Marie-Louise von Franz
M-L von Franz nació en Zurich en 1915, fue alumna y discípula de Jung, se especializó en el estudio del simbolismo, la interpretación de sueños, mitos y leyendas. Fue presidenta honoraria del Instituto Jung de Zurich. Dotada de una especial habilidad para traducir los materiales junguianos simbólicos a la realidad psicológica cotidiana, murió en 1998. Este documento corresponde a la Parte 2 de la Primera Conferencia del libro Alquimia: Introducción al Simbolismo, 1991, Barcelona: Ediciones Luciérnaga S.A. Fue tomado del documento que aparece publicado en la página web de Scribd.
Primera conferencia
(Continuación de la Parte 1)
Comentario: Creo que eso no sólo se aplica a la Iglesia Católica, sino a cualquier grupo de personas. Depende de si el individuo cree —o no— que puede hablar de su experiencia con su grupo
L. von Franz: Sí, y por eso con frecuencia le digo a la gente de personalidad esquizoide que su locura no está en lo que ven o en lo que oyen, sino en que no saben a quién pueden decírselo. Si se lo guardaran para sí, todo iría bien. Tengo, por ejemplo, una paciente fronteriza, una mujer que se recorre todos los psiquiatras acusándolos de ser unos racionalistas idiotas que no creen en Dios, y les cuenta sus visiones. Creo que su único error está en decírselo a esa gente, porque eso es, simplemente, ser una inadaptada. Sus visiones como tales están perfectamente, y lo que la paciente piensa de ellas también, pero su sentimiento de extraversión es inferior, socialmente es una inadaptada. ¡No debería hablar de esas cosas con un psiquiatra racionalista que no hace más que preguntarse si no tendría que internarla!
Comentario: ¡No, porque su propia reputación también está en juego!
L. von Franz: Sí, por cierto. Sus colegas se burlarían de él si empezara a creer en las visiones de sus pacientes. Los colegas siempre se portan así, y hablan de contratransferencia y esas cosas. Es a tal punto una cuestión de ambición y prestigio y convención colectiva…, lo mismo que pasa con nosotros.
Hay otro aspecto del problema de la alquimia, y es por qué tiene tanta importancia para el hombre moderno. La alquimia es una ciencia natural que representa un intento de entender los fenómenos materiales de la naturaleza; es una mezcla de la física y la química de aquellos primeros tiempos, y corresponde a la actitud mental consciente de los que la estudiaron y se concentraron en el misterio de la naturaleza, y particularmente de los fenómenos materiales. Es también el comienzo de una ciencia empírica, pero en esa historia específica me adentraré después. El hombre moderno promedio, en especial el de los países anglosajones, pero también y cada vez más en todos los países europeos, está entrenado mentalmente en la observación de los fenómenos de las ciencias naturales, en tanto que a las humanidades, como bien saben ustedes, se las desdeña cada día más.
Esta es una tendencia de la actualidad, en la cual se pone cada vez más el acento sobre el enfoque «científico». Si analizan ustedes a gentes modernas, se encuentran con que su visión de la realidad está muy influida por los conceptos básicos de la ciencia natural, y con que el material compensatorio o de conexión que provee el inconsciente también es similar. La analogía es superficial, porque la razón es mucho más profunda.
Si se pregunta uno por qué en nuestra Weltanschauung [visión del mundo] predominan hasta tal punto las ciencias naturales, se puede ver que esto es el resultado de una evolución prolongada y específica.
Como quizá todos saben, vista desde el ángulo más específicamente europeo se considera que la ciencia natural se originó en el siglo vi a. de C., hacia la época de la filosofía presocrática. Pero se trataba básicamente de una especulación filosófica sobre la naturaleza, porque había muy poca investigación experimental por parte de los primeros científicos de la naturaleza. Sería más correcto decir que lo que nació en aquel momento fue la ciencia natural en cuanto teoría o concepto general de la realidad. La ciencia natural, en el sentido de la experimentación que siempre ha llevado a cabo el hombre con los animales, las piedras, las plantas, la materia, el fuego y el agua, es mucho más amplia, y en tiempos pasados formó parte de las prácticas mágicas que se relacionan con todas las religiones y que se ocupan de aquellos materiales. Hay unas pocas excepciones. Por eso se podría decir que, en su visión de las realidades últimas de la vida, el hombre se siente abrumado por ideas y conceptos venidos de su propio interior, por símbolos e imágenes, pero se enfrenta también con los materiales externos. Esto explica por qué, en la mayoría de los rituales, hay algo concreto que representa el significado simbólico; por ejemplo, el tazón de agua que se pone en el centro para la adivinación, o algo de ese mismo género.
