Lisímaco Henao H.
y Astrid Acevedo H.
Lisímaco Henao, psicólogo, y Astrid Acevedo, contadora, son docentes de la Institución Universitaria de Envigado, Antioquia. Esta ponencia fue presentada por los dos autores en el VIII Encuentro de Economistas realizado en la ciudad de La Habana, Cuba entre el 6 y el 11 de Febrero de 2006. En la ponencia se analiza la arquetípica del concepto occidental de «desarrollo» y se propone una visión psicosocial de las raíces profundas de la incapacidad de los pueblos mal llamados «subdesarrollados», de lograr las metas propuestas por el sistema económico y unas raíces fundadas en el inconsciente colectivo de dichos pueblos. El E-mail de Lisímaco Henao es: lisimacohenao@yahoo.es
1. Anotaciones históricas al concepto occidental de desarrollo.
La visión occidental del progreso es una construcción histórica, que ha tenido diferentes connotaciones y a respondido a diferentes aspiraciones humanas, pero todas han coincidido en características ascendentes, lineales y acumulativas:
La visión clásica y teleológica de los griegos planteó que el conocimiento era la vía para alcanzar el bienestar y el perfeccionamiento humano, identificando el progreso como ese avance acumulativo hacia el perfeccionamiento espiritual del ser humano. La religión también planteó su idea del progreso a partir de ubicar el infierno en el inframundo, en la oscuridad y el cielo en la cima, en la claridad y el camino de las salvación como esa vía para alcanzarlo.
La modernidad como proyecto aspiró al desarrollo del hombre en la búsqueda de la dignidad humana a partir de la razón, pero a su vez se articuló a los procesos colonizadores y mercantilistas de la época, permitiendo el predominio de un enfoque economisista, que se vale de los desarrollos de la ciencia para fortalecer unas estructuras de poder y dominación, vigentes aún en Europa y que por efectos de la expansión colonizadora llegan a todos los rincones del globo terráqueo.
Muchos estudiosos en la materia plantean que fue realmente con la aparición de la escuela clásica liberal cuando se dio origen al enfoque económico del progreso, planteándose como única alternativa y la solución mesiánica, que permitirá salvar al mundo y en especial al llamado tercer mundo, sacarlo de su condición de bárbaros, incivilizados, pobres y subdesarrollados.
Vemos entonces la relación Progreso-modernidad- desarrollo, la cual han llegado a América en todas sus expresiones filosofía, religión, política y economía, todas en intentos fallidos de una colonización totalizante, porque desde ninguna óptica hemos logrado niveles de desarrollo que se aproximen a los de los países llamados del primer mundo. ¿Que pasará? ¿Será que no existe un real interés de que los países subdesarrollados logren desarrollarse? ¿Será que no existe un real interés de nuestros pueblos por desarrollarse en esa dirección?, ¿será que nuestras condiciones socioculturales no caben en las pretensiones del mundo occidental?
Los indicadores del desarrollo- subdesarrollo: Pib, Ingreso Percápita, Crecimiento, miden el valor en términos monetarios de los bienes y servicios comercializados durante un período, la capacidad de compra promedio de un habitante, el aumento de la producción y distribución de los bienes y servicios de un país; pero no dan cuenta de la satisfacción de necesidades económicas, sociales y culturales de un pueblo. Por ejemplo: porque haya aumentado la compra de celulares en los países latinoamericanos, no significa que se haya satisfecho la necesidad de comunicación y que entonces seamos un país más desarrollado que antes, lo que indica es la capacidad que tiene el mercado para incidir sobre los compradores. El producto interno bruto de algunos países se ha visto incrementado con la venta de entidades públicas a inversionistas extranjeros, hecho que sólo es tenido en cuenta por el indicador en términos cuantitativos, si se analizara cualitativamente, podríamos deducir que en los años subsiguientes esa empresa ya no va a generar ningún ingreso al estado para la inversión social, lo cual va en detrimento de la satisfacción de necesidades de la población. Un último ejemplo: ¿Cuánto es el ingreso percápita de un indígena en su resguardo?: podría ser cero y por lo tanto es no desarrollado; en este caso si al indígena no le interesa tener ingreso monetario, el indicador del desarrollo no lo tiene en cuenta. Este caso en particular, demuestra que el desarrollo niega la diferencia y busca ante todo la homogenización como estrategia de control global. Estas mediciones dan cuenta de la visión del desarrollo occidental, que prioriza una concepción del mundo desde el mercado, negando o soslayando otras concepciones.
