Eros y poder en el perdón: una vivencia de libertad

SILVIA AVIÁN

Raskolnikov («Crimen y Castigo»)

Silvia Avian, psicóloga, miembro analista de la Sociedad Brasileña de Psicología Analítica – SP. Este texto fue extraído de la monografía presentada en 2007 para titulación de miembro analítico y presentado durante la V Congreso de Psicología Junguiana, celebrado en Chile, de 4 a la 8 de septiembre de 2009. E-mail: silviaavian@uol.con.br

Traducido del portugués por Juan Carlos Alonso

Cuando comencé a formular este trabajo, quería hablar de un asunto, a mi modo de ver, de extrema importancia en el proceso psicoterápico: el perdón. No sólo el perdón al otro, a la vida, sino el perdón a nosotros mismos. Mi interés es reflexionar sobre la cuestión del pecado y del perdón cuando el agente y la víctima somos nosotros mismos.

Busqué ejemplos en la literatura, toda vez que ella me ofrece ejemplos para reflexionar sobre la vida: crea imágenes arquetípicas que son aspectos que todos compartimos; crea personajes humanos que interactúan, sufren, aman. Al hacer esta amplificación, tuve la oportunidad de ver otras tantas historias con el mismo prisma.

Encontré lo que buscaba en la obra de Dostoievski, brillante autor que elabora sus personajes con inmensa maestría. Para ejemplificar mi trabajo, escogí el libro Crimen y castigo. Hice mi propia lectura de la dinámica psíquica de Raskolnikov, personaje central de la novela, que atormentado por su vivencia personal, acaba por cometer un doble asesinato, pero que por medio del encuentro amoroso con Sonia, una prostituta, pudo volver a ver su vida, su desarrollo, y perdonarse.

En la actualidad, creo que se hace necesaria una discusión más amplia sobre la relación crimen-castigo, pecado-perdón, cuando temas de violencia parecen estar distantes y al mismo tiempo muy cerca, en el cotidiano de todos nosotros.

Cuando hablamos de perdón, inmediatamente nos viene a la mente la cuestión del pecado: ¿quién cometió el pecado? ¿Nosotros? ¿Cómo está la víctima? ¿Qué está sintiendo ella? O pensamos entonces en los pecados cometidos contra nosotros mismos. ¿Qué hicimos con nosotros? ¿De qué nos privamos?

El proceso de individuación engloba el bien y el mal en la vivencia interna de cada símbolo. Siendo así, la transgresión no puede ser vista fuera de ese proceso. Ella está en él y, en el caso de Raskolnikov, podrá estar al servicio de él.

Raskolnicov era un muchacho pobre que fue estudiar en una renombrada facultad y atormentado por su insignificancia en el mundo, comete un doble asesinato. Asesina a Alena, una agiotista que lo humillaba cada vez que se veía obligado a empeñar sus bienes y también a Isabel, hermana de ella.

Algunas preguntas me surgieron al leer esa novela: ¿quién sería el criminal en esa historia? ¿La víctima sería realmente la vieja agiotista, de quien no sabemos casi nada? ¿Sería posible perdonarse y ser perdonado?

Son esas preguntas que muchas veces me hago acerca de pacientes atormentados por dolores en sus diversas historias de vida.

En mi lectura, Raskolnikov fue “moldeado” dentro de las necesidades familiares. Su madre vivía como una persona subyugada socialmente: era pobre y se sentía inferior por eso. Ser subyugada era algo sombrío para ella, toda vez que ese sentimiento no estaba en su conciencia. Su vivencia de abandono y frustración creó una difícil relación con Raskolnikov. Ella, en la tentativa de soportar su dolor por no tener el hijo que idealizaba, se escondía atrás de sus fantasías, abandonando, al mismo tiempo, al hijo “imperfecto” a su propia suerte.

Tal abandono crea una escisión psíquica en el desarrollo del muchacho; escisión que denominamos herida narcisista. La relación entre los personajes de madre-hijo en Crimen y Castigo muestra tal herida, en el desarrollo del muchacho, que será vivida sombríamente por él durante buena parte de su existencia. Él vive dentro del complejo familiar, sintiéndose, por un lado, un hombre extraordinario y, por otro, un total incapaz. Tal defensa narcisista le impide entrar en contacto con su dolor existencial, lo que lo lleva a desarrollar una relación de arrogancia con el mundo. La defensa narcisista le impide entrar en contacto con su propio dolor.

