Edward F. Edinger nació el 13 de diciembre de 1922 en Iowa (EE. UU.). Se licenció en Química, aunque su labor más reconocida fue en las áreas de Medicina, Psicología y Psiquiatría. Trabajó como médico militar en la armada de los Estados Unidos en Panamá y como Psiquiatra Supervisor en el «Rockland State Hospital» en Orangeburg, Nueva York. Fue miembro fundador de la Fundación C. G. Jung en Manhattan y del Instituto C. J Jung de Nueva York del que fue presidente desde 1968 hasta 1979, cuando se mudó a Los Ángeles. Allí tuvo su práctica psicoanalítica durante 19 años, siendo analista del C. G. Jung Instituto de Los Ángeles. Es considerado el analista junguiano más influyente de los Estados Unidos desde la década del 50 hasta su muerte en 1998 a los 75 años de edad. Entre sus obras se incluyen El Drama Eterno y Anatomía de la Psique: El simbolismo alquímico en la psicoterapia. La siguiente reseña corresponde a su obra Ego y arquetipos: una ventana a los símbolos de transformación (2018). Madrid: Sirena de los vientos.
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Reseña de Juan Carlos Alonso
Damos la bienvenida a la traducción al castellano de esta obra, una de las más interesantes del prolífico analista norteamericano Edward Edinger. El proceso de individuación es uno de los aspectos fundamentales de la psicología junguiana, pero a la vez uno de los temas de más difícil exposición debido a su complejidad arquetípica. En esta obra de Ego y arquetipos el autor presenta las etapas de este proceso durante la vida de los individuos, habla de la individuación como forma de vida y da ejemplos de los símbolos que la pueden representar. Relaciona las etapas evolutivas con la búsqueda del sentido de la vida a través de encuentros con el simbolismo de la religión, de los mitos, de los sueños y del arte.
Para Edinger la individuación es un proceso, no un objetivo realizado. Es un impulso que promueve un estado en el que el yo se relaciona con el Sí-mismo sin identificarse con él. Desde su mirada, un encuentro consciente con la psique arquetípica autónoma es para el ser humano moderno equivalente al descubrimiento de Dios. Afirma que después de esa experiencia, el individuo ya no estará solo en su psique.
Al igual que Carl Jung, Edinger estuvo en contacto con lo religioso desde niño, pues creció en un pequeño pueblo del medio oeste, en una familia de testigos de Jehová, doctrina que pronto encontró insatisfactoria. No obstante, le dejó inquietudes que luego lo llevarían a investigar sobre el significado de la religión en el ser humano. Lo hizo una vez que se hubo graduado como médico y titulado como analista junguiano.
La primera parte de este libro está dedicada al eje yo/Sí-mismo. Edinger plantea que el yo surge del Sí-mismo. Un hecho evolutivo que describe este vínculo es que el Sí-mismo puede experimentarse en la infancia, en la relación del bebé con los padres, inicialmente con la madre, quien representa al Sí-mismo cuidador y protector. Durante la primera mitad de la vida del ser humano, el foco de la evolución está en el desarrollo del yo y específicamente en la paulatina separación entre el yo y el Sí-mismo, porque los encuentros con la realidad provocan un distanciamiento entre estos dos componentes psíquicos.
Mientras que en la segunda mitad de la vida, el desarrollo se focaliza en las oscilaciones en la relación del ego con el Sí-mismo. Oscilaciones en las que se alternan períodos de inflación de yo y una posterior alienación del mismo. Esta dialéctica entre el yo y el Sí-mismo representa el proceso de individuación.
Cuando ocurre la inflación, el yo siente que es el Sí-mismo, identificándose con este arquetipo. Esta identificación lo lleva a perder la capacidad de adquirir sabiduría y de buscar el mito o la imagen arquetípica que exprese el significado individual de la existencia. Edinger se remite a la historia de Adán y Eva para explicar la separación del ser humano (el yo) y del Dios (el Sí-mismo), así como la manifestación del yo inflado.
