Los hijos bastardos del Caos

EDUARDO CARVALLO

Eduardo Carvallo es Médico Psiquiatra y Analista Junguiano, miembro yCoordinador académico de la Sociedad Venezolana de Analistas Junguianos (SVAJ), y de la International Asociation for Analytical Psychology (IAAP). El presente documento fue presentado en una conferencia de ADEPAC en Bogotá en junio de 2007. E-mail del autor: eduardocarvallo@gmail.com

A Tere

Quisiera agradecer a mis amigos y colegas: Dra. Vesna Luger, Dr. Luis Galdona y Dra. Diana Rísquez por sus invaluables aportes, paciencia y generosidad durante la revisión y proceso de edición del texto. Así mismo, quisiera agradecer a Tere, mi esposa, por su paciencia, amor y acertados comentarios durante el trabajo de investigación y escritura del mismo.

INTRODUCCIÓN

En el terreno de la psique sabemos que, por lo general, lo que está más cerca de nosotros es lo más difícil de conscientizar y de reflexionar.

De las observaciones acerca de las manifestaciones de la psique y de su dinámica en nuestros pacientes y en nosotros mismos, surgen elementos que nos asombran y nos hacen cuestionar nuestras referencias acerca de la realidad tangible e intangible. En mi caso, mi interés en los últimos años se ha centrado en cómo los aportes de diferentes terrenos: la antropología, las religiones, la mitología, fácilmente se transforman en metáforas que nos permiten darle una cierta forma a los movimientos de la psique en la cotidianidad. La psicología contemporánea se ha desarrollado a partir de las observaciones de psiques profundamente perturbadas, de «pacientes enfermos». Sin embargo, sigue siendo un reto enorme el descubrir la dinámica de la psique en su cotidianidad. No creo exagerar si digo que aun hoy en día, a pesar de creer que se han hecho enormes avances en el estudio de la psicología, el conocimiento acerca de la misma se encuentra en pañales. Son estas vivencias cotidianas las que me llaman la atención, las que me obligan a hacer un esfuerzo de enfocar mi capacidad de observación en aspectos presentes en el día a día, pero que pasan sutilmente desapercibidos.

Mi interés el día de hoy es tratar de aportar algunos elementos que promuevan la discusión acerca de uno de los aspectos, que estando permanentemente presente en mayor o menor grado en nuestra experiencia profesional y personal, es -por lo menos para mí- de muy difícil aproximación: el caos.

El CAOS EN LOS MITOS DE CREACIÓN

En la mayoría de las cosmogonías, al principio estuvo el caos. Lo encontramos en escritos tan antiguos como la Teogonía de Hesíodo o la Metamorfosis de Ovidio.

Quisiera traerles unas líneas de estos autores, el primero griego que vivió alrededor del siglo VII a.C. y el segundo romano del año 43 a.C.

Nos dice Hesíodo:

«En primer lugar existió, realmente, el Caos. Luego Gea, de ancho pecho, sede siempre firme de todos los Inmortales que ocupan la cima del nevado Olimpo; y Eros, el más bello entre los dioses inmortales … »

A su vez Ovidio describe:

«Antes de que existieran el mar, la tierra y esa cobertura de los cielos que se extiende por doquier, la naturaleza ofrecía el mismo aspecto en todo el universo: es lo que los hombres denominaron Caos, masa informe y confusa … Aunque allí estaban los elementos de la tierra, del mar y del aire … ninguno de ellos tenía forma definida y cada uno interfería estorbando el desarrollo de los demás … »

A partir de estas primeras líneas, ambos autores comienzan a describir detalIadamente cómo ese caos comenzó a organizarse transformándose en los principios que dieron origen al mundo tal como lo conocemos. Sin embargo, llama la atención lo poco que se detienen en hablar acerca del mismo. Me atrevería a decir que igual nos sucede en el campo de la psicología. Damos por sentado que hay un caos primordial del que se desprende un proceso de evolución que se desarrolla a lo largo de la vida, pero de este origen muy poco conocemos.