Por eso, a la materia y a los fenómenos materiales se los aborda de manera «mágica», y por lo tanto en las historias de la religión de diferentes pueblos hay símbolos religiosos que son personificaciones o representaciones de demonios, con aspectos personificados a medias, como hay también divinidades, esto es, factores de poder, que tienen un aspecto material. Todos ustedes conocen el concepto de mana, que incluso los investigadores no junguianos de la religión comparan con la electricidad. Si un australiano frota su churinga2 para obtener más mana, sería con la idea de recargar su tótem, o su esencia vital, como quien recarga una pila.
El concepto mismo de mana soporta la proyección de una electricidad semimaterial y divina, de una energía o un poder divino. Así, los árboles alcanzados por el rayo representan el mana. Además, en la mayoría de los sistemas religiosos hay sustancias sagradas, como el agua y el fuego, o ciertas plantas, como también espíritus, demonios y dioses encarnados que están más personificados y que pueden hablar en visiones o aparecérsenos y conducirse de manera semihumana. En ocasiones, el acento se pone más bien en la naturaleza despersonalizada de los símbolos de poder, y otras veces más bien en poderes personificados. En algunas religiones uno de los aspectos es más dominante, y en otras el otro. Por ejemplo, el sistema religioso cuya forma decadente se refleja en los poemas homéricos, en los cuales los dioses del Olimpo griego aparecen semi-personificados, con sus deficiencias humanas, constituye un ejemplo extremo de divinidades principalmente personificadas. Por otra parte, el extremo contrario de la oscilación pendular se encuentra en la filosofía natural griega, en donde súbitamente todo el énfasis se pone en símbolos tales como el agua, de la que se dice que es el principio del mundo, o en el fuego, como en Heráclito, todo lo cual es una revivificación de la idea del mana en un nivel superior.
En el cristianismo se observa una mezcla: a Dios Padre y a Dios Hijo, se los representa por lo general en el arte como seres humanos, y al Espíritu Santo, a veces, como un anciano con barba, lo cual es un estereotipo idéntico al de Dios Padre, pero frecuentemente como un animal, que es otra forma de personificación, o también puede ser representado por el fuego, el viento o el agua, o por el aliento [que circula] entre el Padre y el Hijo. De modo que el Espíritu Santo, hasta en la Biblia, tiene ciertas formas en que se lo describe como fenómenos naturales tales como el fuego, el agua o la respiración, o se lo equipara con ellos. Así, el cristianismo tiene una imagen de Dios que representa ambos aspectos. Pero en otras religiones hay o bien varios humanos o bien otros dioses, de modo que probablemente tengamos que plantearnos la hipótesis de que al inconsciente le gusta aparecer en sus manifestaciones últimas, arquetípicas, simbolizado a veces en los menos naturales, y otras veces personificado. ¿Qué significa esto ?
Fig 4. La imagen que da William Blake de Dios Padre como un anciano con barba, personificación típica del Sí mismo, el arquetipo de la totalidad y el centro de la personalidad.
La pregunta es muy difícil. ¿Por qué, por ejemplo, tiene alguien un concepto de Dios como un fuego invisible y divino que todo lo penetra, en tanto que otra persona se Lo imagina como algo semejante a un ser humano? Actualmente, la gente tiende a pensar que un niño pequeño, con ideas de jardín de infancia, se imaginará a Dios Padre con una barba blanca, pero que más adelante, adquirida ya una mayor información científica, se lo imaginaría más bien —si se lo imagina— como una potencia significativa en el cosmos o algo parecido. Pero entonces, ¡no hacemos más que proyectar nuestra propia situación científica! Hasta donde yo lo veo, no es verdad que aquellas manifestaciones o ideas personificadas de los dioses, o de la Divinidad, sean más infantiles.
