Dormir / No dormir – Siri Hustvedt

Siri Hustvedt (Northfield, 19 de febrero de 1955) es una novelista, ensayista y poeta feminista​ estadounidense de padres noruegos. Realizó sus estudios de licenciatura en St. Olaf College (Historia) y su doctorado en la Universidad de Columbia (Inglés). Se ha destacado principalmente como novelista pero también ha publicado ensayos interdisciplinarios. En su libro Vivir, pensar y mirar (2012, Barcelona: Anagrama) aborda temas relacionados con la filosofía, la neurociencia, el psicoanálisis, la lectura y la escritura, es decir los territorios del cerebro. El siguiente documento es un extracto de esta obra referida a la experiencia de dormir y soñar.

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  1. NO CONSIGO CAER

El narrador del poema de Chaucer El libro de la duquesa no puede dormir. Mientras sus pensamientos vienen y van, permanece despierto. Ha estado tanto tiempo sin dormir que teme morir de insomnio. Pero ¿cuál es la razón de su desvelo? «Yo mismo no puedo dar razón»,[1] dice él. La expresión en inglés hacer referencia a «caer dormido» y resulta muy adecuada porque la transición entre el despertar y el dormir es una caída gradual de un estado del ser a otro. Un rendir la plena conciencia para pasar a la inconsciencia o a la conciencia alterada que suponen los sueños. Excepto en los casos en que estés exhausto o te ayudes con un fármaco, el paso de un estado a otro no es inmediato; lleva un tiempo. La conciencia plena da paso a la laxitud.

Durante ese intervalo, he tenido a veces la ilusión de estar caminando. Siento que mi sobre un bordillo y me caigo, pero antes de golpearme contra el suelo, sufro un espasmo y me despierto por completo. También veo un espectáculo de luces brillantes y cambiantes proyectadas sobre mis párpados cerrados. Alucinaciones hipnagógicas que me conducen al sueño. A veces oigo voces que dicen una sola palabra o una frase enfática. En Habla, memoria Vladimir Nabokov nos cuenta sus propias experiencias visuales y auditivas semioníricas: «Justo antes de quedarme dormido, a menudo tomo conciencia de […] una voz neutra distante, anónima, a la que sorprendo diciéndome palabras que para mí no tienen la menor importancia: una frase en inglés o en ruso». Él también tenía visiones antes de dormir que a veces eran «grotescas». A pesar de que las alucinaciones hipnagógicas están poco estudiadas, excepto en relación con la narcolepsia, muchas personas que no padecen esa afección relatan que ven imágenes o tan sólo colores y sombras cuando entran en el umbral del sueño. Lo que distingue esas experiencias de los propios sueños es la conciencia de las mismas, como si fuera una doble realidad. Como escribe Nabokov acerca de las imágenes que ve: «Vienen y se van, sin participación del adormecido observador, pero son en esencia diferentes las imágenes de los sueños, pues todavía domino mis sentidos.»[2]

Cuando tengo insomnio no puedo caer en esa zona peculiar que existe entre el sueño y el despertar y no percibo las imágenes ni esas palabras que surgen cuando te encuentras en ese estado entre la semiconciencia y la semiinconsciencia. Como dice Jorge Luis Borges en su poema «Insomnio»: «En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.»[3] Mi narrador interior, aquel que me habla en mi cabeza todo el día, se niega a callar. La voz diurna del pensador consciente de sí mismo confirma su andadura, ajena a mi deseo de que se detenga y me dé un respiro. El narrador Chaucer parece tener un problema parecido: «Tales fantasías moran en mi mente / y por ende no sé qué mejor hacer.» [4] Y como tantos insomnes antes y después de él, coge un libro y empieza a leerlo.

