JUAN CARLOS ALONSO
Juan Carlos Alonso es Psicólogo (Universidad Nacional, Bogotá) y Analista Junguiano miembro de la IAAP (International Association for Analytical Psychology) y de la SCAJ (Sociedad Colombiana de Analistas Junguianos). Magister en Estudios Políticos (Universidad Javeriana). Miembro Fundador y Director de ADEPAC (Asociación de Psicología Analítica en Colombia). Atiende consulta particular como psicoterapeuta y analista junguiano especializado en adultos. Autor del libro Psicología Junguiana: teoría, práctica y aplicaciones (2019) y Editor de la obra Trauma en la primera infancia:análisis psicológico junguiano (2018). Correo:adejungcol@yahoo.com.
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Cuando voy a viajar a un nuevo lugar, me gusta navegar por internet, buscando blogs de viajeros que hayan estado en ese sitio. Siempre me ha sorprendido la cantidad de personas a quienes les gusta registrar sus experiencias en estos lugares, comentando con quién viajaron, en dónde se alojaron, las dificultades que tuvieron, y lo más importante, los consejos que dan a viajeros que estén interesados en visitar los mismos parajes. Todas las veces me han resultado estas crónicas de gran utilidad, y esta reseña pretende también dar una idea a otros interesados sobre las cosas con las que se pueden encontrar y evitar sorpresas en la visita a Suiza.
Ubicación del Lago de Zúrich en el Mapa de Suiza
Teníamos planeado de antemano con mi esposa que después de asistir al congreso internacional junguiano en Viena del 25 al 30 de agosto de 2019, íbamos a aprovechar para viajar a Suiza, a visitar dos lugares emblemáticos para los junguianos: la casa en Küsnacht donde vivió Jung la mayor parte de su vida y la Torre que construyó en Bollingen, en la cual pasó largas temporadas de trabajo y meditación. Nunca me habían parecido destinos fáciles. Si bien era un deseo que tenía desde hacía varios años sin poderlo realizar, la cercanía de Austria a Suiza hizo factible su cumplimiento y viajamos de Viena a Ginebra. Algo que olvidamos fácilmente los viajeros es que si bien Suiza hace parte del convenio Schengen, como país no hace parte de la Unión Europea, lo cual incide en aspectos como las Sim Card para celulares, que sirven para comunicarse en todos los países de la UE, pero no funcionan en Suiza y es necesario adquirir nuevas tarjetas. La moneda es el Franco Suizo, cuyo valor es ligeramente inferior al Euro. Pero el problema no es tener que cambiar euros, ni la diferencia de valor entre monedas; el problema es que todo va a costar tres o más veces que en otros países como Austria, y eso se debe tener en cuenta en la planeación del viaje. Un ejemplo extremo de las diferencias en costos se puede encontrar en el servicio de Uber, el cual para recorridos cortos y medianos puede costar en Viena entre 5 a 7 Euros, mientras que el mismo trayecto en Suiza aparecía en la aplicación costando ¡¡180 Euros!! Por ello, no utilizamos nunca este servicio en Suiza.
En Ginebra nos recibió una amiga colombiana, también junguiana. Sorprende un poco la duración de dos horas de un vuelo entre estos dos países pequeños y vecinos, pero esto se explica al ver que Viena está en el extremo este de Austria y Ginebra en el costado oeste de Suiza. Nuestra amiga nos acompañó a conocer Ginebra durante toda la jornada, y al final del día viajamos a Murten, en donde ella reside. Murten es una pequeña ciudad medieval del cantón de Friburgo, de habla francesa, por lo que tiene su propio nombre en francés: Morat. Extraña un poco en Suiza el cambio de idioma dependiendo de la región que se visite. De mis lecturas sobre la vida de Carl Jung, sabía que en el país se hablaban cuatro idiomas, alemán, francés, italiano y romanche, pero otra cosa es experimentarlo a medida que uno recorre el país, descubriendo en nuestro caso regiones totalmente alemanas, otras francesas, en tanto que en otras como Berna, saludan en alemán y se despiden en francés. Otro aspecto que me sorprendió es la proporción de población según la lengua materna: alemán 74%, francés 21%, italiano 4,5% y romanche 0,5%.
