Susurran los daimones: cuántica y conciencia – Trudy O. de Bendayan
TRUDY O. DE BENDAYÁN
Trudy de Bendayán es una Analista Junguiana, Magister en Filosofia, con un Doctorado en Estudios Psicoanalíticos. Reside en Caracas, Venezuela, es miembro de la IAAP (International Association for Analytical Psychology) y de la AVPA (Asociación Venezolana de Psicología Analítica). Autora de dos libros: Anima Mundi y Ecce Mulier: Nietzsche and the Eternal Feminine, Chiron Publishing. Dedicada a la practica privada y a la enseñanza. La siguiente es la ponencia que la autora presentó en el VIII Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, realizado del 11 al 14 de julio de 2018, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Su publicación fue autorizada por la autora.
El ser humano debe percibir que vive en un mundo
que en cierto sentido es enigmático. Que en él suceden y pueden
experimentarse cosas que permanecen inexplicables…
Lo inesperado y lo inaudito son propios de este mundo.
Sólo entonces la vida es completa.
G. Jung
The no-man’s land between
Physics and the Psychology of the Unconscious
[is] the most fascinating yet darkest
hunting ground of our times.
G. Jung
Quisiera dar inicio a esta ponencia narrando un extraño suceso ilustrativo del determinante poder que tiene la mente sobre la materia. Poseyendo una conciencia con fuerte acento atenéico, en un intento de rendirle reconocimiento al mundo irracional, me dispuse a realizar una pintura a fin de honrar a Dionisio, personificación por excelencia del ámbito inconsciente. No teniendo lienzo, me acordé de una tabla guardada en el sótano que podría fungir como tal. Cuál no sería mi sorpresa cuando al colocarla frente a mi e intentar trazar un boceto de la ditirámbica deidad, observé extrañas figuras formadas por el entrecruce de vetas claras y oscuras en la madera. Confieso que pensé en la posibilidad de un delirio súbito por lo que solicité a mi hija menor que actuase a modo de principio de realidad. Para ello, le hice entrega de una tiza y le pedí que, sin mirar lo que yo estuviera haciendo simultáneamente en la parte superior del panel, trazase los contornos de las imágenes que podía distinguir en la parte inferior. Cuál no sería la sorpresa de ambas cuando aparecieron con toda precisión nueve figuras femeninas con túnicas que, cual sacerdotisas, parecían realizar una danza ritual. Además, surgió un paisaje natural en el trasfondo de la esquina superior (ver imágenes al final). Lo que me restó fue tan solo darle color con pintura acrílica. Dibujar a Dionisos hubiese sido un acto racional pues nació de la voluntad consciente. Actualmente, el tablón tiene un lugar de honor en mi consulta y funge a modo de testimonio de la existencia de una realidad de orden trascendente y misterioso que siempre debo de tomar en cuenta en el encuentro analítico.[i]
Este orden enigmático, propio del mundo nouménico, había interesado de sobremanera a C. G. Jung quien, a lo largo de su vida, protagonizó y testimonió numerosos sucesos que escapan a la lógica racional similares al mencionado. A partir de tales experiencias, Jung se convenció de la existencia indudable de una realidad trascendente. Contó para la aguerrida formulación de tales fenómenos acausales con la ayuda de una mente afín como la del laureado físico teórico Wolfgang Pauli (1900-1958), uno de los padres fundadores del paradigma del universo subatómico y ganador del Nobel de Física (1945), además se interesó en los experimentos sobre fenómenos paranormales llevados a cabo por el botánico norteamericano J. B. Rhein en el Laboratorio Parapsicológico de la Universidad de Duke y a quien conoció personalmente en 1937. Rhine fue quien acuñó en el año 1935 el término de “percepción extrasensorial” (ESP) y realizó rigurosos análisis estadísticos sobre la telepatía, precognición, clarividencia y psicoquinésis.
