Prohibido: Recuerdos emergentes arraigados somáticamente – Harry Wells Fogarty

HARRY WELLS FOGARTY

ImagenPonenciaFogarty1Árbol de Calaveras

Harry Wells Fogarty, MDiv, PhD, mantiene una práctica privada en Nueva York y es miembro de la facultad y supervisor de la Asociación Psicoanalítica Junguiana de Nueva York, así como de la Asociación de Analistas Jungianos de Filadelfia. Ha presentado ponencias en Congresos de la IAAP y continúa dando conferencias y enseñando. Se formó como Analista Jungiano en el CG Jung Institute of NY 1980-1988, mientras también completaba un doctorado en Psiquiatría y Religión en el Union Theological Seminary NYC 1987 «Acercamientos al Proceso de Transformación Personal: Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola y el método de Imaginación Activa de C. G. Jung». La siguiente es la ponencia que el autor presentó en el VIII Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, realizado del 11 al 14 de julio de 2018, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Su publicación fue autorizada por el autor.

Resumen

Estados de memoria muda corporeizada se manifiestan en el tratamiento psicoanalítico, pero típicamente quedan sin abordar. En el contexto de una viñeta personal y de amplificaciones que ilustran este fenómeno, se presenta una revisión y expansión de enfoques clínicos a los recuerdos arraigados somáticamente, con ilustraciones clínicas. Involucrar de una mejor manera al sí-mismo silenciado se propone como un enriquecimiento profundo y necesario del proceso analítico tanto en el nivel individual como en el colectivo.

Palabras clave: amplificación, recuerdo corporeizado, campo transferencial / contratransferencial, susto

Queridos colegas y amigos: estoy inmensamente agradecido por el privilegio de ofrecer la siguiente presentación. Hace sesenta y ocho años dejé Bogotá cuando era un niño de cinco años, sin embargo, la esperanza de recuperar y mejorar mi español ha sido escurridiza. Por esta razón,  hablaré en inglés, mostrando de manera simultánea una presentación de Power Point en español.

Empiezo confesionalmente con inseguridades, con dudas acerca de mi historial de actitudes psicoanalíticas, confundido por lo que quedó por fuera, con recuerdos somáticos personales y amplificaciones clínicas simultáneas.

De manera fenomenológica, el análisis favorece la articulación verbal que se basa en lo cognitivo, lo cual a menudo es un gran alivio. En apariencia, se puede tener objetividad sobre la realidad propia, como el consuelo que Descartes encontró ante el caos al descubrir el «Cogito». Quizás esta fue la base de mi tendencia a encontrar calma en las interpretaciones objetivas de análisis personal, y el sentimiento de que a través de la perspectiva de Jung se puede llegar a una verdad «sólida», aunque esa verdad sea inquietante. Curiosamente, solo después fui capaz de reflexionar sobre lo que simultáneamente llamó mi atención, incluso cuando lo descarté: una historia del libro La profesión imposible, de Janet Malcolm.

Durante muchos meses, un paciente vino a múltiples sesiones cada semana, con muchas vendas en la cabeza debido a una herida terrible. Sin decir una sola palabra acerca de su herida, el paciente eventualmente avanzó a otra fase del tratamiento mientras el analista tampoco decía nada sobre lo que el paciente callaba. La herida vendada pasó de ser una presencia muda a ser historia muda e invisible. Dentro de mi subsecuente práctica como analista, de manera similar me preguntaba cómo, más de una vez, una persona que había sido paciente por mucho tiempo eventualmente comentaba que ciertos síntomas somáticos habían estado presentes por años en el tratamiento, pero habían sido dejados de lado para concentrarse en exploraciones articuladas verbalmente. El cuerpo prearticulado silenciado había permanecido en silencio. La base corporal del sí-mismo se mantuvo exiliada (Jamie Durham – Malinche) 1.