El día siguiente a la llegada lo pasamos en Murten con nuestra amiga, celebrando su cumpleaños. El martes comenzó nuestra travesía propiamente junguiana. Tomamos con mi esposa un tren a las 7:15 de la mañana que nos llevó a Küsnacht en menos de dos horas y cuarto. Es impresionante la exactitud en la hora de salida y llegada de los trenes en Suiza, los cuales son ejemplo de la experiencia de ese país en las medidas del tiempo. No en vano es el país líder en elaboración de relojes. Solamente tuvimos que hacer dos trasbordos de tren, uno en Berna y otro en Zúrich, antes de terminar en la estación de Küsnacht. El transporte en tren es también costoso. El recorrido desde Murten hasta Küsnacht nos costó cerca de 132 Euros por los dos pasajes.
Lago de Zúrich: las estrellas señalan las ciudades de
Zúrich, Küsnacht y Bollingen
Conviene saber que el lago de Zúrich parece una media luna recostada, en donde las tres ciudades, Zurich, Küsnacht y Bollingen (todas de habla alemana), están ubicadas en el costado oriental del lago, con la primera en la cabecera norte del lago, Küsnacht a 20 minutos de Zúrich, y Bollingen, en el extremo sur del lago, a una hora de esta última ciudad.
Los tiquetes para visitar la Casa de Küsnacht los reservamos por internet desde Colombia a través del siguiente enlace: https://www.cgjunghaus.ch/de/. Hicimos el viaje en el tren urbano desde la estación principal de Zurich hasta Küsnacht. Desde allí y con ayuda de la aplicación Google Maps llegamos caminando a la casa, a unos 15 minutos de la estación, en dirección a Erlenbach. La casa está ubicada en la Seestrasse 228, CH 8700. También existe la posibilidad de hacer el recorrido en ferry desde Zúrich por el lago, pero nosotros no lo utilizamos. Si se viaja en carro, el recorrido es más corto, tomando la Seestrasse casi hasta el final de Küsnacht, en dirección a Rapperswil.
El turno de las visitas estaba previsto para las 10 am pero llegamos media hora antes, por lo que tuvimos tiempo de tomar fotos por el largo camino de piedra que lleva a la puerta de entrada. Este camino tiene dos surcos adoquinados y una fila de árboles que conducen a la antigua casa. A lado y lado del camino hay jardines con árboles frutales.
Casa de Jung en Küsnacht (Foto de J.C. Alonso)
Aunque hay una zona de parqueo a un lado de la casa, es un lugar privado. Algunos de los colegas que habían estado también en el Congreso en Viena llegaron en auto, pero tuvieron que utilizar el parqueadero de la piscina pública, saliendo de la casa, a mano derecha. Otra alternativa es dejar los autos al frente de esta piscina, en el parqueadero de la Planta de tratamiento local.
El «museo», como se le conoce a la casa, lo conforman algunas de las habitaciones de la casa, mientras que otras son privadas, ocupadas por integrantes de la familia de Emma Jung-Rauschenbach. Es necesario reservar con anticipación pues se organizan visitas, creo recordar que dos días a la semana, y con un costo de 20 francos suizos. Hay descuento para adolescentes y estudiantes. Los visitantes éramos numerosos (unas 20 personas), por lo que nos dividieron en dos grupos. El nuestro empezó por la planta baja mientras que el otro comenzó por el segundo piso. Nuestra guía era una mujer mayor muy simpática, que no hace parte de la familia, pero nos comentó que la otra guía, más joven, era una descendiente de los Jung-Rauschebach. Al terminar el recorrido, tuvimos otra sorpresa y fue ver que había más visitantes esperando fuera de la casa para un segundo recorrido. Como en la página web dedicada a reservar los tiquetes no aparecía sino la visita de las 10 am, pienso que el número de analistas que tuvo la idea de visitar la casa fue tan grande que tuvieron que organizar un segundo turno de visita guiada.
