Los monstruos siameses hermafroditas: la imaginería alquímica en la óptica de C.G. Jung

«LOS MONSTRUOS SIAMESES HERMAFRODITAS: LA IMAGINERÍA ALQUÍMICA EN LA ÓPTICA DE C.G. JUNG«

Leonardo Alejandro Hincapié

Leonardo inició estudios de Psicología en la Universidad de Antioquia, Medellín, y posteriormente se graduó en Filología e Idiomas en la Universidad Nacional de Bogotá. Luego se graduó como actor de la Escuela de Arte Dramático del Teatro Nacional. Acaba de terminar un Master en la Universidad París 3 Sorbonne-Nouvelle en Didáctica del Francés y el documento que ofrecemos lo presentó para la asignatura de Antropologia del Cuerpo. Actualmente comienza su doctorado en Literatura Francesa Medieval. Email: lluviapurpurat@yahoo.com

“Algo empezó a cambiar a partir de ese día efectivamente, aunque el mismo Bastián no se diera cuenta. El poder transformador de la Casa Cambiante estaba haciendo su trabajo. Pero como todas las verdaderas transformaciones, ésta se llevaba a cabo por si misma, lenta y suavemente, como el crecimiento de una planta”.

La Historia sin Fin.
Michael Ende.

 

 


¿Monstruosidad verdadera o imaginada? ¿La pesadilla de unos cuantos locos o la búsqueda sensata de una verdad última de la naturaleza y del espíritu? Estas son las preguntas que nuestra época “moderna” y “científica” se hizo frente a la imaginería de los alquimistas, filósofos de la naturaleza de la Edad Media, los “primeros” científicos de Occidente.

De hecho es gracias a Carl Gustav Jung y su psicología analítica que hoy en día intentamos comprender cuál puede ser el sentido psíquico de una fantasía tan rica, tan descabellada y, de alguna manera, tan rigurosa. Después del nacimiento de las ciencias exactas y naturales la alquimia fue casi olvidada, aunque como lo dice Marie-Louise von Franz:

“[…] una gran cantidad de fantasmas alquímicos, separados de la exploración de la materia, fueron conservados como enseñanzas morales secretas por algunos francmasones, rosacruces, etc. Pero éstos perdieron su fundamento empírico y su profundidad convirtiéndose en especulaciones metafísicas” .

Para utilizar una expresión junguiana, podríamos decir que estos fantasmas cumplían un role compensatorio con respecto a la mirada estrictamente positivista que se le hizo a la naturaleza a partir del siglo XVII.

No podemos olvidar que el cuerpo, bajo una mirada científica, es también parte integrante de la naturaleza. Desde este punto de vista, como lo dice Jean Jacques Courtine, el cuerpo ha sido una invención teórica del siglo XX:

“Esta invención surgió primero que todo con el psicoanálisis, desde el momento en el que Freud, observando la puesta en escena de la exhibición de cuerpos de Charcot en la Salpêtrière, descifró la histeria de conversión y comprendió lo que se convertiría en el enunciado esencial de tantas interrogaciones futuras: el inconsciente habla por medio del cuerpo”


Con Jung veremos cómo lo opuesto a este enunciado quizás sea posible: también el cuerpo habla por medio del inconsciente, incluso contradiciendo “[…] el orden y la regla común de la naturaleza que separó al género humano en dos: machos y hembras” .

Hemos escogido al hermafrodita de los alquimistas como imagen central de este artículo, veremos entonces las interpretaciones posibles que Jung hace de esta imagen relacionándola con el concepto de lo inconsciente colectivo y el concepto de arquetipo.

Gracias a su amigo Richard Wilhelm –el famoso sinólogo que le permitió a Occidente conocer la antigua filosofía china por medio de su traducción del I Ching, El Libro de las Mutaciones- Jung conoció en 1928 la alquimia taoísta por medio del libro El Misterio de la Flor de Oro. En esa época Jung ya había construido su teoría de lo inconsciente colectivo y los arquetipos. Después de haber comenzado sus primeras investigaciones al lado de Freud, encontró que la hipótesis de un inconsciente individual era insuficiente. De hecho había una gran cantidad de producciones inconscientes que no podían ser explicadas o interpretadas buscando sus causas sólo en la vida familiar individual de los pacientes, es decir, en las vicisitudes de las relaciones infantiles con los padres. Muchas de estas producciones ya existían en las más diversas construcciones simbólicas del mundo entero: la mitología, las religiones, las antiguas y las modernas obras de arte. Fue entonces el carácter colectivo de las producciones inconscientes lo que sorprendió a Jung, y fue ese mismo carácter el que posibilitó la idea de los arquetipos. Para él el arquetipo es un esquema de comportamiento innato inconsciente que se expresa por medio de una imagen, esquemas colectivos y universales, iguales en todos los seres humanos . Entre ellos, dos arquetipos especialmente notorios: el anima y el animus, arquetipos de lo femenino y de lo masculino respectivamente.

