Aguinaldo José da Silva Gomes
Maria Silvia Costa Pessoa
Aguinaldo José da Silva Gomes tiene Maestría en Psicología en la UNESP/Assis-SP, profesor y supervisor clínico de la Universidad Paulista/Bauru-SP y UNISALESIANO/Lins-SP, psicoterapeuta, coordinador y profesor del Núcleo ERANOS de Estudios Junguianos de Bauru. E-mail: ajsgomes@uol.con.br. Maria Silvia Costa Pessoa es Psicóloga clínica, Coordinadora y profesora del Núcleo ERANOS de Estudios Junguianos de Bauru, está cursando el Doctorado en Psicología Clínica en la Pontificia de la Universidad Católica de São Paulo – PUC. El siguiente texto corresponde a la ponencia presentada en el IV Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, celebrado en Punta del Este en septiembre de 2006. E-mail: mariasilviapessoa@hotmail.com
Traducido del portugués por Juan Carlos Alonso
RESUMEN
El centro de este artículo es la presencia del padre que, entendemos, se caracteriza por su manifestación de corporalidad y afectividad, constituyéndose de forma efectiva dentro de la dinámica parental, en el apoyo de estructuración psíquica saludable del niño. Transitamos por las contribuciones de los estudios de las ciencias psicológicas, sobre todo de la psicología analítica, que indican caminos de comprensión del papel paterno que interpone toda discusión socio-cultural de transformación de la paternidad y de la figura masculina, como también resaltamos, a través de los fragmentos de una investigación, las articulaciones que acontecen en el campo familiar contemporáneo a través de los enfrentamientos de la pareja con sus respectivas figuras parentales que implican en el surgimiento de un hombre-padre comprometido con sus sentimientos y afectos que humanizan esa figura, en otro tiempo marcada por el distanciamiento y por la frialdad de sus relaciones.
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La modernidad nos revela las transformaciones a las que es sometida la familia, modificando e imprimiendo necesarias revisiones de sus relaciones. Tales cambios inciden en la figura del hombre-padre que antes de asimilar la nueva dinámica familiar, inaugurada con la introducción de la mujer en el mercado de trabajo, es sorprendido con la ruptura de la jerarquía familiar, acompañada del constante cuestionamiento de su autoridad que, ahora decadente, acaba por revelar un nuevo espacio paterno. (Gomes, 2003; Faria, 2003; Gomes y Resende, 2004).
En ese proceso de mutación social que desde el final del siglo pasado impone la coexistencia de diversas formas de familias (monogámicas, recompuestas y concubinato) que relativizan la tradicional estructura nuclear burguesa, las familias que se estructuran a partir de parejas de doble renta o de doble carrera (1), componen un nuevo cuadro familiar que posibilita la aparición de una nueva figura paterna (Souza, 1994; Hurster, 1999; Monteiro, 2001; Gomes, 2003; Faria, 2003).
El padre personal y contemporáneo, objeto de esta reflexión, se hace presente en estas dinámicas innovadoras, en un contexto familiar estable, reinventando su papel, su lugar, y las formas posibles de vivir la paternidad. El modo como el hombre construye la subjetividad de padre y cómo se instrumenta para enfrentar esas nuevas demandas, es la cuestión que buscamos discutir aquí.
PADRE PERSONAL Y LA FUNCIÓN DEL PADRE
Los desarrollos de la psicología analítica de C. G. Jung y la experiencia clínica nos revelan que la identificación del niño con el mundo del padre se beneficia de la inclusión del padre personal a la trama parental.
El padre aparece entonces como interdictor que inicialmente funciona como una voz de calidad oculta, una presencia que sugiere un triángulo que comienza a ser delineado (Lima Filho, 2002). El padre que para Corneau (1991, p. 27) “encarna inicialmente la no madre y da forma a todo que no sea ella” representa una ausencia, al mismo tiempo que priva al hijo del objeto que sacia sus necesidades, o sea, el mundo nutricio de la madre.