Él se vuelve un resentido. No consigue salir del papel de víctima, acusando a la vida por su infortunio. Como víctima, mantiene la ganancia secundaria, desentendiéndose de su responsabilidad frente a hechos de los que se queja. Él atribuye al otro la responsabilidad por la desgracia en la que vive. Es el otro quien lo incomoda. Por ser un resentido, no consigue percibir el dolor ajeno. Está desprovisto de compasión, pues siempre está vuelto hacia sí mismo. Su dolor ocupa todo el espacio, es un dolor mayor y más importante que todos los otros dolores.

Dentro de su delirio, el campo para suceder un crimen estaba formado; de un lado, un hombre resentido, humillado y ofendido profundamente en su desarrollo psíquico; de otro, una agiotista, Alena, que le recordaba intensamente su lugar inferior en el mundo, y que él necesitaba de las sabandijas de la sociedad para vivir.

Con la dificultad de confrontarse con la propia sombra y sin posibilidad de negar el crimen, Raskolnikov acciona el lado social: se ve como un salvador. Actúa en nombre de algo social mayor. Es el “héroe” pero que, en realidad, es el esclavo de una fuerza inconsciente debida a la disociación psíquica que vive. Él cree estar haciendo un enorme bien a la sociedad, librando a todos de un gran mal llamado Alena. Y por creerse “extraordinario”, le corresponde decidir lo mejor para todos. Y acaba por hacerlo, dentro de su delirio.

La distorsión de la realidad y el pensamiento mágico de “poder” comienzan a intensificarse en una especie de defensa autista. Se cierra en su mundo y trata a todos con arrogancia impar. Al poco tiempo, abandona la facultad, escondiéndose detrás de la pobreza en la que vive. Esconderse en la miseria es mejor que enfrentar el dolor de ser ordinario. Prefiere pasar por vagabundo, que enfrentar la falta de opción para su mediocridad. El dolor de la herida narcisista es muy profundo. Y es, en una vivencia psicopática, que él comete el doble asesinato: mata a Alena y a su hermana Isabel.

Podríamos encasillar a Raskolnikov – quien cometió un crimen terrible – como un sociópata que fríamente planea y mata a dos mujeres. En caso de ser él un sociópata, su vivencia de culpa y su reflexión sobre el crimen no acontecerían. Él sería un monstruo que no tendría condiciones de ser reinsertado en la sociedad, no podría estar en convivencia social.

Es aquí que encuadro al muchacho como un neurótico con defensa psicopática. Conseguía vivir en la luz, siempre que no hubiera un atentado que lo jugara en las tinieblas o una humillación contra él.

En mi lectura, veo al personaje como un neurótico con defensas psicopáticas, lo que da a él una oportunidad mayor para el diálogo con el dolor que siente. Si camináramos por esta línea de análisis, podríamos tener contacto con el tamaño de su dolor narcisista. Él es una nada en el mundo; vive el delirio de la soberbia, se cree un ser extraordinario para merecer tan inmenso dolor.

No es el crimen el que desencadena su delirio, sino la idea de ultrapasar el límite de la insignificancia de su ser. Toda la vivencia del Ego está dominada por la sombra, que, por ser defensiva, está al servicio del mantenimiento del Self. En una personalidad compleja como la de Raskolnikov, someter el Ego a la culpa no es fácil. Eso sucede porque la culpa está proyectada en el otro (Alena). Sería como decir que Alena debía ser asesinada por ser un gusano: necesitaba ser eliminada por el bien de todos. De hecho, él casi afirma, en la novela, que ella habría sido la única responsable de su propia muerte.

