Psicología Analítica y Perspectivas Dinámicas y Afectivas en Neurociencias – Josefina Ihnen

JOSEFINA IHNEN

Ihnen-Josefina

Josefina Ihnen Jory es Psicóloga, diplomada en Psicoterapia Humanista Existencial, Universidad de Chile. Este documento fue tomado de la Revista Encuentros, No. 3, 2011, págs. 53-65, con autorización de los editores. La revista es una iniciativa de difusión de la Fundación Chilena de Psicología Analítica y ofrece un espacio para promover ideas e investigaciones en el ámbito de la Psicología Analítica.

Resumen

En el presente trabajo se ponen en relación las conceptualizaciones de la relación cuerpo-mente desarrolladas por la Psicología Analítica y dos perspectivas teóricas en Neurociencias: las Teorías Dinámicas y las Neurociencias Afectivas. El encuentro entre estos ámbitos de estudio se organiza en torno a tres interrogantes: la primera explora la relación específica entre cuerpo-mente que propone cada una; a segunda indaga acerca del papel del arquetipo como concepto articulador de ambos niveles; mientras que la última examina la posibilidad de la emergencia del self. Al final de este recorrido se concluye que existe cierta coherencia entre los hallazgos de las perspectivas en Neurociencias revisadas y de la Psicología Analítica, dando lugar a una concepción comprehensiva de la relación cuerpo-mente. Por una parte, la experiencia subjetiva parece ser moldeada por sistemas inconscientes corporalmente enraizados, lo que se relaciona estrechamente con el concepto de arquetipo planteado por Jung. Por otra parte, se enfatiza en la emergencia como un concepto clave para entender la naturaleza de la relación cuerpo – mente, en tanto, a partir de la complejidad del nivel corporal emergen patrones neurales del estado del organismo, emociones, arquetipos, en fin, un self. Se propone además que la afinidad entre estos dos campos no estaría enraizada solamente en su objeto de estudio – parcialmente compartido- sino fundamentalmente en una mirada epistémica común.

Palabras claves: psicología analítica, neurociencias, emergencia, arquetipos, Self.

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I.- Introducción

La relación entre cuerpo y mente es una cuestión largamente discutida, no en vano en la literatura la temática se ha ganado el nombre de problema cuerpo-mente. En el presente trabajo se exploran los aportes a este problema que surgen desde el diálogo entre dos disciplinas que, si bien divergen en su método, comparten al menos parcialmente su objeto de estudio en lo que refiere a la subjetividad humana: la Psicología Analítica y las Neurociencias, particularmente sus perspectivas dinámicas y afectivas. Ambas miradas se presentarán a continuación, de manera de contar con una noción general de los puntos de vista desde los cuales emanarán las discusiones que constituyen el centro de este trabajo.

De una parte, la Psicología Analítica congrega al conjunto de postulados teóricos, analíticos y metodológicos desarrollados por Carl Gustav Jung. Su obra es de gran riqueza tanto en el ámbito teórico como en el clínico, sin embargo, su naturaleza es bastante asistemática. Por esta razón se presentarán solo algunos principios generales del enfoque, dirigidos fundamentalmente a describir la concepción de la psique desarrollada por Jung. Para este autor la psique es un sistema autorregulado que lucha persistentemente por equilibrar fuerzas o tendencias opuestas. La estructura de esta psique estaría conformada por tres partes de magnitud creciente: la conciencia, el inconsciente personal y el inconsciente colectivo. La conciencia tendría por elemento central el yo, complejo que no rige la psique pero que tiene la cualidad especial de poseer el sentido de la identidad. En tanto, el inconsciente personal estaría conformado por complejos de carácter autónomo, conceptos o imágenes cargadas afectivamente que han sido reprimidas. Por último, el inconsciente colectivo estaría conformado por arquetipos, imágenes potenciales de carácter universal, que ordenan los elementos de la psique, y que se pueden manifestar en símbolos de imaginería como los que se encuentran en mitos y cuentos de hadas (Alonso, 2004; Jacoby, 1999). Si bien esta descripción puede parecer parcelada, Jung (2004b) enfatiza en que su concepción de la psique supone una totalidad consciente-inconsciente, en que “ni la consciencia es un ‘aquí’ ni lo inconsciente es un ‘allí’ ” ( p. 201).