Jung estaba particularmente convencido de la necesidad de la concurrencia de los nóveles paradigmas de la física para el desarrollo de sus ideas más visionaria. Einstein, quien fue su convidado en varias ocasiones, tuvo una influencia sustancial sobre el pensamiento del psiquiatra suizo: “Fue Einstein quien, en primer lugar, me hizo pensar sobre la relatividad del tiempo y del espacio, y su condicionalidad psíquica. Después de treinta años, este estimulo inicial me condujo a mi relación con el físico y Profesor W. Pauli y a mi tesis sobre sincronicidad psíquica” (Jung. 1976, p. 109). Sin embargo, las influencias más significativas sobre Jung fueron los postulados de la mecánica cuántica surgida en las primeras décadas del siglo XX. Por su parte, Pauli también experimentó extraños efectos con su sola presencia que llegaron a conocerse como el “efecto Pauli” los cuales se iban acumulando por montones. Los físicos que trabajaban con él en la universidad llegaron a pensar que la presencia de Pauli en el laboratorio e inclusive su cercanía producía severos daños a los equipos. Otto Stern –un colega- se vio obligado a tomar medidas desesperadas. Decidió que la única manera que podía proteger su laboratorio del efecto Pauli era prohibir la entrada al propio Pauli. Por su parte, el físico era un ferviente creyente del efecto que generaba su presencia y se cuestionaba si él emanaba cierta clase de poder. Jung y Pauli se retroalimentaron de la especialidad del otro. Jung consideró que ambos ámbitos de saber arribaron a ideas que mostraban una notable similitud (cf. Jung 1946/1960:440) e insistía en la necesidad de comunión entre los dos campos epistemológicos. Por su parte, Pauli concluyó que resultaría de lo más satisfactorio si la física y la psique puedan ser asumidas como aspectos complementarios de una misma realidad (cf. W. Pauli, 1955, p. 210).[ii] Por ello, Jung advirtió que el estudio de la identidad entre el continuum que constituye el ámbito psíquico y el material debe ser “de la mayor relevancia teórica… pues, servirá de puente entre la aparente inconmensurabilidad del mundo físico y del psíquico” (cf. Jung 1946/1960:440). Para Jung esta alianza sería del mayor provecho, no sólo para explicar la transgresividad de los arquetipos, es decir, su capacidad de manifestación tanto en el mundo psíquico como en el material (cf. Ibid: 964) sino, además, ayudaría a suprimir el escepticismo surgido por la aplicación de “teorías incorrectas y no por la observación de los hechos [acausales], los cuales tienen una existencia propia” (cf. Ibid: 440) –Jung advierte: “Ningún observador imparcial podría negarlos” (cf. Ibid).
Debido a razones de tiempo me limitaré, en esta presentación, a esbozar algunos postulados –desde la perspectiva cuántica- capaces de fundamentar los fenómenos acausales que tanto ocuparon a Jung.
Antes de adentrarnos en el tema, estimo la necesidad que se tiene de diferenciar los postulados de la física clásica y los de la mecánica cuántica.
La física clásica, fundada por Isaac Newton (1642-1727) se enraíza en cinco principios que estima constituyen la realidad. Tales principios se llevan a cabo dentro del marco de un espacio y tiempo absolutamente fijos.
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La realidad se refiere al hecho de asumir al mundo físico como objetivamente real. Es decir, existe con independencia del observador. Observado o no, el universo resulta inmutable.
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La localidad se refiere a la idea de los objetos solo pueden influenciarse entre sí a través del contacto directo.
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La causalidad, asume que la flecha del tiempo apunta hacia una sola dirección y que la relación causa y efecto es absolutamente fija.
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La continuidad asume la imposibilidad de existencia de saltos discontinuos en la naturaleza. No hay pasos bruscos de un estado a otro, más bien una gradación del cambio de los estados.
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El determinismo se refiere a que todo en el universo avanza de forma ordenada y, por ende, predecible. De allí, la sentencia de Einstein que reza: “Dios no juega a los dados con el universo”.
