El Proceso de Análisis – James Hall

James A. Hall

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James Hall (1934-2013) se graduó de la Southwestern Medical School en 1961. Realizó una residencia en psiquiatría en la Duke Medical School. En 1968, se trasladó a Zurich, Suiza, para entrenarse como psicoanalista junguiano en el Instituto C.G. Jung – graduándose en 1972. Autor de siete libros en el campo de la psicología junguiana, uno de ellos traducido al español, La experiencia Junguiana: Análisis e Individuación. Murió en Texas, después de vivir durante más de 20 años con el síndrome «locked-in» como el resultado de un golpe en 1991. El siguiente documento corresponde al capítulo 5 de este último libro (1995), Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos, pp. 80-82. Fue tomado de la página Script.

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Es difícil describir el curso real del análisis. Como el proceso de la individuación propiamente tal, puede parecer un meandro, ese intrincado motivo de decoración que sugiere los inesperados e imprevisibles recovecos de un laberinto. El curso del análisis, como el curso de la vida misma, está cambiando continuamente de acuerdo con la impredecible aparición de nuevas y originales formas de ser.

Esta apertura a posibilidades nuevas y creativas es la esencia del análisis. También puede ser atemorizante para un ego neurótico que mientras profesa querer la libertad de ser él mismo, descubre que la libertad se encuentra en el espacio protegido del análisis. El analista no hace ninguna exigencia de que uno se comporte en una forma determinada. Se es libre de hablar del presente o el pasado, del mundo interior o del mundo cotidiano. Lo que es atemorizante para muchos analizados es que esta libertad los revele tal como son, sin sus típicas ilusiones protectoras pero aprisionadoras acerca de sí mismos o de los demás.

Como lo mencionamos anteriormente, en casi todos los casos esto es una angustia de sombra, miedo a que la sombra, esa «oscura» faceta apenas conocida por el ego, se revele de pronto como el núcleo de la personalidad. Esto en realidad no puede suceder, ya que los contenidos de la sombra son simplemente aspectos de uno mismo que podrían haber estado alojados en el ego o en la persona, pero fueron relegados a la sombra porque eran inaceptables para el ego, según su propio juicio, en el momento en que surgieron los impulsos-sombra. La integración de la sombra, que significa reclamar aspectos de uno mismo que estaban “perdidos, inevitablemente enriquece al ego.

Un hombre en psicoterapia de grupo, casado y con hijos maduros, estaba aterrado de admitir ante su grupo que sentía atracción sexual hacia una de las mujeres del grupo. Tan pronto como confesó la «terrible» verdad, se puso rojo como tomate, hundió la cara entre las manos y se encogió en su silla, esperando la desaprobación masiva de los otros miembros. En cambio, la mujer por la que sentía atracción sexual estaba encantada de que la encontrara deseable, mientras que los demás consideraron sus sentimientos perfectamente normales.

Mientras descubría gradualmente su rostro, enfrentándose a las reacciones del grupo, en vez de sepultarse en sus fantasías sobre la desaprobación de ellos, pudo modificar hasta cierto punto su excesivo y primitivo juicio negativo sobre sí mismo. Su autocrítica negativa por tener sentimientos sexuales normales se conectaba en su mente con un padre punitivo y moralista, aunque su experiencia del padre difería incluso de la experiencia de su hermano, quien en la adolescencia se había rebelado contra el padre, en tanto que este hombre había permanecido subordinado a su imagen del padre.

El impredecible proceso del análisis es conflictivo para la lógica de la mente consciente, la cual preferiría que las dificultades de la personalidad pudieran abordarse como problemas por resolver. La expectativa de que el proceso —hondamente inconsciente— de crecimiento de la psique pueda ser manejado con la actitud de un mecánico de automóviles, es sólo una común equivocación de lo que es el análisis. La psique es un organismo vivo, y la interacción con ella es como dialogar con otra personalidad, la cual puede incluso hablar otro lenguaje. Una nueva complicación en el análisis se presenta cuando el paciente se autocritica por su incapacidad para comprender y corregir de inmediato las áreas problemáticas una vez identificadas.

Influenciar nuestros propios procesos psicológicos es en verdad tan complejo como aprender otro idioma, donde cabe esperar comprensiones aproximadas, errores de pronunciación y deslices embarazosos. Ser demasiado autocrítico es un componente básico de la neurosis. Pero la revelación de esta actitud la hace accesible al campo transformativo del análisis y resulta ser más una causa de regocijo que de depresión.