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Las narrativas de aniquilación son abundantes, como el asesinato en masa de los aztecas a finales del siglo XIV, donde por lo menos veinticinco millones de seres humanos murieron en un periodo de veinticinco años. En resumen, «la población se redujo en un inimaginable 90 por ciento durante los primeros ochenta años de la ocupación española debido a las epidemias y la esclavitud, el peor genocidio de la historia» 2. La continua falta de atención a estas narrativas, aunada a historias recientes similares, ha llevado a nuevos tratamientos que constantemente retan el marco analítico canónico, como la obra de Frantz Fanon. Fanon hizo que prestáramos atención a realidades políticas y sociales, así como a la alienación debilitante, la cual surge como consecuencia de la «alteridad» y la colonización. La alienación debilitante y la «alteridad» son distintas a la alienación existencial europea con la cual estamos más familiarizados. Como una herida vendada, el enfoque de Fanon y otros similares, evocadores de acción analítica en apariencia inapropiada, fueron descartados, permaneciendo sin ser usados hasta años recientes. De manera perturbadora, el análisis «procede», incluso cuando lo que ha abrumado la experiencia personal, a menudo transgeneracional, se manifiesta en el ámbito del tratamiento, gimiendo silenciosamente dentro del trauma que está atrapado en el cuerpo. Prohibido. («Los niños perdidos de Tuam» – foto)3.

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Cuando era un niño muy pequeño, a finales de la década de 1940, residí en Bogotá. Mucho tiempo después, luego de muchos años de análisis que me fue de mucho beneficio, incluyendo experiencias de ser «atendido», de ser recibido con amabilidad, motivado a moverme y a buscar otras terapias personales fuera del análisis, me encontré vagamente consciente del aumento de una ansiedad de fondo, de bajo grado y crónica. Los estímulos típicos eran altos niveles externos de caos en mi entorno, tanto que sentía que «si hubiera más orden, estaría menos ansioso». Y había un estímulo nuevo que resultaba en ansiedad severa. Cuando estaba en presencia de niños de unos tres años de edad, tenía la certeza de que les esperaba un triste destino inminente. La sincronicidad de tener varios pacientes en mi práctica que habían vivido o tenían raíces en Colombia me impulsó a explorar de nuevo lo que había sido mi experiencia colombiana.

En abril de 1948, cuando yo tenía aproximadamente tres años, El Bogotazo estalló. De la noche a la mañana, mi entorno se convirtió en incendios aterradores y enormes cantidades de cadáveres en las calles. Luego, todo estuvo contenido por el silencio protector de mis padres. Eventos de los cuales nunca se hablaba, simplemente se huía de ellos lo más pronto posible. Todo desaparecía en el silencio dentro de una única lengua materna permitida: solo inglés, no español. Después de que lo recordé y lo procesé, el nuevo síntoma desapareció y el síntoma crónico con el tiempo ha pasado de ser miedos catastróficos silenciosos, a miedos manejables y discutibles.

No obstante, con la excepción de casos en los que la enfermedad física de un paciente se articula en el análisis a través de comportamientos y palabras, mis predisposiciones hicieron que no viera heridas cubiertas. Tuve una revelación temprana cuando una matemática brillante, quien sufría de depresión, fibromialgia y obesidad, hizo el siguiente comentario después de una interpretación: «no se debe asustar a los niños pequeños». Recordando su experiencia en la infancia temprana, cuando estuvo en prisión con su madre a principios de la guerra civil española, me acordé de que no solo había sufrido el caos de estar en el lado perdedor del conflicto, sino que también había visto cómo los guardias de la prisión asesinaban a su madre. Susto.

Momentos similares se manifestaron en otros tratamientos, cuando de manera inesperada ocurrió una progresión de «hablar» a «experimentar», conjuntamente con la necesidad de dar la bienvenida y permitir con seguridad la silenciada raíz del sí-mismo. Luego de numerosas sesiones donde se hablaba de relaciones afligidas y una niñez traumática, una mujer, encerrada en su cuerpo cada vez más inmóvil, se aterrorizó cuando me ajusté la ropa al sentarme, convencida de que de alguna manera iba a volver a ser víctima del abuso que había sufrido en su infancia. En otro caso, un hombre que hablaba del abuso que recibió de su madre y otros, el cual apenas podía respirar mientras yo lo instaba a visualizar otra vez las escenas, explosivos ataques físicos en el sótano, pasó a experimentar su cuerpo sin estar oculto por palabras recordadas, a respirar libremente en la sesión.