En el momento en el cual Jung comenzó a interesarse en la alquimia occidental, ya había hecho el descubrimiento de la dinámica específica de los arquetipos de lo inconsciente colectivo, su movimiento teleológico que conducía a la realización de si-mismo: este fenómeno fue nombrado como el camino de la individuación. La individuación es entonces la vía que conduce a la totalidad psíquica, el movimiento de los arquetipos que tiende hacia la unidad dentro del psiquismo, unidad que él llamó el Si-Mismo.

“Nuestra vida onírica engendra entonces un camino sinuoso, marcado por la aparición y la desaparición periódica de ciertos temas, de ciertas tendencias. Si uno examina las sinuosidades de esta curva durante un período de tiempo lo suficientemente largo, nos toparemos con la acción de una especie de tendencia reguladora o directriz escondida, que engendra un lento proceso de crecimiento psíquico, casi invisible, el proceso de individuación. Surge de allí progresivamente una personalidad más rica, más madura, la cual, al afirmarse cada vez más, se hace incluso patente para los demás. El hecho de que a menudo hablemos de evolución interrumpida, nos muestra que creemos en la existencia, en cada individuo, de ese proceso de crecimiento y de maduración” *

Aunque esta construcción teórica –surgida de la observación y de la mirada fenomenológica que el consultorio médico permitió a Jung- era ya para él una constatación en esa época, le faltaba sin embargo una base cultural colectiva en Occidente, un vademécum simbólico que permitiera relacionarlo con el hombre occidental contemporáneo. Jung ya había encontrado una relación entre las producciones inconscientes de sus pacientes, el simbolismo del gnosticismo y la increíble fecundidad de imágenes de las religiones orientales. Fue entonces la información de Wilhelm la que le permitió relacionar directamente su teoría del psiquismo y el trabajo de la filosofía natural medieval, conocida como la alquimia.

“Uno de los más grandes logros de Jung, cuya importancia, en mi opinión, no ha sido aún reconocida suficientemente, fue el redescubrir el mito religioso proyectado en la alquimia y asignarle el lugar del cual surgía en realidad y en el cual aún funciona en nuestros días: no la materia, sino la psique objetiva del hombre occidental”

 

Con esta afirmación Marie-Louise von Franz nos muestra cómo Jung descubrió que el proceso alquímico era más bien una proyección de contenidos inconscientes ordenados de una manera simbólica –lenguaje privilegiado de lo inconsciente colectivo- que conducía a la realización del Si-Mismo. En su libro Psicología y Alquimia relacionó ciertos fenómenos psíquicos con su correspondiente simbología alquímica, para continuar después con el análisis de la serie de grabados del texto Rosarium Philosophorum, en el cual encontró, por un lado, una posibilidad de ilustración del fenómeno de la transferencia en la terapia, y por otro lado, una explicación simbólica del proceso de individuación . No haremos aquí una presentación detallada del proceso que Jung describe a partir de los diez grabados alquímicos y que explica en su libro Psicología de la Transferencia. De todas maneras es especialmente la imagen del hermafrodita la que nos interesa por ahora y, por supuesto, su interpretación psicológica.

Para los alquimistas, el rey y la reina (el sol y la luna) son las figuras primordiales que van a permitir la realización del opus, la transformación suprema de los elementos, la creación del Rebis, del Lapis, de la Piedra. Deben sufrir varias transformaciones en el camino de búsqueda de la Unidad final. Rey y reina, hermano y hermana, ellos designan para Jung de una manera clara los dos arquetipos básicos de lo inconsciente colectivo: el anima y el animus. Por otro lado el hermafrodita es uno de los símbolos utilizados para representar el término de la obra alquímica. ¿Pero por qué el objetivo final, la realización del opus, es representado por una imagen monstruosa? ¿Es quizás el resultado intuitivo de esta relación incestuosa?

En la quinta etapa de su transformación (el número de etapas es de diez) el rey y la reina (el animus y el anima) llevan a cabo una conjunción, etapa decisiva y peligrosa del opus. Sin embargo es especialmente en el momento de la sexta etapa, en el momento de la muerte después de la conjunción, que vemos aparecer al hermafrodita: monstruo de dos cabezas, la mitad del cuerpo masculina y la otra mitad femenina, hermafrodita siamés; una realidad más simbólica que física: monstruo humano. Vemos entonces cómo esta imagen de los alquimistas no tiene nada que ver con la representación del hermafrodita como realidad física. No hay allí ningún intento de estudio fisiológico o sexual, de hecho estaba aún lejos el tiempo en el cual, según Foucault, se construirá “[…] lo que podríamos llamar los primeros rudimentos de una clínica de la sexualidad” (Es decir, el siglo XVII). Los alquimistas se contentan entonces con una representación más estética (simbólica) que “real”.