Por otra parte, las Neurociencias se consideran un ámbito de encuentro entre disciplinas abocadas al estudio del sistema nervioso, el comportamiento y la mente (Fernández, 2006). Cabe subrayar que dentro de este espacio de conversación entre diferentes disciplinas no existe un solo paradigma. Este trabajo se situará fundamentalmente desde dos perspectivas teóricas que apriorísticamente parecen afines a los planteamientos de la Psicología Analítica. La primera está constituida por las Teorías Dinámicas, las que a partir de los desarrollos de la Teoría de la Complejidad consideran al sistema nervioso como un sistema complejo. Esta perspectiva tiene a su base una serie de supuestos, algunos de los cuales se delinearán a continuación: (a) reactividad a los supuestos básicos de la ciencia, se propone una nueva comprensión de la ley, la cual abandona su carácter universal para hacerse operativa en contextos específicos de la realidad; (b) centralidad del concepto de auto-organización, entendido como un proceso espontáneo que deviene como tal sin estar completamente determinado, producto de interacciones en uno o más niveles, y del concepto de emergencia como constructo epistemológico para la explicación; (c) perspectiva holista tanto en lo teórico como en lo metodológico, enfatizando la constante interacción circular que se establece entre los niveles micro y macro, entre la parte y el todo (Ibáñez, 2008). Adicionalmente, en este trabajo se incorporarán los desarrollos de un grupo de autores que enfatizan en la imbricada relación entre emoción y cognición, enmarcados en el ámbito denominado Neurociencias Afectivas (Damasio, LeDoux y Panksepp). Ambas líneas teóricas se entrecruzan, por ejemplo, Varela, autor afín a la vertiente de las Teorías Dinámicas, le da un importante lugar a la afectividad, por lo que la distinción entre una y otra línea se lleva a cabo solo con el fin de esclarecer, aunque sea a punta de simplificaciones, los fundamentos teóricos a la base de la discusión.

Es común hallar en la literatura estudios que ponen en relación a la Psicología y las Neurociencias bajo la premisa de que la última debe dotar a la primera de antecedentes empíricos que aporten a la confirmación de diversas teorías o hipótesis psicológicas. Nada más alejado de lo que se pretende en este artículo. En este sentido, no se busca que las Neurociencias le otorguen objetividad a la Psicología Analítica, sino más bien que ambas miradas ganen en coherencia y profundidad. En otras palabras, se busca establecer un diálogo entre dos partes que tienen mucho que decir acerca de uno de los problemas teóricos más complejos que se le ha presentado al ser humano al momento de pensarse a sí mismo.

II.- Tres preguntas para dialogar

Para entablar el diálogo sobre la relación cuerpo-mente se tomarán tres preguntas como ejes de la discusión. En primer lugar: ¿qué relación específica entre los niveles cuerpo–mente proponen las partes? Para luego abordar: ¿qué lugar le cabe a los arquetipos como elemento articulador de estos niveles? Finalmente, se integrarán aspectos de estas dos preguntas en una última interrogante: ¿De qué manera particular emerge el self?

Explorando nuevos caminos para la comprensión de la relación cuerpo-mente

En relación a la primera cuestión, destaca el hecho de que tanto Jung como las Teorías Dinámicas en Neurociencias ofrecen un camino alternativo a los usualmente emprendidos para comprender la relación entre cuerpo y mente. Desechan tanto un paralelismo psicofísico, en el que se entienden cuerpo y mente como procesos paralelos –dualismo-, como el otorgar a una de las partes algún grado de supremacía, ya sea como fuente privilegiada de la experiencia o como causación de un nivel sobre el otro -reduccionismo (Sassenfeld, 2008; Tresan, 1996).

De esta manera, desde la Psicología Analítica se propone la noción de interconexión o interdependencia para comprender la intrincada relación entre cuerpo y mente (Wilkinson, 2004; Sassenfeld, 2008). Jung (1968, p.114, citado en Saiz y Amézaga, 2005) señala: “la separación de la psicología de los postulados básicos de la biología es puramente artificial, ya que la psique humana existe en una unión indisoluble con el cuerpo”. Esta concepción es compartida por investigadores de las Neurociencias. Varela, Thompson y Rosch (2005), inspirados en el pensamiento de Meraleau-Ponty, proponen que el cuerpo no es sólo una estructura física, sino también una estructura vivida y experiencial, al mismo tiempo externa e interna, biológica y fenomenológica. Varela (2000) añade que no se puede tener una mente sin que esté encarnada por completo, inextricablemente ligada a un cuerpo activo, lo que resume en la frase: “la mente no está en la cabeza” (p. 243).

