Efectos en la psique adolescente del confinamiento pandémico: aportes comprensivos y terapéuticos de la psicología analítica – María Consuelo Martínez

María Consuelo Martínez Villalba es Analista Junguiana SCPA. Psicóloga Clínica, P. Universidad Católica de Chile. Magíster en Psicología Clínica mención Psicología Analítica Junguiana, Universidad Adolfo Ibáñez. Trabaja  en consulta privada, atendiendo a niños, adolescentes y jóvenes adultos. Ha sido docente de pregrado y de post grado en varias universidades. Actualmente es  docente  en la Universidad Mayor, en el Magister en Psicología Clínica Junguiana. En proceso de certificación como terapeuta Sandplay ISST (International Society of Sandplay Therapy).

Este documento corresponde a la ponencia presentada por la autora en el IX Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, celebrado en Montevideo, Uruguay, del 11 al 14 de octubre de 2023. Se publica acá con autorización de la autora.

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Palabras clave: adolescencia, trauma, confinamiento, construcción de identidad, psicoterapia.

Introducción

Este artículo quiere abordar el impacto que el confinamiento pandémico tuvo en adolescentes, siguiendo las advertencias que entregaron investigadores como  Almeida et al, (2022) o el  Grupo de Investigación en Psiquiatría Universidad de Antioquía, Colombia: “Pandemia y confinamiento se han convertido en un factor de adversidad psicosocial que afecta las familias y sus hijos. Durante la pandemia, los niños y adolescentes con un trastorno psiquiátrico podrían presentar exacerbación de sus síntomas”. (Palacio-Ortiz et al., 2020, p.280)

En Chile, niños y jóvenes estuvieron de severa a moderadamente restringidos en sus contactos sociales, entre 12 y 18 meses. Sabemos que los cambios evolutivos empujan a los jóvenes a alejarse del hogar para trazar el camino de su individuación, pero durante el aislamiento pandémico, se vieron  forzados a permanecer en una burbuja parento-familiar… ¿qué efectos psíquicos tuvo este movimiento contra natura?

Hilando casos y teoría…

Intentando esbozar respuestas a esa pregunta, me referiré a cuatro adolescentes, un hombre y tres mujeres entre 14 y 16 años, que atendí durante el período de pandemia. En la exposición, trataré de ir conectando los aspectos comunes que aparecieron durante el proceso, contrastándolos con las ultimas investigaciones y  los antecedentes teóricos que revisé en la preparación de este trabajo.

Estos cuatro jóvenes enfrentaron el confinamiento pandémico teniendo antecedentes previos en salud mental: dificultades para regular un temperamento irritable o ansioso, SDA (Síndrome de Déficit Atencional) no tratado,  y/o experiencia de abuso sexual. En dos de ellos, la pandemia además intensificó disfuncionalidades familiares prexistentes.

En todos, en la sintomatología predominó lo angustioso/depresivo, expresándose en la esfera psíquica con profunda ansiedad, síntomas depresivos, interferencias en la autoimagen y en los recursos cognitivos, y marcadamente en el cuerpo con alteraciones del sueño, profundo cansancio y falta de fuerzas físicas para efectuar tareas de la vida diaria. Todos requirieron apoyo medicamentoso, además de psicoterapia.

Todos manifestaron un significativo impacto negativo en su rendimiento escolar: les costó aprender, rindieron menos que en años anteriores y comparativamente menos que sus compañeros durante pandemia. En quienes ya tenían diagnóstico previo de SDA se incrementaron los síntomas atencionales: acomodarse a las pedagogías virtuales era muy difícil, principalmente porque no lograban motivarse ante las clases online, sin la presencia física de compañeros alrededor. Todos ellos quedaron con vacíos de conocimientos relevantes que interfirieron en aprendizajes posteriores.

Todo esto coincide con los estudios revisados para esta presentación: el stress psicosocial de la pandemia elevó las tasas de ansiedad, produjo alteraciones del ánimo, ideación suicida, trastornos de concentración, etc, (Wang, 2020; Jerónimo et al 2021, Mac-Ginty 2021; Lagarribel, 2021; Tamarit, 2021; Lillo-Cabrera et al, 2033, Tyminski, 2021). La población infanto-juvenil que era menos resiliente por tener  diagnósticos previos de salud mental, presentó mayor sintomatología (Palacio-Ortiz et al, 2020; Gilsbach et al, 2021).