En el proceso de individuación – por la elaboración simbólica -, es necesario que la persona experimente el arrepentimiento de los “pecados” cometidos. El arrepentimiento por el acto cometido viene solamente después de haber asumido la culpa. Por medio de las funciones evaluadora y ética, él podrá entender como un todo, el tamaño de su acto criminal con sus implicaciones, lo que posibilitará la vivencia simbólica de ese acto. La creación de la polaridad en Raskolnikov (pecado-perdón, culpa-redención) abrirá camino para la reflexión por medio de la percepción simbólica de su existencia. Solamente a través del proceso de perdón es que Raskolnikov podrá tener su redención y liberarse.

El encuentro con Sonia le abre la posibilidad para la vida afectiva. Es el encuentro con el ánima, su posibilidad de contacto con el mundo femenino, mundo de la vivencia de lo sensorial, lo artístico, lo religioso y lo amoroso.

Al sentir la necesidad de confesión, él sale al encuentro de Sonia; necesita de alguien de máxima confianza, para poder hablar de su crimen. Alguien que oiría sus asuntos sin juzgarlo o entregarlo a la policía; alguien que entendiera profundamente el dolor que sentía; alguien que tuviera un dolor semejante y que viviera en la miseria como él. Esa confesión sólo podrá darse en un campo fértil y no en cualquier lugar, de cualquier modo y con cualquier persona. Tenemos que recordar que el retorno al propio camino y la conexión consigo mismo, es un acto sagrado.

Sonia no podía hacer confidencias de sus sentimientos a extraños. Desde la infancia, vivía reclusa en su mundo de dolor: de un lado, tenía un padre que se emborrachaba y de otro, la madrastra enloquecida por la desgracia. Lo que ella oía, desde niña, eran sólo recriminaciones y clamores injuriosos. Ella era la persona que podría oírlo y entender su dolor. Sólo ella, – que fue capaz de amar y perdonar hasta su detestable padre – , podría hacerlo.

Sonia oye la confesión, perpleja, y, al final, le pregunta el motivo del crimen. La respuesta que oye es que habría sido para robar. Ella lo enfrenta, diciéndole que ese no es el verdadero motivo, ya que el dinero nunca había sido una prioridad para él, que siempre daba a los pobres lo poco que tenía. Al debatirlo, ella está incitando a Raskolnikov a su real confesión. No hay posibilidad de una confesión “parcial”. Al no confesar el real motivo de sus actos, él estaba sólo circulando en torno al dolor, pero no reflexionando sobre este.

Sólo alguien que pudiera entender el alma humana – y sólo alguien que sufriera un dolor similar – podría saber que el motivo que lo había llevado al crimen no podría ser tan mundano. ¿Matar para robar? Esto era demasiado ordinario para él. En ese enfrentamiento con la realidad, es creado el espacio necesario para la confesión. Raskolnikov puede decir que, si hubiera matado para robar, sería un hombre feliz; pero como ese no era realmente el motivo del acto cometido, él se sentía infeliz y preso en ese crimen.

Ella sí veía en el muchacho a la persona extraordinaria, al hombre desesperado en busca de amor y fe. Creía que todos tenían sus misiones en el mundo y que todos eran extraordinarios en sus historias y vivencias. Ella intuía lo que llamamos el proceso de individuación, donde cada uno es único e impar. Al ser de esa forma, Sonia recibe a Raskolnikov como un hombre. Es la única persona que ve sus calidades buenas y ruines; entiende, y acepta al muchacho en su dimensión mayor, sin juzgarlo ni exigirle, lo acepta como realmente él es.

Ella vivía una mezcla de dedicación y deuda para con él; ella fue la primera persona en mirarlo en el alma; él también fue el primero en darle a ella un gran valor en la sociedad. Era el muchacho “estudiado” que permitía a una prostituta ir a lugares que le eran prohibidos. Ese encuentro abre la posibilidad de una nueva vida para ambos: ya no están restringidos al submundo, a la ralea.

En personas con estructuras narcisistas tan heridas y complejas como Raskolnikov, recibir el amor del otro provoca malestar y dolor; él no soporta que alguien lo ame, y no respeta a alguien que pueda gustar de él, a pesar de querer ardorosamente ese amor. Él no soporta depender del amor o de la piedad del otro, lo que lo deja extremadamente inseguro. Al confesar el crimen a Sonia, él la mantiene presa de sí. Por lealtad al acto de confesión, ella no podrá contar el secreto a nadie. Corresponde a la ella la misión de salvarlo para que él pueda redimir-se.