Si bien esta formulación deja en claro que la relación cuerpo-mente es para nuestros dialogantes compleja y estrecha, no establece la naturaleza específica de esta relación.

Desde las Neurociencias se dan algunas luces acerca de esta cuestión con el planteamiento del concepto de emergencia, el que supone que niveles superiores – en este caso, la mente – emergen sucesivamente sobre la base de niveles inferiores  – en este trabajo, los procesos biológicos. Si bien dicha formulación puede despertar la sospecha de encubrir cierto reduccionismo, se hace hincapié en que los niveles superiores no son causados por ni reductibles a los niveles inferiores. Se postula además que cada nivel es real y ontológicamente sustantivo, presentando sus propias leyes y características fenomenológicas (Tresan, 1996). Más aún se establece que la regulación o influencia entre niveles puede ser tanto top-down como bottom up (1). Como plantea Varela (2000) “es una calle de dos direcciones: los componentes locales (grupos neuronales) dan origen a esta mente emergente, pero, viceversa, la mente emergente constriñe, afecta directamente a los componentes locales” (p.246).

Para que emerjan las nuevas propiedades, o bien, un nuevo nivel, el sistema en cuestión debe mostrar un alto grado de complejidad y múltiples relaciones entre sus componentes. Surge entonces la pregunta, ¿se puede considerar el cuerpo como un sistema que cumple con estas características? Se dará respuesta a esta cuestión echando un vistazo a solo una porción del sistema, el cerebro. “(Éste está conformado por)… alrededor de 50 a 500 tipos diferentes de neuronas y un número total de 10 a 100 billones de neuronas. Cada neurona tiene un axón que puede establecer hasta 10.000 conexiones sinápticas. Además, se debe tener en cuenta que cada célula nerviosa tiene múltiples estados de reacción para cada neurotransmisor para el cual tiene receptores y que existen más de 50 neurotransmisores descritos. Todo esto en el contexto de un cerebro en constante flujo, desde etapas tempranas uterinas hasta la muerte, con dendritas retrayéndose y proliferando, sinapsis desapareciendo y estableciéndose en nuevas posiciones, neuronas muriendo y naciendo. Los eventos descritos y sus permutaciones en un solo cerebro humano exceden los 10 a 100 trillones (un número que si fuese escrito con todos sus ceros ocuparía todo el espacio imaginable)” (Tresan, 1996, p. 415).

En este punto conviene hacer un alto y preguntarse: ¿por qué se presenta un ejemplo que ilustra solo la complejidad del cerebro? La respuesta es que hoy, la literatura, especialmente en su vertiente más empírica, está aún comprometida en develar la relación entre el nivel local de los grupos neuronales y el nivel global de la mente. Sin embargo, algunos autores describen el cuerpo como un nivel local de complejidad. Damasio (2009) declara con vehemencia: “Es todo el organismo, y no el cuerpo solo o el cerebro solo, lo que interactúa con el ambiente (2) ” (p. 259). De esta manera, si a esta descripción de la complejidad del cerebro le añadimos las múltiples interacciones que existen entre el sistema nervioso y el medio interno del organismo, se puede concluir fácilmente que el cuerpo constituye un sistema o, en palabras de Varela, un nivel local en extremo complejo, cuyas interacciones pueden dar lugar a un nivel global.

En el campo de la Psicología Analítica, Tresan (1996) señala que en la obra de Jung también es posible encontrar un pensamiento emergentista que cubre diferentes ámbitos. Nota que el método sintético o constructivo, la función trascendente (que puede ser entendida como un factor que cataliza actividad emergente) y su compleja concepción de la relación entre el analista y paciente, se enraízan en una perspectiva en que la emergencia es un concepto central. En relación al tema que nos convoca, la relación cuerpo-mente, destaca su teorización en torno a la libido. Para Jung (2004a) la libido sería una energía vital pura que puede sufrir transformaciones ontológicas en diferentes fenómenos y niveles de organización. Se opone así a Freud, quien conceptualizó la libido como una energía sexual que no podía transmutar en otras formas de energía, manteniendo siempre su carácter sexual original. De esta manera, mientras el primero enfatiza en la emergencia de fenómenos, todos con el mismo estatus ontológico, el segundo deja entrever una preponderancia del nivel sexual, o para efectos de este artículo, del nivel corporal.

