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II
EL MITO INTERIOR DE ELENA PONIATOWSKA
Mamá, cuéntame tu vida
Elena Poniatowska
2.1. Nomeolvides, un camino hacia el mito interior de Poniatowska
En las poco conocidas memorias de la madre de Elena Poniatowska tituladas de manera significativa: Nomeolvides (1), Paula Amor Poniatowska nos cuenta una antigua conversación sostenida con su hija la cual es el origen, según ella misma lo confiesa, de este ejercicio autobiográfico que la madre emprende, y que lega a los lectores de Poniatowska, un maravilloso texto que nos permite iluminar la comprensión de la vida y el trabajo literario de la gran escritora mexicana.
En estas memorias publicadas apenas en 1996, Paula Amor Poniatowska decide iniciar la narración de su vida evocando aquella sugerente conversación sostenida con su hija Elena hacia 1968, en la cual la inquieta y joven escritora pide a su madre que inicien una conversación íntima sobre su vida. La invitación a esta conversación tiene un antecedente inmediato, como tal vez ocurre también en nuestra vida, un acontecimiento en el que nos topamos con lo más perplejo de nuestra existencia: la muerte de un ser querido. Así, Paula Amor narra este develador diálogo acaecido entre ellas, tras la muerte de su hijo:
Después de la muerte de Jan, llegaste un
día con tu inseparable libreta. Habías leído
el testimonio.
En tono perentorio me dijiste:
– Mamá, cuéntame tu vida.
Un poco desconcertada (porque siempre
me desconciertas) te respondí:
– No sé por dónde empezar, no es tan
fácil.
– Entonces, escríbela.
He aquí la razón de estas memorias
momentáneas. (Amor, 1996, p. 17)Esta escena de aparente carácter anecdótico nos revela, sin embargo, la actitud con la cual la propia Elena concibe su trabajo como escritora y, al mismo tiempo, nos permite vislumbrar aquella profunda motivación que impulsa su vida y su forma cotidiana de relacionarse con el mundo. Con libreta en mano Elena Poniatowska exhorta a su mamá de manera perentoria a que le cuente su vida. Esta petición sin saberlo, o tal vez anticipándose a su propio destino, expresa ya el sentido del trabajo de la propia escritora: contar la vida. Sin duda, no se trata de una invitación fácilmente realizable, como la misma Paula le manifiesta a su hija Elena. Al mismo tiempo que la madre se da a la difícil tarea de escribir sus“memorias momentáneas”, pareciera estarse consolidando también en Elena su vocación de contar la vida a través del acuciante oficio de escribir. La escritora misma así lo reconoce en una entrevista realizada en 1998: “En fin yo soy una mujer que estoy casi siempre sentada frente a la máquina de escribir” (Loisel, 2001, p. 675).
Podemos ahora comprender que Elena Poniatowska no se hizo escritora solo por azar, más bien, ella impulsó a su mamá a realizar el camino que descubrió para sí misma y que asumió con una nítida entrega como aquel que acoge un destino que lo llama desde lo más íntimo de su ser y que sólo puede ser descubierto por sí mismo: su mito interior. Contar la vida no es entonces un tema más de la escritura de Elena Poniatowska; es más bien su intención y con ello su camino: contar la vida –de otros y de ella– es el auténtico desafío que habla desde los textos de la autora. Pero, ¿cómo hacerlo? Esta pregunta solo la puede responder aquella mujer que obra desde lo que su destino le dice. Ella ha contado vidas tan disímiles y de maneras tan diversas (2), que van desde la entrevista periodística, pasando por la crónica y el ensayo, el cuento corto, la novela testimonial, la novela biográfica y también una novela autobiográfica que cuenta la vida de su protagonista Mariana.
La “Flor de Lis” narra la historia de una pequeña duquesita de origen francés, Mariana, que llega a México durante su infancia junto a su hermana Sofía y su madre de origen mexicano. La novela revela la entrañable relación que vive esta niña con su hermosa, distraída y ausente madre en medio del definitivo encuentro con México. La relación con su madre y la experiencia en el nuevo país inciden sin duda en la infancia, juventud y vida de la protagonista. Y en Nomeolvides, de Paula Amor Poniatowska, resulta significativo también encontrar otra voz, la voz de la madre, que dedica sus memorias a Elena. El tema de la madre es recurrente en estas obras. Llama la atención el nombre Nomeolvides (3) dado por Paula Amor a sus memorias, pues este título era además el sobrenombre con el que Paula llamaba a su hija Elena. El siguiente pasaje ilustra más claramente la estrecha relación del título de sus memorias con su hija:
El sábado por la noche, Elena, ibas al baile del Club France. Te habías puesto el vestido blanco con flores azules que te daba el aspecto de una heroína de Lo que el viento se llevó. Desde niña habías aprendido de memoria un poema: El Nomeolvides. Yo te llamaba así: Myosotis, y esa noche me pareciste la encarnación misma de tu sobrenombre. (Amor, 1996, p. 281)
Por otra parte, en La “Flor de Lis” Mariana, personaje principal de esta novela autobiográfica, recuerda su sobrenombre cuando su madre Luz se acerca una noche a despedirse a su cama:
… veo sus pechos muy blancos, redondos de pura leche, su piel de leche blanquísima, su perfume, el pelo que cae como una rama de árbol sobre mi cara fruncida, su cuello, oh mi mamá de flores, me besa rápido llamándome “mi myosotis” palabra que guardo en mi mano y con una voltereta le indica a la institutriz:
– Venga usted conmigo, Mademoiselle, y en la escalera, mientras bajemos le daré algunas indicaciones.
Oigo su voz a lo lejos. El vestido sigue barriendo el corredor. Se cierra una puerta. Me quedo sola con el nomeolvides aprisionado latiendo uno, dos, uno, dos, sus pequeños pálpitos azules.” (Poniatowska, 1997, p.17)Encontramos así que el título de la obra Nomeolvides de Paula Amor Poniatowska está estrechamente relacionado con su hija Elena y con aquella petición que ésta le hace un día: “mamá cuéntame tu vida”. Su madre recrea su vida a través de Nomeolvides, que además de indicarnos otra manera de llamar a la flor de myosotis, hace también referencia al recuerdo, es decir, a una huella que deja la memoria más allá del olvido.
Consideramos, por ello, que estas memorias de la madre son un texto clave para aproximarnos a los orígenes familiares de la escritora mexicana, y en esa medida también a la singularidad de su destino. Para realizar una semblanza de la vida y obra de un autor, es usual hacer una indagación de documentos críticos, biográficos y de entrevistas que permitan una aproximación al contexto en el cual el autor crea su obra. Sin embargo, para el caso del desarrollo de este capítulo sobre Elena Poniatowska, las memorias de la madre, tan próximas desde su misma concepción a la hija, constituyen un hallazgo fundamental que permite realizar un acercamiento a la autora a partir de la relación madre e hija. ¿Habría acaso una manera más íntima de adentrarnos en la vida de Elena Poniatowska y de ésta forma dilucidar el mito interior que la impulsa a contar la vida a través de la escritura?
Tal vez la invitación que Elena hace a su madre para que le cuente su vida responde a una inquietud por sus orígenes, que quizás intuye le permitirá dilucidar algo sobre su propia vida, sobre su nicho de referencia, de valores y significados, sobre su particular sensibilidad ante la vida y el mundo; es decir, sobre todo aquello que podemos designar como las fuentes desde las cuales se teje su mito interior, y que la han conducido, entre otros aspectos, a llegar a ser escritora. Por esto, podemos plantear ahora que relatar los orígenes familiares nos pone de hecho en la senda de desentrañar un mito interior.