El sí-mismo anhela llorar por una historia corporal mutilada. Sin embargo, los cambios más grandes en el trabajo analítico que abarca el cuerpo mudo, el cual no ha olvidado, inevitablemente son diferentes a los que imaginamos los analistas. Recuerden la epifanía de Gabriel en Los muertos de Joyce, o el libro Citizen – An American Lyric de Claudia Rankine, en el cual la terapista le grita a Rankine, quien no se parecía a la paciente que ella imaginaba, sino que era una mujer negra que había reservado una cita y estaba en la puerta del consultorio de la terapista.

¿Cómo el involucrar, ir más lento, notar, e invitar directamente, tienen posibles estados subjetivos como amplificaciones sincronísticas, y esperan sin imposiciones, una espera que activa y contiene? Estas intensificaciones y acciones clínicas son analíticamente necesarias, requieren nuestra participación intencional en el baño analítico y producen una consciencia corporeizada profunda. Esto es el río de Gambini en una estatua. Esto es I Wrote my way out (mixtape de Hamilton)4. La amplificación, un aspecto central en la metodología de Jung, ofrece un camino.

Cuando el mundo me dio la espalda
Estaba contra la pared
No tenía cimientos
Sin amigos ni familia que detuvieran mi caída
Casi sin fuerzas, lo único que me quedaba era la duda
Tomé un bolígrafo y “escribí mi escape”.

El cuerpo amplifica el sí-mismo silenciado. Consideremos algunos ejemplos.

– La Malinche de Jamie Durham, la traductora náhuatl traicionada por Cortez y por los dos bandos a los que intentaba comunicar, cómo se debería articular la destrucción de la que no se puede hablar (Malinche, y Cortez)5.

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– Un árbol de vida decorado con fantasmas y cráneos del pasado (Imagen inicial del Árbol de Calaveras)6.

Sing unburied sing, de Jesmyn Ward, donde la liberación del protagonista requiere que conozca a los fantasmas de un pasado racista, devastador y aprisionador.

– El libro Survivor Café de Elizabeth Rosner, donde se recuerda la realidad de Hibakusha y Hibakujumoko después de Hiroshima y Nagasaki: una persona y un árbol víctimas de una bomba atómica, de la cual ambos sobrevivieron, y los dos continúan viviendo, por decirlo así.

– También el cofre encontrado enterrado bajo las raíces de un árbol en la propiedad de la casa principal de la obra de teatro Bruce Norris’ Clybourne Park. Cincuenta años después, Lorraine Hansberry’s Un lunar en el sol es revisada. La huida de blancos ha sido reemplazada por el aburguesamiento por blancos, y un cofre del pasado obliga a recordar a un veterano de la Guerra de Corea cuyas historias no fueron escuchadas por su comunidad, un «tesoro» enterrado en el patio de su casa por padres que tampoco fueron apoyados por su comunidad, huida de los blancos.

– Recordemos los comentarios de Jung sobre el espíritu en la botella, Mercurius, enterrado bajo un árbol.

– También los muertos de Jerusalén que intentaban llamar la atención de Jung.

– Quizás, también, analíticamente, darnos cuenta de que tenemos en común con Jung nuestro propio niño interior asesinado, como el que él encuentra en Liber Novus.

– Roberto Gambini relatando un sueño de un indígena Terena: «Fui al viejo cementerio guaraní en la reserva y ahí vi una cruz grande. Unos hombres blancos llegaron y me clavaron de cabeza en la cruz. Se fueron y me quedé desesperado, desperté muy asustado»7.

– Duramente, el libro de Svetlana Alexievich, La guerra no tiene rostro de mujer, es testigo de lo que no se podía hablar, los muertos enterrados bajo los robles, sin rastro,  los perros lloran en el umbral de hombres muertos, mujeres muertas y niños muertos..

Aquí está la atmósfera de «La Tate Asustade».

En tales casos, los traumas colectivos y las travesías personales se conectan. Por ejemplo, en «el asesinato sacrificial» en el Liber Novus de Jung, Jung es confrontado por su «alma», con el cuerpo de una niña mutilada, a quien de alguna manera ha «asesinado». Al querer apartar la mirada, acertadamente nota: «El horror es menos real si lo único que tengo es conocimiento»8. Tenemos que mirar, comer y digerir. ¿Lo hacemos, o nos conformamos con el conocimiento­­?

De este modo, unámonos a la interacción que tiene el protagonista Jojo con fantasmas del pasado víctimas de una muerte violenta, en Sing unburied sing de Jesmyn Ward. En un momento culminante, parece que un árbol entero estuviera habitado por los muertos, todos deseando ser presenciados y liberados.