Esa ausencia que surge del deseo del padre, promueve una búsqueda que crea una senda arquetipicamente constituida cuyo anhelo de realización permanece asido al futuro, es un deseo de salvación. Es importante considerar que en la perspectiva junguiana, los términos que caracterizan el fenómeno del Edipo difieren de la visión sexualista del psicoanálisis:
[…] el objeto de deseo del hijo no es el objeto de deseo del padre, sino el propio desear […] la amenaza a la que el niño queda expuesto por la prohibición del padre, no sólo es la amenaza de la castración. Es también la amenaza de privación de lo sagrado y de la salvación. No solamente es la amenaza de perder lo que ya conoce; es también la amenaza de no obtener lo desconocido, lo ansiado, lo deseado (Lima Filho, 2002, p.138, 141).
En esa trama familiar marcada por la ambivalencia de sentimientos, temor y deseo, amor y odio, el sujeto se construye y sale del estado de la naturaleza para ingresar en la cultura. Nuestra experiencia clínica ha mostrado que, en la vida adulta, las representaciones de esa vivencia se sublevan en las varias posibilidades de construcción psico-afectiva, con repercusión en las relaciones sociales.
Raissa Cavalcante (1995), sostiene que el arquetipo del padre, vivenciado a través de la encarnación en el padre personal, es el símbolo que promueve la estructuración psíquica del niño y permite la apertura para un horizonte de nuevas posibilidades. El padre, aquí, como representante de la posibilidad del equilibrio, ejerce su influencia sobre el niño, principalmente por el hecho de ser el portador de la poderosa ley que inicia el principio paternal. (Cavalcante,1995; Lima Filho, 2002,)
HOMBRE Y PADRE
La psicología analítica diseña caminos en los que podemos encontrar la figura del padre personal cubierto con las predisposiciones arquetípicas de su constitución. En el artículo «La importancia del padre en el destino del individuo» publicado en el inicio del siglo XX, en una de las pocas referencias del autor a la figura del padre, Jung (1998, p.305) lo describe dotado de gran importancia y poder: «la imagen del padre posee un poder extraordinario. Ella influencia la vida psicológica del niño de manera tan fuerte que conviene preguntar si podemos atribuir tal fuerza mágica a un simple ser humano». Jung eximía al padre personal de tal poder extraordinario que, a pesar de ciertamente encarnarlo, estaría bajo las influencias poderosas del arquetipo-padre.
Las predisposiciones arquetípicas y colectivas que inciden sobre el padre personal ganan en el pensamiento final, aunque parcial de Neumann (2) (1991, p.158) indicativos de una figura que en su individualidad “podría contribuir sólo con modificaciones insignificantes” dadas las fuerzas del arquetipo del padre y la tradición colectiva. Así el padre personal en la visión del autor surgiría como el tercer elemento de una trama mayor ideada bajo el juicio arquetípico y colectivo.
Es, sin embargo, con Lima Filho (2002) que ampliamos esa discusión y encontramos la sombra del padre personal insertado en las estructuras de una trama arquetipicamente constituida. En contraste con la figura de la madre que tiene sus funciones casi que ajustadas al arquetipo de la gran madre, el padre real no se presta para una buena traducción del arquetipo paterno:
El padre es un elemento colectivo, así como el sentido de muchas de sus funciones. Lo concreto de la madre (leche) hace que coincidan persona y función, marcando un contraste con la abstracción de las funciones paternas (palabra); estas últimas pueden vincularse al padre biológico, pero, por ser más abstractas, no se confunden con el padre personal, pudiendo ser movilizadas por diversos elementos, inclusive por la propia madre personal y por las diversas instituciones sociales (Lima Filho, 2002, p. 170).
Bernad This (1987) hace su lectura lacaniana y evidencia las dificultades del hombre cuando está dispuesto a hacerse padre, que tiende a fragilizarse delante de esa responsabilidad. Refiriéndose el autor a un hombre que le preguntaba si era normal inquietarse a la espera del nacimiento de su hijo, y que pasaba sus noches soñando con niños muertos, dientes arrancados, balones que pateaba rabiosamente, se pregunta: «¿No hay padres felices, confiados, capaces de soñar con árboles cubiertos de flores o de frutos cuando el vientre de su esposa se redondea?» (This, 1987, pg. 95 )
El autor critica la tendencia común, entre nosotros, de promover abusivamente el imaginario del «buen padre», figura ideal a ser asumida por todos los hombres en proceso de paternidad. El niño que nace, advierte, tiene necesidad de su padre y de su madre, con quienes deberá convivir. Al promover un ideal de paternidad (los buenos padres, los padres perfectos), corremos el riesgo de aplastar a los seres humanos bajo el peso de un imaginario que ahoga toda vida y todo deseo. Felizmente, el padre «imaginario» no es el padre «real» (This, 1987, pg. 96 ).