2.2. De regreso a los orígenes familiares
Los principales datos biográficos de Elena Poniatowska Amor se encuentran con facilidad en los textos de crítica –tanto impresos como digitales– que circulan para el gran público. La información más conocida es que la autora nació en París en 1932. Su madre, Paula Amor, de origen mexicano fue criada en Francia. Su padre, Jean Poniatowska era francés de ascendencia polaca y heredero de la corona. En 1942 su madre huye de la Segunda Guerra Mundial a México con sus dos hijas. El padre de Elena se alista en el ejército francés y combate en la guerra hasta su culminación. Varios años después se reúne con su familia en México, donde finalmente se establecen. Reunida la familia en el nuevo país nace luego su hermano Jean. Una vez en México, Elena y su hermana Kitzia son enviadas a una escuela inglesa para que aprendan inglés y luego pasan tres años en un internado católico en los Estados Unidos. Su familia no consideraba importante que estudiasen español, puesto que lo aprenderían «en la calle». Es así como el contacto de Elena con la lengua española es principalmente a través de las empleadas domésticas en el hogar.
Esta información básica nos muestra aspectos visibles y conocidos de la vida de la escritora, los cuales son revelados de manera más íntima con su propia voz en la entrevista que Margarita García Flores le hiciera:
–¿Porqué rehuyes hablar de tu infancia?
– Siempre lo he rehuído. Llegué a México a los nueve años. Soy hija de un francés de origen polaco de nombre Poniatowski y de una mexicana, Paula Amor, cuyo origen también es francés porque pertenece a los mexicanos que se fueron a Francia durante la revolución, a quienes les quitaron sus haciendas, mexicanos reaccionarios que se refugiaron en Biarritz: los Corchera, los Escandón, los Iturbe. Mi mamá todavía habla con un fuerte acento francés, como Alejo Carpentier. Pertenezco a este grupo social de gente medio, o si quieres, muy extranjerizante y creo que siempre lo he querido evitar, desde niña, por eso jamás hablo de mi nacimiento ni de mi infancia, porque nací francesa. (García Flores, 1976, p. 25)Vemos cómo el origen mexicano de Elena Poniatowska, a pesar de haberle sido legado por la línea de sus ancestros maternos, le resulta a la vez una experiencia lejana y distante. Ni ella ni su madre nacieron en México sino en Francia, y además pasaron sus primeros años de vida inmersas en el mundo europeo, no en el mexicano. Mientras se recorren las memorias de Paula Amor, Nomeolvides, se van encontrando modelos comunes en las experiencias de crianza de madre e hija, así como un referente permanente a la vez que distanciado de México.
Paula Amor cuenta en sus memorias en relación con los inicios de su vida y sus orígenes: “Nací el 4 de junio de 1908 en el número 60 de la avenida Cléber, en París. Mamá me contó que papá sintió tal decepción al ver una tercera hija que dejó caer la caja con los instrumentos quirúrgicos del ginecólogo. Esperaba un pequeño Pablo” (Amor, 1996, p. 19). El padre de Paula, es decir el abuelo de Elena –Pablo Amor–, nació en Normandía y fue educado en Inglaterra, jugaba golf y polo, montaba a caballo y hacía esquí en el invierno. Si se va un poco más atrás en el árbol genealógico, dice Paula: “Mi abuelo, José María Amor y Escandón, salió de México en 1863, antes de la llegada de Maximiliano y Carlota. Seguramente la situación del país no era boyante, pues el más joven de sus hijos, Luis, recordaba a su padre cantando un Te Deum en el tren que lo alejaba para siempre de México” (Amor, 1996, p. 20).
Vemos así cómo las raíces de la familia materna de Elena, si bien son mexicanas, son más próximas a la vida europea dado el trasladado de la familia al viejo continente desde el siglo XIX. La familia mantenía, sin embargo, cierto contacto con México a través de haciendas que recorrían durante sus visitas temporales y que perdieron más tarde con la Revolución Mexicana. Mientras Paula Amor cuenta los inicios de su vida en Nomeolvides, vamos encontrando lo cercanas que fueron las infancias de madre e hija: ambas de origen mexicano, pero nacidas en París. Ambas educadas entre lujos de la nobleza por institutrices que hablaban lenguas diferentes al español. Ambas conocen México al final de su infancia y estudian en conventos de monjas. Ambas tienen madres elegantes y bellas con una activa vida social. Sus modelos de formación son por tanto muy cercanos; Paula Amor recuerda en sus memorias una imagen de la infancia con sus nanas y su madre que se asemeja a las escenas nocturnas que relata Mariana también con su madre y su nana en La “Flor de Lis”,– como aquella que ya presentamos en la que la madre le dice “mi myosotis”–, así lo dice Paula:
Nosotras, las tres niñas, teníamos un cochecito de paseo, un tonel que nos llevaba con nuestra nanny al bosque, tirado por Sultán, el caballo.
Debido a aquella nurse mis primeras palabras fueron en inglés. Más tarde vinieron institutrices alemanas. En una ocasión, una de ellas me acostó con mis botitas blancas, falta que mamá descubrió por azar al venir a darme un beso de buenas noches antes de irse a una cena enfundada en un vestido de Worth o de Callot. La veo aún. Muy bella y oliendo a perfume, la parte alta de su vestido de satín coral se abría en punta sobre su precioso escote” (Amor, 1996, p. 24).
La nobleza, elegancia y el porte de emperatrices será algo que rodea el mundo femenino y familiar de Elena Poniatowska. Esa construcción de la imagen de una elegante madre que viene a despedirse y dar el beso en la noche antes de salir a cenar, mientras una nana permanece con sus hijas, podría ser vista como un abandono de la madre en la crianza de sus hijas (4); sin embargo, esta costumbre parece más bien responder a una tradición familiar la cual es heredada de madre a hija. Contar con nanas que se encarguen del cuidado y la educación inicial de los hijos es entonces parte de una usanza familiar; es algo más que un simple modo de la aristocracia, pues las nanas son parte constitutiva de la vida y de la forma de tejer familia. Si bien madre e hija fueron criadas durante los primeros años por institutrices europeas, en el caso de Elena aparecerán luego las empleadas domésticas mexicanas fundamentales tanto en su afecto por México, como en su orientación como escritora. Por ejemplo, en La “Flor de Lis” Mariana habla de Magda, una nana mexicana que la cuida después de su llegada a México:
De Tomatlán pegadito a Zacatlán de las manzanas llega a la casa con un cesto. Mamá le pregunta si tiene referencias:
– ¿Eso qué es?
– Cartas de recomendación.
– Sólo que de los borregos y los chivos, acabo de llegar, señora, su merced.
Sofía y yo nos colgamos de sus brazos, la acinturamos, es más endeble, más pequeña que nosotras:
– Mami que se quede, que se quede…
– Es que desde ahorita la quiero.