Los cuatro jóvenes manifestaron dificultades con sus grupos familiares. Todos ellos se aislaban persistentemente en sus habitaciones, lo que causaba muchas discusiones con sus padres y/o tensiones con los hermanos, intensificando el stress por el confinamiento. Coincidiendo con Mac-Ginty (2021), esto se acrecentó aún más cuando había algún grado de disfuncionalidad familiar previa.

Dos jóvenes tenían una tipología marcadamente extrovertida, y para ellos la falta de contacto con sus pares, era especialmente difícil e irritante, afectando la convivencia en casa.

Las familias de los otros dos insistieron en un estilo de crianza sobreprotector e infantilizante que -más allá de las limitaciones pandémicas- puso trabas a su ya escasa salida al mundo (restringiendo uso de celular y medios, postergando el reingreso a clases, aun cuando ya no había restricciones), o tratándolos como si fuesen más pequeños.

Jung (OC 4) caracterizó la pubertad con el símbolo del sacrificio y con el desapego hacia los padres, indicando que, para que pudieran salir de la endogamia infantil, los hijos debían retirar la proyección arquetipal que mantenían sobre sus padres; estos, paralelamente deben renunciar a su identificación con los arquetipos parentales, y retirar de su hijo la imagen del Niño divino. Así, despojados de la magia arquetípica, los padres aparecen en toda su humanidad; paralelamente, la activación del arquetipo del héroe/heroína, lleva al joven a  desear y luchar para construir una vida propia, y para ello, a transferir los lazos de intimidad y cercanía, al grupo de pares.

Acorde a la descripción que Stevens (1994) hizo de las tareas arquetípicas normales de la adolescencia, todos estos jóvenes manifestaron necesidad de atenuar el vínculo parental,  separarse psíquicamente de sus padres y para ello activaron diversos grados de la confrontación generacional propia de la etapa. Sin embargo, el confinamiento pandémico confinó este proceso a cuatro paredes y lo que, en situaciones normales, se habría visto disipado o al menos amortiguado por los contactos con pares y con otras instancias sociales, acrecentó el stress de todos.

Los ritos de paso quedaron bloqueados. Dos de estos adolescentes pasaron su cumpleaños 15 en pandemia y otro salió del colegio en ese período; ninguno pudo tener una celebración “normal”. Todos lo sintieron como una pérdida, algo que se les había quitado. En Chile al menos, los 15 años y la graduación del colegio, son umbrales de iniciación. Respecto a la imperativa necesidad de estos ritos en la transformación adolescente, Frankel (1998), plantea que:

“la psique adolescente busca experiencias que puedan alterar radicalmente su percepción del mundo, y le permitan moverse a otro nivel de la existencia […] Si la sociedad no ofrece un modo para que esto ocurra, veremos que los adolescentes lo buscarán por su cuenta” (p. 59)

Coincidentemente, al terminar la restricción pandémica, cuando pudieron retomar contacto social, todos estos jóvenes tuvieron dificultades -algunos traumáticas- en la reinserción:  dos de ellos se enredaron en relaciones tóxicas, abusivas (con pares o con parejas), uno de ellos en situaciones de consumo excesivo de alcohol y otro fue cooptado por una red de pedofilia que le obligó a compartir fotos íntimas.

El período de confinamiento no permitió el contacto con pares; ello sugiere que las vías neurológicas que debieron estimularse y humanizarse a través de esos contactos sociales se encontraban especialmente inmaduras al momento de terminar el confinamiento. En la adolescencia la presión dada por la activación del sistema afectivo sexual suele sobrepasar los débiles controles de la corteza frontal inmadura (Siegel, 2014; Lopez-Moratalla, 2022), En estos  adolescentes esas presiones fueron exacerbadas por el confinamiento y al salir de él, sus sistemas de control se vieron sobrepasados de modo que se involucraron en situaciones de mucho riesgo al volver a socializar.