Si bien el mundo newtoniano ofrece predicciones absolutas y definitivas a nivel macroscópico no resulta válido cuando se trata del universo de las partículas elementales. Asimismo, desde una perspectiva humanista, el modelo mecanicista/racional, concibe al hombre, como un ente “arrojado al mundo” enajenado de su entorno y extraño en un Universo independiente de él. Asumido tan solo como una pieza de engranaje de un inmenso mecanismo de relojería, donde todo encaja perfectamente y en el que rigen unas leyes fijas e inmutables, en ausencia de toda influencia de la mente y de la conciencia. Prevalece el concepto de átomos duros e indivisibles que actúan a semejanza de las bolas de billar. Cabe destacar, que anterior a Newton, el filósofo, matemático y físico francés René Descartes (1596-1650) dio inicio a la era del escepticismo racional generando con ello la nefasta escisión entre mente y materia. Esto produjo una alienación del sujeto de la naturaleza y, de sí mismo, como ente natural. Los postulados cartesiano-newtonianos han condicionado nuestra visión de mundo y se han arraigado como férreas convicciones no sólo en la esfera de la ciencia sino, además, en la psique colectiva convirtiéndonos en apóstoles de visiones obsoletas. Sin embargo, para la exploración del universo subatómico es de vital importancia la concurrencia del paradigma cuántico el cual rompe con estas cinco suposiciones básicas de la física clásica. A saber:
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El universo no existe con independencia del observador. El observador influye sobre la realidad haciendo de este un ente participativo y creativo.[iii] Al observar una partícula cuántica, se estará alterando su comportamiento (Interpretación de Copenhague). Esta es una deducción que surge del principio de incertidumbre de Heisenberg.[iv] Es la nebulosa cuántica. Establece que cuando una propiedad de un sistema microscópico queda expuesta o es bien definida, entonces otra propiedad se vuelve oscura e incierta. Esto supone un cambio básico en la naturaleza de la física, ya que se pasa de un conocimiento absolutamente preciso en teoría (aunque no en la práctica) a un conocimiento basado sólo en probabilidades, en la física estadística. En consecuencia, las leyes fundamentales expresan posibilidades, no certidumbres. De tal manera, a diferencia de la visión clásica, en el mundo subatómico no podemos hablar de estados definitivos, sino, probabilísticos, o, en otras palabras, se puede considerar una variedad de factibles futuros. Pues cualquier partícula existe teóricamente en todos sus estados de forma simultánea (superposición). No obstante, la interacción entre el sistema y el observador produce una perturbación (el misterioso colapso de la función de onda o el estado abierto a todas las posibilidades)[v] que da como resultado la aparición de una entidad fija quedando eliminadas las otras probabilidades. Tal realidad, nos convierte en eternos creadores y destructores.
Por todo lo mencionado cabe concluir que el modelo cuántico es profundamente indeterminista. Nunca podemos conocer con precisión el estado cuántico de una partícula; en todas las ocasiones se presenta un pequeño margen de incertidumbre pues parte de la información resulta elusiva. La conciencia del observador siempre estará incluida en la observación. Más aún, la conciencia sería el factor determinante en el colapso de la función onda. Por ende, al nuevo paradigma le es inherente una innegable implicación filosófica y psicológica. De tal manera, “ningún fenómeno es un fenómeno hasta que es un fenómeno observado” (J. Wheeler, 1978). Por ende, se imposibilita una formulación de las leyes de la mecánica cuántica que no se refiera a la conciencia (cf. E. Wigner.1964, pp. 248-264).[vi]
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La no-localización reemplaza a la localización. Este es uno de los postulados más asombrosos y enigmáticos de la mecánica cuántica. El entrelazamiento cuántico o conexión instantánea, rompe con la noción de la total separación de los objetos. Los objetos cuánticos pueden conectarse instantáneamente a través del tiempo y espacio. En términos sencillos podemos señalar que una partícula cuántica, una vez que ha estado en contacto con otra, retiene esa conexión, aunque las mismas se separen. Así, un electrón individual es capaz de influir instantáneamente a cualquier otra partícula aun hallándose separada por miles de kilómetros de distancia y a pesar de que entre las mismas no se produzca ningún intercambio de fuerza o energía. Esta teoría fue comprobada experimentalmente por el físico francés Alain Aspect en 1982. La simultaneidad se opuso a la teoría de Einstein de que nada viaja más rápido que la luz afirmando con ello la existencia de la “acción fantasmal a la distancia” como calificó a este fenómeno el mismo Einstein.[vii] Si nos imaginamos que todo lo existente en el Universo surgió del gran Big Bang, entonces todas las partículas estarían interconectadas.
Todo ello, nos obliga a aceptar que el universo es no local, los objetos son inseparables y las múltiples regiones que suponemos lo conforman no son independientes. O, dicho de manera más hermosa por el místico y poeta inglés, Francis Thompson; “todas las cosas por un poder inmortal, cerca o lejos, están unidas ocultamente entre sí, de tal modo que no se puede agitar una flor sin perturbar a una estrella” (The Mistress of Vision, XXI).