2. Estructuras arquetípicas del concepto occidental de desarrollo.
En las primeras décadas del siglo veinte, el psiquiatra Suizo Carl Gustav Jung fundó las bases de una Antropología psicológica en la que muchos teóricos de las ciencias, particularmente de las ciencias sociales y humanas, se han apoyado para proponer visiones comprensivas de la cultura. Esta psicología ofrece una manera original de vislumbrar los diversos fenómenos del pensamiento y la conducta humanas. Mediante la propuesta de la existencia de un Inconsciente Colectivo, nos permite acercarnos a aquello que subrepticiamente se cuela en la cultura y de lo cual es muy útil darnos cuenta, si queremos explorar otras maneras de pensar y actuar en el mundo.
En el caso específico que nos ocupa y basándonos en tal perspectiva, podemos comprender cómo el concepto de “desarrollo” se ajusta a una pauta arquetípica, es decir, a una imagen antigua e inconsciente, según la cual crecer, mejorar o simplemente estar bien, son posibilidades humanas referidas a lo ascendente, siendo así que la imagen preferida para expresar el desarrollo sea la del árbol, aquello que se levanta desde el suelo y se transforma en las alturas.
Ya en el antiguo Egipto, se consideraba como el mayor desarrollo poder alcanzar las alturas y de ahí la necesidad de construir estas pirámides que permitían al individuo proyectarse hacia el cielo (claro está que este nivel de desarrollo solo lo podían alcanzar los más ricos), y así toda la mítica occidental está impregnada de imágenes ascencionales: Los dioses griegos en el monte Olimpo, Yavhe hablando a Moisés desde una montaña, Cristo muriendo en el monte calvario o simplemente la imagen del cielo, el lugar de las cosas mejores, arriba; mientras que su opuesto oscuro y negativo, abajo. Y sabemos también que el valor de los minerales se debe de alguna manera al esfuerzo heroico humano de sacarlos de debajo y traerlos arriba de la tierra.
La Psicología misma está impregnada de esta lógica inconsciente, es evidente que los estudios sobre el desarrollo humano se refieren específicamente a la manera como aumentan las conexiones neuronales, se incrementan las posibilidades de simbolización, las funciones, etc., también al plantear la existencia de un subconsciente, es decir, algo por debajo, inferior y peligroso para la conciencia que estaría arriba, al ser el soporte de la razón. En este mismo sentido y según los conceptos de Darwin, el desarrollo humano se da como un levantarse desde el suelo, desde la tierra hasta una posición erguida, cosa por la que además hemos pasado todos al aprender a caminar, determinando también escalas médicas para medir el bienestar.
Podemos aún ilustrar esta tendencia ascensionista con las imágenes heroicas de cuentos y leyendas occidentales en las que el protagonista, ser desarrollado y perfecto, tiene generalmente la capacidad de volar o flotar, repitiéndose en nuestra máquina moderna de contar historias: el cine. Allí tenemos a todo tipo de héroes voladores, todos ellos elevándose sobre los demás ciudadanos, cosa que supuestamente les hace mejores .
Otra imagen que viene a probar la fantasía que soporta lo que en occidente denominamos “desarrollo” es la de el número. El número determina el mundo occidental, las matemáticas son la protociencia moderna como en algún momento lo fuera la filosofía, dicho en otros términos: para los seres humanos el número tiene algo de mágico. Para comprobarlo basta con observar la manera como el número viene a servir para sopesar la forma de vivir: ¿cuánto peso? ¿cuánto mido? ¿cuánto tengo? ¿cuánto pierdo? ¿cuánto me falta?. Pero el número, ligado al concepto occidental de desarrollo, se expresa óptimamente en el hecho por nosotros conocido de que el crecimiento de las cifras del PIB es, en la lógica capitalista, expresión de la mejoría de un país.