Respecto de su relación con los adultos, todos se tornaron fuertemente dependientes y demandantes, exigiendo que sus profesores disminuyeran los niveles de evaluación y a sus padres que permitieran/justificasen sus inasistencias al colegio. Ya que estas demandas se apartaban de las normativas escolares ya flexibilizadas por la pandemia, era percibidas por el ambiente como fantasías egocéntricas, por lo que era difícil que pudieran ser aceptadas. Ello aumentó el estrés de los jóvenes.

Ante todas estas dificultades, todos se sintieron desolados y especialmente las mujeres refirieron explícitamente querer morir o no encontrar sentido a la vida. Al menos una se autolesionó con cortes. El varón, tuvo varias lesiones deportivas y se tornó notablemente exigente y demandante, culpando egocéntricamente a los demás de su malestar.

Los aportes acerca de la adolescencia que, siguiendo los desarrollos teóricos de Fordham, hicieron Sidoli (1989) y Frankel (1998), dan un marco para entender estas conductas.

Frankel describió el intenso y desestabilizador movimiento deintegrativo que cruza el proceso adolescente normal, tocando muchos niveles psíquicos, con el fin de abrir la estructura psíquica previa y poder reintegrar los cambios internos y externos en una nueva estructura. En estos adolescentes, la sintomatología daba cuenta de que su Self no lograba activar el necesario movimiento reintegrador. Parecían paralizados entre la infancia pasada y la juventud que no se concretaba. En este contexto, Sidoli ya había advertido que la desesperación experimentada en este proceso podría llevar al joven a sentirse sobrepasado y en lugar de activarse el héroe a nivel simbólico, el sacrificio podía concretizarse en la muerte del joven.

En el diálogo terapéutico, me impactó constatar cómo todos mostraron un Animus muy negativo o una activación alterada del arquetipo puer/sénex. En dos mujeres, apareció una autocrítica feroz (hacia su cuerpo o personalidad), que minaba cualquier atisbo de autovaloración. Adicionalmente, tres de estos jóvenes se identificaban con un nivel de expectativas académicas extraordinariamente alto: ningún resultado era suficiente para lo que sentían que debían/“podían” lograr; las mujeres se criticaban cruelmente por ello, en tanto que  el varón volcaba su crítica hacia el exterior, devaluando a otros para intentar compensar la negada fragilidad de su autoestima. En todos ellos, esa voz negativa atenazaba la angustia diciendo que no lograrían vivir si no alcanzaban esas metas.

Leyendo a Kalsched (1996) entendí que sus egos fragilizados se inflaban con valores colectivos que la voz del sénex presentaba como propios. Estos jóvenes –con un desarrollo egoico inmaduro por problemas previos de salud mental- mostraban una débil identidad propia y buscaban en lo colectivo una Persona para sostenerse. Dentro del confinamiento pandémico, esa búsqueda no pudo hacerse entre pares, sino que ocurrió dentro del espacio endogámico y fue más influida por el mundo valórico de los adultos (Almeida et al, 2022)

En los cuatro, la contrapartida al sénex, es decir el aspecto puer/puella, se encontraba dramáticamente desenergizado, al punto que ninguno de ellos lograba tener la fuerza para enfrentar tareas de la vida cotidiana (levantarse en las mañanas, bañarse, ir a clases, colaborar en casa). Las actividades sociales los energizaban momentáneamente, pero al día siguiente, se sentían físicamente demolidos y emocionalmente agotados. La energía psíquica que trae el niño interno o el contacto con el Anima, no estaba disponible.

Siegel (2014) señaló que los cambios del cerebro adolescente, con la activación del circuito de recompensa dopaminérgico, impulsan a buscar novedad, experimentar creativamente, implicarse socialmente y aumentar la intensidad emocional, para abrirse al mundo. Los jóvenes buscan/generan dopamina en las interacciones con otros. La falta de dopamina los deprime. El confinamiento, ¿habrá alterado en ellos el circuito de recompensa, con el consiguiente efecto sobre los niveles de energía y afecto positivo?