Primer Paso: Autoexamen

El proceso de análisis avanza por el sencillo expediente de examinar con máxima honradez el material que surge de la vida cotidiana del paciente, de su historia pasada, de sus sueños y de la interacción de transferencia-contratransferencia (T/CT) con el analista. Como fundamento de todo el proceso está la continua presión del Sí Mismo arquetípico para mover al ego a través del proceso de individuación. Las condiciones limitantes del análisis aíslan eficazmente esta exploración de repercusiones inmediatas en el mundo cotidiano.

Cuando se está en análisis, uno se conduce como antropólogo de sí mismo, barajando novedosas teorías en cuanto al significado de la propia conducta. La auto-observación analítica, incluso con la ayuda del analista, requiere a la vez valor moral y perceptividad, ingredientes esenciales para trabajar con éxito en el análisis.

Segundo Paso: Compasión por Uno Mismo

La observación «antropológica» neutral de uno mismo evita la inmediata autocrítica excesiva, componente central de la actitud neurótica. Pero la autocrítica no debe ser evitada por ningún motivo, simplemente debe madurarse. La autocrítica primitiva es dura y prejuiciada, divide el mundo en personas buenas y malas (siendo nuestro ser secreto por lo general una de las personas malas). El resultado de tan severa autocrítica es una demarcación excesivamente rígida entre ego y sombra.

El antídoto para una autocrítica severa y neurótica es una actitud compasiva hacia uno mismo. Aunque en apariencia es lo más natural del mundo, esto es extremadamente difícil para muchas personas neuróticas. Imaginarse uno mismo a la edad en que comenzó una dificultad en particular es a veces una buena ayuda para mirarse con compasión. Si un sueño, por ejemplo muestra al ego onírico como un niño de cinco años que está sufriendo una situación aterradora, esto puede ser una declaración simbólica de una dificultad que surgió en la mente a la edad de cinco años. El examen de ese período de la vida puede clarificar una situación que fue traumática para el paciente en aquella época. Entonces puede ser útil imaginarse de esa edad sintiendo la compasión que surgiría en forma natural en el presente al tranquilizar a un niño asustado.

Si las personas neuróticas siguieran realmente el precepto bíblico de «ama a tu prójimo como a ti mismo», serían intolerables, porque tratarían al prójimo con la misma severa autocrítica que internamente se infligen a sí mismas (y con mucha frecuencia sobre quienes están emocionalmente cercanos a ellas).

Etapas del Proceso Analítico

Cualquier afirmación respecto a las etapas del proceso analítico debe hacerse con el claro entendimiento de que, como el meandro o el laberinto, el proceso no es lineal sino enredado. Como en la individuación, puede haber afirmaciones generales que son estadísticamente ciertas, respecto a una masa de gente pero cualquier descripción estadística es sólo una aseveración de probabilidades; es posible que ninguna persona individual corresponda en forma exacta a la norma estadística.

Sin embargo, se puede hablar de etapas probablesen el proceso analítico, aun cuando en la práctica, para cualquier persona en análisis, éstas podrían producirse en diferente orden. Podemos describirlas como las etapas de análisis y síntesis.

La Etapa Analítica

En el primer período del análisis, la tarea principal es establecer los límites, el temenos analítico, donde va a realizarse el análisis. Esto implica un acuerdo mutuo entre paciente y analista sobre los términos contractuales del trabajo, fijando horarios para las sesiones, etc. Desde un punto de vista estructural, ésta es la etapa de penetrar en la persona. El paciente debe estar dispuesto a revelarse al analista tal como en realidad cree ser, al menos en mayor grado que en una relación corriente. Esto se debe lograr sin esperar una revelación recíproca del analista, ya que su reserva profesional es la que en gran medida crea el espacio libre y protegido para dejar caer la máscara-persona y para que la psique del paciente pueda exhibirse sin peligro. Con la aceptación incondicional del analista, se evidencia que el rechazo que uno teme de los otros es en realidad un autorrechazo que generalmente se proyecta hacia el mundo exterior.

La parte de la persona que está dentro del control consciente del paciente puede ser derribada con facilidad. No es inusual que, durante la primera entrevista, un paciente nuevo revele secretos negros que jamás ha contado. A veces su contenido es conmovedor —como haber robado algo pequeño de una tienda en la niñez—, pero pueden ser tan serios como tener un hijo con otro(a) sin el conocimiento del esposo(a).