Ese amor ha de durar toda la vida. Magda lava, chiquéame, plancha, hazme piojito, barre, hazme bichitos, sacude, acompáñame un ratito, trapea, ¿verdad que yo soy tu consentida? (Poniatowska, 1997, p. 54)Otro aspecto común de las experiencias vitales durante la infancia, tanto de la madre como de la hija, es la manera como sus vidas cambian drásticamente por la guerra: en el caso de Paula Amor por la Primera Guerra Mundial y en el caso de Elena por la Segunda Guerra Mundial. Así recuerda la madre de Elena la época anterior a la guerra y las consecuencias de la misma:
Todo ese lujo, esa época feliz e inconsciente, se interrumpió con el estallido de la guerra en 1914. Las institutrices alemanas –señaladas con el dedo en la calle– regresaron a su país y nosotros tomamos el camino a Biarritz, donde se habían refugiado otras familias mexicanas en villas más o menos espaciosas…Durante esos cuatro años de guerra, mamá vendió sus alhajas y sus muebles para mantenernos…Mamá era muy valiente. Nunca le oí una queja, aunque tenía razones para ello, porque papá cayó gravemente enfermo tanto física como moralmente, y quedó semiparalizado. (Amor, 1996, p. 24)
Posterior a la guerra Paula pierde a su padre en 1918 cuando tiene diez años de edad, así lo recuerda ella misma: “La enfermedad y la muerte de papá me persiguieron durante mucho tiempo. Mamá se ocupaba mucho de mi salud pero no me decía para qué eran las medicinas. Por eso llegué a creer que yo padecía el mismo mal que papá. Desde entonces creo que a los niños hay que decirles siempre la verdad.” (Amor, 1996, p. 25). Conocer México es algo que les sucede a las dos al finalizar la infancia. Viajan a bordo de un barco y después de llegar a México estudian con monjas en conventos: Paula –la madre– en uno francés, Elena –su hija– en uno inglés. Llegan como extranjeras francesas a su tierra de origen México, donde permanecen educándose más cerca de la tradición europea que de la mexicana. La madre viviendo en México estudió en el convento de Saint Joseph dirigido por religiosas francesas y así recuerda esta experiencia:
Al cabo de un mes, era yo cuarta sobre cuarenta y cuatro alumnas y me habían pasado a las bancas del frente. Mi francés me ayudaba y en los años que siguieron siempre estuve entre las cuatro primeras. Mis materias preferidas eran historia y literatura. Me encantaba jugar y me regañaban cuando subía a los techos para recuperar la pelota. Amaba a mis compañeras, a las monjas y era una niña feliz. (Amor, 1996, p. 36)
Así, Paulette –nombre con el que familiarmente llamaban a Paula Amor– recuerda su gusto por el estudio, especialmente por la lectura. En este gusto por la palabra parecen ser madre e hija también especialmente próximas, incluso la escritura acompañó siempre a la madre, quien llevaba un diario, al cual hace referencia en Nomeolvides. Hay también en las memorias un diálogo de la madre con su hija, en el que muchas veces ella habla directamente a Elena y, por tanto, se percibe que efectivamente la escritura autobiográfica que emprende es la respuesta a la petición que un día Elena le hiciera. Madre e hija conectadas por la escritura. Ahora bien, mientras la madre expresa haber estado a gusto con la educación que recibió mientras vivió en México, Elena no. Así, en la entrevista que hace Margarita García Flores a Elena Poniatowska, la escritora hace una crítica a esa educación que recibió estando en México y plantea la incomodidad con su origen francés, le pregunta:
– ¿Y cómo te hiciste tan mexicana?
– Yo llegué aquí y no aprendí español, porque no estuve en una escuela donde enseñaran español. Me metieron, absurdamente, en una escuela en donde se enseñaba en inglés, a contar en libras esterlinas, “pounds and shillings”, y a cantar God Save the Queen! durante tres años de mi vida. Nunca supe para qué, porque jamás he ido a Inglaterra. Era quizás porque aprender español no se consideraba necesario. En mi casa se hablaba francés o inglés. El español lo aprendí con las sirvientas, de ahí mi enorme apego a las sirvientas. Descubrí un mundo que no existe en Francia. Me interesó muchísimo y eso me hizo ir hacia los problemas sociales de los cuales me he ocupado en mis libros” (García, 1976, p. 25).A pesar de los orígenes mexicanos de Elena Poniatowska encontramos lo lejana que creció del español y de México. Su proximidad con lo mexicano podría parecer, a un lector desconocedor de su entramado vital, algo que le es claramente propio desde sus ancestros y su sangre, pero realmente encontramos que la mexicanidad de la escritora es algo que ella busca, construye y afirma, a través de retornar a sus orígenes tanto europeos como mexicanos, pero ante todo los mexicanos, como un gesto de su corazón que valora profundamente el afecto de sus nanas, entre ellas especialmente Magdalena, que es la puerta principal de entrada al pueblo mexicano, mundo lleno de maravillas y contradicciones, a la vez que referente permanente en toda su escritura. En su artículo Se necesita muchacha –publicado en el libro titulado Luz y luna las lunitas–, Elena Poniatowska con una mirada adulta y crítica sobre su educación, muestra su profundo afecto hacia la entrega de los personajes mexicanos que como Magdalena acompañaron su vida:
Tuve una nana cuando ya no estaba en edad de nana y su devoción fue infinita. Se llama Magdalena Castillo y nos dio su vida a mi hermana y a mí… No nos lleva ni siete años y nos dio su vida. No se casó, no se casó, no se casó por no dejarnos. No se casó. Nunca. Nunca nada. Nunca se fue. Sus años más importantes, entre los veinte y los treinta y cinco nos los dio. Nos dijo: Tómenlos, para que con ellos hiciéramos papelitos de colores, tiritas de papel de china, lo que se nos diera la gana, le bailáramos el jarabe tapatío, le zapateáramos encima bien y bonito. Y de hecho lo hicimos. Le hundimos nuestros taconcitos de catrinas cebadas a lo largo de todo el cuerpo. Le acabamos las trenzas ahora adelgazadas, la despachamos a su casa a la hora de nuestra luna de miel, la nuestra, ¿eh? y le dijimos que volviera a cuidar a nuestros hijos. Aún estaba fuerte. Aún podía. Y volvió. Y todavía viene y trae manzanas y se acongoja por nuestras penas. Y nos besa y nos encomienda a Dios.” (Poniatowska, 1994, p. 159).
Estos orígenes de Elena Poniatowska hacen precisamente más significativa su búsqueda por construir un arraigo a México, su Madre Tierra (5), la cual a la vez que próxima le resultaba lejana, pues remontándose hasta sus bisabuelos le era más cercano lo europeo que el pueblo mexicano; por lo tanto la Revolución Mexicana le resulta a su familia como algo amenazante. Así recuerda Paula Amor a su madre, Elena Yturbe de Amor, llamada familiarmente Granny, mientras le habla a su hija de ella y de las pérdidas traídas a la familia por la Revolución Mexicana:
Granny era pequeña como tú, y se vestía de gris perla casi siempre. Recuerdo que ya adolescente, la acompañé a Vionnet y cuando entró al salón todos volvieron la cabeza para verla. Hacía un nudo con el largo collar de perlas que rodeaba su cuello. También usaba un monóculo montado en carey. Tenía aspecto de reina. Por culpa de la Revolución Mexicana vendió durante la guerra su villa Haitsura, en Anglet.” (Amor, 1996, p. 29)
Mientras la madre de Elena rememora a Granny nos deja ver la elegancia que les heredará, a la vez que muestra las dificultades que la Revolución Mexicana trajo a la familia con la pérdida de sus riquezas. En contraste, la nieta, Elena Poniatowska, a través de su personaje Mariana, muestra en La “Flor de Lis” una gran aproximación al mundo mexicano que la hace desde niña hacerle un guiño a la Revolución y congraciarse con el pueblo mexicano:
Éramos unas niñas desarraigadas, flotábamos en México, qué cuerdita tan frágil la nuestra, ¡cuántos vientos para mecate tan fino!
Le platico a mamá de la Revolución, del entusiasmo de la seño Velásquez.
– No me hables de ellos, son puros bandidos.
Voy con la abuela:
– Son asaltantes de camino real, lazaban a las pobrecitas vacas, las mataban.
Consulto a Mister Chips:
– Tu familia perdió todas sus haciendas, no veo por qué tanto interés. (Poniatowska, 1997, p. 47)En otro momento Mariana exclama ante su familia:
En mi casa saben más de Francia o de Inglaterra que de México. A la hora de la comida anuncio a grandes gritos: “Francia cabe más de cuatro veces dentro del territorio mexicano, ¿sabían?” (Poniatowska, 1997, p. 43)
En medio de las diferentes percepciones que empieza a sentir Elena respecto a las de su familia, el amor por la tierra mexicana es algo común tanto para la madre como para la hija. Así recuerda Paula Amor el primer viaje después de su llegada a México, a una de las haciendas de la familia: La Llave, de la cual surge su amor por México estrechamente unido al descubrimiento de su tierra y sus costumbres.