Asimismo, en coherencia con un pensamiento emergentista, Jung defiende que la psique presenta una naturaleza diferente a la de los fenómenos físico-químicos y que no se trata tampoco de una reproducción de dichos fenómenos. De manera alternativa, le atribuye una independencia relativa, pues si bien la psique participa del dinamismo del organismo, constituye un nivel con sus propias características fenoménicas: el alma traspone el proceso físico en imágenes. “(…) No hay motivo alguno para considerar la psique como algo secundario o como un epifenómeno, sino que hay suficientes razones para entenderla – al menos hipotéticamente – como un factor sui generis (…)” (Jung, 2004c, p.57). Añade además que la psique puede transformar los órdenes de las leyes de la naturaleza en estados superiores (Jung, 2004b).

Arquetipo: un posible concepto articulador entre cuerpo y mente

Si la emergencia corresponde al constructo epistemológico fundamental para esta nueva forma de comprender la relación cuerpo-mente, el arquetipo puede entenderse como el concepto clave para articular en lo concreto ambos niveles. Como primer paso para detallar esta relación, corresponde delinear este concepto central para la Psicología Analítica. En palabras de Jung, “los arquetipos son, por definición, factores y motivos que ordenan los elementos psíquicos en ciertas imágenes, caracterizadas como arquetípicas, pero de tal forma que solo se pueden reconocer por los efectos que producen. Ellos (…) presumiblemente forman las dominantes estructurales de la psique en general” (Jung, 1969, p.149, citado en Saiz y Amézaga, 2005).

Desde la visión de Saiz y Amézaga (2005), quienes intentan integrar aspectos de la Biología del Conocimiento y de la Psicología Analítica, el arquetipo puede pensarse como un sistema, que tiene tanto un patrón de organización como una estructura. Así, la definición que desarrolla Jung permite suponer que el arquetipo puede ser entendido como un patrón de organización definido por las relaciones que se establecen entre los componentes del sistema, las que determinan las características fundamentales de éste. Por otra parte, este patrón se concretiza en una estructura, la que alude a los componentes del sistema y sus relaciones. Esta distinción entre organización y estructura es similar a la que realiza Jung entre arquetipo y representación arquetípica, donde el arquetipo es un modelo hipotético, no evidente, una forma y la representación arquetípica un contenido específico (Jung, 2004c).

Saiz y Amézaga (2005) señalan que si bien la Psicología Analítica plantea que los arquetipos tienen una base hereditaria, no se heredan conceptos ni imágenes sino mecanismos genéticos básicos. Más bien, a partir de la recursividad entre organismo y medio, emergen los patrones de organización arquetípica, los que son corporeizados en una estructura específica. Vale precisar que a la base de este proceso estaría la acción catalizadora de genes que gatillan patrones automáticos de comportamiento, los que están inextricablemente unidos a una experiencia corporal, la que, a su vez, constituye la base para la construcción de núcleos de significado. Todo esto, enmarcado en un proceso continuo de corporeización que permite que siga en acción el patrón organizador.

A modo de síntesis, se puede proponer que a partir del nivel de corporeización biológico – que incluye aspectos genéticos, redes neuronales, aspectos inmuno-endocrinos, en fin, un sistema corporal, cuyos componentes están en permanente interacción, y cuya totalidad se relaciona continuamente con el medio – emerge un nivel de corporeización psíquica, una mente encarnada, que abarca procesos de aprendizaje asociados con la memoria implícita, procesos de abstracción y simbolización y la configuración de patrones de organización arquetípica (Saiz y Amézaga, 2005). La emergencia de este nivel de corporeización psíquica guarda estrecha relación con lo que Varela (2000) llama el nivel o estado global, “un proceso que surge a partir de las reglas locales y que tiene un status ontológico diferente, porque trae consigo la creación de un individuo o una unidad cognitiva” (p.244).

Lo hasta ahora señalado permite ahondar en la segunda pregunta que guía este diálogo, relativa al papel que le cabe al arquetipo como elemento articulador de los niveles cuerpo y mente al integrar en su definición aspectos biológicos y psíquicos. Hasta el momento se ha planteado cómo emerge en la ontogenia el patrón de organización arquetípico a partir del desarrollo del cerebro y de la psique; corresponde ahora abordar la dimensión filogenética del problema. Es decir, abordar la relación que tiene el arquetipo con la especie humana y su historia evolutiva.