Revisando mis sensaciones contratransferenciales reconocí dos movimientos. Frente a la angustia que evidentemente sentían, sentía que estaba con ellos ante una montaña abrumadora.  Sentía compasión, un impulso a aliviarlos, a intentar que el ambiente pudiera empatizar, entender, su sufrimiento.  En otros momentos, experimentaba una fuerte impotencia, la sensación de encontrarme con una defensa narcisista, potente y desagradable, que hablaba con voz de sénex. Ahí algo cambiaba en ellos: su postura se rigidizaba, la mirada helada, dura y autoritaria, bloqueaba cualquier intento de entrar terapéuticamente; mis comentarios eran recibidos con desdén y rechazo, solo aceptaban sus propias soluciones y caían en aislamiento quejumbroso, hundidos en la experiencia de ser víctimas de la malevolencia de los demás y de las circunstancias. Lo narcisista me parecía venir de una inflación defensiva que trataba de instalar una Persona autoafirmativa que compensara la debilidad yoica con valores patriarcales.

Ambas experiencias, el deseo de ayudar, y el sentirme bloqueada totalmente para hacerlo, podían coexistir en mí, durante una misma sesión, lo que me permitía comprender mejor la disociación que vivían.

El camino terapéutico.

La vida interior no se detuvo totalmente por la pandemia. Aún dentro del confinamiento que acentuaba la endogamia -en contra del movimiento natural de los adolescentes hacia la autonomía- el impulso desde el Self hacia el desarrollo siguió movilizando la individuación. El mito de Psique y Eros, leído desde Kalsched y Neumann (1971) me fue de gran ayuda.

Neumann (1971), planteó que el desafío de Psique era desarrollar mayor conciencia, para salir de la esfera matriarcal. Como los adolescentes que describo, Psique comenzó a enfrentar la tarea de romper la endogamia dejando su hogar y en el transcurso de su viaje sobrevino una catástrofe, un período de gran dificultad en el que fue puesta a prueba.

En el caso de nuestros adolescentes sus egos, débilmente formados, se enfrentaron a la potencia arquetípica que -encarnada en la pandemia-, frenó la energía natural del programa arquetípico del desarrollo. El movimiento deintegrador que el Self comanda, se dirige a permitir que aparezcan nuevas energías arquetípicas y a que se integren las experiencias movilizadas por el desarrollo. Este movimiento quedó bloqueado, de manera que la reintegración no lograba ocurrir. Lo humano y lo espiritual en ellos permanecía disociado y la experiencia psíquica era de angustia y desolación.

Como Psique, claudicaban ante cada nuevo esfuerzo; al sentirse y estar literalmente sin energía física y emocional. Varios de ellos experimentaron el dolor y el sinsentido de la vida. Para sostenerlos, hubo que convocar ayudas externas e internas.

Estos jóvenes conocían poco de su interioridad y de los recursos en ella. Inflados con expectativas de logro colectivas y grandiosas y a la vez des-inflados por la potente crítica de sus sénex, esperaban y demandaban las ayudas desde fuera. Abrumados con la falta de energía física, no creían posible que el esfuerzo heroico pudiera venir de ellos mismos.

En sus procesos terapéuticos, tuvimos que comenzar poniendo orden en el caos de las emociones, de ellos y de sus ambientes.

A los padres fue preciso psicoeducarlos sobre el proceso adolescente y sus tareas, mostrando los puntos de bloqueo que la situación de pandemia y las dinámicas familiares y escolares estaban tensionado. Se abordaron las dinámicas disfuncionales infantilizantes, para que permitieran y sostuvieran los actos de diferenciación que sus hijos precisaban hacer, así como para que pudieran acompañarlos con contención y firmeza en las situaciones de desborde que vivieron al salir del confinamiento. Hubo que discutir con ellos las posturas y creencias no revisadas, que eventualmente sustentaban las intensas expectativas y autocríticas con que sus hijos se lastimaban.

Algo similar hubo que hacer con los colegios, para que pudieran comprender la gravedad del bloqueo en que los adolescentes estaban estancados. Esto fue especialmente importante con dos de ellos, puesto que su dinámica polarizada puer-sénex, hacía que fuesen percibidos por sus profesores fundamentalmente desde el polo inflado (exigente/demandante, no colaborador sino desafiante), y catalogados como oposicionistas.