Dice Lewis Spence, el mitólogo escocés del siglo pasado: «Muchos de los mitos de civilizaciones superiores de la antigüedad, de la forma en que han lIegado hasta nosotros hoy, obviamente han pasado a través de una o dos etapas de refinamiento y revisión por las manos de algún sacerdote, poeta o filósofo ansioso de liberar su raza de su supuesta ruda y salvaje historia primitiva».

Spence pone el foco sobre una tendencia a ennoblecer lo humano, que podríamos interpretar como una cierta vergüenza de nuestros orígenes que se traduce en represión de los mismos. Nada más primitivo que el caos que esta inscrito en el inicio de todo. Al reprimir el origen caótico, el caos primordial, lo empujamos al mundo de lo sombrío. Entonces, el caos es sombrío por naturaleza: por lo inconsciente, por ser rechazado, por su poder destructivo y porque siempre está presente.

Quisiera retomar a nuestros autores antiguos, para oír como prosigue su visión evolutiva:

Nos dice Hesíodo:

« … Gea primeramente dio a luz al estrellado Urano, semejante a ella misma, para que la protegiera por todas partes, con el fin de ser así asiento seguro para los felices dioses».

En estas líneas de Hesíodo, leemos la importancia que se da a que del Caos surja una sede, un asiento.

Para surgir del caos habría que encontrar un «algo» de donde asirse, podríamos decir que ese «algo» es la contención. La contención es algo que perseguimos desde nuestro nacimiento: la madre -o lo que ésta pueda significar- es el primer container del ser humano. El container brinda la posibilidad de que surjan las formas; es el asidero desde el cual puede ordenarse el caos. La contención protege la posibilidad de hacer conciencia. Si no hay container, la vas alquímica, no hay proceso. Esto lo vemos en los pacientes esquizofrénicos, donde aparentemente, al no estar presente el elemento protector de Gea, como madre positiva, el container se rompe una y otra vez derramando el contenido psíquico. Solo un container permite comenzar a ordenar el caos psíquico y desde allí iniciar un proceso de desarrollo de la psique que permita establecer una genealogía, en el sentido cronológico.

A su vez, continua Ovidio:

« .. .Ia pugna entre los elementos fue a la postre resuelta por un dios. Por una fuerza natural en ascenso, que separó la tierra de los cielos, y las aguas de la tierra y estableció el aire limpio por encima de la atmósfera más densa. Y una vez que liberó estos elementos, sacándolos de la masa en que confusamente yacían, asignó a cada uno un lugar diferente y los vinculó entre sí con armoniosos y concordes lazos.»

En estas Iíneas, al igual que en Hesíodo, también percibimos la importancia que se Ie da a asignar un lugar desde el cual puede comenzar a desarrollarse algo, pero Ovidio introduce un aspecto nuevo: la necesidad de diferenciar los componentes del caos y de que éstos se vinculen armoniosamente entre sí. En esta vinculación armoniosa de las formas iniciales reconocemos la presencia de Eros.

A partir de estos orígenes, en esta masa confusa comienza a desarrollarse una transformación. Los diferentes elementos comienzan a diferenciarse y a interactuar, apareciendo una Iínea evolutiva de la cual surge la genealogía del panteón de dioses griegos conocida por todos nosotros. A muy grandes saltos, podríamos decir que las fuerzas primordiales, sin formas, que se encuentran al inicio de esta cadena, dieron origen a los titanes y éstos a su vez dieron paso a los olímpicos. No cabe duda de que del caos surge una enorme gama de «formas complejas de estructurarse» , que es lo que conocemos en psicología analítica como arquetipos.

Esta línea evolutiva no sólo la encontramos en la mitología, sino también en los terrenos de otras ciencias como la antropología, la biología y, recientemente, en la psicología evolutiva.