Para poder responder a la cuestión nos veríamos forzados a estudiar con cuidado una cantidad de material onírico y a preguntarnos después, totalmente aparte de este problema religioso, qué quiere decir que un contenido arquetípico se manifieste como una bola de fuego y no como un ser humano. Supongamos que hay dos hombres, y que uno de ellos sueña con una bola de fuego que lo reconforta y lo ilumina, en tanto que al otro se le aparece en el sueño un maravilloso sabio anciano, y que para ambos la vivencia es igualmente avasalladora. De un modo superficial, se podría decir que ambas imágenes simbolizan el Sí mismo, es decir la totalidad, el centro, una forma más de manifestación de la imagen de Dios. ¿Cuál es la diferencia cuando la experiencia de un hombre es de luz, o de una bola de fuego, mientras que al otro se le aparece el sabio superhumano?
Respuesta: La anterior representaría el significado abstracto.
L. von Franz: Sí, una es más abstracta —abstrahere—, pero ¿es abstractas de qué?
Comentario: Estaría más alejado de lo humano.
L. von Franz: Sí, per definitionem, pero ¿cómo respondería usted al analizando que le hiciera una pregunta así? Nunca podemos dar una respuesta absoluto pero podemos decir algo sobre ello. Yo lo tomaría muy simplemente, le preguntaría al paciente, y trataría de animarlo a seguir. Con un anciano sabio se puede hablar, le puedes hacer preguntas o plantearle todos tus problemas humanos —si deberías divorciarte o gastar tu dinero de tal o cual manera— y se puede suponer que, puesto que se aparece en esa forma, debe saber algo del asunto, ¡aunque quizá responda que él está muy alejado de todas esas cosas! En todo caso, la sensación primaria, o la conjetura, o la actitud que suscita es que, con una figura así, uno puede relacionarse en un nivel humano. Pero no se puede hablar con una bola de fuego ni hacer contacto con ella, a no ser con algún recurso de la ciencia natural… Es posible quizás atraparla en un recipiente de cristal, u observarla para ver que es lo que hace; ponerte de rodillas y adorarla, mantiéndote a distancia prudencial para que no te queme, o meterte dentro de ella y descubrir que es un fuego que no quema, pero que no es posible relacionarse con ella en forma humana.
Entonces, la manifestación en una forma humana vendría a demostrar la posibilidad de una relación consciente, en tanto que una forma inhumana, o la de un poder natural, no es más que un fenómeno, y sólo es posible relacionarse con ella en su condición de tal. Evidentemente, sea lo que fuere lo Divino, tiene las dos vertientes, y así lo han mantenido la mayor parte de las teologías. ¿Qué es un dios con quien no podemos relacionarnos? Si no podemos decirle nada de nuestra alma humana, ¿de qué nos sirve? Por otra parte, ¿qué es un dios que no es más que una especie de ser humano, y que no va más allá de eso? También él parece ser el Otro completamente misterioso, con el cual no podemos relacionarnos, de la misma manera que no podemos relacionarnos con los fenómenos misteriosos de la naturaleza. Por lo tanto, es probable que siempre hayan existido los dos aspectos de este centro íntimo y final de la psique: uno de ellos completamente trascendente, que se manifiesta en algo tan remoto como el fuego o el agua, y otro que a veces se manifiesta en forma humana, lo cual significaría que se aproxima a una forma con la cual podríamos relacionarnos.
Si alguien sueña con la Divinidad en figura humana, habrá entonces un gran caudal de experiencia emocional e intuitiva de su carácter y de su proximidad. San Nicolás tuvo un sueño o una visión de Cristo que se le aparecía como un Berserk3 y luego, en la misma visión, el Berserk decía al pueblo la verdad sobre sí mismo; como era capaz de ver dentro de ellos lo que realmente eran, la gente le huía. Él sabía al momento le que querían preguntarle y, con frecuencia, simplemente les daba la respuesta sin interrogarlos siquiera. Por consiguiente, es obvio que san Nicolás tenía la misma cualidad que tenía Cristo en su visión, lo que sería un ejemplo de algo perteneciente al inconsciente arquetípico y que penetra en el ser humano. Sí alguien sueño con un arquetipo en forma humana, eso significa que el soñante podría, en alguna medida, encarnar el arquetipo. Éste podría manifestarse en el soñante y expresarse por su mediación; en esto consiste la idea del Cristo interior. Si alguien sueña con el anciano sabio, puede suceder que se encuentre en una situación imposible en la cual le formulan una pregunta imposible, pero súbitamente ¡se le ocurre una respuesta perfecta! Si la persona es sincera, se siente obligada a admitir después que no era ella quien hablaba. «Eso» habló por mediación suya, pero ella no podía pretender que se le hubiera ocurrido semejante idea. Eso sería la manifestación en la persona del anciano sabio, de alguien o algo que no es idéntico al yo, pero que es una ayuda en una situación difícil.