La Llave fue para mí el descubrimiento del paraíso…En La Llave las cabalgatas por caminos que iban de una hacienda a otra, bordeados de ahuehuetes inmensos, la presa de aguas tranquilas, las montañas y ese cielo que no terminaba nunca, los indios que llegaban bajo nuestras ventanas vestidos de satines incrustados de espejos, con plumas en la cabeza, y bailaban y cantaban con una voz monótona durante horas sin cansarse, en todas esas impresiones que se me grabaron para siempre está el origen de mi amor por México. (Amor, 1996, p. 39)
En esta alusión de la madre de Elena hay un estrecho vínculo con lo que más tarde vivirá también su hija en relación con el deslumbrante descubrimiento de la riqueza de la tierra Mexicana. En La “Flor de Lis” Mariana, protagonista y narradora de la novela, expresa también el mismo asombro ante la riqueza de este país: “Pero ¿qué clase de país es este que tiene árboles que producen flores? En Francia hay árboles frutales, sí, pero los árboles no se vuelven nubes, no incendian el suelo como aquí. Lilas y rojos, la calle es un tapete de flores. ¡Qué país, Dios mío, qué país!” (Poniatowska, 1997, p.130).
La búsqueda de Elena Poniatowska por hacerse mexicana, después de haber nacido y crecido como extranjera de sus propios ancestros, se revela como uno de los ejes de su mito personal a partir de lo que la vida le dio en sus orígenes. Su mito interior está estrechamente ligado entonces a su pertenencia y arraigo a México, a su gente, a sus costumbres para hacerlo su país de opción, de retorno. Después de generaciones de distanciamiento de la tierra natal, su alma parece reclamar con insistencia el volver a su país para recuperar su identidad.
México será el país que Elena Poniatowska hará su tierra y su casa, su lugar de retorno después de vivir por muchos años una sensación de no pertenencia. Esta misma situación se puede encontrar en la novela La “Flor de Lis”, cuando Mariana le pregunta a Luz: “Mamá ¿de dónde soy? ¿Dónde está mi casa?”(Poniatowska, 1997, p. 114); esto sucede cuando la protagonista sale a buscar trabajo y su familia le advierte que no diga en las entrevistas que no nació mexicana, pues si lo hace no le harán caso. Esta relación entre las experiencias de extranjería y pertenencia tanto de Elena como de Mariana se debe entender en el sentido de que ambas tienen una cierta coincidencia; no podemos decir por ello que se trate de la misma situación, sino más bien que ellas comparten situaciones semejantes.
Pasado el tiempo, y con un largo trabajo de su parte, Elena Poniatowska pertenecerá y dará expresión a México de una manera muy particular, y esto lo logra especialmente a través de aproximarse a los otros, a sus diferentes, a los marginados de su país para contar sus vidas –la de su gente– con la escritura.
2.3. Elena Poniatowska: contar la vida como escritora mexicana
El recorrido realizado en las páginas anteriores, por los orígenes y los primeros años de vida de Elena Poniatowska, a través de las memorias de su madre Nomeolvides, puede revelar el sentido que tiene la historia familiar de los Poniatowska Amor para el desarrollo del mito interior de Elena como escritora mexicana. Para ella, ser mexicana no fue algo ya dado; más bien, fue algo que tuvo que construir y reivindicar una vez quedó fascinada por el nuevo y desconocido mundo que le ofrecía México y su gente. Ella misma expresa la huella que produjo México en una entrevista que le hace Reina Roffé publicada en Cuadernos Hispanoamericanos:
La ciudad de México todavía era pequeña cuando fuimos a vivir allí. No sé exactamente qué sentí, pero recuerdo que me impresionó el sol, la luz, la gente. México es, al mismo tiempo (quizá por ser un país de fuertes contrastes), violento, avasallador, suscita emociones fuertes, además de ser entrañable, muy querido. Por eso, no resulta azaroso que tantas personalidades de diferentes partes del mundo hayan vivido sus exilios allí o se hayan quedado para siempre. (Roffé, 2001, p. 173)
Este fuerte impacto que produce México en Elena Poniatowska se relaciona con su tierra y, fundamentalmente, con su gente. Después de conocidos sus orígenes familiares “extranjerizantes” –como ella misma los llama–, no es raro que su gusto y predilección por el pueblo mexicano resultara algo extraño para su familia. Elena Poniatowska realiza en Las palabras del árbol, libro sobre Octavio Paz, una reflexión sobre sí misma, sobre su snobismo al revés, es decir, sobre su elección por la población marginal como centro de interés: “Mamá decía que tenía el snobismo al revés. Apenas veía a alguien de overol me precipitaba en sus brazos.” (Poniatowska, 1998, p. 78). Ese gusto y cercanía por lo popular proviene probablemente de su afecto por las criadas mexicanas que participaron de su crianza, la cuidaron, mimaron, y la introdujeron así en las costumbres de su pueblo. Esto lo expresa una de sus más conocedoras críticas:
A la edad de veinte años Poniatowska aún se sentía como una extranjera en su país de adopción. El ambiente de clase acomodada de su familia, con su orientación cosmopolita, le había negado el conocimiento de la historia y la cultura mexicanas; su limitada educación, por otro lado, le proporcionaba una escasa preparación para emprender una carrera. No obstante, la propia lengua española y la amistad con las trabajadoras domésticas mexicanas produjeron en ella un vínculo emocional con gente de otras clases sociales, lo cual es una de las bases de su orientación como escritora. (Jörgensen, 1990, p. 500)
Es así como su interés por la gente del pueblo mexicano será una de las principales tramas de su obra. Vamos encontrando aquí cómo los intereses periodísticos y literarios, así como el estilo de escritura de Poniatowska, están influidos por su búsqueda personal y su mito interior de pertenecer a su país de opción: México. Para la escritora entrar en contacto y relatar las historias de personajes mexicanos y de la propia historia del México del siglo XX tiene probablemente un profundo sentido vital de arraigo. Frente a la pregunta que le hace Margarita García Flores en una entrevista, en la que platican sobre por qué escribe acerca de gente del pueblo, como por ejemplo Jesusa Palancares o Demetrio Vallejo, y no de su clase social, la escritora responde:
– Al sentirme cerca de las criadas, buscaba personajes que se les parecieran. En parte lo hice por evitar lo que soy. Alguna vez, cuando haya alcanzado cierta serenidad podré hacer novelas que no sean para mí como mandas. Hasta no verte Jesús mío me costó un trabajo enorme porque no entendía los problemas que me planteaba Jesusa Palancares. Ahora que escribo la vida de Vallejo, veo que del sindicalismo no sé absolutamente nada…
– ¿Porqué tanta insistencia en estas novelas?
– Porque tienen que hacerse en México, porque no tenemos historia novelada, y para que la gente vaya a la historia, para que lea historia, creo que la novela puede ser una puerta abierta. Una novela interesante y cálida sobre un hecho histórico, puede llevar a la gente a la historia, y a saber qué diablos somos y qué diablos es nuestro país. (García Flores, 1976, p. 26)Además del interés de la escritora por México y su historia, ella manifiesta también admiración por la gente de su pueblo, pues considera que son personajes fundamentales, a la vez que poco reconocidos por el país; por eso, afirma en la entrevista con Reina Roffé: “Yo creo que son los grandes personajes de la historia, simplemente que nunca son tomados en cuenta” (Roffé, 2001, p. 175). Ella percibe en esos personajes del pueblo un sentido vital que habla también de su existencia. Tal vez la escritora intuye que son ellos los que construyen a México, es decir, que dotan de sentido a las experiencias contradictorias de su país y los anima, a pesar de la adversidad, a luchar por sus ideales y a afirmar su propia identidad. Hablamos aquí de una época de buscadores de sentido, de reivindicaciones y de justicia social:
– En parte eres como esas personas a las que te has acercado…
– ¡Ojalá! Las estimo y quiero enormemente. Yo bien quisiera ser como la Jesusa.