LOS HIJOS BASTARDOS DEL CAOS

Sin embargo, mi interés es enfocar lo que no se puede reconocer como parte de este desarrollo evolutivo, lo que escapa de una genealogía reconocida -la olímpica. Son los hijos bastardos del caos. Los que comparten una naturaleza monstruosa y no pertenecen a la estirpe que dio origen a las formas psíquicas conocidas. Son, solo para nombrar a algunos, Coto, Briareo y Giges, los Hecatónquiros, hijos monstruosos de Gea, gigantes dotados de cien brazos y cincuenta cabezas que les habían nacido de los hombros; Equidna, víbora con cuerpo de mujer terminado en cola de serpiente en lugar de piernas, hija de Gea y de Tártaro –el lugar donde reinaban las tinieblas; Tifón, el menor de los hijos de Gea y Tártaro, intermedio entre hombre y fiera, ser monstruoso y alado que despedía llamas de sus ojos, que tenía el cuerpo rodeado de víboras y en lugar de dedos tenía cien cabezas de dragón. Estas son las expresiones “bizarras” de lo humano, lo inhumano de lo humano. Inscritas en principios más reprimidos, que se han hecho sombra, y que cuando aparecen nos resultan extrañas, siempre monstruosas. Expresiones que están enraizadas en lo sin forma psíquica, en lo primario, que quedaron fuera de la fuerza vinculante de Eros.

El caos primordial, en el inconsciente personal, se remonta a esa etapa previa en que el inconsciente aun no puede proporcionar formas de algún objeto o ser real que le den algún sentido a la experiencia, donde reina la ansiedad ontológica del vacío y el sin-sentido. La atemporalidad de la psique implica que permanentemente nos movemos del presente a ese pasado. A lo largo de la vida el caos se presenta una y otra vez. Por más que hayamos avanzado, por más lejos que nos sintamos del mismo, nuevamente aparece. El proceso en que nos desarrollamos no es lineal y no siempre es progresivo. Siempre volvemos al caos. No sólo lo percibimos en la desesperación del recién nacido cuando no se atiende con rapidez su llamada para ser alimentado, sino también en los niños perdidos. Lo vemos en los adolescentes cuando la naturaleza los impulsa a buscar su lugar en el mundo, en los adultos cuando sus relaciones sucumben, enviudan, o cuando pierden su fuente de producción. Lo vivimos en la crisis de la edad mediana cuando la estructura de la psique se sacude y las inferioridades se expresan con toda su fuerza. Lo intuimos en la agonía de los moribundos cuando el cuerpo ya no logra sostener la vida. Somos testigos del mismo cuando nos enfrentamos a la psicosis de nuestros pacientes. Pero también lo podemos experimentar, con diferentes niveles de energía y de expresión emocional, en nuestra cotidianidad.

La conciencia del hombre, está enraizada en ese caos primordial de donde -Deo concedente- se desarrolla nuestra psique. Independientemente de cómo se ha organizado a lo largo de nuestra historia personal, hay partes caóticas de la psique que operan autónomamente, sin relación con la actitud consciente. Son nuestros puntos ciegos. Desde esta referencia, nos debemos preguntar: ¿cuánto caos tiene cada uno? Podríamos decir que tomar esto en cuenta nos acercaría a nuestra vulnerabilidad, y nos permitiría ver el drama humano del eterno regreso al caos primordial, en el que podemos quedarnos atrapados o movernos en el sentido de hacer conciencia. La conciencia del caos es lo que permite que se desarrolle la conciencia del hombre.

Cada vez que surge el caos, las fuerzas del inconciente se están expresando, con mayor o menor intensidad, desde un terreno donde no hay formas. Las existentes, las conocidas, sucumben a ese torbellino que los alquimistas conocieron como masa confusa. Quisiera comentar algunas imágenes que podríamos asociar con sus niveles extremos.

El siguiente es el verbatum de un paciente, quien posterior a una prolongada situación de presión, acudió a consulta por sentir que había colapsado:

«De pronto, apareció un vacío alrededor del cual todo comenzó a girar cada vez con mayor rapidez. No había nada que hacer. No tenía voluntad para oponerme a esa enorme fuerza que fue desprendiendo violentamente todas las ataduras que pudiesen existir. Apareció un enorme remolino, que poco a poco se fue expandiendo, y que fue succionando todo hacia su centro cada vez con mayor fuerza. Luchar contra el mismo producía más y más ansiedad. Dejarme arrastrar despertó una sensación de desintegración inminente».