Pregunta: ¿Por qué usted niega necesariamente la identificación con el yo?
L. von Franz: Porque, si usted se identifica, ha caído en una inflación. Con esto se debe ser sincero. Si usted ha hecho un esfuerzo mental, puede decir que la idea fue suya, pero a mí me ha sucedido a veces que he dicho algo y después la gente lo ha repetido, diciendo que con aquello yo les había salvado la vida. Si yo soy sincera, respondo que no me había dado cuenta de lo que estaba diciendo, sino que dije lo que se me ocurrió, y que aquello resultó tener mucha más sabiduría que cualquier cosa que yo pudiera haber pensado. Pero incluso si uno ha hecho el esfuerzo y tiene la sensación subjetiva de que lo pensó, de hecho aquello provino del inconsciente, porque sin la cooperación de éste no se puede producir nada. Incluso si uno dice que a las doce debe acordarse de hacer tal cosa, si el inconsciente no coopera, se le olvidará.
Por supuesto cualquier clase de visión mental interior proviene del inconsciente, pero este postulado es exagerado, porque hay veces en que uno tiene la sensación de haber resuelto algo por su propio esfuerzo, en tanto que en otra ocasión la idea simplemente se le ocurre, sin esfuerzo consciente de su parte. Es menester ser sencillo y sincero, no dejarse ganar por la inflación ni reclamar para sí mismo esas buenas ideas; quien hablaba —si es que así lo confirman los sueños— era el anciano sabio, o la despierta viejecita, o la Divinidad. Si alguien sueña con el anciano sabio y tiene una experiencia de éstas, ésa es la demostración empírica. La bola de fuego no ofrecerá la misma experiencia, aunque en cierto sentido será aún más maravillosa, porque la persona se verá mucho más afectada emocionalmente; estará abrumada, paralizada por el misterio, por la total alteridad de lo Divino. Una experiencia de lo Divino suele ser algo de un poder abrumador que trasciende nuestra comprensión, que es peligroso, pero a lo cual hay que adaptarse, como hay que adaptarse a ciertas manifestaciones de la naturaleza, como la erupción de un volcán. El espectáculo es hermosísimo, pero no hay que acercarse demasiado, y es imposible relacionarse con él. Lo único que se puede hacer es mirarlo, pero es algo que jamás se olvidará. Emocionalmente, tiene un efecto sobre uno, pero para describirlo haría falta un poeta. Eso correspondería a las manifestaciones del arquetipo como fenómeno natural. La naturaleza tiene, en la experiencia del ser humano, un aspecto numinoso y divino que explica por qué la imagen de Dios tiene ambos aspectos. En la mayoría de las religiones hay personificaciones de Dios en ambas formas.
En la historia de la evolución de la mente europea se ha manifestado, desde la época de los griegos, una forma extraña de oposición y de enantiodromia.4 En la religión homérica, el aspecto personificado estaba exagerado. En la filosofía natural de los presocráticos se exageraba el aspecto natural. En tanto que en el estoicismo se puso más énfasis en el aspecto natural, en la primera época del cristianismo hubo un retorno a un aspecto más personificado, pero a partir de los siglos xv y xvi se volvió a poner énfasis en el aspecto de la naturaleza. Parece como si en la evolución de la mentalidad europea se iniciara un cierto movimiento de equilibrio de los opuestos, es decir de la diferencia o contraste entre ciencia y religión, que llegó luego a convertirse en el gran seudoproblema de la modernidad posterior: el dilema de ciencia o religión.