El padre personal parece vivir, por lo tanto, los giros de las fuerzas arquetípicas propias del mundo paterno. Se trata, por lo tanto, de cualidades que no son personales, sino que como vehiculantes, los padres son susceptibles de que sean confundidos y de que se confundan con ellas. Cabe, así, al padre personal la disolución de eventuales identificaciones arquetípicas, de la misma forma que parece incumbencia del hijo, la gradual separación de la proyección de la imagen paterna grandiosa. Así, el hijo “[…] necesita aceptar esas fuerzas sin sobrecargar elcomún mortal con un símbolo arquetípico” (Fierz, apud, Lima Filho, 2002, p. 172).
Estamos colocando, por lo tanto, al padre personal ante una ambivalencia que es preciada a nuestro estudio, la misma ambivalencia inaugurada en la alegórica representación de la celebración totémica descrita por Freud (1974) en el mito Tótem y Tabú, en donde los hijos matan y devoran al padre, pues lo odiaban por su poder; pero lo admiraban por ese poder. Esa ambivalencia es el motivo del arrepentimiento sentido por ellos, que lleva al padre, «ahora muerto», a hacerse más fuerte aun que antes.
El tema del parricidio, sin embargo, parece ocultar una ambivalencia que surge por la vía contraria, o sea, que si nuestras lentes escaparan de la trampa de un psicoanálisis construido por padres, estaríamos delante de la perspectiva de que hay un infanticidio que precede el parricidio (Lima Filho, 2002; Hillman, 1995).
En este contexto parece importante rescatar la lectura que Arminda Aberastury (1991) hace de las condiciones, en las cuales, Freud elaboró el concepto del complejo de Edipo. Al tomar la denominación de la obra de Sófocles, inconscientemente, el padre del psicoanálisis habría deformado el texto del dramaturgo griego, cuando deja de destacar la importancia de Layo, que para escapar del oráculo y salvar la propia vida, ordena matar al hijo colgándolo por los pies en el monte Citerón: «En efecto, Freud tomó en cuenta solamente la situación del niño frente a sus padres y eludió -o reprimió- lo que los padres sienten y actúan en relación a sus hijos» (Aberastury, 1991, p.43). La autora busca resaltar que, en la obra de Sófocles, es decisivo comprender la importancia de Layo, padre de Edipo, para comprender el destino del hijo.
Se trata, por lo tanto, de que nos posicionemos, en ese estudio, considerando el padre personal, que marca su presencia a partir del conflicto que lo revela; así, nuestra propuesta es que el padre contemporáneo tiene la posibilidad de quitarse la venda de los ojos a través de su padre o de su imaginario paterno, y la ambivalencia de esa relación, que va de lo subjetivo a lo socialmente concreto; la inconformidad frente a patrones históricamente establecidos sustenta el conflicto en una articulación de posibilidades que van desde la represión aniquilante al desarrollo favorable de nuevas formas de ser padre, siendo para este último que se dirigenuestra discusión .
LA PRESENCIA DEL PADRE PERSONAL: DE PADRE A HIJO (3)
Buscamos posicionarnos en un camino teórico que trasciende una discusión más sistematizada de la función paterna. Nuestro objetivo se vincula mucho más al relato de observaciones hechas ante las entrevistas, que a una discusión más teórica. Reservamos a ésta algunos momentos que consideramos importantes, dejando surgir fragmentos de relatos de los entrevistados. Estamos en la perspectiva de detenernos ante la persona del padre, dar luz a las posibilidades de reinventar formas de mirar y sentir el mundo del paterno.