En resumidas cuentas, y citando al psicólogo norteamericano James Hillman podemos afirmar que “La escala cuya ascensión supone progreso espiritual tiene un largo pedigrí”
3. Conflicto y tensión en América Latina.
a. Motivos fundamentales
Hasta aquí la Psicología analítica nos sirve para comprender un hecho práctico: estamos ligados colectiva e inconscientemente a la fantasía arquetípica de que la vida es mejor en tanto hay un incremento, una acumulación. Una fantasía que también podría expresarse de otras maneras: que el poder está determinado por un tipo de jerarquía ascensional, piramidal, que quien está arriba es y está mejor que quien está abajo o la mas famosa y perjudicial de todas: que el ser humano es mejor porque tiene la naturaleza a sus pies, un dios se la dio para que la dominase, y por ello puede aniquilarla si conviene a sus expectativas de acumulación, lo que hoy se expresa como control del medio ambiente.
Bajo esta tiranía inconsciente no es de extrañar que el norte (arriba) sea percibido como el lugar del bienestar, que se halla autodeterminado como merecedor de los bienes del sur (abajo) o que la emigración hacia el norte ejerza un poder mágico sobre muchas personas; cuántos sudamericano prefieren sufrir en España, Alemania o Estados Unidos, sólo porque están allí. Como tampoco debe extrañarnos el que sea la partícula sub la que se anteponga al nombrar a los países de bajo PIB (léase, según lo cual, países subdesarrollados).
El problema que nos plantea el hecho de la existencia de estas estructuras arquetípicas, por lo pronto inconscientes, es que si no son reconocidas, si no hacemos conciencia de la manera como han sido exportadas a nuestras culturas autóctonas y allí asimiladas; seguiremos una y otra vez repitiéndolas por más que nos molesten, nos enfermen o nos destruyan. Siempre habrá quien diga que no es tan malo aspirar a tener exactamente lo mismo que han construido los países “que están arriba”, así se arrase con culturas enteras, con sus selvas, recursos y cosmovisiones. No es tan malo, se dirá, es cosa de hacerlo bien.
Esa es la trampa de lo que permanece inconsciente. Una arquetípica no puede ser modificada, pero al comprenderla, podemos permitirnos explorar otras imágenes y conductas que se ajusten mejor al ser integral, en este caso, al ser integral latinoamericano, o indio, o africano o el que se quiera. Los arquetipos no son infinitos, pero cada cultura tiene particulares maneras de imaginar creativamente los suyos. Frente al bienestar, pueden existir imágenes alternativas a las de la acumulación.
El analista venezolano Axel Capriles, en un ensayo titulado “Desdén y culpa: el dinero en América Latina”, diferencia la relación que tiene el Latinoamericano y el norteamericano con el dinero, diciendo que mientras éste proviene de una herencia protestante que le ha permitido separar dinero y pecado, el latinoamericano conserva aún el rezago católico hispano que caracteriza la riqueza como envilecimiento, lo cual lleva a que la acumulación de capital sea un asunto que genere culpa o que simplemente se evite, debido a la angustia inconsciente que provoca el estar en estado de pecado. Dicho conflicto hace parte de lo que el Dr. Capriles denomina, en otra parte, nuestro “complejo del dinero”. El autor sospecha, además, que la crudeza y profundidad de los problemas económicos latinoamericanos indican que este complejo se nutre también de formas mucho más arcaicas, de fantasías arquetípicas anteriores incluso a la llegada de los españoles, así lo atestigua la existencia de pueblos indígenas en los cuales el gran valor no es la acumulación de capital o bienes, sino su distribución, culturas en las cuales la acumulación solo es valorada si deviene en posterior entrega (cita específicamente un pueblo venezolano denominado sanemá-yanoama que según el antropólogo Daniel de Barandiaran serían parientes directos de los primeros seres humanos que llegaron a América entre 50.000 y 25.000 años atrás). Entre estos grupos la constante parece ser que “la prosperidad material como la entendemos los occidentales se ve comprometida”. A esto agregaremos el conocimiento de que en América precolombina, se daban unos desarrollos de la agricultura que permitían la especialización en ciertos productos, de pendiendo de la región y la cosmogonía de cada grupo, lo cual conllevaba, de manera natural, a la posibilidad de intercambio de los mismos. Este sistema de relaciones permitía que los desarrollos locales no fueran en las mismas direcciones, por lo que no era posible una homogeneización de la diferencia, dándose en cambio una matización de la desigualdad por medio de la socialización y el intercambio mismos.