Me refiero a él en forma arbitraria y ridiculizándolo como seudoproblema porque originariamente no era problema alguno, y de hecho no existe más que una sola cosa: la búsqueda de la verdad esencial. Si volvemos a aquella cuestión y decimos que lo que interesa es la verdad, y no en cuál de las facultades universitarias se la ha de hallar, entonces el problema se desinfla. Algunas personas se quedan atrapadas en la proyección de las representaciones arquetípicas del poder de la naturaleza, y otras en los poderes personificados, y los dos grupos se pelean. Entre ustedes puede haber alguien que lo objete y me pregunte cómo es que también los científicos de la naturaleza pueden caer en la trampa de las proyecciones. Para un analista, esto es evidente, pero quiero explicarlo brevemente para aquellos que quizá no se hayan dedicado mucho a pensar en estas cosas.
Si leen ustedes la historia de la evolución de la química, y en particular de la física, verán que incluso estas ciencias naturales tan exactas no podían, ni pueden todavía, dejar de basar su sistema de pensamiento sobre ciertas hipótesis. En la física clásica, hasta finales del siglo XVIII, una de las hipótesis de trabajo, a la que se había llegado ya sea en forma inconsciente o semiconsciente, era que el espacio tenía tres dimensiones, una idea que jamás fue cuestionada. El hecho se aceptó siempre, y los dibujos en perspectiva de hechos, diagramas o experimentos físicos estaban siempre de acuerdo con aquella teoría. Sólo cuando se la abandona se pregunta uno cómo es que se pudo creer jamás semejante cosa. ¿Cómo se llegó a una idea así? ¿Por qué estábamos tan atrapados por ella que jamás nadie dudó, ni siquiera cuestionó, aquella afirmación? Se la aceptaba como un hecho evidente, pero ¿qué base tenía? Johannes Kepler, uno de los padres de la física moderna o clásica, decía que naturalmente el espacio debía tener tres dimensiones, ¡porque eran tres las personas de la Trinidad! De modo que nuestra propensión a creer en la tridimensionalidad del espacio es un brote más reciente de la idea trinitaria cristiana.
Además hasta ahora la mentalidad científica europea ha estado poseída por la idea de la causalidad, aceptada también sin cuestionarla: todo era causal, y la actitud científica consistía en afirmar que las investigaciones debían hacerse teniendo presente esta premisa, porque para todo debía haber una causa racional. Si algo parecía irracional, se creía que su causa era aún desconocida. ¿Por qué estábamos tan dominados por aquella idea? Uno de los grandes padres de las ciencias naturales, y gran protagonista del carácter absoluto de la idea de causalidad, fue Descartes, el filósofo francés •) cuya creencia se basaba en la inmutabilidad de Dios.
La doctrina de la inmutabilidad de Dios es uno de los dogmas del cristianismo: la Divinidad no cambia, en Dios no debe haber contradicciones internas ni ideas o concepciones nuevas. ¡Esa es la base de la idea de causalidad! De la época de Descartes en adelante, esto les parecía a todos los físicos tan evidente que nadie lo cuestionó. La ciencia no tenía otra misión que investigar las causas, y todavía lo seguimos creyendo. Si algo se cae, hay que encontrar el por qué: lo debe de haber derribado el viento o algo así, y estoy segura de que si no se descubre ninguna razón, la mitad de ustedes dirán que todavía no sabemos la causa, ¡pero claro que tiene que haber una! Nuestros prejuicios arquetípicos son tan fuertes que no es posible defenderse de ellos; nos atrapan, sin más ni más.
El profesor Wolfgang Pauli, físico [y premio Nobel], demostraba con frecuencia hasta qué punto las ciencias físicas modernas están en cierta medida arraigadas en las ideas arquetípicas. Por ejemplo, la idea de causalidad tal como la formuló Descartes es responsable de enormes progresos en la investigación de la luz y de los fenómenos biológicos, pero aquello mismo que promueve el conocimiento se convierte en su prisión. Generalmente, los grandes descubrimientos en las ciencias naturales se deben a la aparición de un paradigma arquetípico mediante el cual se puede describir la realidad; esta aparición suele preceder a los grandes avances, porque ahora hay un modelo nuevo que permite una explicación mucho más completa de lo que hasta el momento era posible.
La ciencia ha progresado, pues, pero todavía cualquier modelo se sigue convirtiendo en una jaula, porque si uno tropieza con fenómenos difíciles de explicar, en vez de adaptarse y decir que no se corresponden con el modelo y que es menester hallar otra hipótesis, se adhiere con una especie de convicción emocional a las que ya tiene, y no puede ser objetivo. ¿Por qué no habría de haber más de tres dimensiones, por qué no lo investigamos a ver dónde nos conduce? Pero eso era algo que la gente no podía hacer.