– ¿Te atraen solo las personas, los personajes fuertes?
– Vallejo no es tan fuerte. Son fuertes las circunstancias en las que están. Son gente con un ideal, que cree en él y le da sentido a su vida para que ésta sea algo más que comer, hacer el amor, tener hijos. Viven por un ideal. Tienen una razón de estar sobre esta tierra y eso me interesa mucho, porque probablemente es lo que quiero hacer con mi vida. Quiero estar aquí porque hay alguna razón de estar, porque no se trata simplemente de mi personita o mis hijitos o mi maridito, mi comidita rica, todas las cosas con las cuales se conforma la vida. (García Flores, 1976, p. 26)En esta entrevista podemos observar cómo esa búsqueda de sentido, de dar significación a la propia vida, es realmente una expresión de la necesidad humana de comprender la existencia más allá de los parámetros estrechos del día a día, remitiéndola a su suelo más propio y a sus orígenes. Esta forma de expresión la podemos encontrar también en la novela La “Flor de Lis”, donde vemos cómo la protagonista se hace especialmente sensible a personas marginadas de la sociedad mexicana. En sus trabajos documentales: entrevistas, crónicas, reportajes, e incluso en sus obras de ficción, la escritora le permite a los demás hablar por sí mismos pareciendo que hace desaparecer su propia voz. Jörgensen comenta que, si bien en novelas y cuentos la autora abarca una gran diversidad de cuestiones, los lectores coinciden en considerar a Poniatowska, por sus textos periodísticos y documentales, como la defensora literaria de los oprimidos.
Una rápida revisión de los títulos publicados de Elena Poniatowska revela la gran variedad de temas y formas literarias que abarca su escritura. Hay, no obstante esta variedad, una trama común que conecta sus crónicas políticas y sociales, sus novelas y sus relatos cortos, sus entrevistas y sus obras testimoniales. Este hilo conector es el profundo compromiso de interpretar la sociedad mexicana contemporánea, prestando una especial atención a las voces silenciadas y a las vidas marginadas que constituyen la experiencia mayoritaria en el vasto paisaje humano de su país (Jörgensen, 1990, p. 501)
Su postura a favor de los desprotegidos es evidente; ella comenta en una entrevista:
Pues sí, en el 59 entrevisté a los ferroviarios encarcelados, en el 68 hablé de la masacre en Tlatelolco y del movimiento estudiantil; en el 85, a raíz del terremoto, hablé de la corrupción del Gobierno y de sus negligencias y descuido, porque se derrumbaron los hospitales. Y ahora sigo con especial atención todo lo que tiene que ver con el movimiento zapatista. Me parece sumamente importante que una guerrilla deje sus armas para marchar sobre la ciudad de México y plantear sus reivindicaciones (Roffé, 2001, p. 177).
Ahora bien, en el trabajo literario de Elena Poniatowska se conjuga la experiencia periodística de sus primeros años de numerosas entrevistas, crónicas y reportajes, con la escritura de ficción literaria que desarrollará, con el avance de los años, cada vez con más determinación en cuentos y novelas. Frente a la diversa obra de Elena Poniatowska surge la pregunta sobre cómo llegó ella a ser escritora. Según ella comenta en sus entrevistas, todo comenzó con el periodismo, oficio que le llegó por una supuesta casualidad del destino; casualidad que después de conocido su empeño y entrega al mismo nos hace dudar de que éste fuera producto solo de un azar y, más bien, nos impulsa a entenderlo como una coincidencia, en términos junguianos, una sincronicidad(6), acorde con sus designios más profundos: llegar a ser una escritora mexicana.
Elena Poniatowska comenta que ingresó al mundo del periodismo por un golpe de buena suerte. No había un plan definido, ni una predisposición especial hacia el oficio. Pareciera ser más bien algo ligado al destino y sus designios. Ella dice al respecto:
Yo nunca he tomado una decisión en mi vida. Yo no decidí ser periodista. Pensaba que podía ser periodista, pero podría tocar la guitarra, cantar…Aunque sí tenía un diario y copiaba fragmentos de libros que me gustaban, pero no era una vocación como te dicen otros escritores.
Mi mamá me llevó a un cocktail que le daban al embajador de Estados Unidos. Al día siguiente le hice una entrevista a este personaje que todavía no había dado conferencia de prensa a nadie. Además, en esa época El Excelsior era pro–americano. Con un golpe de suerte me publicaron la entrevista. Y me pidieron que trajera otra. (García Pinto, 1988, p. 186)
Es así como su carrera en el periodismo se inicia en el periódico El Excelsior en el año de 1953, es decir, a sus veintiún años de edad. Durante los primeros años de labores realizó y publicó muchas entrevistas de manera agitada sobre personas de las cuales ni conocía, ni sabía qué habían hecho. Su principal recurso en esos casos era su estilo directo y natural que la hacía en ocasiones pasar por impertinente. Su madre recuerda en sus memorias Nomeolvides su capacidad de hacer comentarios y preguntas directas desde pequeña, lo cual lo asocia con su oficio como periodista:
En otra ocasión estabas enferma en tu camita. Mandé traer a nuestro doctor de familia y con una mirada maliciosa dijiste:
–Sabe usted, doctor, mamá me llevó a ver a otro médico pero me recomendó que no se lo dijera.
El doctor se puso colorado y yo me apené mucho porque en efecto quise que te viera un especialista. Creo que más tarde, en varias ocasiones has provocado la misma reacción en las personas que entrevistas, por tus preguntas directas e impertinentes y tu absoluta franqueza. (Amor, 1996, p. 129)Cuando Margarita García Flores entrevista a Elena Poniatowska, ésta comenta el papel que el periodismo había representado hasta ese momento en su experiencia como escritora. El periodismo le había permitido conocer el oficio de escribir, pero a la vez confiesa que le había facilitado huir de la creación literaria. Así ellas conversan sobre el tema en dicha entrevista:
–¿De qué te ha servido tantos años (20) en el periodismo?
– Para adquirir una capacidad de trabajo y una capacidad para el diálogo. Creo que conozco el oficio de periodista, pero también me ha servido como evasión. Soy muy insegura. Para todos los libros que he escrito he necesitado las muletas del periodismo, las de la entrevista para sustentarlos. Además, con tal de no lanzarme a una novela, me dediqué totalmente a hacer periodismo. (García Flores, 1976, p. 25)Pasados ya treinta años del momento de esa entrevista, encontramos cómo Elena Poniatowska desplegará efectivamente su narrativa literaria, algunos años más adelante, en diversas novelas; sin embargo, los recursos del periodismo seguirán siendo un pilar de su escritura: “Ya estoy tan acostumbrada a este método que ya no puedo hacer ningún trabajo si no es a base de entrevistas.” (García Pinto, 1988, p. 192). Haber logrado, por ejemplo, contar la vida de personas tan diversas como la lavandera Josefina Bórquez en Hasta no verte Jesús mío, como la de Demetrio Vallejo líder ferroviario, en El Tren pasa primero o la de la fotógrafa italiana de los años treinta, Tina Modotti en Tinísima, son el fruto de la realización de innumerables entrevistas, junto con otros recursos literarios empleados, en los cuales la ficción ocupa su lugar en la realidad.