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La nueva visión de la realidad anula la causalidad en virtud de que la teoría de gravedad revela que la supuesta flecha fija del tiempo es tan solo una ilusión. La causalidad postula que todo efecto debe tener siempre una causa y que, en idénticas circunstancias, una causa siempre debe tener el mismo efecto. La causalidad está relacionada con el principio de localidad, y, por ende, con el tiempo y el espacio. Como ha quedado demostrado empíricamente, el principio de localidad no funciona a nivel de las partículas elementales: el entrelazamiento se encuentra fuera del espacio y del tiempo. Puesto que a pequeña escala ni el espacio ni el tiempo son uniformes ni continuos, desaparece la obligada conexión causa-efecto ya que esta resulta una función de sucesión temporal. Y, aunque parezca incongruente, podemos conocer los efectos en ausencia de las causas. O, también es factible señalar que, dentro de la teoría de la mecánica ondulatoria, de una misma causa no siempre se deriva un mismo efecto: existe una variedad de efectos posibles.
Jung cuestiona la causalidad reiteradamente en sus escritos.[viii] Percibe la elasticidad del tiempo y del espacio y concluye que los estados mentales afectan la percepción de estas categorías. Allí residen los entretelones psíquicos de la sincronicidad. El factor psíquico es el determinante. En razón de ello advierte: “La posible trascendencia del espacio-tiempo es de tal importancia que debiera estimular el espíritu de investigación para realizar su mayor esfuerzo” (Jung 1934/1960: 813).
Estimo que este descubrimiento en particular hubiese representado para Jung un momento apoteósico.
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Queda, asimismo, anulada la noción de continuidad pues la propia tela de la realidad cuántica es discontinua: el salto cuántico se aplica al cambio de estado entre diferentes niveles de energía. Tal expresión ha entrado a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano cuando nos referimos al cambio brusco de circunstancias a otras de manera súbita, sin sucesos intermedios. Un ejemplo dentro de la teoría del caos[ix] sería el llamado “efecto mariposa”.[x] Una leve variación en las condiciones iniciales de un determinado sistema puede producir un efecto de gran magnitud. Por ejemplo, el batir de alas de una mariposa en Paris podría generar un tornado en New York días después.
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Finalmente, resulta obsoleta la noción de determinismo pues la misma se fundamenta en las suposiciones de causalidad, realidad y certidumbre, ninguna de las cuales existe más en términos absolutos. Ha quedado demostrado que la naturaleza no es determinista, lo único que podemos determinar son probabilidades. El principio de incertidumbre es inherente al universo de la microfísica.
En el mundo cuántico rigen leyes diferentes de las que conocemos en el rango ordinario de nuestra experiencia perceptiva de la realidad. Las partículas atómicas y subatómicas se comportan de manera insólita para nuestra percepción. Sabemos que la realidad observada es una ilusión; lo que percibimos como sólido no lo es en realidad. Patrones energéticos y de vibración conforman y estructuran la materia: como bien lo señala el científico e inventor serbio-americano Nikola Tesla: “Si quieres entender el universo piensa en energía, frecuencia y vibración.” Esta cosmovisión holística ha suturado la nefasta escisión cuerpo-mente; hombre-mundo.
Por ello, si bien “la visión de Newton nos desgarró del tejido universal” (Zohar, D. 1991, p.2) despojando al mundo de su encantamiento, la mecánica cuántica vuelve para reencantarlo con su misterio y sentimiento reverencial epifánico pleno de significado. Lo numinoso cobra una fuerza inusitada. A diferencia de la óptica individualista de la mecánica clásica, desde la visión del universo participativo, las partículas subatómicas no ofrecen ningún sentido aisladas, unas de las otras, sino, más bien, en función de sus relaciones. El universo es una urdimbre de relaciones interdependientes. Los nuevos postulados nos sumergen en un mundo tan fantástico y desconocido como el de la Alicia de Carroll. Con todo, para muchos, resulta difícil abandonar la arraigada creencia de un Universo determinista en el que “Dios no juega dados” para asumir que el mundo real no es aquel que percibimos de forma inmediata: nos topamos fenómenos que no son explicables desde la perspectiva de las experiencias cotidianas pues aún no podemos interpretarlas desde nuestro actual indeterminismo epistemológico.[xi] Resulta dificultoso aceptar que la ciencia misma sostenga que una partícula pueda estar en dos lugares simultáneamente, que puede surgir de la nada, que puede comportarse como onda (pisque/mundo invisible) o como corpúsculo (materia/mundo visible) dependiendo del observador, que pueda atravesar cuerpos sólidos, compartir conexiones fantasmales a pesar de estar distanciadas o pueda, como el gato de Schrödinger, estar vivo y muerto a la vez. Nos vemos en la inminente necesidad de aprender a abrazar la paradoja inherente al mundo inconsciente donde todos los opuestos coexisten. Niels Bohr, premio Nobel de Física (1922) por sus importantes contribuciones a la teoría cuántica, comentó en referencia a este novel paradigma, si “la mecánica cuántica no lo deja a uno perplejo, es que no ha entendido.”