Recuerdo un ejemplo muy bueno que dio uno de los discípulos de Pauli. Ustedes saben que la teoría del éter desempeñó un importante papel en los siglos XVII y XVIII. Esta teoría afirmaba que en el cosmos había una especie depneuma, semejante al aire, en el cual existía la luz, etcétera. Un día, cuando en un congreso un físico demostró que la teoría del éter era del todo innecesaria, se puso de pie un anciano de barba blanca, que con voz temblorosa declaró: «Si el éter no existe, ¡entonces todo desaparece!». Inconscientemente, aquel anciano había proyectado en el éter su idea de Dios. El éter era su dios, y si no lo tenía no le quedaba nada. Aquel hombre tenía la ingenuidad suficiente para hablar de sus ideas, pero todos los científicos de la naturaleza tienen modelos últimos de la realidad, en los que creen como en el Espíritu Santo.
Como es cuestión de creencia y no de ciencia, es algo que no puede ser sometido a discusión, y la gente se irrita y se pone fanática si se les presenta un hecho que no se adecúa al marco referencial. Son capaces de decir que todo el experimento es falso y que se deben presentar fotografías, y es prácticamente imposible conseguir que acepten el hecho. Conocí a un físico cuyos sueños apuntaban a un descubrimiento nuevo, todavía por hacer, y al que él mismo no había llegado aún, pero que estaba en el aire, por así decirlo. A partir de los sueños llegamos a la conclusión de que debía abandonar su creencia en una relación simétrica entre los fenómenos materiales. ¡El físico dijo que una idea así lo volvería loco! Pero unos tres meses después, se publicaron resultados experimentales que demostraban con exactitud que lo que él había soñado era correcto, y que tendría que renunciar a sus antiguas ideas sobre el orden cósmico.
Es decir que el arquetipo es el promotor de ideas y es también el causante de las restricciones emocionales que impiden que se renuncie a teorías anteriores. En realidad, no es más que un detalle o aspecto específico de lo que sucede continuamente en la vida, porque no podríamos reconocer nada sin proyección, pero ésta es también el principal obstáculo que se opone a que alcancemos la verdad. Si uno se encuentra con una desconocida, no es posible establecer contacto sin proyectar algo; uno debe plantearse una hipótesis, cosa que por cierto se hace en forma totalmente inconsciente: la mujer es mayor, y probablemente una especie de figura materna, es un ser humano normal, etcétera. A partir de esas suposiciones se establece el puente. Cuando uno conozca mejor a la persona, habrá que descartar muchas de las primeras suposiciones y admitir que nuestras conclusiones eran incorrectas. A menos que esto se haga, el contacto se trabará.
Al principio uno tiene que proyectar, o si no no hay contacto, pero después hay que ser capaz de corregir la proyección, y lo mismo vale no sólo para los seres humanos, sino para todo lo demás. Es necesario que el aparato de proyección funcione en nosotros, porque sin el factor de proyección inconsciente ni siquiera se puede ver nada. Por eso, de acuerdo con la filosofía india, la totalidad de la realidad es una proyección, y hablando subjetivamente lo es. Para nosotros, la realidad existe solamente cuando hacemos proyecciones sobre ella.
Pregunta: ¿Es posible relacionarse sin proyección?
L. von Franz: No lo creo. Filosóficamente hablando, no es posible relacionarse sin proyección, pero hay un status del sentimiento subjetivo en virtud del cual uno a veces siente que su proyección «calza» y no hay necesidad de cambiarla, y otro status en el que se siente incómodo y piensa que habría que corregir la situación. Pero ninguna proyección se corrige nunca sin esa sensación de incomodidad.