«Ninguno de ellos revela cómo murió, pero lo veo en sus ojos, sus grandes ojos negros. Se posan como pájaros, pero se ven como personas. Hablan con los ojos:
Él me violó y me asfixió hasta que morí
Levanté las manos y me disparó ocho veces
me encerró en el cobertizo y me mató de hambre mientras yo escuchaba a mis bebés jugando con ella en el patio
entraron a mi celda en medio de la noche y me colgaron
se dieron cuenta de que sabía leer y me arrastraron afuera del granero, me arrancaron los ojos y luego me dieron una paliza
todavía estaba enferma y él dijo que yo era una aberración
y Jesús dijo dejad a los niños
déjala ir
y él me puso bajo el agua y no podía respirar.».
Y luego: «Hogar, dicen, Hogar»9.

Dentro de la sensación física, que surge de la corporeización, la psique canta la canción de los silenciados. Esto quiere decir que, para una experiencia continua de la vida psíquica, las raíces necesarias para la individuación están contenidas dentro del cuerpo silencioso. El libro Vivo hasta la muerte de Paul Ricoeur recalca que estos momentos ocurren incluso cuando uno está muriendo, acompañado por otro. Entonces uno podría experimentar, incluso al borde de la muerte, «Una voz… recitando el kadish… como un gemido bestial. La vida de la muerte haciéndose escuchar. La agonía de la muerte, su presencia resplandeciente y tristemente locuaz… la muerte tarareándose a sí misma…» y llenarse de luz 10. Un sí-mismo traumatizado, liberado del susto, vuelve a nacer.

¿Cómo proceder en un tratamiento? Algunos enfoques con los que estamos familiarizados, dado nuestro pedigrí localizado en el trabajo trascendental de Jung acerca de la interactividad y el surgimiento del tercero, La psicología de la transferencia, son tipificados por Allan Schore, Efrat Ginot y Margaret Wilkinson. La última en especial conecta el trabajo de Jung con el de figuras como Schore. A su vez, estos proveen una base para que podamos entender cómo el trauma se pasa de una generación a otra.

Schore hace que seamos más conscientes de la base afectiva de la consciencia, que continuamente evalúa las experiencias de vida y regula de manera autónoma nuestras relaciones interpersonales. Dos aspectos del trabajo de Schore son vitales para nuestros propósitos. Primero, las experiencias del trauma y la disociación que lo acompaña, un mecanismo de defensa, están guardadas en nuestras predisposiciones implícitas. Segundo, dentro de un proceso terapéutico, la experiencia mutua de estructuras emergentes puede permitir el cambio de estructuras mal reguladas por medio de un «contacto profundo» compartido. Mucho de lo que Schore describe implica adoptar un uso intencional de «comunicación con el hemisferio derecho del cerebro», ya que estas comunicaciones fueron fundamentales en la formación de las estructuras mal reguladas aprendidas.

Ginot expande su trabajo a una consideración directa de la transmisión intergeneracional del trauma. Como padres, los sobrevivientes construyen juntos un mundo de recuerdos y defensas aprendidas; la expresión de emociones desestabilizadora y defensas inadecuadas son internalizadas por el niño. Formas de saber y no saber son aprendidas por los que están siendo criados. Cuando son provocados, los sobrevivientes están viviendo su pasado en el presente, por consiguiente el niño forma un círculo reactivo en el cual, «protegido de la verdad», el niño vive en una pesadilla y se preocupa por «contenido» que no le pertenece. Cabe destacar que la veracidad histórica no es la realidad más importante; lo principal es un conocimiento de sí mismo que surja de procesos intersubjetivos en los cuales el pasado es continuamente construido en conjunto. Como discutiremos abajo, tanto el trabajo de Schore como el de Ginot es presupuesto por el énfasis de Levine en la corporeización total, en contraste con lo que parece ser solamente un énfasis en el cerebro.