En la vida profesional de Elena Poniatowska el periodismo y la literatura son actividades interrelacionadas, ella combina la detallada observación y la paciente escucha de una periodista, con el cuidado por el lenguaje y las estrategias textuales de una escritora. En el siguiente comentario ella deja ver cómo en su trabajo conjuga su oído y mirada atentos con su sensibilidad para descubrir a los demás y traducirlo a través de la palabra. Dice:
– ¿La entrevista es más que un género para usted?
– Hay entrevistas diversas. Algunas se realizan con la finalidad de obtener noticias, pero están las que sirven para hacer perfiles literarios, para retratar personajes a través de sus respuestas y también a través de narrar su entorno. Captar la esencia de una voz y la verdad más íntima de un personaje, ya sea público o anónimo, es hacer literatura más que periodismo, ¿no? (Roffé, 2001, p. 174)La entrevista, como ella la concibe, la introduce entonces en una conversación reveladora de aspectos íntimos de sus personajes y, a su vez, de ella misma, pues como toda buena conversación implica necesariamente una dinámica de reciprocidad. En el fragmento anterior, Elena Poniatowska explicita cómo la entrevista se ha convertido para ella en un camino para la creación literaria. Así, lo más importante es el contacto con las personas y la relación que allí se establece. El ejercicio de retratar a la gente es algo que le demanda cuidado y atención. Lo que le permite entrevistar de una manera particular es su posibilidad de estar ahí, de hacer presencia con una gran capacidad de escucha y de profundo respeto al otro. Después viene el trabajo de relatarlos a través de la escritura. El acercamiento a la gente es algo que disfruta y le resulta espontáneo, incluso en los momentos más adversos, como recuerda haberlo hecho, por ejemplo, frente al terremoto de México en 1985, que daría por resultado la obra Nada, nadie: Las voces del temblor. En una entrevista comenta:
¿Y como sabías con quiénes podías hablar?
Hablaba con todo el mundo. Ni siquiera sabía. No preguntaba si querían hablar, nada, nada. Llegaba yo, que qué pasó, qué les hace falta. Uno decía que tenía mucha hambre, entonces íbamos por una torta mientras platicábamos. Y todo era así. Mientras hablábamos, mientras estábamos en eso, hacía las entrevistas.
¿Entonces no grabaste nada?
Algunas cosas grabé, pero pocas. Pero entablar la relación era muy fácil. Yo creo que ahí tengo muchísima suerte, porque siempre me ha sido muy fácil entablar relación con la gente, muy fácil. Con los intelectuales a veces es mucho más difícil, o con artistas. Pero con la gente nunca ha sido difícil, en los mercados, en donde sea. (Steel, 1989, p. 103)Para Elena Poniatowska, toda entrevista es realmente una manera de hacer presencia, de estar ahí junto al otro; no se trata de ir detrás de la información, como ocurre en la mayoría de los casos en el ejercicio periodístico, sino más bien, de abrirse al otro, dándole la posibilidad de expresarse desde lo más profundo de su situación y su ser; sin lugar a dudas esto exige una enorme capacidad de apertura y de respeto por el otro:
Yo siempre he recorrido las voces de la calle. Desde 1953 en que me inicié en el periodismo en el periódico Excelsior, yo lo que he hecho siempre es escuchar a la gente en la calle, observarla. Entonces claro yo tengo influencia. Hay autores que me emocionan que me estimulan pero yo creo que nada me estimula más o nada me ha llegado más que la gente que he podido abordar en la calle con quien yo he podido hablar. Ellas son los que más me han enriquecido. (Loisel, 2001, p. 673–674)
Escuchar a los otros implica entonces poder acercarse, sentir aquellas preocupaciones, alegrías y angustias que los tocan, poder conmoverse por eso mismo y desde allí dar la posibilidad de que sus voces, muchas veces silenciadas por la historia oficial, puedan ser oídas a través de una novela. Se trata entonces de un acto, a la vez que íntimo, profundamente político. Esta dimensión política de sus escritos se nota con toda claridad en aquellos momentos donde el ejercicio de cronista adquiere una dimensión que trasciende lo puramente coyuntural, penetrando en los tejidos más profundos de la fragilidad humana. Por ejemplo, frente al terremoto de 1985 que azotó a Ciudad de México, Carlos Monsiváis la anima a hacer lo que sabe hacer: escribir; pero ella comprende que esto sólo lo puede hacer, si hace algo más que sólo escribir, pues escribir significa para ella poder involucrarse, es decir, entablar relaciones emocionales con los otros, sólo así se logra tejer lo humano y dar con ello voz a todo eso que solemos callar, dejar a un lado o incluso silenciar. En la entrevista que sostiene con Cynthia Steele recuerda el diálogo que tuvo con Carlos Monsiváis:
Él me decía mucho, “¿Para qué estableces relaciones personales? Tú escribe y se acabó”. No podía sólo escribir, sino que iba por la silla de ruedas, por la cama, a la despensa por el arroz para que tuvieran qué comer. Este tipo de cosas te desgasta muchísimo emocionalmente. Para escribir es nefasto involucrarse, y él me lo dijo: “No te metas tanto”. A Monsiváis lo admiro mucho porque tiene una capacidad notable de analizar, sintetizar, prever, que yo no tengo. Tiene una capacidad de formular una idea a partir de lo que sucedió, sacar conclusiones y ver más allá, mientras que me lanzo de cabeza al sentimiento” (Steele, 1989, p. 104–105).
Ese gusto y atracción de Elena Poniatowska hacia la gente concreta, y hacia hechos tanto cotidianos como decisivos de la historia reciente de México, es probablemente lo que la hace tan diestra en la tarea de penetrar en la vida de las personas, permitiéndole encontrar sus particularidades para contar sus vidas singulares, mientras que entre sus rostros y sus rastros encuentra facetas compartidas del pueblo mexicano.
En sus libros conviven varios estilos y maneras de escribir, que permiten mostrar también los límites difusos, señalados ya en el capítulo anterior de este trabajo, entre realidad y ficción. Por ejemplo, para la elaboración de sus libros de ficción o novelas utiliza la entrevista y elementos de la crónica o el reportaje, formas habitualmente más relacionadas con el periodismo. Elena Poniatowska, diestra en la faena de la narración de vidas, ha manejado esos límites difusos entre realidad y ficción, lo que resulta simbólicamente potente al momento de acercarse a contar lo más íntimo de la vida humana. En ese sentido, los críticos consideran como una característica de su escritura la tendencia a borrar los límites entre los discursos de ficción de los de no ficción. Aquí no importa tanto la verdad de los hechos narrados, como los sentidos que le brinda esta lectura a una vida determinada. Así lo comenta una de sus críticas más conocedora de su obra:
La fuerte conexión entre su práctica como periodista y la escritura de literatura de ficción supone un reto para nuestras nociones de documento, de imaginación y del papel del escritor en la producción de cualquier texto. Varias tramas comunes corren a través de todos sus trabajos: el compromiso de la autora para representar la sociedad mexicana contemporánea, las dimensiones coloquiales de su lenguaje literario, y el deseo de ampliar sus propios horizontes ideológicos por medio de la inclusión en su escritura de otras voces y otras vidas. Ya sea en una entrevista con una figura de la élite cultural, o en una crónica sobre los niños de los barrios bajos de México, Poniatowska demuestra su tremenda capacidad para escuchar lo que se dice, lo que se calla, y lo que se disfraza en el discurso de su interlocutor. El resultado de su trabajo es una literatura que recupera, critica y reinventa muchas dimensiones de la vida mexicana. (Jörgensen, 1990, p. 507–508)
El asunto de moverse en límites difusos entre la ficción y la realidad es también una característica del mito; de hecho una de las connotaciones que se le ha dado al mito es su carácter de ficcionalidad para oponerlo a lo verdadero o real. Indicando la frecuente oposición que se suele encontrar en la comprensión del mito, Lluís Duch cita a Jean Pierre Vernant en el siguiente comentario:
«Por su origen y por su historia, la noción de mito que hemos heredado de los griegos pertenece a una tradición de pensamiento que es propia de Occidente y en la cual el mito se define por aquello que no es, en una doble oposición a aquello que es real, por una parte (el mito es ficción), y a aquello que es racional, por otra (el mito es absurdo)» (Duch, 1998, p. 44).