Lima Filho (2002), que brillantemente se ocupó de un re-análisis de la función arquetípica del padre y de su papel simbólico en la psicología y en la cultura revela su disposición teórica de sistematización considerando que:
Una teoría da cuenta de delinear categorías universales y útiles, pero no siempre hace representar las singularidades que las ejemplifican, excepto parcialmente. No pierdo de vista que las vidas reales son, de lejos, mucho más importantes y relevantes que la lente a través de la cual las veo. No es la teoría la que decide sobre los rumbos de vidas reales, y sí lo opuesto. (LIMA FILHO, 2002, p. 272)
El interés está, sobre todo, en entender la importancia de la relación del padre con su propio padre, para la construcción de una subjetividad que refleje una nueva actitud en el ejercicio de la paternidad vinculada a las transformaciones socioculturales de la familia. Se hicieron evidentes, también, factores que intervienen en ese cuadro, que se presentan en las relaciones del padre con su madre, esposa y los hijos.
El trabajo se encuentra, por lo tanto, en una perspectiva cuya demanda se orienta hacia realidades que, lejos de constatar el surgimiento de un modelo ideal de paternidad o una relectura de la función paterna, se coloca delante de arreglos y nuevos arreglos, elaboraciones e invenciones que se testifican en tiempos de mutación.
Empleando el método clínico de investigación, en las entrevistas y en su análisis, y delineando una metodología que garantizó la posibilidad de dar relevancia a la intersubjetividad de la relación entrevistador-entrevistado y bajo el enfoque prospectivo de la psicología analítica, se trabajó con dos padres que se encuentran en la franja etaria de 30 a 40 años, poseen nivel universitario, igual que sus respectivas esposas, y son integrantes de un contexto familiar que se caracteriza por: una boda estable, siendo que las esposas, tanto como ellos siguen carreras profesionales estructuradas; por la importancia semejante dada por los cónyuges a la profesión y a la familia; por el reparto del presupuesto y la distribución de las responsabilidades de la casa, así como los cuidados dispensados a los hijos.
La lectura de las entrevistas reveló hombres que se favorecen de una mayor sensibilidad en el sentido de impulsar un cambio que venga al encuentro de las necesidades de sus vivencias paternas actuales. Son personas que imprimen, en sus vidas, ideales de superación que, consciente o inconscientemente, estimulan las más variadas maneras de ser un padre presente.
Los entrevistados estuvieron, cada uno a su manera, ante los reflejos del distanciamiento y del silencio afectivo del padre; así, manifestaban el deseo de tener un padre diferente y muchas veces tejían la relación a través de tentativas no exitosas de identificación, de proximidad y de búsqueda por ser aceptado y reconocido de esa manera. Los desarrollos de esa trama, sustentados por la ambivalencia de la relación, implican el hecho de que ambos se sirvieron de ese enfrentamiento para (re)construir una paternidad conectada mucho más con el afecto, la repartición y el diálogo con los hijos y con la esposa.
Uno de los entrevistados revela ambivalencia de su relación cuando deja aparecer un padre real en su dramática prueba autoritaria y distante; y otro que surgía del deseo de tener un padre diferente, amoroso, atento y presente, un padre que pudiera ser tocado: «[…] yo andaba con mi padre, o mejor, yo estaba solo en una estación de autobús y vi a un padre y un hijo, el hijo era grande, alto y el padre viejecito y grande… el hijo dijo: chao padre y le dio un beso, aquel día yo lloré solo. Si mi padre hiciera eso conmigo sería más fácil […]»
El tono emocionado de su relato, el deseo profundo manifestado y proyectado en la escena, daba la nítida impresión de que estamos delante de la ambivalencia emocional paterna. Por un lado, un padre real que surge en el inicio de la frase, como si fuera posible por un instante participar de la escena, e inmediatamente desaparece, dejando el lugar para el padre afectivo que emergía delante de sus ojos.
El padre deseado estaba distante, proyectado en el otro lado de la calle, en la parada de autobús, perdido en una colectividad y ausente en la realidad, pero estaba presente en su propio deseo de salvación. El padre, distante e intocable, parecía representar para él una prohibición intrascendente con la cual se reprime el deseo de tocar, surgiendo una constelación psicológica ambivalente.