Gradualmente va quedando claro que los matices más profundos de la persona no se pueden derribar con facilidad, ni siquiera a voluntad. El paciente sabrá algo que es importante para el análisis pero lo retendrá, quizás por varios meses. De este modo el paciente se percata de una resistencia interna al análisis, a pesar del espacio libre y abierto dentro del temenos de los límites analíticos. Cuando se topa con estas resistencias, ellas revelan los puntos nodales donde hay una crisis de la autoimagen. Lo que verdaderamente se teme no es la crítica del analista ni la de otros miembros del grupo en psicoterapia grupal, sino más bien, una vez más, el severo autojuicio interno. Darse cuenta de esto es enfrentarse cara a cara con uno mismo como el verdadero problema.

La resistencia a permitir que el analista vea detrás de la persona puede provenir de una sensación de incapacidad para recuperar la persona fuera del análisis, lo que en muchas situaciones puede ser apropiado o incluso esencial. Este es un temor infundado. Alguien que es capaz de desprenderse de la persona cuando no es apropiada, no pierde la capacidad de usarla cuando lo es.

De hecho, la capacidad para usar la persona como se supone que debe usarse —como un traje que viste apropiadamente para una ocasión sin ocultar a la persona verdadera— es un logro valioso y una señal de análisis exitoso. Aun cuando el analizado haya logrado la capacidad de desprenderse de la persona durante el análisis, la misma capacidad debe ser integrada en situaciones fuera del análisis, por ejemplo en relaciones íntimas (aunque no en todas las situaciones o relaciones sociales).

Después de la etapa de permeabilidad de la persona, la tarea siguiente es identificar e integrar la sombra. Esto sucede en forma natural, ya que la sombra es parte de lo que se revela detrás de la persona. De hecho, la existencia de una sombra es una razón para elaborar una persona. La sombra y apersona surgen juntas en la niñez como resultado de la selección de conductas aceptables e inaceptables en relación con lo que el niño quiere o está dispuesto a ceder.

Por lo general es fácil identificar la sombra. Uno sencillamente mira a la persona más cercana del mismo sexo con características que no le agradan o que desaprueba con fuerza. Ya que buena parte de ella potencialmente se puede integrar al ego, la Sombra —en sueños y fantasías— generalmente es del mismo sexo que el ego.

La eterna sorpresa al conocer nuestra sombra es que no es del todo indeseable. Casi sin excepción, la sombra posee algunas cualidades necesarias para el futuro crecimiento de la personalidad. La asertividad normal, como la capacidad de expresar afecto libremente, está por lo general reprimida en la sombra —si se experimentó como indeseable o peligrosa en la infancia. Por supuesto, hay algunos aspectos de la sombra que serán considerados inaceptables incluso por la mente adulta del analizado (aunque generalmente disminuyen durante el curso del análisis). También hay niveles arquetípicos de la sombra que no pueden integrarse sin una grave desorganización del ego, pero no aparecen en el curso ordinario del tratamiento analítico de problemas neuróticos.

Tanto la persona como la sombra se pueden considerar en gran medida como extensiones del ego, y se pueden integrar en grado importante. Pero la siguiente capa de la psique, el ánima en el hombre y el animus en la mujer, es más difícil de comprender. Como la persona, son estructuras de relación que relacionan la esfera personal del ego con las capas más profundas de la psique objetiva (inconsciente colectivo) o, si se proyectan hacia afuera, relacionan el ego con aspectos del mundo de la consciencia colectiva. La integración del anima o del animus es un paso difícil e importante, en gran medida porque a menudo se experimentan en forma proyectada. Enamorarse o fascinarse con una persona, usualmente del sexo opuesto, es a menudo la primera evidencia de la proyección del animus o anima. La persona en quien se proyecta el anima o animus puede ser el analista, aunque no necesariamente.

El anima o animus en forma no proyectada es relativamente fácil de detectar en el material onírico, y ésta es una de las maneras más eficaces para percibir estas figuras del alma. El anima y el animus son particularmente activos en situaciones interpersonales, pero ahí es donde resulta más difícil percibirlos. Además, tanto el anima como el animus pueden ocurrir en formas negativas o positivas. En su forma natural y positiva facilitan la conexión fuera de la esfera personal del ego. Sin embargo, en su forma negativa o neurótica se convierten en coordinadores de las defensas neuróticas que protegen al ego del peligro, excluyendo» simultáneamente al ego del crecimiento, de las relaciones y el amor.