Pero, si bien esto es cierto, teniendo en cuenta la visión occidental del mito que supone un distanciamiento fuerte entre mito y realidad, entre lo oral y lo escrito, también es cierto que en nuestra vida cotidiana esta distancia se relativiza, pues habitualmente estamos pasando de un registro a otro. Este transcurrir es un camino que Elena Poniatowska ha trasegado con maestría. Su literatura no es la mera entrega a la ficción, pues ella busca siempre anclar la ficción en la realidad, al mismo tiempo que ficciona la realidad. Es decir, trata de combinar estas dos dimensiones: realidad y ficción, pues sólo así puede recuperar la voz de la gente, pues como dice Elena Poniatowska:
– En general, la sociedad desvaloriza las voces de la gente, así como también ha desvalorizado la literatura testimonial. Los escritores hablan de ficción, pero es difícil que no haya una ficción ligada, de veras, a la realidad, a lo que ellos viven, a sus propias experiencias. Recuerdo que Carlos Fuentes, en París, en sus viajes, tomaba notas de todo lo que veía, de todo lo que sucedía, y eso, más tarde, iba a dar a sus novelas. (Roffé, 2001, p. 179)
Esta combinación de ficción y apelación a la realidad se pone en juego precisamente en el acto de la escritura. Para la escritora, escribir es realmente un cierto acto de alquimia, de metamorfosis de la realidad; pero esta metamorfosis no se produce en el vacío. Escribir es la forma que tiene Elena Poniatowska de anclarse a la vida y a la vez de transformar con ello la realidad. En la entrevista que le hace Magdalena García Pinto en su casa de Coyoacán en octubre de 1983, Elena habla de lo que significa su oficio de periodista y la escritura: “Hace casi treinta años que hago periodismo con mucha suerte, con mucha continuidad, con mucha tenacidad. Ya me agarro a la máquina de escribir como de un ancla, que no sé si me va a hundir en el fondo del océano pero es, si quieres, mi manera de estar sobre la tierra, mi manera de vivir” (García Pinto, 1988, p. 186).
Si bien para ella la escritura ha llegado a ser algo propio y cotidiano, es también algo que demanda en todo momento, no sólo dedicación, sino también disciplina y ejercicio, pues realmente se parece más a un cierto trabajo artesanal que a un sortilegio de la inspiración. Por esto, Elena Poniatowska se suele referir al trabajo de la escritura en los siguientes términos:
Es muy importante que la gente escriba. Hay mucha gente que puede hacerlo y cree que es dificilísimo sin pensar que el escritor es como el deportista que todos los días hace lagartijas hasta que acaba por hacerlas bien. Escribir es sentarse todos los días y redactar dos, cuatro o diez páginas. Y llega un día al cabo de cuatro o cinco años en que uno dice “esta página sí está bien”. Es una disciplina como la de la carpintería, es un oficio de artesano, porque escribir sólo cuando hay inspiración no produce escritores. (García Flores, 1976, p. 30).
Por otra parte, después de hablar sobre su falta de carácter para expresar su propia manera de ser por temor a molestar o herir a otros, Poniatowska comenta cómo la escritura es un camino de trasgresión de esos límites que ella misma se ha impuesto en la vida cotidiana para expresar lo que siente. Reina Roffé, después de hablar con ella sobre las cosas que le hubiera gustado hacer y que no hizo por esa falta de carácter de la que siente adolece, le pregunta sobre su escritura:
– Sin embargo, su escritura tiene momentos incisivos, contestatarios, combina el humor y la ironía; también transmite irritación, furia.
– Porque al escribir sí me permito rebelarme y decir lo que pienso, más o menos. En la ficción, sí, pero en la vida real creo que soy una persona bastante conformista. Bueno, dentro de los cánones en los que vivo, soy, más bien, de reacciones lentas.
– Pero ha reaccionado ante hechos de injusticia, de dolor, de violencia.
– Hasta cierto punto. Porque he sido muy conformista, he tardado en rebelarme, he tenido miedo de molestar a alguien, de herir, he respetado más los sentimientos de los demás que los míos. (Roffé, 2001, p. 181)En este sentido, podemos decir que Elena Poniatowska se mueve en una paradoja: puede decir con la escritura lo que le cuesta expresar de otra forma. Así, muestra Elena, la escritora, cómo a pesar de abanderar la causa de los desprotegidos y marginados de la sociedad mexicana contemporánea, ha tenido dificultad para expresarse por otros medios ella misma, para manifestar sus emociones y puntos de vista tal vez de manera oral.
Adicionalmente, se suele leer el trabajo literario de Elena Poniatowska enmarcándolo en el campo de la denominada literatura feminista, pues su cercanía con escritoras mexicanas es bastante conocida, por ejemplo, su relación con Rosario Castellanos, a quien le prologa su libro de poesía titulado Meditación en el umbral, y el grupo de la revista Fem, que inicialmente buscaba congregar y apoyar mutuamente a las escritoras mexicanas y de otros países de Latinoamérica, pero que más tarde, por la desaparición y muerte de Alaíde Foppa, adquirió un claro matiz político, que perjudicó a la revista. Elena Poniatowska manifiesta una profunda solidaridad con las mujeres, pero ello no le impide reconocer también sus debilidades; así lo pone de presente en una de sus entrevistas más importantes:
– En el fondo, eres muy feminista…
– Sí, creo que las mujeres debemos tener oportunidad de desarrollarnos, de hacer nuestra obra, la misma oportunidad del hombre. Es muy horrible que los papeles se hayan dividido en femenino y masculino. He oído muchas veces que las mujeres dicen “No quiero a las mujeres, no tengo amigas”. Yo siento un cariño profundo, una lealtad definitiva por mis compañeras… A pesar de mi enorme simpatía por las mujeres, reconozco que en muchos casos tenemos menor capacidad de síntesis y menor capacidad para desarrollar ideas. (García Flores, 1976, p. 30).Y en la entrevista que le hace Reina Roffé, hablando de Angelina Beloff –personaje Quiela–, que fuera una de las amantes de Diego Rivera y la protagonista de su novela Querido Diego, te abraza Quiela, le pregunta si el amor puede ser una barrera para el pleno desarrollo de la libertad individual y creativa de las mujeres. Elena responde:
– La mujer apuesta muchísimo al amor casi toda su vida. Cree encontrar en el hombre amado la solución a todos sus problemas. En general, toma al hombre como un medicamento, un milagro, algo que la llevará hacia otros espacios, sin pensar que todas las soluciones, como dicen las revistas de autoayuda, están, más bien, en una misma, en la propia persona. Pues nadie le da nada a nadie o lo que le dan es algo que cada persona debe hacer fructificar en sí misma, y ésa es la verdadera dádiva, el regalo. (Roffé, 2001, p. 179).
Si bien se suele considerar el trabajo literario de Elena Poniatowska como profundamente comprometido con las causas sociales y políticas de las reivindicaciones populares del México de la segunda mitad del siglo XX, así como con las banderas feministas, lo cierto es también que lo importante para ella en todas estas búsquedas es responder a su voz interior que clama por atender a las personas concretas y sus situaciones, además de seguir una ideología y una manera determinada de ver el mundo. En la entrevista que le hace Magdalena García Pino le pregunta inicialmente por su interés por “la gente más baja de la sociedad mexicana”, expresado en su seguimiento a sucesos sociales y políticos como los de Tlatelolco, que la llevaron a recibir calificativos políticos de socialista o comunista, al respecto ella dice:
–…yo soy una reaccionaria romántica, no te puedo decir que soy comunista o socialista. Yo quisiera ser o aspiro…
–Pero está muy marcado en tus libros. El ser feminista, además, implica una línea radical.