Para mí fue interesante encontrar un paralelismo de esta descripción en la boca del propio Jung a lo largo de su capítulo Confrontación con el inconsciente del libro Memorias, sueños, reflexiones:

« … (Comenzó) un estado de desorientación. Me sentí totalmente suspendido en el aire. .. Vivía bajo una constante presión interna, que en momentos se hacía tan fuerte que sospechaba que tenía algún disturbio psíquico … Sentí miedo de perder el control de mi mismo y sucumbir al control de mis fantasías -y como psiquiatra sabía muy bien lo que eso podría significar… De pronto era como si literalmente hubiese desaparecido el piso bajo mis pies y yo me precipitaba abajo, hacia profundas oscuridades… Aparentemente yo estaba en la oscuridad absoluta … Me encontré al filo de un abismo cósmico»

No sé cuántos de los lectores admitirían que han tenido esta experiencia por lo menos una vez en su vida. Pero me atrevería a afirmar que un gran número la hemos experimentado con intensidades diferentes.

Es la vivencia emocional del caos. Confusión y vacío. Sensación de perder la identidad. El caos se origina de una ruptura de las estructuras que nos amparan de la intemperie existencial, detonando un sentimiento de orfandad y una paranoia. La conexión con ese caos primordial disocia la psique; en un determinado nivel, nos psicotiza. Es la activación extrema de nuestro inconsciente desde el cual comienzan a emerger imágenes y emociones extrañas, bizarras, en las que podemos intuir los propios niveles de destrucción. Se experimenta o se padece como una tremenda ansiedad que podríamos relacionar con el miedo que experimentan todos los seres primitivos frente a lo nuevo y a lo inesperado. Podríamos decir que el miedo que acompaña al caos tiene que ver con un instinto de sobrevivencia, no solo en el campo de lo biológico sino en el de lo psicológico, que busca asociar lo disociado, que pretende recobrar un centro, un asidero, el «asiento» del que nos hablaba Hesíodo.

Jung, a partir de su propia experiencia, habló de la activación de elementos arquetipales que aparecían en un intento de la psique que, siguiendo su principio compensatorio, busca poner orden al caos. Esperando que esto no se interprete como una fórmula psicológica -figura muy ajena a nuestra forma de relacionarnos con lo psíquico- quisiera recordar como Jung, a partir de su propia experiencia nos mostró que, si mantenemos una actitud humilde frente al inconsciente, del mismo pueden surgir rituales e imágenes arquetipales que favorecen el proceso de integración progresiva de la psique. Un elemento que esta íntimamente ligado al aspecto creativo que puede surgir de la vivencia caótica. Ahora, ¿qué sucede cuando este principio compensatorio fracasa en su intento de reorganizar nuestra psique?

En la biografía que escribe Stefan Zweig acerca de María Estuardo, encontré una impresionante descripción de la desesperación que vive la reina una vez que traiciona y asesina a su amante presionada por razones políticas:

«Ya no puede más mantenerse en quietud; quiere hacer algo; quiere avanzar de prisa, para sustraerse a todas las voces, a las que advierten y a las que amenazan. Sólo ir mas allá, sólo ir mas allá; no pararse ni reflexionar, pues si no, tendría que reconocer que nada de lo que haga puede ya salvarla. Siempre ha sido uno de los secretos del alma el que la velocidad aturde por corto plazo al miedo, y lo mismo que un cochero. si siente que el puente cruje y se agrieta debajo de su coche, les pega con el látigo a sus caballos, pues sabe que sólo el correr frenéticamente hacia delante puede salvarlo, así María Estuardo azuza desesperadamente, en su carrera, al negro corcel de su destino, para que corra más que toda reflexión, para que aplaste toda protesta. Únicamente no pensar ya en nada; no saber ya cosa alguna; no oír, no ver. Avanzar y avanzar por dentro de la locura. Mejor un fin espantoso que un espanto sin fin.»