De otra parte, la alienación se simboliza como la caída y el exilio del yo, y la figura de Caín es un ejemplo de alienación. El yo ha sido herido, lo que se entiende mejor como un daño en el eje yo/Sí-mismo. Sin embargo, la experiencia de la alienación es un preludio necesario para tener consciencia del Sí-mismo. Esta condición alienada conduce en circunstancias normales, a estados de sanación y restitución. Es también un preludio de la experiencia religiosa, porque cuando la psique colectiva se encuentra en un estado estable, la mayoría de las personas tiende a compartir un mito vivo o una deidad común (como el budismo o el cristianismo). Cada individuo proyecta su imagen interior de Dios (el Sí-mismo) sobre la religión de la comunidad. Sin embargo, estas prácticas también privan al ser humano de la oportunidad de experimentar el encuentro con el Sí-mismo a nivel individual. En consecuencia, es necesario superar el estado de alienación para lograrlo.
En la segunda parte del libro, el autor reflexiona sobre el problema del sentido de la vida, el cual está estrechamente relacionado con la percepción que tenemos de nuestra identidad personal. Del saber “¿quién soy yo?”. Su necesidad más urgente es descubrir la realidad del mundo interior subjetivo de la psique, lo que solo se consigue a través del contacto con la vida simbólica. Los símbolos son portadores de energía psíquica. Cuando el yo se identifica con el símbolo, vive la imagen del símbolo. Se busca que el yo, claramente separado de la psique arquetípica, este abierto y receptivo a los efectos de las imágenes simbólicas.
Hay dos falacias que pueden darse en la interacción entre el símbolo y el yo, y que pueden verse como etapas sucesivas en el desarrollo de la personalidad: la concreción y la reducción. La falacia por concreción se ve en las sociedades primitivas y en niños: en ella, el yo en un estado aun primitivo no puede distinguir los símbolos de lo arquetípico de la realidad concreta; un ejemplo son las creencias religiosas que malinterpretan los símbolos religiosos al considerarlos imágenes literales. La falacia por reducción proviene de un estado de alienación entre el yo y el simbolismo del inconsciente: en ella, la importancia del símbolo se pierde al malinterpretarlo como un signo; funciona bajo la suposición de que no existe ningún misterio verdadero y que nada desconocido trasciende la capacidad de comprensión del yo.
Analizando la individuación desde el punto de vista clínico, el objetivo final del análisis junguiano es hacer que el proceso simbólico se haga consciente. Aquí, el proceso de analogía puede revelar las imágenes ocultas del símbolo inconsciente. Al tener las imágenes simbólicas y las imágenes de los síntomas el mismo origen que las de los sueños, se pueden abordar de la manera como se interpretan en los sueños. Ser capaz de reconocer el arquetipo para ver la imagen simbólica detrás del síntoma, transforma la experiencia. En la medida en que se logran traducir las emociones en imágenes (o sea, de encontrar las imágenes ocultas tras las emociones), se produce una tranquilidad interior.
En la tercera parte, Edinger registra una serie de sueños de sus pacientes y muestra cómo el contenido onírico expresa la dinámica de desarrollo de la psique, la cual se manifiesta en varias imágenes arquetípicas, entre otras la sangre de Cristo, la Piedra Filosofal, etc.
En conclusión, el objetivo de la psique es la individuación y la integración, y el encuentro con el Sí-mismo es la meta fundamental del desarrollo de la psique. Plantea que los símbolos están vivos en nuestro entorno y es importante para nuestra salud psíquica el compromiso con ellos de manera consciente. Encontrar mitos que hacen eco en la psique de diferentes maneras a través de los sueños, experiencias religiosas y numinosas, ayudan a llevar a la consciencia los contenidos del inconsciente. Para Edinger, el resultado del diálogo entre el ego y el Sí-mismo (imagen arquetípica de Dios) es una experiencia que cambia radicalmente la visión del mundo.
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