–Yo soy feminista. Pero todas estas cosas yo las veo no a pesar de mí misma ni en contra de mí misma sino un poco en desconocimiento de mí misma ¿sabes? No por jugar a la inocencia, sino como una gente que sigue lo que cree, por eso soy feminista, socialista, por un afán que viene de otro lado, que viene de mucho más lejos, pero que no tiene que ver con un endoctrinamiento, ni siquiera con un aprendizaje. Yo ni siquiera he intentado leer a Marx. Si acaso habré leído algunos extractos en francés, pero nunca he tenido el menor afán ni creo que lo vaya yo a tener. Pero, desde luego, si a mí me dicen Rosa Luxemburgo, me interesa Rosa Luxemburgo, si me dicen Rosario Ibarra de Piedra, me interesa más Rosario Ibarra de Piedra. Voy más hacia las gentes. Y ahora es un poco terrible esto que te voy a decir. Voy más hacia un hecho contundente y hacia una persona que hacia una idea. Las ideas vienen después. (García Pinto, 1988, p. 193).Efectivamente, a Elena Poniatowska le interesan, ante todo, las personas, no las ideas, ni los papeles o roles que ellas jueguen en un entramado social o en una situación determinada. Esta preocupación por las personas se armoniza con su inquietud por ser genuina y poder así contar la vida, tanto de ella como de otros, y en ello descubrirse a sí misma. La preocupación por el otro no es entonces una cierta distracción de la búsqueda de su mito interior; es, más bien, expresión también de esta búsqueda.
La inquietud por el universo de las personas, el deseo de aproximarse y adentrarse en la vida de los otros a través de la conversación para conocer las motivaciones y sentidos de vida que los acompañaron, están a la base de la mirada de Poniatowska cuando entrevista a alguna persona para, a partir de allí, construir un personaje de su obra. En el caso de la escritora, la investigación periodística acompaña la creación literaria, y en ese sentido, la vida de las personas pasa a ser relatada a través de la alquimia de una ficción literaria, que les da nacimiento como personajes en una obra. Encontramos una vez más que conversar sobre la vida, para luego contarla a través de la escritura, está estrechamente vinculado al camino de búsqueda del mito interior de Elena Poniatowska. Es así como, por ejemplo, en su novela Tinísima, dedicada a la vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti, que vivió en México en los años treinta, comenta en relación con el trabajo que le implicó la novela:
Al libro de Tina Modotti le debo no solo diez años sino el haber investigado, leído, escrito, tirado, eliminado un sinfín de papeles. Así mismo pude conversar y entrevistar una y otra vez a hombres y mujeres que en México, en Italia, en España, en Francia, en Alemania, en Estados Unidos me contaron no sólo de Tina sino de su propia vida. Su generosidad fue inmensa, su paciencia también. (Poniatowska, 2004, p. 662).
El interés por la vida de las personas es evidente tanto para la vida como para la obra de la escritora mexicana. A través de su proceso de maduración como ser humano y como escritora ella misma critica la falta de una mirada sobre la vida interior del conocido personaje de Jesusa Palancares de una de sus primeras novelas: Hasta no verte Jesús mío. Pareciera con esto estar explicitando la importancia que tiene, para contar la vida de las personas, el contacto profundo con su mundo interior. En la entrevista que sostuvo con Margarita García Pinto, comentan al respecto:
– El texto sobre Jesusa a mí me parece un libro maravilloso.
– Pero ahora me parece que le sobran algunas cosas y que debí profundizar en cosas de ella, de su vida interior, no tantas anécdotas ni tantas aventuras. Yo tenía tanto afán con las anécdotas…Parece un poco como de la picaresca. Una anécdota detrás de otra… Sí siento que debí haber profundizado en su vida interior pero siempre tengo terror de que la gente se aburra, entonces pensé que debían pasar muchas cosas. Lo que no hay es una reflexión sobre qué diablos es ella ¿no? (García Pinto, 1988, p. 190).La construcción de los personajes implica entonces una exploración de su mundo interior que permita a través de la escritura dejar ver –en palabras de ella– “qué diablos” son. Es así como la voz de la escritora llega incluso a silenciarse para darle la palabra a los personajes. Se dice que Poniatowska dio voz a los silenciados con su escritura en crónicas como La noche de Tlatelolco o Nada, nadie, las voces del temblor. Sin embargo, es también notoria su manera de darle la voz a los personajes en sus novelas de ficción. Ella misma se refiere, recientemente, en una conversación con Reina Roffé sobre la voz de los protagonistas con los siguientes términos:
Creo que es más bonito o mejor una novela en la que no se perciba que el autor está moviendo a los personajes, es mejor que los personajes tengan vida propia y que el autor los deje volar con sus propias alas. Yo creo que eso es bien importante en un relato. Sí, para que una novela sea eficaz, es mejor que cada personaje hable por sí mismo (Roffé, 2001, p. 179).
Tanto en su trabajo periodístico como en el literario una constante de la escritura de Elena Poniatowska es dar la voz a los otros; ella tiende a promover en su escritura que los personajes hablen por sí mismos. Por ejemplo, en su novela La “Flor de Lis”, su protagonista, Mariana, habla principalmente en primera persona, mostrando la importancia de expresarse por sí misma como personaje. Esta novela adquiere así un carácter autobiográfico en el sentido de que su trama gira en torno a la vida interior de la propia Mariana. Al igual que en un mito se narran las aventuras de héroes en los que queda el eco de personajes y experiencias que han sido simbolizados para darles un sabor universal, en la configuración de los personajes de una novela autobiográfica queda también la huella de representaciones arquetípicas más profundas que se encuentran a su base, por eso requieren ser leídos de una manera más simbólica que literal.
NOTAS DE PIE DE PÁGINA
(1) Traducidas y prologadas por Elena Poniatowska.
(2) Entre estas narraciones centradas en la vida de sus personajes encontramos entre otros: la vida de Lilus Kikus, Jesusa Palancares, Quiela, Gaby Brimmer, Tina Modotti, Trinidad Pineda Chiñas, Lorenzo de Tena y esto sin nombrar los cientos de entrevistas realizadas a muy diversos personajes de la vida de México en su trabajo periodístico.
(3) Nomeolvides es el nombre de una flor también conocida como Myosotis.
(4) Joan F. Marx plantea en un artículo crítico sobre La “Flor de Lis” el abandono materno, lectura de la cual se puede establecer un distanciamiento dado el contexto de la nobleza en el cual se desenvuelve la familia dentro del cual la crianza de los hijos es también asunto de institutrices a su cargo con las cuales se entablan relaciones que también son familiares. Plantea Marx: “Es que Luz está ausente mucho y esta ausencia se repite como leitmotiv a lo largo de la obra. Mariana sólo la ve antes de los 9 años en “imágenes fugaces” (30). Y durante su niñez, Luz abandona a sus hijas a varias nodrizas o “a los hijos de sus amigos” ” (Marx, 1996, p. 116).
(5) Al arquetipo de la madre está asociado además de la relación con la madre real, la relación con la tierra natal, que se entiende entonces como Madre Tierra. El significado de este arquetipo en el conjunto de La “Flor de Lis” será abordado en el capítulo 3.
(6) En el prólogo que C. G. Jung hace al I Ching El libro de las Mutaciones, plantea: “la sincronicidad considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa algo más que un mero azar, vale decir, una peculiar interdependencia de hechos objetivos, tanto entre sí, como entre ellos y los estados subjetivos (psíquicos) del observador o los observadores” (Wilhelm, 25)