Nuestra intuición es que el latinoamericano actual se debate en una constante tensión entre las aspiraciones que defiende la conciencia colectiva y las intuiciones y necesidades que le son mas propias y que empujan desde el inconsciente colectivo. En la primera encontramos valores como: acumulación de capital, capacidad de compra, los productos tecnológicos como satisfactores únicos de las necesidades, la autoimagen como imagen del mercado, el consumo al máximo de los recursos naturales al servicio de la acumulación misma, la visión de la vejez como decrepitud e inutilidad, el tiempo libre como problema, el individualismo desbordado, el éxito económico como heroísmo cultural, la homogeneización de la diversidad o la diversidad sólo si es mercancía, los saberes indígenas como atraso o mercancía. En el imaginario colectivo inconsciente encontramos en cambio: el rechazo al atesoramiento, la solidaridad como acción natural, el trueque como intercambio, la cooperación como interacción y la identidad grupal como máxima riqueza.
Las pruebas que podemos aducir a favor de la existencia de esta tensión son algunos fenómenos que el latinoamericano promedio bien conoce: la resistencia al ahorro, la sensación de culpa frente a la propia acumulación o el señalamiento culposo de los potentados, la sospecha de que no son honestos, el dicho popular como testigo de ciertos prejuicios frente al dinero (“el vil metal”, “el cochino dinero”, etc.), la negativa a reproducir el dinero por medio del trabajo, la añoranza constante de vivir en comunidades solidarias, el incremento de sociedades de trueque, la economía informal (lo que en Colombia llamamos “el rebusque”), y en el ámbito empresarial, la gran dificultad al momento de adoptar normas internacionales de control y calidad.
b. Las evidencias históricas.
El anterior planteamiento da lugar a muchas preguntas, una de ellas es ¿cómo se ha dado entonces el desarrollo que hasta hoy hemos logrado?. La respuesta tiene que ver con que también existen en Latinoamérica hombres y mujeres cuyo pensamiento corresponde a las expectativas Europeas y que además aprovecharon oportunidades para acumular capital, mientras otros más, simplemente cayeron embrujados con el canto de sirenas del desarrollo y el progreso.
Recurriremos a la historia de América latina para recordar que a finales del siglo XIX, algunos intelectuales, burgueses y terratenientes que gozaban de la posesión de tierras, formación académica y acceso a las estructuras de poder, minorías por supuesto, aprovecharon el auge de la revolución industrial y respondieron a la producción de materias primas y alimentos, producción que resultaba bien pagada y les posibilitó además la incursión en escenarios políticos. Esto a su vez motivó el éxodo del campo y el desplazamiento a las ciudades, aumentando la demanda de alimentos en las mismas, mientras más campesinos dejaban el campo. Aquí comienza una nueva era de dependencia de los países latinoamericanos que justificó la permanencia obligada en los nuevos formatos de la economía. En palabras de José Luis Romero:
“La consecuencia fue un cambio importante en la posición de latinoamérica con respecto a Europa y los Estados Unidos. Esos mercados consumidores exigieron determinados productos dentro de un gigantesco plan de producción concebido en escala mundial, y esa exigencia, mucho más remunerativa que antes, fijó ciertas condiciones a la producción. El mercado consumidor estableció el o los productos exportables; prefiriendo en cada país un sistema de monoproducción estableció altos precios, pero fijó también altos niveles de calidad que requerían nuevas técnicas no sólo en la etapa de la producción sino también en la distribución; estableció relaciones de dependencia financiera que importaban dependencias inevitables y regímenes de importación de productos manufacturados; exigió privilegios y garantías que le fueron acordados a través de gobiernos a los que transformó en sus personeros; pero, sin duda , promovió una activa modernización de los países latinoamericanos, aunque al precio de una dependencia económica que muy pronto implicó, directa o indirectamente, una cierta dependencia política.”