Sin duda que el proceso de individuación estaba afectado en ellos: todos tenían algún antecedente de salud mental que había fragilizado sus egos. Desde la neurociencia, López-Moratalla (2022) plantea que los jóvenes con más sintomatología de salud mental, presentan un conectoma (patrón personal de conexiones cerebrales) menos individualizado, y cuyo retraso madurativo se mantiene en el tiempo. Era preciso tomar muy en serio la demanda madurativa que experimentaban y que resultaba en una gran falta de energía psíquica y física.  Neurobiológicamente, esto sugería que el circuito de recompensa estaba funcionando de manera alterada. Fue necesario apoyar sus cuerpos validando y permitiendo el descanso necesario, y reponer -medicamentosamente- los déficits de neurotransmisores que afectaban sus funcionamientos.

De esta manera, intentamos generar un contexto que facilitase condiciones para la recuperación. Por su parte, el análisis intentó despejar los caminos para que el proceso de individuación pudiera retomarse. Frente a la enorme desvitalización que experimentaban, se buscó ir reintegrando el cuerpo a la conciencia, valorando su funcionamiento y el cuidado de sus necesidades. Ante la des-energización y las fantasías de muerte de estos pacientes, recordé a Gordon (2013) señalando que el miedo a la muerte proviene del ego, cuya existencia es amenazada: ¡cuan frágiles e indiferenciados estaban sus jóvenes egos, como para que estuvieran perdiendo el temor a la muerte!.

Pero su frase: “la muerte es el puente arquetípico entre lo viejo y lo nuevo” (p. 165) ayudó a resituar el deseo de muerte en su rol para impulsar la transformación e individuación: indudablemente, algo debía morir/transformarse en ellos.

Así, fue necesario tratar de fortalecer sus egos, primero impulsando una persistente atención tanto al silencio de la voz del niño interior y del Anima, como a la exaltación de las voces del Animus negativo y del sénex en ellos. Segundo, fortaleciendo al héroe, apoyando la lucha generacional propia de la etapa, estimulando recursos que permitieran el cuestionamiento de los aspectos dañinos del colectivo convencional que actuaban desde su interior.

Conclusiones

La pandemia y el confinamiento prolongado fueron una experiencia potente y para algunos, traumática. Diversos estudios revisados, mostraron que la deprivación del contacto social afectó oportunidades evolutivas críticas para el desarrollo adolescente. El confinamiento produjo en los adolescentes una importante carga de estrés, que incrementó la tensión propia de una etapa naturalmente marcada por la intensidad del movimiento deintegrativo y los profundos cambios en todas las esferas de su cuerpo y psique. En el caso de quienes tenían sintomatologías previas en salud mental, era esperable el riesgo de agravamiento de la misma.

Este trabajo revisó los puntos en común de la sintomatología y el proceso terapéutico de cuatro adolescentes que consultaron en pandemia. Dentro de todos los aspectos que se analizaron, dos me merecen particular atención.

Primero, el efecto del ambiente en las tareas arquetípicas. Dentro del confinamiento pandémico, las luchas adolescentes y particularmente la búsqueda de la propia identidad no pudo hacerse acompañada con los pares: estuvo confinada al espacio endogámico y la influencia del mundo valórico adulto.

Segundo, hipotetizo que el estrés, el confinamiento y la ausencia del contacto presencial con los pares, afectó al circuito de recompensa dopaminérgico, provocando la profunda desvitalización energética y decremento del afecto positivo. La desvitalización es signo de la falta de Eros.

Penna (2021), siguiendo a Guggenbühl-Craig, planteó que la fuerza vinculante de Eros humaniza los arquetipos en su relación con la conciencia, y con su ausencia las polaridades pueden llegar a neutralizarse. Creo que vimos en estos jóvenes un impasse en la constelación de varias dinámicas arquetípicas, del tándem arquetípico puer/sénex, del héroe y del Anima-Animus, todos quienes deberían trabajar coordinadamente para que el joven pueda elaborar integradamente lo nuevo y lo viejo (Penna 2021). En el caso de los pacientes observados, especialmente el tándem puer/sénex aparecía disociado, bloqueando así el necesario mecanismo reintegrativo.

Mientras la pandemia iba cediendo, el mito de Eros-Psique marcó un camino terapéutico para promover en estos jóvenes la revitalización del Eros, la rearmonización de las dinámicas arquetípicas y el reencuentro con el camino de individuación.

Referencias

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