Recordemos a Gea y la necesidad de protección. Durante un encuentro con el caos primordial, la contención, el temenos, es esencial para proteger la integridad de la psique, y del propio individuo. Sin embargo, cuando esta contención no se presenta, los contenidos inconscientes invaden la psique arremetiendo con toda su fuerza, pudiendo sumergirnos en la psicosis o en el mejor de los casos en un estado de posesión. En este estado, el cuerpo es tan sólo un soporte de fuerzas que necesitan ser expresadas. No hay conciencia del mismo. Inicialmente, estas fuerzas permanecen aún en el estado donde todo es pura tensión y acumulación de energía, y es cuando pueden aparecer los aspectos más primitivos y reprimidos de nuestra psique. En ese momento, en que el campo de la conciencia está prácticamente ausente, es cuando los estados de posesión se presentan con toda su fuerza. Podemos ver la expresión de algunos patrones complejos de comportamiento en los que intuimos la activación compensatoria de aspectos organizadores de la psique, que buscan proporcionar las formas que encontramos en la genealogía olímpica. Sin embargo, en muchos otros casos vemos aparecer las expresiones de los aspectos monstruosos y de barbarie de nuestra naturaleza humana. Es el aparecer de los hijos bastardos del caos. Es cuando la crueldad, el sadismo y la destructividad acompañan al caos. Es ruando asociamos al caos con furia, violencia y desmembramiento; con fuerzas irracionales y turbulentas que nos resultan extrañas, y que tienen el poder de destruir nuestra identidad, nuestras estructuras y nuestras formas de ser.

Quisiera recordar que, a lo largo de nuestra vida, el caos -Ia experiencia de la masa confusa- se puede presentar en magnitudes diferentes, la mayoría de las veces de menor intensidad a las que he descrito. En estos casos, el campo de la conciencia, aunque está afectado, no está totalmente invadido, y aunque sabemos que el grado en que se expresan las fuerzas del inconsciente no dependen de nuestra actitud consciente, aparentemente, la actitud con la que nuestro ego se relaciona con estas fuerzas inconscientes, puede facilitar o entorpecer el movimiento de los mecanismos compensatorios de nuestra psique.

En este punto podemos comenzar a reflexionar acerca de un aspecto fundamental en nuestro tema: el de la participación del ego en el proceso de organización del caos. En este contexto me estoy refiriendo al ego como «un complejo funcional que por un lado media entre los contenidos inconscientes y el campo de la conciencia, y por el otro, entre nosotros mismos y nuestro entorno».

Jung apunta a la función mediadora del ego y a su capacidad de diferenciar -podríamos decir que en el mismo sentido en que Ovidio apuntaba a la diferenciación en el caos- cuando, refiriéndose a su propio proceso señala: «lo esencial es diferenciarnos de esos contenidos inconscientes y al mismo tiempo traerlos en relación con la conciencia». Esto se dice muy fácil pero sabemos que, en el trabajo psicoterapéutico, uno de los grandes retos es el tratar de estar conscientes del movimiento de los elementos que surgen de los niveles más profundos de nuestra psique. Permanentemente nos encontramos haciendo esfuerzos para no sufrir el impacto de lo desconocido, y ¿qué hay más desconocido que nuestro propio inconsciente, sobre todo cuando la expresión del mismo se experimenta como un caos?

EI ego permanentemente está tratando de evitar la experiencia del sufrimiento. AI abortar el mismo, paraliza el movimiento de la psique. Es cuando el ego, en lugar de aliarse con el resto de la psique -permitiendo que sus contenidos inconscientes se muevan y se incorporen al terreno de la conciencia- se constituye en un represor. Cuando esto sucede, inevitablemente interfiere con la posibilidad de que la experiencia caótica se transforme en hacedora de psique.

Edward Edinger, en algunas de sus obras, menciona que el ego puede aparecer como sirviente o como un rey. Representa un enorme esfuerzo tratar de que el ego se mantenga «con la cabeza baja» y que, desde esa actitud, permita que se activen los mecanismos de contención de la transformación que la psique necesita en un momento determinado, EI aspecto servil en lo psíquico está relacionado con Hermes Psicopompo, el único dios servil entre los dioses que es capaz de conectarnos con los aspectos más profundos de nuestra psique. Cuando por el contrario, el ego se infla, constituyéndose en el salvador que nos va a rescatar de las amenazas de lo desconocido, puede abortar el proceso, y es entonces cuando el individuo puede resurgir conectado con el poder, que siempre esta disociado del Eros -el principio vinculante.