La inscripción en latín que aparece en la parte superior de la entrada de la casa dice “Vocatus atque non vocatus Deus aderit” («Invocado o no invocado, Dios se hace presente»), palabras que me resultan muy familiares porque con motivo de mi titulación en Copenhague en 2013, un grupo de colegas me regaló una placa con esa inscripción, por ser el primer analista junguiano colombiano, la cual está visible en mi consultorio.
Placa con inscripción de Jung (Foto de J.C. Alonso)
Desde 1908 Carl Jung y Emma Rauschenbach construyeron la casa en este lugar tan tranquilo, a orillas del lago Zúrich. Jung intervino mucho en el diseño de la residencia, junto con Ernst Fiechter, el arquitecto que la dirigió. La construcción se hizo viable porque en 1907 el padre de Emma falleció dejándole una considerable herencia que hizo posible llevar a cabo el anhelado proyecto. Emma murió antes que Jung, en 1955, habiendo vivido en esta casa por más de cincuenta años. La residencia permanece en posesión de la familia de Emma y pasó de hijos a nietos. En 2002, la Fundación CG Jung Küsnacht se hizo cargo de la casa con el objetivo de preservarla para la posteridad, y desde 2017 se la llama «Casa Museo C.G. Jung». El recorrido guiado incluye el comedor, la sala y el consultorio de Emma en la primera planta; la sala de espera de los pacientes, el consultorio y la biblioteca de Jung están en la segunda planta. Hay además un almacén con venta de libros y una salita de exhibición de objetos de Jung (uniformes, pipa, casco de cazador, gorro de la época de estudiante, etc.). El jardín interno permanece casi intacto hasta el día de hoy, de estilo inglés, con un gran jarrón de piedra plantado con flores en el centro. Saliendo hacia el lago, existe un embarcadero de piedra con una casa de botes en donde Jung guardaba su querido barco de vela, llamado “Pelícano”. También en esta parte hay una pequeña plaza de piedra rodeada de árboles, su “sala del jardín” en donde Jung atendía a veces a sus pacientes.
Emma Rauchenbach y Carl Gustav Jung
Cuando terminamos la visita guiada, preguntamos a una de las mujeres que atendía en la recepción por un lugar cercando donde pudiéramos almorzar. Nos recomendó el restaurante de la piscina pública que colinda con la casa de Jung, y fue una muy buena alternativa. Luego de almorzar, volvimos a la estación central de Küsnacht para dirigirnos a nuestro segundo destino junguiano, la Torre de Bollingen. Como mencioné antes, llegar allá es mucho más aventurado. Primero, porque si se mira el mapa de Suiza, no se encuentra Bollingen por ninguna parte; la razón es que Bollingen es un pequeñísimo pueblo del municipio de Jona, así que es mejor tomar como referencia a Rapperswil, la ciudad cercana más grande. Segundo, porque la Torre es una propiedad privada y es utilizada por la familia durante los meses de verano. No está abierta al público, salvo unas pocas fechas al año, en las semanas calendario números 11, 12, 43 y 44 de cada año. Para visitarla durante estas semanas, se debe escribir al correo «turm.bollingen@gmail.com«. Las indicaciones que se dan en un folleto son las siguientes: tomar el tren Küsnacht hasta Stadelhofen, hacer allí el trasbordo hacia Jona (Bahnhof), nuevo trasbordo hacia Bollingen (Dorf), y bajar allí para seguir caminando hasta la Torre. La duración del recorrido en tren es de unos 50 minutos y el camino a pie de unos 10 minutos.