El propio Jung vivenció el anima a través de dificultades para integrar su función de sentimiento. Muy precozmente, tenía activas conversaciones imaginarias con su anima personificada para ponerse en contacto con su sentimiento interior. Más tarde, según me contó von Franz, Jung no necesitó tal interacción imaginaria con el anima; lo que esta solía decirle en imaginación activa, ahora lo sabía directamente a través de sus propios sentimientos y emociones. Ese es el resultado natural de la integración exitosa del anima o animus.

Jung dijo a veces que el anima era la portadora del sentimiento inferior de todos los hombres (como sucedió inicialmente con él), en tanto que el animus portaba el pensamiento inferior de la mujer. Esto sin duda a menudo era cierto para aquellos educados en la cultura suiza tradicional, quienes fueron la base de las observaciones de Jung para formular empíricamente los conceptos de ánima y animus. En esa sociedad notoriamente conservadora, los hombres eran altamente identificados con sus logros intelectuales y sociales externos, con escasas oportunidades para desarrollar sus sentimientos, mientras que las mujeres eran portadoras de gran parte del aspecto sentimental de la familia y las relaciones, y tenían pocas posibilidades de desarrollar su aspecto pensante en el mundo externo. Pero hoy, con una variedad de situaciones culturales muy diferentes, vemos muchas constelaciones de anima y animus que son muy distintas de las descritas por Jung.

Yo he resuelto este dilema teórico, al menos para mi propia satisfacción, enfatizando el rol similar del anima o animus en la expansión de la esfera personal del mundo del ego. El contenido específico del anima o animus depende de lo que la cultura incluyendo la subcultura del sistema familiar original— enfática como masculino o femenino en ese tiempo y lugar. Una de mis pacientes señaló en una oportunidad que cuando estaba en secundaria, si una joven no era virgen no lo admitía; pero cuando se graduó de la universidad, si era virgen no lo confesaba. Las costumbres culturales habían cambiado en tal grado que una adaptación sana temprano en la vida podía resultar inadecuada más adelante (sólo en un sentido colectivo). Lo que para ella fue una verdad con respecto a las normas sexuales, es verdadero de manera más sutil para mucha gente en la cultura moderna. Ya que la individuación es un proceso básico y de naturaleza tan personal, la inadaptación a las normas sociales no significa necesariamente que la persona no esté en el camino correcto de su individuación.

Lo que distingue una forma negativa y defensiva del anima o animus es la naturaleza general e impersonal de las observaciones críticas hechas a los demás, por lo general a aquellos con quienes la persona está más ligada emocionalmente (ya que los más lejanos pueden ser simplemente tratados con cortesía por la persona).

Oír el sutil cambio en el anima o animus exige un oído adiestrado, aunque muchos analizados que han reconocido esto en sí mismos son capaces de identificarlo sensiblemente en otros. Los miembros de un grupo de psicoterapia aprenden a ayudarse mutuamente a percibir esta forma de intercambio defensivo. Esto también es parte importante del trabajo con parejas en terapia conyugal. Un crudo intercambio defensivo entre anima y animus, hace que una pelea entre perros y gatos parezca una serenata.

La Etapa de Síntesis

Cuando el paciente ya ha identificado y hasta cierto punto integrado la persona, la sombra y el animus, se ha cumplido buena parte de la tarea. La etapa de síntesis involucra penetrar e integrar a la vida cotidiana las introvisiones descubiertas durante la etapa de sondeo analítico intensivo. El proceso de integración puede durar mucho más que la fase analítica diagnostica, matizando en forma imperceptible el uso de las nuevas introvisiones en nuestra vida diaria.

Lo que se descubre en la mayoría de los análisis junguianos, es que se ha estado más intensamente influenciado por suposiciones, y motivaciones inconscientes que lo imaginado. A menudo los procesos inconscientes son de naturaleza defensiva, diseñados para proteger una imagen-ego dominante (lo que, recuerden, no es lo mismo que el ego propiamente tal) de experiencias que pudieran amenazar la permanencia de esa imagen. Uno también llega a darse cuenta que el ego no está solo en la psique, y que ciertamente no es el amo de toda la psique sino solo el punto de referencia central de la consciencia — ¡lo que no deja de ser una gran responsabilidad!