Yo tenía trece años cuando experimenté mi primer insomnio. Mi familia estaba en Reikiavik, en Islandia, durante el verano y el día nunca daba paso a la noche. No podía dormir y me ponía a leer, pero las novelas que leía me estimulaban más y acababa vagando por la casa con frases de Dickens, Austen o las hermanas Brontë rondándome la cabeza. Es tentador pensar en esta clase de insomnio, en esa incapacidad de caer dormido, como un mero desorden de gestión y control, una incapacidad para rendir nuestra conciencia, altamente autorreflexiva, frente al estado de vulnerabilidad e ignorancia que representa el sueño profundo durante el cual no sabemos lo que hacemos. En Reproducción de los animales, Aristóteles considera que, al estar dormidos, habitamos un mundo intermedio: «… la transición entre ser y no ser, y a la inversa, se produce en ese estado intermedio y, parece que por su naturaleza, el sueño es un estado de esta clase, siendo como es una zona fronteriza entre vivir y no vivir: una persona dormida no parece realmente existir ni tampoco no existir».[5] El sueño estaría más próximo a la muerte que a la vigilia o, como dice MacDuff en Macbeth, el sueño es un «remedo de la muerte».

Durante el sueño dejamos atrás los estímulos sensoriales del mundo exterior. Una parte del cerebro llamada tálamo, que participa en la regulación del sueño y del despertar, desempeña un papel crucial a la hora de aislarnos de los estímulos somatosensoriales y de ese modo permite que el córtex duerma. Una teoría que se planteó para explicar las alucinaciones hipnagógicas sostiene que el tálamo se desactiva en los seres humanos antes que el córtex, por lo que éste, al seguir activo, continúa creando imágenes, aunque es tan sólo una hipótesis. Lo que sí está claro es que ir a dormir implica una transición psicobiológica. La ansiedad, la culpa, la excitación, una imaginación desbocada al meternos en la cama, el miedo a morir, el dolor o la enfermedad pueden evitar que nos abandonemos al mundo onírico. La depresión implica a menudo perturbaciones del sueño, en especial cuando la persona se despierta temprano y es incapaz de volver a recuperar el sueño. Por extraño que parezca, mantener despierto a un paciente depresivo durante un par de noches en el hospital puede aliviar temporalmente sus síntomas, pero éstos se manifiestan de nuevo cuando vuelve a dormir con normalidad. En una ocasión en la que padecí una migraña y a la vez insomnio, me di cuenta de que pasar la noche en vela parecía aliviar el dolor de cabeza. Nadie entiende cómo la migraña y la depresión se relacionan o se superponen durante el sueño.

El insomne de Chaucer lee Las metamorfosis de Ovidio pero no le ayuda a dormir. El libro atrapa su atención y dedica muchas líneas a comentar su lectura. Hoy en día yo leo por las tardes y nunca por la noche, porque los libros reviven a mi narrador interior y lo llevan de un pensamiento vívido a otro. Sin duda, mi obsesión por la lectura me mantuvo despierta aquel lejano verano, pero la luz permanente de Reikiavik en junio debió de haber provocado un caos en mis ritmos circadianos, en mi habitual ciclo diario de despertar para luego dormir, y, sin la oscuridad, mi cuerpo nunca estuvo cerca de ese umbral que debía conducirme al sueño. Ahora, cuando pienso en ello, creo que yo estaba más ansiosa por no poder dormir que por cualquier otra cosa y esto es lo que a menudo me sucede cuando me arrebata un estado de vigilia. Tengo suerte de que no me ocurra con frecuencia. Resulta amargo escuchar el canto de los pájaros.

  1. ¿POR QUÉ DORMIR?

Despertar y dormir son los dos lados del ser. Aristóteles lo definió así: «Es necesario que toda criatura que despierta deba ser también capaz de dormir, puesto que es imposible que esté siempre actualizando sus poderes.»[6] Tiene sentido. Sabemos que debemos dormir. Sabemos que la falta de sueño nos vuelve torpes, estúpidos y tristes. Sin embargo, sigue siendo un misterio por qué dormimos, por qué soñamos e incluso por qué mantenemos un estado de vigilia (de total conciencia). En sus Meditaciones René Descartes se preguntaba si podía tener la certeza de estar despierto: «¡Con cuánta frecuencia, cuando estoy de noche dormido, tengo la convicción de que estoy aquí, junto al fuego, vestido con mi bata, cuando, en realidad, estoy descansando yaciendo en la cama! […] Veo con claridad que no existen signos que con seguridad nos hagan distinguir entre estar dormidos o despiertos.»[7] Dormir sin soñar fue otra fuente de problemas para Descartes. De su cogito ergo sum se colige que la aparente ausencia de pensamientos durante un sueño profundo y sin imágenes significaría el fin de la existencia humana. Eso le obligó a postular que tanto estar despierto como estar dormido son estados conscientes. Incluso en esos periodos donde no soñamos nada en absoluto. John Locke consideraba que eso era ridículo y llegó a la conclusión opuesta: dormir sin soñar no forma parte del ser porque no hay nada que recordar y la identidad personal se forma a base de recuerdos. La mayoría de nosotros acepta el hecho de que, aunque mientras dormimos creemos que nuestros sueños son reales, al despertar a la mañana siguiente, en el mismo lugar, somos capaces de distinguir entre unas alucinaciones nocturnas y la realidad. Pero ¿qué es el sueño y por qué lo necesitamos? ¿Quiénes somos mientras dormimos? ¿Qué busca exactamente el insomne?