En el trabajo psicoterápico, el paciente, al “confesar su dolor” al analista, siente un alivio en relación al dolor que carga hace tiempo. Tener a alguien a quién poder contarle, y a alguien que pueda comprender el problema, dan la sensación de que no estuviéramos solos en el mundo a pesar de que sepamos que el camino de la elaboración será solitario. El consultorio es como un confesionario: la persona trae su alma al encuentro.

Muchas veces, en el proceso analítico, al entender su propio proceso, por los diálogos internos y por las reflexiones, el paciente es llevado a la una vivencia dialéctica, en la que él es la víctima y el verdugo de sí mismo. Él, el paciente, es la parte activa en el pecado y en el perdón. Al revivir su dolor por la vivencia de la confesión, asume la parte activa en el acto cometido, entiende la parte experimentada por los otros que estuvieron involucrados, los dolores causados a los otros y a sí aún, y se deprime. La depresión forma parte del proceso de confesión.

Al confesar el dolor, el paciente reubica y reorganiza los papeles de las personas que lo circundan. Forma una nueva narrativa sobre su vida. En la confesión de Raskolnikov, cada uno ocupará su debido lugar y cada uno tendrá que re-elaborar su historia para seguir su camino.

El pecado, en el proceso de individuación de Raskolnikov, no era sólo el crimen contra las dos mujeres, hecho que estaba al servicio de su escisión psíquica. El gran crimen en el proceso del personaje es el hecho de él ser alguien que, en realidad, no es. Él no se perdona ni perdona a la vida por haberle impuesto ser un hombre ordinario como cualquier otro.

Estoy aquí relatando dos situaciones de pecado y perdón, y, analizando bajo dos ángulos diferentes:

1) Patriarcalmente hablando, él tendría que pagar la deuda contraída con la sociedad por las leyes vigentes, a saber: diez años de servicios forzados. No hay la menor duda de que las personas tienen que responder por sus actos, siendo el Ego responsable por los actos cometidos. El crimen aconteció y hay una ley que dice que la persona tendrá que pagar por ese acto para que pueda quedar libre, en una actitud correctiva.

2) En la alteridad, en una dimensión dialéctica, la persona (en el caso Raskolnikov) tendrá que entender su propio proceso. Es decir, su mundo interno y su mundo externo: tendrá que reevaluar su importancia personal y familiar, su importancia y sus deberes para con la sociedad. La herida narcisista, abierta en la infancia, lo llevó a cometer el crimen por pura inconsciencia e inconsecuencia. El papel activo y pasivo de cada paso de su crimen sólo tendrán sentido en la reparación.

Al entenderse con sus dolores y sus errores, Raskolnikov podrá perdonarse por ser un hombre ordinario y seguir su rumbo, sin dejar de lado el crimen cometido, que ocurrió y debe ser juzgado.

Al salir del papel de víctima, en el cual todos conspiraron contra él, regresa al papel activo en la conducción de su vida dentro del “escenario” en que nació. Ni él ni la vida son culpados por su infelicidad. Todo hizo y forma parte de su proceso de individuación, inclusive el crimen que acabó por colocarlo nuevamente en el eje de su proceso. Es al mismo tiempo el hombre ordinario y extraordinario, pudiendo tener compasión por sí aún.

Todos nosotros cargamos culpas y remordimientos por algo que hicimos. ¿De qué nos sirve cargar una culpa si no hubiera la reflexión al respeto? Poca cosa. Será una prisión donde cada uno se consumirá en el dolor. La culpa creativa nos llevará a la reflexión. Ya la culpa defensiva estancará el proceso de individuación y nos hará girar en torno a la problemática, sin resolverla.

Sonia tuvo un papel fundamental en este momento de la vida de él. Fue ella quien lo ayudó a hacer el puente entre él mismo y el mundo, y de él consigo mismo, abriendo el contacto entre los dos mundos, abriendo la posibilidad para manifestarse la polaridad de los símbolos. Ella representa su ánima, es la parte creativa, amorosa y erótica en su vida.