Paradójicamente, a medida que se identifican e integran las formas específicas de la persona, la sombra y el anima o animus, el ego se fortalece, se torna más comprensivo y a la vez más humilde.Más allá de estas figuras de la esfera de la persona, tanto conscientes como inconscientes, yace el ámbito más profundo del inconsciente colectivo, o psique objetiva, que es el origen de lo personal y que también lo trasciende. El ego aprende en forma paulatina que está relacionado con fuerzas de la psique que intuitivamente puede sentir, o incluso responder a ellas, pero que no puede apresar o controlar. Al centro del nivel no personal de la psiqueestá el Sí Mismo, arquetipo central de orden, que es el verdadero centro coordinador de la psique como un todo, que se manifiesta al ego de muchas formas, incluyendo la fabricación de sueños.

El Sí Mismo es quien origina la función trascendente, término usado por Jung para expresar la capacidad productora de símbolos de la psique 1. «Trascendente» en este sentido no significa trascendental (aunque la naturaleza trascendental del Sí Mismo es una indagación legítima, particularmente a la luz de fenómenos parapsicológicos). La función trascendente es la capacidad de sobrepasar la tensión de los opuestos mediante la creación de una forma simbólica que trasciende el nivel de tensión. Aunque éste es un proceso sutil, no es difícil de captar en metáforas.

Ya hemos analizado la tensión de los opuestos, aunque no bajo ese nombre, en términos de reconocimiento de sombra y persona y su integración parcial por medio del ego. La sombra y la persona constituyen en sí mismas una tensión de opuestos: la sombra es lo que el ego no quiere reconocer, y la persona es lo que sí puede reconocer, aunque puede dudar de la capacidad para cumplir con la imagen que la persona presenta a los demás. El ego es el celador final en acción; puede tratar de vigilar la puerta de entrada, pero con escaso éxito. Lo que entra en nuestra mente no es necesariamente nuestro «propio» pensamiento —puede provenir de otra parte de la psique que está fuera de la parte integrada de la esfera personal. Sin embargo, uno es responsable de lo que hace, y es función del ego determinar qué medidas, si es que alguna, deben tomarse.

¿Pero qué hace el ego si existen tendencias opuestas y ambas piden realizarse en acciones? Es en este punto que el ego está obligado a realizar una de sus más valiosas y heroicas tareas analíticas: retener la tensión de los opuestos sin poner a ninguno en acción en el mundo. Esta es una labor extremadamente incómoda para el ego, el cual está diseñado para interactuar en forma natural con el mundo. Pero puede hacerse. Cuando la tensión de los opuestos es refrenada con éxito, la psique es provocada para que manifieste la función trascendente, permitiendo una solución simbólica donde no cabía una solución lógica. De aquí que Jung llamó a la función trascendente el tertium non datur, «el tercero no dado lógicamente». Esta solución simbólica a menudo adopta la forma de un cambio en la estructura tácita de la identidad del ego, de modo que la tensión de los opuestos deja de sentirse tan agudamente. La tensión no se resuelve, sino que es trascendida en una visión más amplia.

Un ejemplo clínico y una analogía pueden ayudar a aclarar este punto. La analogía consiste en las formas que puede adoptar el agua: líquido, hielo o vapor, dependiendo de la temperatura ambiente. El hielo y el vapor pueden tomarse como un par de opuestos, aunque constan de la misma sustancia fundamental, agua. Si el hielo y el vapor fueran opuestos en un sentido psicológico, su integración no sería el agua a temperatura ambiente después que el vapor haya derretido el hielo y ambos existan como líquido. Esa sería una solución demasiado lógica para la unificación de los opuestos. Más bien, la integración de estos opuestos sería la existencia simultánea y compatible de la potencialidad que tiene el «agua» para existir como hielo, como vapor o como ambos. La forma del agua variaría en diferentes situaciones, dependiendo de cuál fuera la forma apropiada.

En un paralelo clínico-psicológico, un paciente podría estar intentando integrar los opuestos de actividad y pasividad, o de agresión y afiliación. Cuando la tensión se enfoca por primera vez conscientemente, con frecuencia hay una resistencia al cambio: «¡No siempre se puede ser asertivo!». ¡Esta es una observación hecha por una mujer demasiado tímida para reclamar a una vendedora el vuelto correcto! La integración de estos opuesto no produce un punto intermedio entre ellos —el agua tibia—, produce una habilidad para expresar cuál opuesto (o mezcla de ellos) se considera apropiado para nuestros verdaderos sentimientos y evaluación de una situación particular en un momento particular. La función trascendente produce una reintegración de estos opuestos dentro del ego en una forma diferente y más funcional.