Hasta mediados del siglo xx la mayoría de los investigadores estaba de acuerdo en que la fatiga conllevaba una reducción de la actividad cerebral durante el sueño y que éste era, principalmente, un estado mental latente. Pero después se demostró que no era cierto. En la fase REM del sueño (MOR en español, movimientos oculares rápidos) la actividad cerebral es comparable a la que se tiene completamente despierto. De hecho, a veces las neuronas se disparan con mayor intensidad que cuando estamos despiertos. Antes se decía que eso se debía a que estábamos soñando. Pero la fácil y rápida solución que asociaba la fase REM con los sueños se ha visto superada hoy en día, aunque el debate sigue sobre el significado exacto de la anterior asociación. También fuera de la fase REM se producen sueños. Lo que sigue siendo un misterio es qué significa la conciencia del despertar y para qué sirve, aunque existen muchas teorías que compiten para dar una respuesta. ¿Ayuda el sueño a consolidar nuestros recuerdos? Algunos científicos así lo creen. Otros lo niegan. ¿Significan algo los sueños? Hay científicos que trabajan en el campo de los sueños que así lo afirman, que creen que Freud estaba en lo cierto acerca de algunos aspectos de los sueños. Otros lo niegan y dicen que los sueños son desechos de nuestra mente, pero incluso hay personas que otorgan significados a los sueños aunque de manera muy distinta a los que presentaba Freud. ¿Cuál es, entonces, el propósito que la evolución ha previsto para la conciencia, para dormir y soñar? Nadie se pone de acuerdo en la respuesta.

Si se mantiene a un ratón despierto acaba muriendo entre la segunda y la cuarta semana. Claro que, para evitar que la pobre criatura se duerma, los científicos evitan en todo momento que repose, por lo que es difícil saber si de verdad muere por falta de sueño o por el estrés al que la someten. Las moscas de la fruta y las cucarachas mueren si no duermen. El récord de permanecer voluntariamente despierto en un humano lo detenta Randy Gardner, un chico que, con diecisiete años, estuvo once días sin dormir en 1965, durante un congreso científico. Sobrevivió a la terrible experiencia sin problemas pero cuando llegó a su fin quedó hecho un desastre cognitivo. En mi clase de escritura en el hospital psiquiátrico Payne Whitney he tenido muchos pacientes bipolares que llegaron allí tras un ataque maniático. Algunos me contaron que habían permanecido varios días sin dormir, sobreexcitados mientras copulaban, compraban, bailaban e incluso escribían. Una mujer me contó que había escrito miles de páginas durante su última crisis maníaca. Una extraña enfermedad denominada síndrome de Morvan puede causar a las personas un insomnio durante largos periodos de tiempo. En 1974 un investigador francés, Michel Jouvet, estudió a un joven que sufría un desorden que le mantuvo despierto varios meses. El individuo razonaba perfectamente y no padecía ningún problema de memoria ni de ansiedad. Sin embargo sufría alucinaciones visuales, auditivas, táctiles y olfativas un par de horas cada noche. Soñaba despierto. Las lesiones cerebrales pueden hacer que la persona se adormile o que sea incapaz de dormir, dependiendo de su localización. También pueden causar sueños muy vívidos o su total ausencia. Además, hay gente que, sin tener lesión cerebral alguna, puede experimentar también estos síntomas.