Wilkinson hace una conexión entre el trabajo de Schore y el de otros, y su enfoque como analista junguiana. Tres aspectos del trabajo de Jung influencian a Wilkinson: primero, la noción de Jung sobre las psiques parcelarias escindidas, la cual apoya su teoría de los complejos y la capacidad para disociar que tiene el cuerpo, y su punto de vista de que tales psiques parcelarias escindidas, cuando son evocadas, se manifiestan por medio de una explosión de emoción; segundo, la discusión de Jung sobre la interactividad del analista y el paciente participando juntos en el tratamiento, llevando a un fuerte discurso sobre una interacción «zurda», del «hemisferio derecho del cerebro», dentro del campo activado, su noción de la fuente de Mercurio con una tercera presencia emergente; tercero, los comentarios de Jung sobre el cuerpo y la mente, y nuestra aparente incapacidad de pensar en ellos juntos como una sola cosa. Wilkinson busca cambiar nuestro enfoque en el tratamiento al campo afectivo y al cuerpo que apoya y expresa nuestra experiencia del sí-mismo y de la psique. El trabajo analítico, en especial con respecto al trauma, se convierte en trabajo concentrado en disociación corporeizada en contraste con la represión.

Sin embargo, incluso con mi conocimiento de los enfoques de Schore, Ginot y Wilkinson, mis pacientes no obstante han tenido que hacer esfuerzos valientes para educarme sobre lo que todavía hacía falta en el proceso terapéutico.

Por ejemplo, la paciente antes mencionada, que reaccionó cuando me ajusté la ropa al sentarme, decía que estaba muerta luego de un prolongado periodo de abuso físico y sexual por parte de sus padres. A pesar de que con el tiempo ella se «recuperó» y logró crear una vida funcional, alcanzando un alto rango en su campo, convirtiéndose en madre y siendo independiente, en lo privado, o cuando algo le recordaba lo que había sufrido, todavía se sentía muerta. En nuestro trabajo juntos, más allá de reorganizar y aprender afectivamente su historia, ella trajo al tratamiento varias modalidades que descubrió, como la técnica de liberación emocional. Sin esas modalidades complementarias, presenciadas en nuestro trabajo juntos, habría terminado otra terapia sin obtener lo que quería, es decir, dejar de estar muerta, vivir en su existencia corporal.

Para esta paciente, en sus propias palabras, fue como si su madre la hubiera bañado en odio y le hubiera quitado la vida. De ahí su miedo crónico a ver a un doctor, ya que de seguro la examinación revelaría lo que ella ya sabía: «Estás muerta». Cuando no tenía que salir por trabajo, la mejor manera de pasar la vida era en su cama, segura, como si en el interior estuviera creando espacio para escapar del abuso. No importaba lo que otros la invitaran a hacer, ella no podía, no tenía la «voluntad». Tampoco podía imaginar o fantasear alternativas o entrar en un proceso imaginario. Sus estados corporales de inmovilidad y respuestas congeladas solo podían ser abordados de una manera que dejara de lado la «voluntad» y la «imaginación». Al final de nuestro trabajo, desarrolló una fascinación por cómo los bulbos de las plantas amarilis y narciso en mi oficina eran «forzados», creciendo de una manera alternativa. Y ella pensaba en la posibilidad de desear y experimentar de manera segura: «solo un experimento, otra manera de plantear una opción, a diferencia de tener la voluntad o comprometerse». Y luego soñó que en su apartamento estaban su madre y padre preparándose para dar un paseo en carro; el sueño fue tan intenso que ella se levantó, se vistió, salió a la calle a ver esto y de repente se dijo a sí misma: «Pero ellos están muertos». Deseando y experimentando, ella «salió de su cama». Las opciones para su vida física florecieron fuera de temporada.