Son los arquetipos del ánima, de la alteridad y del coniunctio que activan la proximidad y propician la dialéctica del bien y del mal, llegando a nuevas síntesis y nuevos significados.

El campo amoroso abierto por su relación con Sonia fue fértil para que él pudiera entrar en contacto con sus frustraciones y su esencia ordinaria. Para que su proceso de autoconocimiento pudiera darse, se abrió un campo que permitió la expresión del amor y odio, llevándolo, así, a la elaboración simbólica.

No hay, sin embargo, posibilidad de que haya elaboración simbólica de Raskolnikov en el campo del odio, toda vez que en la vivencia de odio, la energía psíquica está proyectada en el otro, siendo el otro el causante del dolor; o en la vivencia del amor, en donde el otro está idealizado como el salvador. Será en la vivencia dialéctica yo-otro, en un campo específico en el que su transformación vendrá, abarcando amor y odio en el encuentro con su fe.

Sonia representa el amor en su dimensión mayor. Oye el crimen cometido por él, lo aconseja a entregarse y a cumplir su pena. Sabe que el bien y el mal cohabitan en todas las personas. Sabe que él tiene algo que lo incomoda, que hace que cometa actos sin percibir su dimensión.

Raskolnicov se entrega y es apresado. Va para Siberia a cumplir diez años de trabajos forzados. Sonia se traslada cerca de la prisión, consigue un empleo y siempre que le es posible, lo visita. Ella es siempre muy amable, pero él generalmente la recibe de forma áspera.

Alguien tan fiel lo dejaba irascible. Él hacía todo lo posible para que ella desistiera de él y no volviera a visitarlo más. En una de esas visitas, sin embargo, Sonia le dio una Biblia que él nunca abrió, pero que quedaba cerrada sobre su mesa de noche, como un amuleto, como si nada malo pudiera sucederle, pues ella andaba allí con su fe para protegerlo.

Hacia el final de la novela, Raskolnicov siente estremecer su corazón y arder de amor todo su cuerpo cuando, al ingresar en un hospital de la prisión, divisa a Sonia en el patio, de pie, velando y rezando por él, pidiendo por su restablecimiento. Él se aleja, entonces, asustado con aquella vivencia. Nunca había amado a nadie en esa forma; fue su primera vivencia de amor. Tal sentimiento se hizo cargo de su ser y él sintió una mezcla de éxtasis y miedo.

El miedo de la pérdida se apodera de él. Quiere clamar por ayuda y saber lo que ocurrió. El miedo de no poderla ver nunca más lo aflige; ya no estaba solo en el mundo. La desesperación de la soledad es enorme. Para él, tener y perder, es mucho peor que nunca haber tenido.

La vivencia amorosa lo dejó miedoso. Quien ama tiene miedo de perder, un miedo inexplicable. Él es pequeño frente al mundo que lo aplasta en el dolor. Su arrogancia, que fuera su mayor escudo, ya no existía más para protegerlo. Estaba sólo él y Dios en esta desesperación, en búsqueda de Sonia, su amor.

En una psicoterapia, muchas veces, vemos pacientes desesperados con su nuevo momento; algunos llegan a verbalizar que la ignorancia era mejor que el conocimiento del amor.

Es en el encuentro de almas lo que se dio en el perdón de Raskolnikov. El poder de ese amor atravesó todas las barreras que sus defensas habían construido para evitar cualquier contacto. Ambos saben que la vida no concluye aquí, como en un cuento de hadas con “un vivieron felices para siempre”. Saben que aún tendrán que hacer mucho por sus vidas, muchos desafíos aparecerán y tendrán que superarlos. Pero ya no están solos. Raskolnikov está libre de esa prisión psíquica. Consiguió entender su proceso y perdonar a la vida y a sí mismo. Encontró su fe, su Dios y su camino, que tanto ansiaba.

Creo que la historia de Raskolnicov puede ser ampliada a otras tantas historias que vemos al largo de años de trabajos psicoterapéuticos, como también en nuestras propias vivencias personales.

Como en una ampliación arquetípica, espero que la vivencia poderosa y erótica del perdón como agente liberador de Raskolnicov pueda dar frutos a los señores oyentes cómo he me dado.

Gracias.

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