Jung afirma que lo inconsciente – y los arquetipos – se encuentran encarnados en el cuerpo del hombre. Más aún, señala que los arquetipos son inherentes a la especie humana y el fruto de su evolución, actualizándose en la estructura cerebral, compleja y heredada, de cada individuo que nace (Niesser, 2010; Jung, 2004c). Argumenta así que hay elementos inscritos en el cuerpo que influyen en la emergencia de patrones de comportamiento, los que son influenciados por elementos culturales y conscientes. Esta formulación de la Psicología Analítica posee similitudes notables con la propuesta que desarrolla Panksepp, quien en el marco del área de la Neurociencia Afectiva, plantea que el cerebro humano es similar a un viejo museo que contiene muchas de las marcas arquetípicas, memorias ancestrales, del pasado evolutivo del hombre. Agrega que el cerebro puede ser entendido como un órgano simbólico que refleja una epistemología evolutiva codificada en nuestros genes (Panksepp, 1998).

Panksepp localiza estas memorias ancestrales en áreas subcorticales específicas del cerebro, individualizando sistemas emocionales básicos para la búsqueda, la rabia, el miedo, el pánico, el cuidado y el juego, entre otros. Estos centros habrían evolucionado durante el curso de la historia humana y guiarían el comportamiento, permitiendo respuestas rápidas en situaciones y desafíos estándar que nuestros ancestros enfrentaron en el curso de la evolución. Sin embargo, el autor insiste en que estas emociones rara vez emergen aisladas de la influencia de factores cortico-culturales (Niesser, 2010).

Sus planteamientos van en la línea de lo propuesto por Antonio Damasio (2003, p. 205, citado en Niesser, 2010): “El cerebro no comienza sus días como una tabula rasa (…) trae consigo conocimiento innato y ‘know how’ automatizado”. Asimismo, existen puntos comunes con los planteamientos acerca de las emociones de Josph LeDoux (1996), autor que sostiene que no existe un sistema emocional universal en el cerebro que medie todas las funciones emocionales. Más bien diferentes emociones son mediadas por redes cerebrales o módulos diferentes, las que han sido configuradas por cambios evolutivos particulares para cada red, vale precisar, cambios que no afectan necesariamente a las redes restantes. LeDoux propone además que gran parte de las emociones son inconscientes y tienen un rol central en la determinación de la conducta y de la vivencia.

Resulta evidente lo cercanas que resultan las propuestas de estos neurocientíficos al concepto de arquetipo. Jung (2004c) ya sospechaba acerca de esta relación cuando señalaba: “(Los instintos) tienen, pues, analogías muy exactas con los arquetipos, tan exactas que hay razones para suponer que los arquetipos son las imágenes inconscientes de los propios impulsos; con otras palabas: que son el modelo paradigmático del comportamiento instintivo” (p. 43).

En base a lo expuesto se entiende que lo arquetípico, en tanto elemento articulador de cuerpo y psique, puede ser estudiado desde diversas perspectivas según la dimensión que se explore (biológica o psíquica, desde la perspectiva de este artículo) (3). Al momento actual el estudio de estos niveles de análisis corre, en general, por vías paralelas, llevado a cabo de manera independiente por las Neurociencias y la Psicología Analítica. Sin embargo, se está despertando un interés creciente en forjar una aproximación transdisciplinaria que permita un acercamiento integral al sistema arquetípico.

La emergencia del self: un fenómeno corporal y psíquico

Hasta este punto se ha revisado la naturaleza de la relación cuerpo-mente considerando como conceptos claves la emergencia y el arquetipo. Para llevar más allá el diálogo se discutirá en torno a una tercera pregunta: ¿de qué manera particular emerge el self?

Jung afirma que el self es una totalidad, la unidad de la personalidad que incorpora lo consciente y lo inconsciente, idea que es particularmente afín a los desarrollos de Damasio, Panksepp y LeDoux. De manera que, desde una perspectiva general, tanto las Neurociencias como la Psicología Analítica se oponen a la noción, bastante popular, del self como un ser consciente que consiste en una mente en la que se desarrollan procesos psicológicos como deseos, intenciones, creencias y emociones (Wilkinson, 2004).