Supongamos que llevamos dentro un mentiroso inconsciente y nos encontramos con alguien que miente como un chino. La única forma de reconocer al mentiroso en el otro es serlo nosotros mismos, porque de otra manera no nos daríamos cuenta de que él miente. Sólo es posible reconocer una cualidad en otra persona si uno tiene la misma cualidad y conoce la sensación que se experimenta al mentir, y por eso uno reconoce la misma cosa en otra persona. Como el otro es realmente un mentiroso, hemos hecho una evaluación acertada; ¿por qué, pues, habríamos de decir que es una proyección que debe ser retirada? Constituye una base para la relación, porque uno piensa para sus adentros: si X es un mentiroso, no debo creer del todo nada que él me diga, sino cuestionarlo. Es algo muy razonable, bien adaptado y correcto. Sería un grave error pensar que no es más que una proyección de uno, y que deberíamos dar crédito a la otra persona; hacerlo así sería una tontería. Pero si se lo encara filosóficamente, ¿es una proyección o el enunciado de un hecho? Filosóficamente no se puede llegar a una conclusión, sólo se puede decir que subjetivamente parece correcto. Por eso Jung dice —y éste es un punto delicado, que rara vez se entiende cuando la gente piensa en la proyección— que solo podemos hablar de proyección, en el sentido propio de la palabra, cuando ya existe cierta incomodidad, cuando la identidad del que siente está perturbada; es decir, cuando tengo una sensación de inquietud respecto de si lo que he dicho de X es o no es verdad. Mientras eso no ha sucedido en forma autónoma dentro de mí, no ha proyección.
La misma idea se aplica a las ciencias naturales. Por ejemplo, la teoría de que la materia consiste en partículas se basa en la proyección de una imagen arquetípica, porque una partícula es una imagen arquetípica. La energía también es una imagen arquetípica, un concepto intuitivo con un trasfondo arquetípico. No es posible investigar la materia sin hipótesis como éstas es decir, que hay algo que es la energía, algo que es la materia y algo que son las partículas.
Pero puedo encontrarme con fenómenos que me dan una sensación de inquietud. Por ejemplo, hay fenómenos en los que no puedo hablar de que este electrón, o este mesón, esté en un momento dado en un lugar definido, aunque, si existe algo a lo que quepa llamar partícula, debe estar en cierto lugar en un momento dado, porque esto parece, de hecho, arquetípicamente evidente. Pero ahora los experimentos modernos demuestran que esta teoría es insostenible, que no se puede determinar dónde están ciertos electrones en un momento dado, de manera que nos vemos confrontados con un hecho que pone en cuestión la totalidad de nuestra idea de lo que es una partícula. Ahora estamos incómodos, y podríamos reconocer que al hablar de partículas, en parte, proyectamos, y que es una proyección lo que estorba nuestra percepción de la realidad. Pero antes de que surja la inquietud —debida al hecho de que nuestra proyección no cuadra, de que en ciertos experimentos la partícula no se conduce como uno esperaría—, no dudaríamos de nuestro concepto.
Así pues en la ciencia natural, lo mismo que en los contactos interpersonales, se da el mismo problema de la proyección; hasta las formas más científicas, más modernas y más exactas de las ciencias naturales de hoy se basan, todas, en proyecciones. En la ciencia, el progreso es el reemplazo de una proyección primitiva por otra más precisa, de modo que se puede decir que la ciencia se ocupa de la proyección de modelos de la realidad a los cuales los fenómenos puedan adecuarse más o menos bien. Si los fenómenos parecen coincidir con mi modelo, perfecto, pero si no, tengo que revisar mi modelo. Cómo se liga todo esto es un gran problema.
Ya saben ustedes que entre Max Planck y Einstein hubo una famosa discusión, en la que Einstein sostenía que, en el papel, la mente humana era capaz de inventar modelos matemáticos de la realidad. Al decirlo geiieralizaba su propia experiencia, porque eso es lo que él hacía. Einstein concebía sus teorías en forma más o menos completa sobre el papel, y después la evolución experimental de la física demostraba que sus modelos explicaban muy bien los fenómenos. Por eso Einstein dice que el hecho de que un modelo construido por la mente humana en una situación de introversión concuerde con los hechos externos es un milagro y debe ser tomado como tal. Planck rio está de acuerdo; él piensa que concebimos un modelo que verificamos mediante experimentos, tras lo cual revisamos el modelo, de modo que hay una especie de fricción dialectica entre el experimento y el modelo, por obra de la cual llegamos lentamente a un hecho explicativo compuesto por ambos. ¡Platón-Aristóteles en una forma nueva! Pero ambos se han olvidado de algo: del inconsciente. Sabemos algo más que aquellos dos hombres a saber, que cuando Einstein hace un nuevo modelo de la realidad cuenta con la ayuda de su inconscíente, sin el cual no habría llegado a sus teorías.