Estos ejemplos de personas que duermen y de aquellas otras que no lo hacen, aunque sólo sean aleatorios, podrían pasar a formar parte de un razonamiento más amplio sobre por qué dormimos y soñamos. La comprensión de la conciencia, tanto despierta como dormida, ha dado lugar a diversas concepciones, según se tracen las líneas divisorias entre ambos estados. Ernest Hartmann, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts, propone un modelo que denomina «despertar y dormir sin solución de continuidad» y que nos lleva secuencialmente desde un estar despiertos, con una conciencia plena y lógica sujeta a una serie de categorías, a un soñar despiertos, con pensamientos más fragmentarios, menos lógicos y más metafóricos, hasta llegar a un dormir pleno en el que las imágenes son altamente visuales pero mucho menos autoconscientes. Para mí esto tiene mucho sentido. Dentro de la secuencia, el insomne permanece en la fase despierta y centrada o en la de ensoñación despierta, menos centrada e incapaz, por la razón que sea, de abandonarse al sueño por completo. Hartmann comparte con otros investigadores la convicción de que soñar es un estado más emocional que vivir despiertos y que en los sueños realizamos conexiones, a menudo metafóricas, que son más creativas que cuando estamos totalmente despiertos realizando alguna labor. El no cree que los sueños constituyan un sinsentido aleatorio. Soñar es otra forma de actividad mental.

En la secuencia de Hartmann no hay lugar para un sueño sin sueños, pero admite que el estado de vacío mental puede radicar en el entorno del mundo de los sueños. Gottfried Leibniz contestaba a Descartes y a Locke arguyendo que no todos los pensamientos son conscientes. Algunas percepciones son demasiado difusas y confusas para entrar en el ámbito de nuestra conciencia autorreflexiva. Él defendía la idea de una secuencia continua de percepción que iba desde la inconsciencia hasta la autoconciencia; por tanto, incluso el sueño profundo sin sueños forma parte de lo que somos y quienes somos. Leibniz murió en 1716 pero su intuición sigue siendo sorprendente. Todavía podemos seguir ignorando por qué nos dormimos y luego despertamos, pero ahora sabemos que ambos estados forman parte de un organismo dinámico y cambiante. Mucho después de Descartes, de Locke y de Leibniz, el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty escribió en la Fenomenología de la percepción (1945): «El papel del cuerpo es el de asegurar la metamorfosis.»[8] Eso es, con certeza, lo que hacemos exactamente cuando nos movemos entre los diversos estados que van desde la plena conciencia y concentración, pasando por las ensoñaciones fragmentarias, a cuando comenzamos a adormilarnos hasta llegar a dormirnos y empezar a soñar o a dormirnos sin soñar en absoluto.

Notas

[1] Geoffrey Chaucer, The Book of the Duchess, v. 34 [trad. esp.: El libro de la duquesa, Córdoba, León Sen- dra, 1995].

[2] Vladimir Nabokov, Speak Memory: An Autobiography Revisited (Nueva York: Pyramid Books, 1967), p. 24-25 [trad. esp.: Habla, memoria, Barcelona, Anagrama, 2011].

[3] Jorge Luis Borges, «Insomnia», en Poems of the Night, ed. de Efrain Kristal, trad. de Christopher Maurer (Nueva York: Penguin, 2010), p. 37 [orig. esp.: «Insomnio», en Poesia completa, Barcelona, Destino, 2009].

[4] Chaucer, The Book of the Duchess, vv. 28-29. 

[5] Aristóteles, On the Generation of Animals, Loeb Classical Library 366, trad. de A. L. Peck (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1963), 1.1.778b28-33 [trad. esp.: Reproducción de los animales, Madrid, Gredos, 1994]. 

[6] The Complete Works of Aristotle: The Revised Oxford Translation, vol. 1, On Sleep, trad. de J. I. Beare (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1984), p. 722, 1.1.451b7-8. 

[7] «The Meditations» en Essential Works of Descartes, trad. de Lowell Bair (Nueva York: Bantam Books, 1961), p. 60 [trad. esp.: Meditaciones metafisicas, Madrid, Alianza, 2011].

[8] Maurice Merleau-Ponty, The Phenomenology of Perception, trad. de Colin Smith (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1962), p. 164 [trad. esp.: Fenomenologia de la percepción, Barcelona, Altaya, 1999].

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