Nosotros habíamos hecho la reserva de dos noches en una cabaña, en un lugar relativamente cercano a la Torre, y hacia allá nos dirigimos desde la estación de Küsnacht. En la máquina de tiquetes a la que ya estábamos acostumbrados, comencé el proceso de señalar la estación final a la que íbamos (Eschenbach), pero lo que siguió en ese momento fue algo que aun no entiendo y que llevó a un momento difícil del viaje… aunque he aprendido que todas las situaciones difíciles hacen parte de la aventura de un viaje. Una mujer asiática se acercó y nos dijo que el camino que estábamos escogiendo era muy costoso, e intentó encontrar uno más económico. Como no lo pudo hacer, llamó a unos atentos guardias y les contó su versión de lo que nosotros necesitábamos. Ellos, muy amables, nos seleccionaron un trayecto efectivamente muy económico, pero que demandaba hacer tres trasbordos, el último de los cuales era un trayecto en bus. Compramos esos boletos e iniciamos el recorrido de los diferentes tramos con sus correspondientes cambios de tren. Pero cuando íbamos en el último recorrido, nos dimos cuenta que no teníamos la única maleta que llevábamos (por comodidad viajábamos con una sola maleta con lo necesario para dos noches). ¡Qué desconcierto! Nos bajamos en la siguiente estación para regresar a donde habíamos hecho el último trasbordo. Buscamos por los corredores, a sabiendas de que lo más seguro es que hubiéramos dejado el equipaje en uno de los trenes.
Terminamos acudiendo a una de las oficinas de los Ferrocarriles Federales Suizos, SBB. Allí tuvimos la fortuna de dar con una empleada que hablaba bien el español (esto no es tan extraño en Suiza, en donde lo sorprenden a uno respondiendo en español, en especial camareros de restaurantes). Esta empleada fue muy eficiente. Luego de averiguar por el recorrido, las características y contenidos de la maleta, preguntó por el lugar en donde estábamos residiendo en Suiza, para que si aparecía la maleta, la pudieran llevar a la estación de esa ciudad. Dimos la dirección de nuestra amiga en Murten. La empleada nos dijo que por su experiencia, un objeto perdido no aparecía sino mínimo cuatro días después de reportado. A pesar de nuestro pesimismo de que apareciera, principalmente porque llevábamos objetos de valor, incluyendo dos iPads y varios cargadores, tres de nuestros amigos que viven en Suiza nos dieron esperanzas al contar sobre pérdidas en trenes, de celulares y tabletas de ellos, que luego habían recuperado.
Una vez nos hicimos a la idea de que debíamos continuar el viaje con lo que llevábamos puesto, intentamos proseguir el trayecto que los dos guardias nos habían diseñado, cuyo seguimiento se puede hacer a través de una aplicación bajada por internet (SBB Mobile) y que lo guía a uno durante el camino. Llegamos a Ruti, la última estación de tren y allí debíamos tomar el bus que nos acercaba a la cabaña que habíamos reservado. De pronto, me encontré con una nueva sorpresa, y es que la aplicación calcula el tiempo de duración del trayecto y luego elimina el recorrido del celular. Así que sólo teníamos el destino final en los boletos, pero no detalles como el número del bus. Afortunadamente recordaba que la ruta era la 885, por lo que nos subimos en ese bus. Por su parte, mi esposa recordaba que nos debíamos bajar cerca de Laupen. Por eso, me quise asegurar que el vehículo pasaba por ese lugar y se lo pregunté al conductor. Él respondió que no pasaba por allí. Nos bajamos confundidos, pero vimos que detrás salía otro bus con el mismo número de ruta, pero que sí tenía el nombre Laupen en la ruta señalada en la parte delantera. Nos trepamos con dificultad porque era hora de salida de los muchachos de los colegios y el bus estaba atestado. Le pregunté en inglés a un hombre por el lugar a donde íbamos y me respondió muy amable en un ininteligible alemán. Una jovencita nos escuchó y me pregunto en inglés para dónde íbamos y le indiqué la dirección exacta. Ella lo anotó en su celular y me indicó muy amable el número de paradas de bus que faltaban, señalando que debíamos caminar por unos 20 minutos cuando nos bajáramos del bus. Cuando comenzamos a caminar, vi que sólo me quedaba 5% de batería del celular, y por lo tanto disponíamos solamente de ese tiempo para que el Google Maps nos llevara a nuestro destino.