Toda esta ola de desarrollo en América latina fue abanderada por una clase pudiente y dueña de las tierras productivas que cada vez se hacía más rica, alejándose notablemente del resto de la sociedad, profesionales y artesanos, quienes a su vez constituyeron una clase media tradicional que opuso resistencia a las tendencias desarrollistas y modernizantes. Si a esto se suma el que otros grupos poblacionales, campesinos, indígenas y comunidades negras; se marginaran de esta discusión, comprenderemos el surgimiento de una antigua polémica (que hoy continúa como resistencia inconsciente), obstaculizadora de las pretensiones desarrollistas de aquella clase que detentaba el poder.
Esta condición de “ineficiencia”, propia del subdesarrollo, justifica una de las expresiones del desarrollo occidental que tiene que ver con la necesidad de intervenir estos pueblos por parte de Europa y Estados Unidos, para ayudarlos a salir de su condición de subdesarrollados.
c. Consecuencias.
Mientras nosotros vivimos inconscientemente una ambigüedad como la ya descrita, el capitalismo avanza a pasos agigantados y en su nueva expresión, “La Globalización”, pone su interés en la conformación de un gran escuadrón de consumidores a través de la transculturización y la apropiación de los recursos naturales; además, con el pretexto del desarrollo nos ubica en un plano de defensa del “ambiente” o “medio ambiente”, en lo que ha dado en llamar desarrollo sostenible – desarrollo que hace sostenible el capital-, convirtiendo en objetivo de futuros descubrimientos y colonizaciones nuestros recursos naturales y culturales, siendo esta la única área de los países subdesarrollados donde no se ha tenido una total incidencia. Escobar y Pedroza aluden a esta estrategia de la siguiente manera:
“Con el desarrollo sostenible , puede afirmarse sin mayores reparos que éste antes de asegurar la sostenibilidad de la naturaleza, asegurará la del capital. Hay que redefinir y reinventar la naturaleza de tal forma que el capital sea sostenible. De eso se trata. Mientras que los ecologistas tratan de rehacer las corporaciones de tal forma que la naturaleza sea sostenible, las corporaciones rehacen la naturaleza y el trabajo para que la rentabilidad del capital no baje. A lo mismo apuestan las acciones del Banco mundial, cuya Global Environmental Facility (GEF) debe entenderse como una estrategia de control mundial de los recursos silvestres por el Grupo de los Siete. En el Tercer Mundo el discurso del desarrollo sostenible redefine al medio biofísico como ‘ambiente’, y concibe a este como una reserva para el capital. Más aún, dentro de este discurso es imposible hablar de naturaleza como construcción socio-cultural. La ‘naturaleza’ desaparece al ser reemplazada por el ‘ambiente’ se declara así la muerte semiótica de la naturaleza como agente de creación social.”
Y en otra parte:
“El desarrollo sostenible como lo ha planteado Visvanathan, expresa un especial potencial para colonizar las últimas áreas de la vida social del Tercer Mundo aún no regidas por completo por la lógica del individuo y el mercado, como el derecho al agua, las selvas y los bosques sagrados. Lo que eran territorios colectivos ahora están a medio camino entre el mercado y la comunidad aún cuando la economía no pueda entender el lenguaje de los espacios o territorios colectivos porque estos no tienen individualidad y no obedecen a las reglas de la escasez y la eficiencia” .
Otro de los grandes riesgos que asumimos por no tener conciencia de nuestra resistencia ante el desarrollo es la agudización del problema de la pobreza. ¿Cómo explicar que en países con tantos recursos naturales: flora, fauna, y agua, y recursos sociales y culturales: el saber hacer, saber cosechar, saber curar, conocer el territorio y saber satisfacer necesidades de múltiples maneras, se encuentren tantos habitantes hombres, mujeres y niños, muriéndose físicamente de hambre?, pues sí, el Capitalismo en esencia no propende por la igualdad, ni por la justicia, promoviendo el que en América Latina se den grandes acumulaciones de riqueza, entre ellas la tierra y los medios de producción, negando valores tan importantes para el latinoamericano como la solidaridad y esa marcada importancia de la distribución de la riqueza, que caracterizó las culturas precolombinas.