Desde la teoría de Damasio (2000) el self tendría un precedente biológico pre-consciente, un proto-self, que estaría enteramente fuera de la conciencia. Vale decir, para este autor el self en todas sus formas (4) se desarrolla tomando como base fundamental los patrones neurales que dan lugar a una representación del estado del organismo. Dicha representación es de naturaleza continua, es decir, ocurre momento a momento (Sassenfeld, s/f). En esta línea, numerosas investigaciones en el campo de las Neurociencias dan cuenta de la importancia de zonas de convergencia que, de manera constante, integran inputs provenientes de diferentes áreas del cerebro. Solms y Turnball (2002, citados en Wilkinson, 2004) sugieren que a partir del mecanismo de la convergencia se generan dos mapas, uno interno y otro externo, que generan una representación gruesa de la persona como totalidad.

Si el proto-self de Damasco es predominantemente sensorial, Panksepp propone un proto-self en el dominio motor. Sugiere que el self surge durante el desarrollo temprano, a partir de un proceso motor coherentemente organizado ubicado en el cerebro medio subcortical. En etapas posteriores, y en función de la maduración neuronal y psicológica, este proceso sería representado de manera distribuida en regiones jerárquicamente superiores del cerebro. Este movimiento da cuenta de cómo, los estados afectivos básicos – que emergen de la dinámica neural temprana – constituyen el andamiaje a nivel psíquico para otras formas de conciencia (Wilkinson, 2004).

En su conjunto, los planteamientos de Damasio y Panksepp se encuentran relacionados con la noción de Varela (2000) de que: “Fundamentalmente, la mente es algo que emerge de la tonalidad afectiva, que está anclada en el cuerpo” (p.248). Idea que es particularmente afín con el lugar fundamental que Jung le asigna a lo afectivo y a lo inconsciente.

Por su parte, LeDoux comparte con Jung la noción del self como totalidad, al sugerir que el self es todo lo que el organismo es físicamente, biológicamente, psicológicamente, socialmente y culturalmente. Asimismo, añade que no todos los aspectos del self se hacen manifiestos de manera simultánea y que, incluso, sus diferentes aspectos pueden ser contradictorios – lo que recuerda la concepción de polaridades de Jung. Además señala que estos diferentes componentes del self están determinados por la existencia de múltiples sistemas cerebrales que almacenan información de manera implícita (Wilkinson, 2004). De este modo, son fundamentalmente estos sistemas implícitos los que dan lugar a diferentes aspectos coexistentes del self – noción que ofrece una analogía evidente con los conceptos de arquetipo y complejo de Jung.

En esta misma línea, el pensamiento de Damasio puede articularse con la concepción de la psique como un sistema autorregulatorio por parte de Jung. Para la Psicología Analítica, en el marco de la teoría de los opuestos, el Self es el centro que envía señales compensatorias cuando una polaridad pone en riesgo el bienestar del individuo. Damasio, por su parte, propone la “homeostasis de los sentimientos”, mecanismo que influiría la vida del hombre en sus múltiples dimensiones: comportamental, ética, social y espiritual (Niesser, 2010).

Por último, surge la pregunta concreta, ¿desde qué estructura(s) anatómica(s) emerge el self? Antes de dar respuestas tentativas, se recalcará que esta pregunta debe ser abordada con extrema cautela. Desde las Teorías Dinámicas de las Neurociencias el afán localizacionista ha sido cuestionado desde la premisa que la propiedad emergente en cuestión – en este caso, el self – surge a partir de la acción coordinada y espontánea de los elementos del nivel local sin que sea necesaria una unidad de procesamiento central que guíe el proceso (5) (Varela, 2000). Teniendo en mente esta advertencia, se pueden ponderar propuestas de localización del self. Wilkinson (2004), en concordancia con lo previamente descrito, señala que el centro de lo psíquico se desplaza desde el centro del habla del hemisferio izquierdo y sus áreas posteriores – asociadas con el ego o yo freudiano, vale decir, con lo consciente – hacia los niveles superiores del hemisferio derecho, vinculadas con el sistema del self de base corporal e inconsciente. En este sentido, resulta interesante que Samuels (1985, citado en Sassenfeld, 2008) plantee que existe una relación entre los arquetipos y el hemisferio derecho del cerebro.