Llegamos finalmente a una bella casita campestre. Timbramos pero no salió nadie. Llamamos por celular al teléfono de contacto del hospedaje con el 1% restante de batería que quedaba y nos atendió Susi, la dueña del lugar. Resultó que el timbre que habíamos tocado era el de la habitación que teníamos reservada, que aunque hacía parte de la casa, era totalmente independiente. Momentos después llegó Urs, su esposo. Fueron la pareja suiza más adorable que he conocido. Cuando les contamos sobre la pérdida de nuestro equipaje, nos trajeron una canasta con cantidades de artículos de los que suelen ofrecer los hoteles, pero muchos más: afeitadoras, jabones, shampoo, cepillos y cremas dentales, gorros de baño, etc. Nos preguntaron qué más podíamos necesitar. Les dije en broma lo imposible de conseguir: pijamas… ¡y ellos bajaron con tres juegos de pijamas para escoger cada uno! A pesar de que la reserva sólo incluía el desayuno, varias veces nos prepararon almuerzo o cena, muy bien presentado todo. Como todos los suizos, Urs había prestado servicio militar y lo había hecho desempeñándose como cocinero.
Destinamos la mañana del día siguiente para hacer un recorrido por la ciudad de Zurich. Urs nos llevó a la estación de Ruti y luego nos fue a recibir en su auto a la 1 de la tarde. Nos tenía la atractiva propuesta de que compráramos algo ligero para almorzar, y que él nos llevaría hasta la Torre de Jung en Bollingen. ¡Eso superaba todas nuestras expectativas! Luego de 10 minutos de recorrido nos señaló la vía paralela que había que recorrer caminando para llegar a la entrada de la Torre, la cual quedaba casi completamente oculta por los árboles. Y entonces Urs nos hizo su segunda propuesta inesperada. Nos dijo que no había ninguna seguridad de que hubiera gente en la Torre, por lo que llegar por tierra podía ser una pérdida de tiempo. Su sugerencia era llegar al lugar por el lago. Él tiene un pequeño barco en el que suele pescar dos veces a la semana. Fue para nosotros una sorpresa verlo entrar al embarcadero con su propia llave, y dirigirse directamente a una pequeña embarcación estacionada, al igual que muchas otras, en la forma ordenada en que se mantiene todo en Suiza. Subimos a la nave, llamada Kutterli. Urs manejó el barco con gran pericia por el centro del lago de Zúrich. El día era excepcionalmente soleado. Al lado derecho del lago existe cantidad de construcciones, mientras que al otro lado hay bosque cerrado.
Torreón de Jung en Bollingen (Foto de J.C. Alonso)
En el momento en que se vislumbró la Torre a lo lejos, nuestro capitán Urs sacó una especie de antena con aletas blancas y la instaló arriba de la cabina. Nos explicó que las embarcaciones tienen prohibido acercarse a las casas de la costa, para evitar molestar a los dueños de las propiedades, excepto cuando son barcos pesqueros como el suyo. A medida que nos acercábamos a la Torre, vimos que había gente en la casa, en el jardín interno que daba al lago. Emocionado, yo tomaba fotos de la magnífica edificación. Ya se sabe que en 1923 Jung comenzó por construir una torre circular a la que en los siguientes 12 años le fue añadiendo paulatinamente otras tres torres a la estructura central, resultando una construcción con cuatro partes interconectadas (dos de las torres son circulares y las otras dos cuadradas).