Con las más recientes fases del capitalismo notamos aún más la pérdida paulatina de la solidaridad en la cotidianidad. Debido a la enfática necesidad, planteada por la lógica del mercado, de ser competitivos, eficientes y efectivos, se desprecian condiciones humanas que antes fueron consideradas muy importantes para el proceso social de una comunidad, este es el caso de la sabiduría de los ancianos y de los niños como imagen vital.
En este mismo sentido, se relegan a un segundo plano actividades propias de nuestro ser latinoamericano en la medida en que no son rentables; este es el caso del arte, la cultura, las tradiciones y la ritualidad, las mismas que, paradójicamente y en consecuencia con la gran crisis que vive el modelo de desarrollo Capitalista, son utilizados por este como una nueva manera de recrearse y prolongar su sostenibilidad.
No es extraño entonces, que el patrimonio cultural de nuestros pueblos indígenas y comunidades negras se vea nuevamente en peligro, en la medida en que sus bienes y conocimiento puedan ser usurpados, patentados y comercializados, un ejemplo de ello es el caso de los medicamentos. A partir de los nuevos tratados con Estados Unidos se establece que los medicamentos no podrán ser suministrados si no tienen determinadas condiciones de calidad, determinadas obviamente desde los desarrollos y exigencias de la ciencia y el conocimiento occidental, ¿que pasará entonces con la medicina tradicional? ¿Quiénes van a hacer que estos medicamentos cumplan los requisitos exigidos internacionalmente? Blanco es, gallina lo pone y la historia se repite. Este es sólo un ejemplo pero hay un sinnúmero de riquezas que ya están en la mira de grandes firmas multinacionales, nuestros rituales, conocimientos en agricultura, conocimiento de los bosques, músicas, atuendos, accesorios, culinaria, orfebrería; todo en un contexto de mercantilización, desconociendo su valor como expresión de comunidad y de relación con lo divino, acorde con la desacralización del mundo, tan propia del ideal moderno.
4. A manera de Conclusión.
El subdesarrollo, así mirado, se nos antoja no un problema, no una carencia en la capacidad del pueblo latinoamericano, sino y muy por el contrario, una respuesta inconsciente a exigencias que violentan su espíritu y las habilidades naturales con que cuenta, en definitiva, su esencia.
El estado de ambigüedad individual y colectiva que hemos descrito, lleva a Latinoamérica a presentar un estado de cosas obtuso e indefinido, un río revuelto en el cual pescan indistintamente los grandes capitalistas y los explotadores de los bienes culturales que nos visitan con la promesa de que nuestro capital cultural va a ser universalizado. Los combates que libran nuestros países contra la pobreza seguirán siendo infructuosos mientas no avizoren el peligro que conlleva estar haciendo el juego a un concepto de desarrollo acumulativo, ajeno a nuestras potencialidades y a nuestras posibilidades reales de ser naciones auténticas y libres de equivocarse o acertar pero con modelos propios, con cosmogonías y racionalidades propias.
Lo que hemos querido subrayar es la existencia, en el continente americano, de imaginarios colectivos autóctonos relacionadas con el bienestar, premisa con la que coincidimos muchos latinoamericanos y que viene a aportar respaldo a nuestra apreciación de que frente a las fantasías que soportan el concepto dominante de desarrollo, es posible explorar otras que nos permitan reconectarnos con la tierra, con los otros y con el propio ser, una manera sabia de sacralizar el mundo y de explorar otras dimensiones de la existencia y que es tan propio del alma latinoamericana. Creemos que es importante que los investigadores indaguemos aún más en dichas fantasías colectivas, así como en la aparición actual de formas diversas que representan alternativas a la imagen de acumulación y a la lógica ascensional como indicadores del desarrollo.
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