Es relevante destacar que, desde nuestro sustrato ontológico, estamos conectados indefectiblemente entre nosotros y con el mundo a través de una matriz relacional indivisible – una especie de matrix o iCloud – que es un mar pulsante de energía: un vasto campo cuántico” en el que todo lo existente está interconectado (cf. McTaggart. 2002, p. 23) [xii] Por ende, a nivel fundamental, los seres vivos… somos paquetes de energía cuántica intercambiando información constantemente con este inextinguible mar de energía. (cf. Ibid.). En otras palabras, el universo resulta ser una urdimbre interconectada que se encuentra fuera del espacio y del tiempo. Desde ese ámbito inextricable e infinito, sede del “conocimiento absoluto”[xiii] (Jung), nos susurran los daimones a través de fenómenos acausales como la sincronicidad, intuición, inspiración y sueños. La teoría del campo unificador podría dar cuenta de muchos otros fenómenos tales como la telequinesis, psicoquinésis, clariaudiencia, combustión espontánea, experiencias extra-corpóreas, dermografía (estigmatizaciones), “mal de ojo”, sanaciones con la utilización de la medicina vibracional, efecto placebo, mediumnidad, memorias de vidas pasadas, materializaciones y des-materializaciones, poder de la oración, trabajo con cristales de agua (Emoto), síndrome de miembro fantasma, visión de auras, fenómenos de poltergeist, alteración de procesos químicos y biológicos, psicometría, radiestesia y manifestaciones mánticas en general.
El susurro de los daimones, o la información recibida por los visionarios, genios, intuitivos, por medio de nuestros sueños y de los numerosos fenómenos acausales, podría explicarse por una sensibilidad particular de acceder a esa matriz energética y genésica que nos conecta con un saber trascendente que, por hallarse fuera del continuum espacio/tiempo, contiene toda la información pasada, presente y futura. Esta información nos puede llegar en fragmentos o en su totalidad. Desde una perspectiva creativa, podemos señalar que los daimones le susurraron al oído “Los siete sermones de los muertos” a Jung y el Zaratustra a Nietzsche.[xiv] Julio Verne y Leonardo da Vinci debían tener una conexión muy particular con ese saber visionario. También los daimones se colaron en los sueños del poeta S. T. Coleridge susurrándole el poema completo del Kubla Khan, A Mary Shelley su Frankestein, a R. L. Stevenson, Jeckyll and Hyde, a Bohr la estructura del átomo, al creador de la máquina de coser, E. Howe, el ojo de la aguja, al químico Friedrich Kekulé, le revelaron la estructura cíclica del benceno -que no lograba descifrar- a través de la imagen de una serpiente mordiéndose la cola (ouroborus). Al reportar este descubrimiento durante una conferencia científica, Kekulé señaló: “Aprendamos a soñar, caballeros, y después quizá podamos encontrar la verdad.” Los ejemplos a este respecto son innumerables.