Desde el poder, no podemos tener la experiencia del caos como un activador de instintos biológicos y psíquicos profundamente creativos. Una vez que el ego experimenta la extraordinaria sensación del «Yo puedo», Ie cuesta renunciar a ella. Nos deja atrapados en una polarización desde donde se hace muy difícil, si no imposible, reflexionar. Podríamos decir que esta polarización se convierte en una forma de asirse a «algo» que engañosamente nos protege del caos y de la cual surge la ilusión de un orden. Paraliza nuestra psique, mutilando nuestra vida interior y la conexión con nuestra alma.

Hasta aquí nos hemos referido al caos desde una perspectiva netamente individual. A grandes rasgos nos hemos paseado por las dificultades que entraña la relación con nuestros núcleos caóticos, el mantenimiento de un equilibrio psíquico a lo largo de nuestra vida, y la importancia de que se mantenga un movimiento que permanentemente contempIa la experiencia del sufrimiento. Sin embargo, basándome en lo que ya es un standard en la psicología junguiana: que la psicología de las masas está enraizada en la psicología del individuo, no quisiera pasar por alto la oportunidad de compartir algunas reflexiones acerca de lo que hoy en día estamos viviendo en el colectivo.

Me atrevería a afirmar que nuestra cultura, profundamente racional y positivista, ha sobrevalorado al orden relegando los aspectos irracionales de nuestra naturaleza a los terrenos más profundos del inconsciente.

Desde niños hemos aprendido rutinas y estrategias para lidiar con el caos externo, la mayoría de ellas separadas de los rituales que están enraizados en lo más profundo de nuestra cultura, creando una falsa sensación de absoluta predictibilidad, seguridad y orden en la vida. Sabemos que en esencia, las rutinas proporcionan un ego externo necesario mientras el niño internaliza un ego que Ie permita la posibilidad de diferenciar, de escoger. Sin embargo, si vemos a nuestro alrededor, estas rutinas se han venido transformando en camisas de fuerza de un colectivo que, día a día, teme cada vez más la expresión de lo individual, de lo diferente. Como consecuencia, se paraliza la posibilidad de una relación más hermética con lo desconocido, que inevitablemente consteliza proyecciones masivas de sombra a nuestro alrededor, imposibilitando ver lo monstruosos en nosotros mismos.

Estamos viviendo en un mundo cada vez más desalmado, que día a día pierde más rituales que puedan actuar como reguladores naturales de nuestra convivencia, sometiéndonos a una polarización que cada vez se hace más profunda. La fantasía de una aldea global, que tanto cacareó la contemporaneidad, se ha desvanecido en una premisa que hoy por hoy rige las relaciones en muchos rincones de nuestra geografía: «O están con nosotros o están contra nosotros». En esta polarización, la vida de los individuos no vale nada frente a las demandas colectivo loco que ha perdido la conexión con los instintos más primarios, y que aparentemente sólo reacciona desde y frente al poder.

iCómo nos cuesta aceptar que no hay mucha diferencia entre nuestros ancestros bárbaros, aparentemente muy lejanos, y nosotros mismos! A pesar de dos guerras mundiales y de siglos de historia de guerras locales, ¡hemos seguido hablando de un mundo civilizado!

En años recientes hemos sido convulsionados por eventos que han repercutido profundamente en nuestro colectivo, rompiendo con el llamado orden mundial y sumergiéndonos en un enorme caos. Creo que nos llegó el momento e hacer un gran esfuerzo por reflexionar profundamente acerca de la barbarie que nos rodea y quizás, desde allí, poder favorecer la emergencia de los mecanismos naturales que apuntan a una evolución o ser destruidos por los aspectos más primitivos que aún nos acompañan.

 

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