Es en la décima etapa que el hermafrodita renace en todo su esplendor. No se debe olvidar que éste tiene una naturaleza de anima, o sea una naturaleza femenina, porque es sólo en este trasfondo femenino y materno que toda transformación es posible. Este símbolo del final del opus está lleno de sentido, condensa creencias y contenidos muy antiguos de la historia de la humanidad:

“La imagen, mucho más antigua, del hermafrodita, cuya forma exterior proviene quizás de una Venus barbada (Venus barbata) de Chipre, entra en contacto con la concepción, ya muy elaborada en la Iglesia de Oriente, de un Cristo andrógino, y a su vez esta concepción debe estar de una manera verosímil ligada íntimamente con la idea platónica del hombre primordial bisexuado” .

Lo que nos dice entonces el Rosarium Philosophorum es lo siguiente: el objetivo final del opus es un monstruo. Pero este monstruo hermafrodita no es solamente el término perfecto de la obra alquímica, además es un símbolo de la totalidad psíquica, de la unión de los contrarios, de la conjunción de lo consciente y de lo inconsciente, de lo masculino y lo femenino, del cuerpo y del espíritu:

“El mitologema, traducido al lenguaje psicológico, nos dice: la unión de la conciencia o de la personalidad del yo con lo inconsciente personificado como anima engendra una nueva personalidad que abarca las dos vertientes “para que después de haber sido dos, se transformen de alguna manera en un solo cuerpo” (ut duo qui fuerant, unum quasi corpore fiant). La nueva personalidad no es en absoluto algo intermedio entre lo consciente y lo inconsciente, es las dos cosas. Debido a que trasciende la conciencia, no debe ser designada como Yo, sino como Si-Mismo […] el Si-Mismo es yo y no yo, subjetivo y objetivo, individual y colectivo. Él es, como grado superior de la total unión de los contrarios, el “símbolo unificador”. Por consiguiente no puede ser expresado, de acuerdo a su naturaleza paradójica, sino por medio de imágenes simbólicas” .

Veamos ahora un fragmento del poema que acompaña la imagen del hermafrodita en el Rosarium Philosophorum y que intenta explicar su naturaleza:

“Aquí nació la rica y noble reina.
Los maestros la llamaron su hija.
Ella se multiplica, procrea hijos sin fin,
Ellos son puros, inmaculados y sin defecto.
La reina odia la muerte, la pobreza.
Sobrepasa el oro, la plata, las piedras preciosas,
Cualquier medicina, grande o pequeña.
Nada sobre la tierra se le compara,
Y damos gracias a Dios en su reino.
Mujer desnuda, soy violentada,
Porque mi primer cuerpo fue desgraciado.
Nunca fui madre
Hasta que fui parida de nuevo.
Entonces obtuve el poder sobre todas las hierbas y raíces
Y vencí todas las enfermedades.
Fue entonces cuando conocí a mi hijo
Y me volví uno solo con él.
Entonces él me preñó
Y di a luz sobre una tierra estéril.
Fui madre y sin embargo permanecí virgen
Y fui establecida en mi naturaleza.
Así, mi hijo se transformó en mi padre
Como Dios lo hizo de manera natural.
La madre que me dio a luz
Fue parida por mi sobre la tierra.”

De naturaleza paradójica, inasible si utilizamos sólo el intelecto, el hermafrodita, es decir el Si-Mismo, es el reto que lo inconsciente y la vida le ofrecen a la Razón.
Para terminar, en lugar de sacar una conclusión nos gustaría más bien dejar la posibilidad de una pregunta. Jean Libis señala en su libro El mito del andrógino que el problema fundamental de la unidad perdida está en el trasfondo de la cuestión sexual . Si creemos en la parte más osada de la teoría junguiana de los arquetipos, es decir el hecho de concebir estas huellas psíquicas colectivas e innatas como el puente que une el organismo con el espíritu, y más aún, el hecho de concebir su orden interior como el esbozo de una vía de realización, como un camino que lleva a una coincidentia oppositorum, ¿no tendríamos el derecho de ver en el arquetipo del hermafrodita el guiño que nos hace la naturaleza a propósito de la contradicción carnal que todos llevamos dentro, de una condición bisexual básica que los hermafroditas “reales” no hacen más que evidenciar? Esta es una pregunta sobre la “Materia” (como la concebían los alquimistas) que sólo la Madre Naturaleza nos puede responder.

 

 


BIBLIOGRAFÍA.


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