El uso de la técnica de liberación emocional por parte de esta paciente apuntaba a un enfoque final más completo. A pesar de que yo toleraba este método, no apreciaba el uso que ella le daba para desligar círculos de retroalimentación afectivos aprendidos y somáticamente internalizados. El libro En una voz no hablada – cómo el cuerpo libera el trauma y restaura el bienestar, de Peter Levine, ofrece un mapeo clínico de estos métodos. Para Levine, «el trauma ocurre cuando estamos intensamente asustados y estamos retenidos físicamente, o percibimos que estamos atrapados. Nos paralizamos o colapsamos en una impotencia abrumante»11. El trauma se vuelve esencialmente permanente, si uno no logra a su propio ritmo poner fin al evento traumático. El sentido y temor de estar estancado potencian la reacción traumática. El miedo intenso y la inmovilidad se combinan y crean un círculo de retroalimentación que se sigue repitiendo. Es típico que en la relación terapéutica este círculo no sea abordado de manera efectiva, lo cual da como resultado que los pacientes traumatizados lleguen a creer que tienen la culpa y que están irremediablemente atrapados, ya que su condición existencial no está mejorando con el «buen terapeuta». Las personas traumatizadas se convencen de que de alguna manera son débiles. Al no poder lograr restaurar su vida normal, la inmovilidad se une a otras reacciones negativas intensas, haciendo que sea casi imposible ser sanado por medio de una relación terapéutica estereotípica, ya que la capacidad de interacción social está limitada de manera severa. «No es sorpresa que, por más que lo intenten, muchos clientes traumatizados no tienen mucha capacidad de recibir apoyo y cuidado de sus bien intencionados terapeutas, no porque no lo quieran, sino porque están estancados en la raíz primitiva de la inmovilidad con su muy reducida capacidad de leer rostros, cuerpos, emociones; son separados de la raza humana… se recriminan más a sí mismos y sienten más vergüenza»12. Levine detalla los pasos terapéuticos que «desligan» las reacciones complejas aprendidas, corporeizadas y silenciosas. Mi adaptación de su trabajo ha hecho que yo sea más «activo» con algunos pacientes.

El siguiente ejemplo clínico es representativo de la evolución de mi propia práctica. Recordemos al hombre que sufría violencia doméstica. Luego de un trabajo muy beneficioso, el cual incluyó repasar algunos aspectos de sus experiencias internalizadas en la infancia, entramos en una fase en la cual de manera simultánea parecía que nuestro trabajo había terminado y aun así, ligeramente en la consciencia e insinuado en un sueño, se sentía que algo estaba siendo pasado por alto. Luego de una pausa, retomamos el trabajo terapéutico cuando el paciente entró en un devastador estado de desesperanza, a pesar de que aún tenía todos los buenos recuerdos de nuestro trabajo pasado. El Opus corporeizado sin palabras pide más. Sesión tras sesión yo tomaba una postura más activa, impulsando al paciente a que entrara en sus experiencias de manera física, emocional e intensa, según las recordara su cuerpo. Exploramos estos estados como manifestados en relaciones interpersonales recordadas, y también entre nosotros. Él se esforzó en amplificar de manera corporeizada varios encuentros que había fantaseado con figuras pasadas y presentes, y en participar en estas acciones conmigo durante las sesiones y también entre sesiones. De manera similar, me ocupé de mis propios estados físicos espontáneos e imágenes afectivas. Pasamos de un entendimiento psicológicamente claro a un anclaje corporeizado, y yo impulsé una reorganización imaginada pero física, una desligadura.

En un determinado momento, recordando su estado interno de permanecer secretamente en una isla imaginaria por muchos años pese a parecer estar completamente presente, imaginamos tácticas físicas para huir, nadando o saliendo de la isla en balsa, junto al miedo asociado a este desplazamiento. Fue como si estuviéramos explorando a lo que Jung se refiere como «la isla feliz de la neurosis», pero juntos y usando todos nuestros sentidos para identificarnos con este estado disociado de una isla interna. Este enfoque continuó por algún tiempo.

Luego de otra interrupción en nuestro trabajo, un sueño, el cual fue recordado al reunirnos otra vez, tejió el pasado viviendo en el presente de una manera muy innovadora. Consciente de que el paciente y yo teníamos un impulso de detenernos cuando tanto había aparentemente cambiado, el sueño, de la manera en que se trabajó, dio como resultado «físicamente» un cambio en nuestro compromiso y la posibilidad de un compromiso de este tipo.

«Soy un joven que viste una camiseta, y se me acercan unos hombres mayores burocráticos vistiendo traje y corbata. Quieren inspeccionar mi camión. Yo les advierto que no revisen debajo del capó, ya que el motor está encendido y ellos llevan corbatas, y esto podría ser mortal. Haciendo su cosa burocrática nada más, ellos continúan».  Después de un tiempo involucrándose fuertemente en esta escena y en sus asociaciones, el paciente de repente recordó el final del sueño: «Ignorándolos y pasando por alto mi tendencia a hacerme a un lado, corrí hacia el camión y apagué el motor». En esta acción, él superó sus estrategias de afrontamiento habituales y aprendidas. En su niñez y juventud, cuando se enfrentaba a «amenazas» evocadoras externas, ignoraba sentimientos interiores de posibilidad y «huía a su isla», vivía por inercia, siguiendo las órdenes de un sí-mismo burocrático y diligente. Así era su círculo de retroalimentación corporeizado. Esta vez, absorbiendo activamente sus propios sueños, opinó lo siguiente: «Es como si hubiera tenido, como si estuviera teniendo, una segunda oportunidad».