Ervin Lazlo, filósofo de la ciencia, para explicar la recepción de información de este ámbito sutil, utiliza el símil de una radio en la que nuestra anchura de banda se amplía [y] las partes receptivas de nuestro sistema se hacen más receptivas a un gran número de longitudes de onda del Campo [unificador] (cf. McTaggart 2002, p. 191). Hay individuos que nacen con una anchura considerable de banda como los genios y creadores, otros pueden desarrollarlo a través de la meditación, de la visualización, de una atención aguda, del desarrollo de nuestra capacidad simbólica, por medio de las diversas técnicas de imaginación activa, estados de trance, prácticas espirituales, el poder la intención, etc. Personalmente, en mi práctica terapéutica he trabajado poniendo el énfasis en los sueños, amplificaciones y la visualización. Esta última técnica busca apuntar directamente al deseo del paciente. Entendiéndose como un deseo no regido por los afanes consumistas de moda sino, más bien, por las demandas del alma. Cabe destacar que tal teoría del campo unificador omni informático también puede dar cuenta del caso en que en sueños -u otros estados de abaissement mental– somos capaces de hablar idiomas desconocidos en la vigilia, mostrar habilidades sorprendentes, viajar a tierras ignotas, conversar con personajes de otras épocas, etc. O como tan hermosamente lo señala el místico, poeta y grabador inglés, William Blake: «Cuando las puertas de la percepción se abran, el hombre verá las cosas como realmente son, infinitas.” A pesar de que tengo más interrogantes que respuestas, puedo advertir que “menos interpretación y más imaginación”, ha resultado un precepto estimulante, generoso y sorprendente tanto para el paciente como para el terapeuta.
Para finalizar me resta señalar que, a partir de la muerte de Jung en 1961, se han dado pasos reveladores en esta área del conocimiento que nos permiten descender aún más a través “de la madriguera del conejo” y cuyas implicaciones amplían el espectro y alcance de la teoría junguiana. Tal realidad nos coloca en la posición ética de revaluar nuestro cuerpo de saber – y quehacer analítico- a la luz de los cambios de paradigma y de sus profundas implicaciones ontológicas. En la actualidad, Jung estaría acompañado por un nutrido grupo de notables pensadores de diversas ramas del saber (mecánica cuántica, epigenética, psiconeuroinmunología, medicina somática, etc. -quienes avalarían sus postulados más polémicos los cuales se fundamentan en un contacto con niveles profundos o diferentes de la realidad no sometidos a las leyes espaciotemporales (Teoría del campo unificado o cuántico, pleroma, inconsciente colectivo o Unus mundus).[xv]
Además de destacar, una vez más, el carácter visionario de C. G. Jung y aplaudir la valentía de haberse sobrepuesto a los prejuicios de su época para formular sus conceptos más controversiales, quisiera sugerir el necesario dialogo interdisciplinario -particularmente con especialistas vinculados a la cuántica- a fin de ampliar nuestros horizontes conceptuales pues, este paradigma promete darle al “principio conector acausal” –el cual requiere de la trascendencia del continuum espacio-tiempo- un grado de respetabilidad científica[xvi] y un sustrato epistemológico adecuado para lograr una visión ontológica más acorde a los nuevos descubrimientos.
REFERENCIAS
– Jung, C. G. 1976. Letters 2. (1951-1961). G. Adler (edit.) and A. Jaffe. London: Routledge and Kegan Paul.
-(1934/1960). “On the Nature of the Psyche” in Collected Works, Vol. 8. The Structure and Dynamics of the Psyche. London: Routledge and Kegan Paul.
-(1952/1969). “Synchronicity: An Acausal Connecting Principle” in Collected Works, Vol. 8. The Structure and Dynamics of the Psyche. London: Routledge and Kegan Paul.
– McTaggart, L. (2002). El Campo. Málaga-España: Editorial Sirio.
– Miller, A. I. (2009). Deciphering the Cosmic Number: The Strange Friendship between Wolfgang Pauli and Carl Jung. New York: W. W. Norton & Compa-
– Pauli, W. (1955). “The Influence of Archetypal Ideas of the Scientific Theories of Kepler” in C. G. Jung and W. Pauli, The Interpretation of Nature and the Psyche. New York: Pantheon Books.
-Wheeler, J. A, (1978). “The ‘past’ and the ‘delay-choice’ double-slit experiment. En Mathematical Foundations of Quantum Theory. A. R. Marlow (edit.), 9-48. Nueva York: Academic Press.
-Wigner, E. 1(964). The Monist 48 (2). “Two Kinds of Reality.” Smith, B. (edi.) Volume 48, Issue 2. April 1964.
-Zohar D. (1991). The Quantum Self. London: Flamingo
NOTAS
[i] En 1987, el físico Robert G. Jahn y la psicóloga clínica Brenda J. Dunne, ambos de la Universidad de Princeton, habían anunciado que después de más de una década de experimentación rigurosa en el Princeton Engineering Anomalies Research Laboratory, habían acumulado evidencias inequívocas de como la mente puede interactuar con la realidad física y modificarla. Han publicado una amplia bibliografía al respecto.