A medida que progresa la habilidad para manejar la integración y síntesis de los opuestos, el analizado a menudo toma consciencia (quizás a través de la imaginería onírica) de la relación del ego con el Sí Mismo. Así, el centro de la personalidad se aleja de las tensiones del ego que trata de aferrarse desesperadamente a una imagen de sí mismo, en tanto la psique se abre a una participación más profunda en el mundo y con los demás. Entonces puede sobrevenir una etapa de creciente percepción de nuestro destino particular, junto con la libertad para tejerlo en patrones individuales.

El Análisis Mismo como Etapa

La vida no se puede vivir en un análisis interminable. La atención al propio inconsciente es necesaria en el análisis junguiano formal, pero disminuye a medida que se ahonda la autointegración. En esta vida jamás podemos librarnos de los problemas de ser humanos. Tras completar un análisis exitoso, eventos posteriores pueden sugerir nuevamente la necesidad de atender a los procesos de la psique, quizás incluso retomar sesiones analíticas formales.

Hay una sola respuesta en cuanto al tiempo que se debería estar en análisis formal: todo el tiempo que dure. En la sección que sigue comento las formas para determinar cuándo interrumpir o terminar el análisis formal. Salvo en poesía o metáforas, es difícil describir el producto final de un análisis junguiano exitoso. Al primer congreso junguiano que asistí en Zúrich, Edward Whitmont habló del término de un análisis exitoso como amor fati, «amor por nuestro destino» —ser capaces de vivir con pasión y profundidad, cualquiera sea la situación histórica en que nos encontremos. Cuán diferentes son estas imágenes de la imagen del ego dominando su mundo, insensible a las necesidades de los demás.

Hablando de la imaginería de Oriente, Miyuki ha presentado los cuadros zen de pastoreo de bueyes desde una perspectiva junguiana, ofreciendo una imagen metafórica para el fin del análisis 2. Después que el buey (la mente natural) es domado y cabalgado, se integra tanto que «desaparece» —para mí significa que es una parte tan tácita de la personalidad, que deja de ser visible como entidad separada de la psique. En ese punto, la persona transformada retorna a la sociedad “con manos portadoras de regalos», ofreciendo a los demás lo que ha obtenido a través de su propio viaje interior (véase la ilustración).

La conclusión exitosa del análisis junguiano nos devuelve al mundo como una persona más profunda e integrada, capaz deviajar por el camino de la individuación con restricción y orientación interna, cuando es necesaria, proveniente sólo de las profundidades de nuestra propia psique. Se está más cercano y abierto a los demás, permaneciendo al mismo tiempo, más auténticamente uno mismo.

BueyJapon

Entrando a la Ciudad con Manos Portadoras de Regalos, el último de los «Diez Cuadros de Pastoreo de Bueyes» del budismo zen, representa la culminación del proceso de individuación: «Habiendo entrado al estado de vacío, y también habiendo visto a Dios en el mundo de la naturaleza, el individuo puede ver a Dios en el mundo de los hombres. Iluminado, confundiéndose en el mercado con ‘bebedores de vino y carniceros’ (taberneros y pecadores), reconoce la ‘luz interior’ de la ‘Naturaleza de Buda’ en todos. No necesita mantenerse a distancia ni llevar el peso del sentido del deber o de la responsabilidad, ni seguir el conjunto de pautas de otros hombres santos, ni imitar el pasado. Está en tal armonía con la vida, que está feliz de ser inconspicuo, de ser un instrumento, no un líder. Hace simplemente lo que le parece natural. Pero aunque en el mercado parece ser un hombre común, algo ocurre a las personas con las que se mezcla. También ellas pasan a ser parte de la armonía del universo”. Suzuki, Manual de budismo zen.

Inicio del Análisis/Fin del Análisis

Siempre es más fácil determinar cuándo una persona debe entrar a análisis que cuándo debería dejarlo. Si existe evidencia de una interferencia neurótica con el avance de la vida, el análisis es lo indicado. El análisis también puede ser apropiado cuando sencillamente se buscan significados y pautas de vida más profundos.