Podemos suponer que nuestro entrevistado nos revela la carencia que surge del deseo del padre, un deseo que es de salvación, pero que antes, o al mismo tiempo, se manifiesta como amenaza de castración, no sólo por el impedimento del deseo de refugio y protección materna, sino también de la propia privación de lo sagrado, proyectado por el misterioso mundo del padre (Lima Filho, 2002).
Los opuestos manifestados en la ambivalencia de la relación, creaban tramas cuyos protagonistas se envolvían en fantasías de un padre mejor que les proporcionaba una visión casi que salvadora, cuando deseaban un padre diferente que un día ellos llegarían a ser: «[…] si hablaran, usted quisiera cambiar de padre, yo lo cambiaría, quisiera otro padre, no ese; es extraño porque no es el normal, no que a mí no me guste , pero quisiera que fuera diferente, que fuera de otro modo, que tuviera otro tipo de relación, principalmente que primara el diálogo […]».
Un diálogo que hoy parece constituir la trama familiar de esos hombres. La experiencia de un padre severo y autoritario parece que posibilitó a nuestros protagonistas el surgimiento de un padre diferente en sus actitudes paternas, un padre tolerante y afectuoso. El padre autoritario y distante da lugar al padre del diálogo y de la claridad por medio del cual, el logos puede asegurar su función estructurante a través de la figura del padre personal. Creemos que las calidades de eros y logos han encontrado en esas trayectorias un lugar importante de manifestación:
“[…] mi padre no hacía lo que yo hago; por ejemplo yo veo la escuela de ellos (hijos) y veo la nota que ellos sacan, cojo la materia de ellos y discuto la materia, intento enseñarles, los estimulo a estudiar, cosa que mi padre nunca hizo, … fui varias veces a la escuela intentando actuar, estando dentro, haciendo un diagnóstico del problema y entendiendo, ahí junto con mi esposa, intentando acertar, mi padre nunca hizo eso y no era de la cultura de él.”
La trayectoria de las entrevistas añadió a esa trama el poder afectivo materno que contrapone de forma importante el lugar del padre, en un desenvolvimiento consciente e inconsciente, y que apunta hacia un pacto silencioso de esa relación marcada por los dictámenes arquetipales y patriarcales. «[…] muchas veces yo me cuestioné si ella no causaba la protección, mantener los hijos próximos a ella… a veces mi padre era lo que era, pero también era incentivado por mi madre a ser lo que era… era aquella cosa de tener el hijo, mi madre lo tenía, era exagerado; ella podía tener los hijos, ¿por qué el padre no»?
Parseval (1986), refiriéndose a la desapropiación de la paternidad en un mundo occidental cristiano, alerta sobre el hecho de que el fantasma de la famosa duda que el padre experimentaba sobre la paternidad, o sea, la «duda paterna» (4), opuesta a la certeza materna, no sería un contrafantasma de otra duda, esa del niño sobre la paternidad de su padre.
Jung (1993, p. 39) nos revela la trama arquetípica que nutre el teatro parental. El arquetipo de la gran madre abarca el mundo materno que se vuelve “la caverna o la cabaña protectora”; el padre, sin embargo “[…] anda por ahí, habla con otros hombres, caza, viaja, hace guerra […]” él es lo colectivo, es el misterio, en su mundo no está reservado el vínculo, pero sí lo contrario. Tener implica vínculo, eros, y no tener revela falta, aguza la búsqueda del logos. No tener el padre que imaginaban es el doloroso fantasma que nuestros protagonistas pudieron vivenciar, el camino que tal vez haya que nutrirse para reconciliarse con el propio padre en el ejercicio de su paternidad.
La (re)construcción de un papel más afectivo, dispuesto al diálogo y al reparto surge, también, en el campo de las articulaciones positivas con la esposa-madre, que, puede suponerse, vive paralelamente sus conflictos con su respectiva madre, y que nutren de manera importante, el acceso a las nuevas formas de pensar, tanto del padre como de la madre.
El trabajo sugiere que sus protagonistas formen parte de una determinada categoría de hombres que imprimen a sus vidas una actitud que reinventa formas de vivir, sentir y construir nuevas maneras de ser hombre y padre.