En síntesis, desde una perspectiva general, pareciera existir una cierta coherencia entre los hallazgos de las Neurociencias y la Psicología Analítica, estableciéndose el acuerdo de que, más allá de las denominaciones específicas que se adopten, la experiencia subjetiva parece ser moldeada por sistemas inconscientes corporalmente enraizados – llámeseles arquetipos, sistemas emocionales básicos etc., según el nivel de análisis que se prefiera – que configuran el self, guiando así la actividad humana, la relación con el mundo y, fundamentalmente, la manera de vincularse con los otros. Del mismo modo, sea cual sea la unidad de análisis preferida, se consensua que a partir de la complejidad del nivel corporal emergen patrones neurales del estado del organismo, emociones, arquetipos, en fin, un self, un ser cognitivo, una mente.

III.- Comentarios finales

A partir de lo discutido se puede establecer que existen importantes puntos de encuentro entre la Psicología Analítica y las Neurociencias en lo que refiere a la relación cuerpo-mente.

Conceptos claves que ilustran esta convergencia son la emergencia, el arquetipo y la noción de un self enraizado en lo corporal. Ante esta cercanía de sus postulados, surge la pregunta acerca de qué es lo que define esta afinidad entre disciplinas que presentan un método tan diferente. ¿Es solamente que comparten de manera parcial su objeto de estudio? Pareciera que aquello es solo parte del asunto. Desde este trabajo se postula que también existe una afinidad epistémica entre ambas perspectivas.

En efecto, pareciera que Jung desarrolla en sus reflexiones ideas que las Teorías Dinámicas – y la Teoría de la Complejidad – han detallado y sistematizado. El reconocimiento de la participación activa del sujeto en la observación de su mundo, junto con la noción de un individuo en relación con una realidad compleja en la que se encuentran múltiples interacciones y de la cual emergen sentidos y propiedades, son elementos que se encuentran a la base de ambas perspectivas dialogantes y que denotan una concepción similar de lo que significa conocer la realidad. Es más, se puede plantear que es esta mirada compartida la que permite un diálogo fluido.

¿Es posible compartir una mirada epistémica, cuando una de las perspectivas pareciera estar mucho más empíricamente enraizada que su contraparte, que incluso pretende explorar el terreno espiritual? Se considera que la respuesta es afirmativa, pues, si bien ambas perspectivas no son ciencia en el mismo sentido, sí comparten un espíritu científico. Este concepto rescata que la ciencia puede ser aplicada a cualquier ámbito, en tanto esté orientada al conocimiento profundo de la realidad a través de la observación y el razonamiento humano. Ha sido vinculado también a la curiosidad y al asombro como motores básicos del quehacer científico, que impulsan la exploración de los diversos aspectos de la realidad (Guzmán, 2008). En este sentido, se podría decir que una actitud auténticamente científica no reniega a priori de ningún aspecto de la realidad, ya sea éste la mente, la relación cuerpo-mente, e incluso, la espiritualidad. Plantea Jung (2004c): “En el punto y momento en que una ciencia de la naturaleza ya no puede proceder empíricamente, se hace descriptiva sin por eso dejar de ser científica. Pero una ciencia experimental se desacredita a sí misma si delimita su campo de actividades basándose en conceptos teóricos” ( p.55).

Es importante notar que si la afinidad de estas perspectivas teóricas va más allá de su objeto, entonces están las bases para emprender un diálogo continuo potencialmente enriquecedor. Un buen trecho está cubierto, pues ambas partes reconocen la riqueza potencial de este intercambio. De esta manera, cada vez más investigadores de la Psicología Analítica incorporan hallazgos de las Neurociencias a sus reflexiones, mientras que del otro lado, Varela, Thompson y Rosch señalan (2005): “Si la ciencia desea conservar su posición de autoridad de facto de manera responsable y esclarecida, debe ampliar sus horizontes para incluir análisis alertas y abiertos de la experiencia (…)” (p.107). Aún reconociendo estos avances, se considera que es necesario estimular iniciativas que den un paso más allá: que no solo integren los desarrollos de una disciplina al trabajo de la otra, sino también emprendan proyectos conjuntos y, de esta manera, construyan conocimiento integrado acerca de la subjetividad humana.

Hasta este momento se han resaltado los puntos de encuentro entre todos los autores revisados, sin embargo, también se hallaron diferencias entre las perspectivas teóricas abordadas. Ello más que problemático se considera, por una parte, esperable, en tanto el terreno de estas disciplinas es altamente complejo, admitiendo una amplia gama de hipótesis posibles; y por otra parte, desafiante, pues son las diferencias – sobre una base común que permita reconocer al otro como un interlocutor legítimo – las que movilizan el diálogo y las que pueden estimular el diseño de nuevas investigaciones. Estas diferencias se ubican tanto dentro de las Neurociencias, aún cuando se revisó autores teóricamente afines, como entre las Neurociencias y la Psicología Analítica. A modo de ejemplo, considérese la concepción modular del cerebro que subyace a los planteamientos de LeDoux y Pankepp versus la concepción mucho más holista que desarrolla Varela, y cómo se relaciona con estas nociones contradictorias la propuesta de arquetipos de Jung.