De pronto escuché que Urs hablaba en alemán con un hombre joven del grupo reunido allí en la Torre. Luego me enteré que él le había dicho que era vecino del lugar, y que tenía alojado en su casa a un analista junguiano colombiano que venía del congreso que se había realizado en Viena. El joven se dirigió a mí y me preguntó si quería entrar y conocer la Torre. Emocionado, acepté de inmediato. La casa no tiene un embarcadero como tal. Solo una especie de trampolín angosto al que se fue acercando cuidadosamente el pequeño barco. El muchacho, muy amable, me preguntó en broma si yo sabía nadar. Caminé con cuidado por la pasarela hasta la construcción. Acompañaban al hombre tres mujeres jóvenes sentadas en torno a un bebecito que jugaba en el piso. Las salude, excusándome por invadir su privacidad. El muchacho me contó que ellos eran familiares lejanos de Jung. Me recordó que Jung nunca había querido poner electricidad a la casa, porque de esa manera se sentía más en contacto con la naturaleza, y que la familia había mantenido las cosas de la misma forma, respetando su deseo. Estaban desde el día anterior y pasaban la noche con luz de lámparas. Una de las muchachas hablaba muy bien el español. Me acompañó a la enorme estufa en donde se apilaba cantidad de leña. Esa estancia yo la recordaba por haberla visto en fotos. Luego hice con ella un recorrido rápido por una parte de la casa. Luego regresamos al patio donde estaban los demás. Pregunté en dónde estaba el cubo tallado por Jung y ella me lo señaló. Yo, emocionado, le tomé una foto y la joven me preguntó si deseaba que me tomara una foto junto al cubo. Me hizo tres fotos, una horizontal y dos verticales, y me preguntó si habían quedado bien. Miré muy rápido y aunque habían quedado muy bien, hubiera sido incapaz de hacer que repitiera otra.
Cubo esculpido en Bollingen (Foto de una familiar de Jung!)
Me despedí y mientras esperábamos el barco en donde estaban el capitán y mi esposa, le pregunté al joven si conocía Latinoamérica. Me contó que había estado en Buenos Aires y en Cuzco, pero no conocía Bogotá. Volví al barco de Urs muy emocionado. Este encuentro “cara a cara” con la historia de quien ha influido tanto en mi vida, quedará en mi memoria… ¡para siempre!
Después del viaje, investigué sobre ese lado del cubo que aparece en la foto. Fue tallado por Jung en 1950, con motivo de su 75 cumpleaños. En el centro está representado Telésforo, un enano u homúnculo provisto de una linterna y vistiendo una capa con capucha, rodeado por una inscripción griega e inserto en un mandala alquímico. La inscripción dice:
El tiempo es un niño, jugando como un niño, jugando en un tablero, el reino del niño. Éste es Telésforo que vaga por las regiones oscuras de este cosmos y brilla como una estrella en las profundidades. Él señala el camino a las puertas del sol y a las tierras de los sueños.
El mandala tiene cuatro partes con significación alquímica. La parte superior está dedicada a Saturno, la inferior a Marte, la izquierda al Sol-Júpiter y la derecha a la Luna-Venus.
Luego de conocer este par de lugares tan especiales para los admiradores del pensamiento junguiano, continuamos recorriendo algunas otras ciudades suizas antes de regresar unos días a la inagotable Viena, y finalmente el retorno a Colombia.
Para concluir esta crónica, se ve cómo la visita a la Torre de Jung es efectivamente más azarosa de lo que se piensa, por lo que creo que este relato puede servir de referencia a otros interesados que deseen intentar la aventura, en la que, como se vio, no existe un camino único. Sucede como con el proceso de individuación, durante el cual cada persona debe descubrir su propia forma de desarrollarlo… y está lleno de obstáculos y percances. Pero también, como en el proceso de individuación, es útil conocer la manera en que otro lo ha llevado a cabo.
P.D.: La maleta efectivamente se encontró y fue enviada al quinto día, con el contenido intacto, a la estación de Murten. Mis respetos por la honradez y la eficiencia de la gente suiza.
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