el sistema reticular ascendente que refuerza las excitaciones nerviosas en el caso de los introvertidos (Kriz, 1985, pág. 96). Este punto de vista se encuentra en las antípodas de las intenciones de Jung, para quien los tipos psicológicos eran considerados como meros indicadores.

Pero es que la tipología junguiana de las actitudes es tan general y extendida, que ya no nos podemos desprender de ella, y ha pasado a formar parte del acervo psicológico de la mentalidad popular de la gente. Calificar a alguien de introvertido o extravertido es, hoy día, una expresión coloquial que da una idea rápida y directa de alguien sobre quien se esté hablando.

Durante muchos años la psicología analítica apenas ha tenido escisiones y querellas, quizá debido a la larga vida del propio Jung. En palabras de su secretaria final y discípula Aniela Jaffé (1967), Jung «se había convertido en una leyenda aun antes de su muerte» (pág. 11). La razón es que la influencia de Jung no se limitó únicamente a la psicología o la psicoterapia, sino que se extendió a sociólogos, economistas, políticos, teólogos, etc. Resulta bastante curiosa la anécdota relatada por Ellenberger (1970, pág. 829) en relación con el papel jugado por Jung para la creación de la después mundialmente conocida Asociación de Alcohólicos Anónimos.

Jung dio un fuerte impulso para la psicoterapia de los esquizofrénicos y se anticipó en cierto modo a los analistas existenciales, influyendo así mismo en personalidades famosas del posterior movimiento de la antipsiquiatría (Laing y Cooper).

En 1942 se creó él «Instituto Jung» en Zúrich (actualmente auténtico santuario de la lectura purista de Jung) y en 1957 la Sociedad Suiza de Psicología Analítica, cuyo primer presidente sería Kurt Biswanger.

Tras la muerte de Jung se produjeron algunas escisiones, pero el junguismo siguió presente sobre todo en EEUU, Italia, Suiza, Alemania e Inglaterra. Como informa Delacampagne (1982), el junguismo mantiene dos direcciones fundamentales: A) Una más clínica, que se ha preocupado de «profesionalizar» la práctica junguiana con la creación de institutos y sociedades, aunque todavía estamos a la espera de la publicación de sus «diarios clínicos». En esta vertiente ha influido en numerosos psicoanalistas ingleses, de los cuales hay que resaltar a Winnicott. B) Otra más heterodoxa, interesada por las aplicaciones de la psicología junguiana a la filosofía, al arte o a las religiones. Como señala Gutiérrez (1993), se puede hablar de una línea intermedia representada por la corriente antipsiquiátrica inglesa sobre todos sus iniciadores (Laing, Cooper), que además de interesarse por la filosofía o el arte, se preocuparon fuertemente por la clínica de las psicosis, siguiendo una rama muy clásica del junguismo.

 Notas de pie de página

(1) Para pormenorizar estas diferencias pueden consultarse Freud (1914d); Bennet (1966, cap. 2); Jung (1962); Roazen (1971, caps. 6, 5), y sobre todo, la correspondencia Freud/Jung de esos últimos años de relación.

(1) «Aion. Contribuciones a los simbolismos del sí-mismo», versión castellana, Buenos Aires, Paidós, 1986.

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