Aquí, una desligadura, una revisión de su estado secreto internalizado, potenciado y retenido en secreto. Logrado con otro, necesitando experiencias repetidas e integrales, uno puede así superar recuerdos arraigados somáticamente. Logrado con otro, el paciente tendrá provisiones disponibles solo si el mismo terapeuta acoge experiencias somáticas paralelas integrales.

Al reconocer la base neuroclínica para las historias intergeneracionales del paciente, así como las de su propia generación, afrontamos el cuerpo en el proceso clínico. Histórica y estereotípicamente, el proceso analítico ha impuesto palabras en un cuerpo que desea sonidos diferentes y expresiones novedosas. Los temas centrales que propongo para exploraciones clínicas más adecuadas son, primero, una absoluta necesidad de sintonizar con los indicios de memoria disociada que son arrastrados por el cuerpo, los cuales, según José Bleger, el terapeuta puede llegar a experimentar de manera somática, o los puede discernir en otros aspectos de la consciencia contratransferencial. Segundo, propongo encontrar una manera creativa y contenida para que esa experiencia pueda manifestarse en la percepción consciente compartida. Este último paso requiere involucrar el cuerpo de manera explícita, no solamente hablar.

Dobles vidas, los muertos vivientes, psiques parcelarias escindidas y una creciente viveza unitaria, este es el cambio que permiten los recuerdos emergentes arraigados somáticamente. «Prohibido» sugiere un motivo potencial en casos en los cuales es difícil sentirse vivo a pesar de realizar un trabajo analítico abnegado. Las evocaciones físicas guiadas revisan los aspectos exiliados y externos del ser y hacen que tengan sentido. Invitados a volver, cantados, la tensión propicia entre el terror absoluto y la seguridad presente, los cráneos de la historia llorada, el tesoro psíquico recuperado de las fuerzas colonizadoras transgeneracionales, beber profundamente las aguas vivas del Lago Guatavita: cada uno de estos resultados analíticos se vuelve más alcanzable. Mejorar nuestras posturas analíticas tradicionales con los movimientos de la corporeización, acoger las epifanías guiadas físicamente, hay segundas oportunidades, la psique reflejando cuerpos resucitados.

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1 Jamie Durham,  Malinche, escultura 1998-1992
2 Alvaro Enrique, «The Curse of Cortex», New York Review of Books, 24 de mayo, 2018, LXV #9, p 45
3 «The Lost Children of Tuam», New York Times, 28 de octubre, 2017
4 Nas, Dave East, Lin-Manuel Miranda & Aloe Blacc, «I Wrote My Way Out», Hamilton Mixtape, 2016 – «When the world turned its back on me/I was up against the wall/I had no foundation/No friends and no family to catch my fall/Runnin’ on empty, there was nothin’ left in me but doubt/Ipicked up a pen and «I wrote my way–«out». https://www.youtube.com/watch?v=_zhR6d6LDzM
Jamie Durham, Cortez, escultura, 1991-1992
6 Árbol de cráneos mexicano, cerámica, 2017
7 Roberto Gambini, Indian Mirror: The Making of the Brazilian Soul, Sao Paolo: Axis Munci, 2000, p. 17
8 C.G. Jung, «The Sacrifical Murder», The Red Book: Liber Novus, Ed. and Intro: Sonu Shamdasani, New York, W.W. Norton, 2009, cpt. 13, p290
9 Jesmyn Ward, Sing, Unburied, Sing, New York: Scribner, 2017, p 282, 283, 285.
10 Paul Ricoeur, Living Upto Death, Trans., David Pellauer, Chicago: University of Chicago, 2007, pp. 20-21
11 Peter Levine, In an Unspoken Voice, Berkeley: North Atlantic Books, 2010, p 48
12 Levine, op. cit., p 111

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