Surge, por tanto, un aspecto que está subyacente a toda esa discusión y que subraya, de manera importante, los contornos de una característica significativa de esos hombres, figuras de una epopeya revolucionaria ante las trabas construidas por la sociedad patriarcal. Se trata de la capacidad de hablar de sí mismos, exponer sus sentimientos y emociones y romper con aquello que Corneau (1989, p.188) llama el «silencio hereditario de los hombres». En las entrevistas, ellos hablan de sus padres, osan transitar por los caminos que los hacen acordarse de sus sentimientos de rabia, tristeza y dolor, revelan, también, sus sentimientos cuanto a sus hijos y sus esposas, valoran el reparto y encuentran palabras que demuestran un real sumergirse en el mundo de la intimidad.
En verdad, muchos de los hombres de hoy, como los entrevistados, perciben que sus identidades masculinas fueron sacudidas en sus fundamentos y los valores están siendo reconsiderados en una tentativa de comprender sus expresiones afectivas y necesidades de intimidad (Donha, 1998; Faria, 2003).
CONSIDERACIONES FINALES
En medio a los avances de las ciencias humanas, la psicología profunda nos reveló la gran importancia de la presencia paterna y del romance parental y, surge de ahí, la necesidad de construir una dinámica que favorezca, cada vez más, la estructuración psíquica de los hijos, tanto del niño como de la niña.
Las incontables articulaciones que acontecen en el campo familiar contemporáneo, o sea, los enfrentamientos de la pareja con sus respectivas figuras parentales, reales o imaginarias, implican el surgimiento de un hombre-padre comprometido con sus sentimientos y afectos que humanizan esa figura, otrora marcada por el distanciamiento y por la frialdad de sus relaciones. Surge así un padre renovado en esas articulaciones, que (re)escribe nuevos papeles que se agregan a las exigencias contemporáneas en una familia estable.
Creemos, sin embargo, que no hay una construcción lineal de paternidad, y en ese sentido la psicología junguiana “ayuda a rescatar la noción de tiempo psíquico circular y espiral, como alternativa ante el impasse de la civilización que, de tanto progresar, se amenaza a sí misma de destrucción” (Taboada, 2002 p.12).
La ruptura con el patriarcado histórico ensayado por hombres y mujeres que forman parte de esos laboratorios vivos con los cuales nos encontramos en ese trabajo, indica que hay salida para ese laberinto cuya civilización, sobre todo la occidental, se encaminó asido de la unilateralidad de la razón y de la linealidad de su pensamiento.
Tal vez el padre clame por su humanización y sueñe en ser el hombre reconciliado, “aquel que encontró su padre y reencontró su madre, se hizo hombre sin herir el femenino-materno” (Gomes y Resende, 2004, p. 125), aquel que sólo puede nacer de una revolución paternal que camina creando espacio para que las figuras de ese gran teatro parental puedan armonizarse y la humanidad pueda contemplar la reconciliación entre el arquetipo y el humano.
Palabras claves: padre personal; importancia del padre; padre contemporáneo.
NOTAS DE PIE DE PAGINAS
(1). La familia de doble renta se caracteriza por una dinámica cuyos cónyuges se dedican al trabajo remunerado; sin embargo, la esposa recibe la connotación de auxiliar en la composición de la renta familiar, preservando el modelo tradicional de división de roles. La pareja de doble carrera se distingue por tener en cuenta sus carreras profesionales, al mismo tiempo que preservan el deseo de mantenimiento de la vida afectiva y familiar; o sea, que están comprometidos tanto con la profesión como con la familia (SOUZA, 1994; MONTEIRO, 2001).
(2). Estamos de acuerdo con Lima Filho (2002) que ve indicios de que Neumann no haya concluido su pensamiento; de ahí, la invitación a la reflexión sobre el hombre-padre.
(3). Esa discusión es un aparte actualizado de la disertación de la maestría Paternidad contemporánea: un estudio sobre el padre presente en un contexto familiar estable. Defendida por Aguinaldo José da Silva Gomes en la UNESP de Assis/SP – Brasil, 2003, bajo la orientación de la Dra. Vera da Roche Resende.
(4). En lo que se refiere a los aspectos biológicos, esa incertidumbre que tenía un aspecto real y severo para la figura del genitor, sucumbe ante los adelantos de la ciencia a través del examen de ADN.
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