[ii] Similar conclusión llegó C. A. Maier en su trabajo “Modern Physics-Modern Psychology” cuando escribe, “Entre la física y la psicología existe realmente ‘una auténtica relación de complementaridad” (Jung 1946/1960:440).
[iii] La realidad física no existe independientemente del sistema de medición y de las interpretaciones. Los constituyentes fundamentales de la realidad “allá afuera” no parecían existir independientemente de los sistemas de medición. Esto acabó con las posiciones filosóficas del realismo científico y el reduccionismo
[iv] La velocidad y la posición de una partícula no pueden ser medidas simultáneamente con precisión, por muy perfeccionado que sea el instrumento de medición.
[v] Según el principio de dualidad” onda/partícula (de Broglie, 1924), las entidades subatómicas pueden comportarse como partículas (o corpúsculos), en cuyo caso tienen masa y, por ende, ocupan un lugar en el espacio o, pueden comportarse como ondas de masa nula que se extienden en el espacio y carecen de posición definida.
[vi] Sugiero investigar el experimento de la doble rendija de Thomas Young, descrito en 1801 y aclamado dos siglos después por la revista titulada “El mundo físico” como el “experimento más hermoso”, al describir este experimento el físico teórico y Nobel de Física (1965), Richard Feynman dijo” Escogí examinar un fenómeno que es imposible, absolutamente imposible, de explicar por ninguno de los medios clásicos: y en el cual yace el corazón de la mecánica cuántica. En realidad, contiene un misterio único”
[vii] Einstein se resistió al indeterminismo cuántico y lo adjudicó como una consecuencia de una ignorancia epistemológica respecto a ciertos valores relevantes o variables ocultas.
[viii] Jung reconoció que bajo ciertas circunstancias psíquicas es posible que el espacio y el tiempo se relativicen y puedan ser totalmente trascendidos. Concluyó que, “en relación con la psique, el espacio y el tiempo… son ‘elásticos’ y pueden ser reducidos al punto de desaparición” (Jung 1952/1969: 435). Incluso caracterizó a la sincronicidad como “una relatividad psíquicamente condicionada del espacio y el tiempo” (Jung 1952/1969:435). Aún más, estaba convencido que, a nivel de la psique inconsciente, el espacio y el tiempo “no existen en sí mismos, sino que son ‘postulados’ por la mente consciente” (Jung 1952/1969: 435).
[ix] Todo sistema caótico es sensible a las condiciones iniciales.
[x] Término tomado de la meteorología.
[xi] Con todo, cabe destacar que recientemente, una nueva generación de instrumentos experimentales sensibles y eficientes han llegado a ser accesibles, lo cual permite una demostración, especificación y correlación de [los llamados eventos anormales] más fidedignas bajo condiciones controladas de investigación. A consecuencia de este compuesto de datos empíricos más confiables se hace más viable aceptar la propuesta de instauración de pasos teóricos complementarios y con ello, también la posibilidad de moverse cautelosamente hacia la incorporación de estas anormalidades dentro de una mejor comprensión de la interacción entre la consciencia y su mundo físico. Cf. Jahn R. and Dunne, B. 1987. Princeton: ICRL Press. Loc 170 de 5791.
[xii] La teoría del campo resulta un concepto unificador de todo lo existente partiendo de la premisa de una realidad subyacente unificada a partir de la cual todo emerge y a la cual todo retorna. Sobre tal concepción, además, se sustentan múltiples cosmovisiones religiosas, espirituales, filosóficas, biológicas, psicológicas, sociales, económicas, sanadoras, etc. De acuerdo con las diversas perspectivas espirituales/científicas/epistemológicas se le ha designado con infinidad de nombres: La red de las joyas de Indra (Vedas), Ápeiron (Anaximandro), la Monada de Leibnitz, el Kybalion (Hermes Trimegistus), Anima mundi, Unus Mundus, Ein Soph (Cábala), Pleroma (Gnósticos), Registros Akashicos (Lazlo), Voluntad (Schopenhauer), Orden Implicado (Bohm), Uno Primordial (Nietzsche), inconsciente colectivo (Jung). Quizá debido a ello, no es de extrañarse que Pauli estudio los arquetipos y la Cábala; Bohr el Tao y la filosofía china: Schrodinger, filosofía hindú y Heisenberg las teorías platónicas de la antigua Grecia, solo por nombrar algunos ejemplos.