La motivación más fuerte para entrar a análisis viene por lo general del sentimiento de estar bloqueado o al límite de nuestras fuerzas. Uno está más capacitado para soportar la tensión financiera y emocional del análisis si ya ha probado previamente otros canales sin lograr resultados. La tendencia al «yo puedo hacerlo» es difícil de vencer, como lo es la tendencia a intelectualizar problemas emocionales que simplemente no se someten sólo a la razón.

Algunas personas que se sienten atraídas por el análisis junguiano dudan iniciarlo por temor a que sea un proceso interminable. Esto emana de la confusión entre el proceso de autoexamen, que es interminable, y el proceso de análisis junguiano formal, que puede ser interrumpido o terminado cuando el paciente lo desee (aunque esto no debe suceder sin previa discusión con el analista).

Otros vacilan en iniciarlo por temor a ser dependientes del analista. Esta es una fantasía basada en el deseo inconsciente de depender. Todos tenemos ese deseo, basado en las experiencias positivas de la niñez, pero rara vez es lo bastante fuerte como para convertirse en obstáculo para el análisis. Aunque al principio puede haber un período de real dependencia, por lo general éste se disipa al hacerse evidente a través del análisis que en realidad es más grato ser independiente y tener el control de la propia vida. En la verdadera vida adulta, en efecto se pueden disfrutar episodios de dependencia limitada sin tener que evocar una fantasía de abrumadora e irreversible necesidad.

Cuando llega el momento de dejar el análisis, puede haber algún sentimiento de tristeza en el analista. Cuando se ha compartido la vida de otra persona tan íntimamente, viéndola abrirse paso a través de dolorosos complejos neuróticos, es inevitable que la separación dé origen a genuinos sentimientos de pérdida. Pero cuando el término del análisis es apropiado y acordado por ambas partes, el sentimiento dominante en el analista es más de júbilo orgulloso al ver a un hijo madurar y dejar el hogar. Esta experiencia es también uno de los verdaderos placeres de ser analista.

¿Cuánto Debe Durar el Análisis?

Un análisis debe continuar mientras ambas partes lo consideren beneficioso. Puede ser un período corto, hasta que se resuelvan las dificultades específicas de ambiente y situaciones, o puede durar años.

Muchas personas que han completado exitosamente su análisis junguiano regresan más adelante para reanudar el proceso, por ejemplo cuando surgen problemas importantes en una nueva etapa de la vida. El análisis es como una lección sobre la más difícil de las formas del arte: comprenderse a sí mismo en profundidad. El arte jamás es dominado totalmente, y siempre puede ser valiosa una revisión de uno mismo con otro.

Cuando el analista o el analizado están considerando poner fin al análisis, hay ciertos escollos que deben evitarse. Si existe buena fe por ambos lados, no pueden anticiparse grandes dificultades. El analista o el analizado deben introducir el tópico para su discusión, y una serie de puntos deberían tenerse presente durante las sesiones que restan.

Primero, ¿sehan resuelto o ubicado en un contexto aceptable los problemas con los cuales se comenzó el análisis? No es necesario que se «resuelvan» en el sentido común del término, ya que muchos problemas de la vida no se pueden resolver como si fueran rompecabezas. Sin embargo, es posible observarlos desde una perspectiva más sana, que los coloque en un contexto más aceptable y comprensible. El movimiento del análisis con frecuencia se aleja de los supuestos problemas externos, centrándose en la percepción que surge desde uno mismo. Como decía Pogo, la zarigüeya de una historieta ya desaparecida (parafraseando a John Paúl Jones): «¡Hemos encontrado a los enemigos y nosotros somos ellos!».

Segundo, ¿existen evidencias de que algún área de problemas vigentes este siendo soslayada? Puede que el área esquivada no se trate de un área identificada, bien conocida tanto por el analista como por el analizado; esas áreas por lo general son fáciles de ver. Más bien, quizás se esté eludiendo un complejo en desarrollo, que intenta aflorar en el análisis. Los sueños a menudo son la mejor pista para tal situación, por eso conviene observar varios sueños cuando se ha planteado el asunto del término. ¡Puede que el inconsciente mismo tenga algo que decir al respecto! Tras decidir, unilateralmente, dar término a su análisis, un hombre soñó que derribaba una reja que rodeaba su casa, pero vio tigres al otro lado de la calle. (Optó por continuar en análisis).