Fig 5. La liberación del spiritus de la prima, materia calentada: una imagen
proyectada de lo que sucede psicológicamente en la asimilación
consciente de contenidos inconscientes activados.
Pero, ¿qué papel desempeña el inconsciente? Parecería que produce modelos a los cuales se puede llegar directamente desde adentro, sin mirar a los hechos externos, y que después dan la impresión de coincidir con la realidad externa. ¿Se trata de un milagro o no? Hay dos explicaciones posibles: o bien el inconsciente tiene conocimiento de otras realidades, o lo que llamamos el inconsciente es parte de la misma cosa que la realidad externa, porque no sabemos de qué manera se vincula el inconsciente con la materia. Si una idea maravillosa, tal como la forma de explicar la gravitación, surge de dentro de mí, ¿puedo decir que el inconsciente inmaterial me está dando una idea maravillosa sobre la realidad material, o debo decir que el inconsciente me da una idea tan maravillosa de la realidad externa porque él mismo está vinculado con la materia, es un fenómeno de la materia, y la materia conoce también a la materia?
Aquí llegamos a un callejón sin salida respecto de la forma de proseguir, y tenemos que dejar la cuestión abierta y decir que la gran incógnita es que no sabemos cómo seguir. Podemos formular dos hipótesis. El doctor Jung se inclina a pensar —aunque nunca ha formulado su pensamiento, o sólo lo ha hecho hipotéticamente, porque no podemos hacer más que hipótesis o conjeturas— que es probable que el inconsciente tenga un aspecto material, y que sería por eso que sabe cosas sobre la materia, porque —por así decirlo— es materia que se conoce a sí misma. Si así fuera, habría entonces un fenómeno de conciencia, oscuro o tenue, incluso en la materia inorgánica.
Aquí entramos en contacto con grandes misterios pero hablo de ellos porque es demasiado mezquino decir que el viejo alquimista, es decir, el científico natural de la antigüedad medieval, proyectaba en la materia imágenes inconscientes, y que actualmente nosotros lo tenemos todo muy claro y sabemos lo que es el inconsciente, pero que aquella pobre gente no los distinguía, ¡lo que explica que fueran tan atrasados y que fantasearan de una manera tan poco científica! El problema psique-materia todavía no está resuelto, y precisamente por eso no está resuelto todavía el enigma básico de la alquimia. Tampoco nosotros hemos halla Jo respuesta a la cuestión que ellos se planteaban. Podemos tener proyecciones referentes a muchas cosas tal como ellos las tenían de la materia, pero preferimos calificar a aquéllas de proyecciones ingenuas del inconsciente, porque nosotros ya hemos dejado atrás esos modelos. Aún podemos reconocerlos como fenómenos del inconsciente, o como materia de sueños pero ya no les reconocemos carácter científico. Por ejemplo, si alguien dice que el plomo contiene un demonio, podemos decir que proyecta sobre el plomo la sombra y las cualidades demoníacas del hombre, pero ya no podemos pretender que el plomo contiene un demonio porque hemos dejado atrás aquella proyección y llegado a una conclusión diferente respecto de por qué y cómo nos hace daño el plomo.
Básicamente, sin embargo, la alquimia sigue siendo para nosotros un problema abierto, y por eso al tocarlo, Jung sintió que estaba tocando algo que lo llevaría más lejos, y que aún no sabía hasta dónde. Creo que también es en parte por eso que la gente tiene tal resistencia a la alquimia, porque nos confronta con algo que todavía no podemos entender. Pero está bien que así sea, porque lo devuelve a uno a sí mismo, y a la modesta actitud de tener que describir los fenómenos de acuerdo con nuestro conocimiento actual. En la próxima conferencia empezaremos con el primer texto griego.
Fig 6. Un alquimista y su ayudante de rodillas al horno, rogando
la bendición de Dios.
NOTAS
(2) Una tableta pequeña, con diseños de rectas y curvas, que los australianos usan para representar el alma de un individuo y conservan en lugares secretos. (N. de la t.)
(3) En la tradición y el folclore escandinavos, el miembro de una clase roces guerreros de la época pagana. En batalla, una especie de frenesí los llevaba a aullar como lobos o gruñir como osos, y tenían la reputación de ser invulnerable (N. de la t.)
(4) La idea junguiana de que todo termina por convertirse en su opuesto. (N. de la t.)
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