[xiii] En referencia al “conocimiento absoluto” Jung escribe que para la psique inconsciente el espacio y el tiempo parecen ser relativos; es decir, el conocimiento propiamente se encuentra en un continuum espacio-tiempo en el cual el espacio no es más espacio ni el tiempo es tiempo. (cf. Jung 1952/1960: 912).
[xiv] “Has anyone at the end of the nineteenth century a clear idea of what poets of strong ages have called inspiration? If not, I will describe it. – If one had the slightest residue of superstition left in one’s system, one could hardly reject altogether the idea that one is merely incarnation, merely mouthpiece, merely a medium of overpowering forces. The concept of revelation – in the sense that suddenly, with indescribable certainty and subtlety, something becomes visible, audible, something that shakes one to the last depths and throws one down – that merely describes the facts. One hears, one does not seek; one accepts, one does not ask who gives; like lightning, a thought flashes up, with necessity, without hesitation regarding its form – I never had a choice.
A rapture whose tremendous tension occasionally discharges itself in a flood of tears – now the pace quickens involuntarily, now it becomes slow; one is altogether beside oneself, with the distinct consciousness of subtle shudders and of one’s skin creeping down to one’s toes; depth of happiness in which even what is most painful and gloomy does not seem something opposite but rather conditioned, provoked, a necessary color in such a superabundance of light; an instinct for rhythmic relationships that arches over wide spaces of forms – length, the need for a rhythm with wide arches, is almost the measure of the force of inspiration, a kind of compensation for its pressure and tension.
Everything happens involuntarily in the highest degree but a in a gale of feeling of freedom, of absoluteness, of power, of divinity. – The involuntariness of image and metaphor is strangest of all; one no longer has any notion of what is an image or a metaphor; everything offers itself as the nearest, most obvious, simplest expression. It actually seems, to allude to something Zarathustra says, as if the things themselves approached and offered themselves as metaphors («Here all things come caressingly to your discourse and flatter you; for they want to ride on your back. On every metaphor you ride to every truth – Here the words and wordshrines of all being open up before you; here all being wishes to become word, all becoming wishes to learn from you how to speak»).
This is my experience of inspiration; I do not doubt that one has to go back thousands of years in order to find anyone who could say to me, «it is mine as well” F. Nietzsche Ecce Homo (Section 3)
[xv] El fenómeno de sincronicidad, en el cual los eventos psíquicos internos coinciden significativamente y acausalmente con los eventos físicos externos uno puede concluir que para Jung toda la realidad [puede] es un sustrato aún desconocido que posee materialidad y al mismo tiempo, cualidades psíquicas (cf. Jung 1958: para 780). El principio de sincronicidad señala Jung, sugiere que existe una interconexión o unidad entre eventos causales no relacionados y aquellos que postulan un aspecto unitario del ser que bien puede ser descrito como unus mundus [un solo mundo] (cf. Jung 1955-6: para 662).
[xvi] Respetabilidad que resulta muy necesaria. En numerosas universidades alrededor del mundo aún existe cierta resistencia frente al estudio de la psicología junguiana, por estimar a su fundador como místico, profeta, poeta y hasta delirante, sólo por nombrar algunos epítetos. En las librerías hallamos sus obras generalmente en la sección de “New Age”, particularmente en los Estados Unidos. A modo de ejemplo personal, mi hija, estudiante de psicología de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, al nombrar a C. G. Jung en una clase fue convidada de manera enfática por el profesor a dedicarse a la carrera de letras en lugar de psicología. Cabria agregar la observación hecha por el profesor y autor Arthur I. Miller: “It is important to remember that Jung, Pauli and their contemporaries considered Jung’s research to be quite as important as Pauli’s work in physics. Jung’s exploration of the human psyche was as serious as quantum mechanics’ exploration of the physical world. Whereas today we take for granted the conclusion of quantum mechanics, most of us are less ready to accept concepts like synchronicity or archetypes. They are not our currency of belief. But when Pauli and Jung were having their conversations, Pauli took for granted that Jung’s research was every bit as weighty and significant as his” (Miller, A. 2009, p. 207).
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