Tercero, ¿hay alguna reacción emocional no expresada hacia el analista, de tono positivo o negativo? Las fuerzas de transferencia-contratransferencia (T/CT) pueden estar actuando con vigor en el análisis y a veces son desconocidas para el analista. Puede haber una reacción negativa a algo dicho por el analista, o incluso algo dicho por el paciente sobre el analista fuera del análisis. El desagrado de examinar sentimientos negativos hacia el analista jamás debe impedirnos traerlos al análisis. Es más probable que los resultados sean positivos que negativos. Puede darse, por ejemplo, que un complejo inconsciente del paciente se esté proyectando sobre el analista y se reaccione a él como si en realidad fuera parte del analista. Esto necesita ser conversado, como también la situación paralela donde el analizado siente que el analista está proyectando inconscientemente.

Las proyecciones positivas no reconocidas también pueden llevar a un analizado a proponer el término prematuro del análisis. Si el analizado tiene fuertes sentimientos sexuales hacia el analista, por ejemplo, ellos pueden ser reprimidos por temor a sobrepasar los límites analíticos si se expresan las emociones. Pero los analistas generalmente han experimentado reacciones de transferencia hasta cierto punto en su propio análisis personal, cuando estaban en «la otra silla», y por lo tanto están preparados para manejar tales sentimientos.

Consultar a Otro Terapeuta

Cuando hay dificultades en el análisis, expresadas o no, el analizado puede sentirse tentado a consultar otro terapeuta sin el conocimiento de su analista personal. Hacerlo significaría una violación por parte del analizado a su responsabilidad de mantener y respetar los límites del contenedor analítico. Aunque uno tiene todo el derecho de acudir a otro terapeuta, no debería hacerse sin discutirlo primero con el actual analista. En todo caso, la ética profesional exige que el terapeuta consultado aconseje volver al analista actual para discutir personalmente las dificultades. Los límites del análisis son de suma importancia y deberían respetarse. Pueden ser alterados, pero eso debería suceder sólo después de discutirlo entre las partes.

Siguiendo el modelo médico, siempre se permite una consulta con otro terapeuta, una segunda opinión. Sin embargo, la calidad tan personal de la interacción analítica disminuye la utilidad de tales consultas, ya que el consultor no puede comprender la situación tan bien como el analista original. No obstante, una sesión con un consultor acordado por las partes puede resolver algún impasse terapéutico que pudiera causar el término prematuro del análisis.

El Fin Natural del Análisis

Ya que a menudo es imposible precisar si el análisis ha llegado a su punto natural de término, una técnica para determinarlo es acordar suspender el análisis por un tiempo, digamos por tres meses, y luego reanudarlo por un período similar. Otra alternativa es programar las horas analíticas con intervalos más largos. Ambos métodos permiten que el paciente experimente una ausencia del plan analítico usual y pueden revelar fuerzas o problemas que eran inciertos en el contexto de las sesiones regulares.

Si el paciente está además en psicoterapia de grupo y también planea dejarla, el aviso de término debería darse al grupo con al menos un mes de antelación. Eso permite que los miembros del grupo también evalúen si el paciente está preparado para suspender la terapia. Los grupos a menudo actúan como un indicador sensible del estado mental de la persona que planea retirarse. Ciertos miembros del grupo pueden necesitar tiempo para sus propias despedidas, o para expresar un sentimiento de pérdida personal si es que el paciente que se retira ha sido de especial ayuda.

Cuando el análisis junguiano termina de mutuo acuerdo entre analista y analizado, sin indicadores de complejos ocultos o no resueltos y con la opción de retomar el análisis en el futuro, si así fuera aconsejable, se produce un sentimiento de logro mutuo para ambos. El logro principal es siempre del analizado, pero el analista también se complace del éxito obtenido. Aun al momento de un feliz término quizás no sea posible decir con seguridad qué fue lo que permitió que el análisis fuese «exitoso». Las personalidades inconscientes de ambas partes son partícipes continuas en el proceso; gran parte del mérito pertenece también a ellas.

Cuando el análisis termina en forma natural, la relación posterior entre analista y analizado es de mutuo respeto. Es improbable que en el futuro existan proyectos y tiempo compartidos, como ocurrió durante el análisis, pero los sentimientos ya compartidos pueden durar largo tiempo.

Notas de pie de página

(1) Jung, «Definitions», Psychological Types, CW 6, par. 828.

(2) M. Miyuki, «Self-Realization in the Ox-Herding Pictures», en Budhism and Jungian Psychology de J. F. Spiegelman et al, Phoenix: Falcon Press, 1985.

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