Para finalizar, se hace hincapié en que el diálogo entre estas dos perspectivas debería seguir abierto. A modo de proyecciones, son múltiples las relaciones que se pueden establecer en torno a lo que sucede en el ámbito clínico. Estas relaciones, algunas de las cuales se delinean a continuación, se hacen especialmente coherentes en tanto tienen a la base convergencias en aspectos teóricos como las descritas en este trabajo.

Por una parte, el pensamiento emergentista también podría ser vinculado a lo que ocurre en la relación psicoterapéutica. Como señala Jacoby (1999), Jung fue uno de los primeros en constatar que existe una continua influencia mutua entre paciente y terapeuta, la que da lugar a un campo interactivo o terapéutico mutuo. A partir de la interacción entre los múltiples aspectos o dimensiones de esta relación pueden surgir propiedades emergentes, diferentes patrones de relación a ser descritos. En otra vertiente, el diálogo entre Neurociencias y Psicología Analítica puede ser llevado al campo de la psicopatogénesis y del cambio en psicoterapia. Jung señala que la psicopatología está vinculada a una disociación entre la consciencia y lo inconsciente, y que el mecanismo de cambio sería el contacto afectivo con lo inconsciente; Wilkinson (2005), en base a aportes de las Neurociencias, propone que a nivel neurobiológico, la psicopatología estaría asociada a la disociación entre la actividad de los hemisferios cerebrales, y que el mecanismo de cambio sería la integración hemisférica, entre el hemisferio izquierdo –verbal y cognitivo – y el hemisferio derecho –mayormente involucrado en la regulación emocional.

Las líneas de investigación señaladas son solo ejemplos destinados a poner de relieve que el diálogo entre la Psicología Analítica y las Neurociencias es un campo fértil, tanto para disquisiciones teóricas como para reflexiones que pueden repercutir en el trabajo analítico, y que por lo tanto es un área que conviene seguir desarrollando.

IV.- Referencias Bibliográficas

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Notas de pie de página

(1) El mecanismo de regulación o causación top-down se refiere a la influencia de un nivel superior del sistema sobre los componentes de un nivel inferior de aquel. Por otra parte, en el mecanismo bottom-up cambios en el nivel de los componentes del sistema producen cambios en el nivel global del sistema (Kistler, 2009).

(2) Damasio argumenta esto a través del ejemplo de la contemplación de un paisaje. En esta actividad hay muchas más estructuras en juego que la retina y las cortezas visuales del cerebro. Enfatiza en que el cristalino y el iris no solo dejan pasar la luz, sino que ajustan su forma y tamaño en relación a los estímulos del ambiente. Asimismo, el globo ocular es posicionado por varios músculos de manera de captar bien la imagen. Todos estos ajustes son fundamentales para el acto de la visión y dependen de señales que van desde el cerebro al cuerpo y en la vía inversa, desde el cuerpo al cerebro (Damasio, 2009). Cabe señalar que esta es solo una porción del ejemplo que ilustra una relación mucho más compleja entre cuerpo y cerebro.

(3) Estas son las dimensiones abordadas en este trabajo. Saiz y Amézaga (2005) señalan que existen otras dimensiones o niveles de análisis de lo arquetípico que incluyen lo familiar y lo sociocultural.

(4) Damasio propone que el ser humano posee también un self mental y un self autobiográfico (Damasio, 2000).

(5) Se puede citar el caso de la conciencia. Numerosos estudios de carácter localizacionista han hipotetizado acerca del área cerebral en el que se encontraría anclado este proceso cognitivo fundamental. Desde la vereda contraria, Varela y otros autores han propuesto que la percepción consciente estaría relacionada con la sincronización de la actividad de grupos neuronales distribuidos a lo largo de la corteza en una determinada banda de frecuencia (Melloni, Molina, Pena, Torres, Singer y Rodríguez, 2007). Es decir, sería la integración a gran escala, más que una estructura particular, la que estaría asociada a la conciencia.

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