¿Hacia dónde va la psicología analítica? – Javier Castillo
Javier Castillo Colomer
Javier Castillo Colomer es Psicólogo Clínico y Psicoterapeuta Analítico EFPA. Presidente de la Sociedad Internacional para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). La siguiente fue la ponencia que el autor presentó en la 1ª Jornada del Instituto Valenciano de Psicología y Psicoterapia Analítica (IVaPPA) en mayo de 2011, cuyas conferencias estuvieron en torno al tema «El Psicoanálisis y la Psicoterapia Analítica hoy». Fue tomado de la web de la editorial Fata Morgana. El correo electrónico del autor es: jacastillo@cop.es. Se publica con autorización del autor.
«Debemos saber qué prejuicios tenemos, aunque de todos modos podamos conservarlos y decir que nos gustan, aunque reconocemos que es posible pensar de otra manera y que es un hecho que las opiniones difieren. Esta amplitud mental es necesaria si deseamos analizar objetivamente a la gente, y no ser propagandistas de una orientación; un analista debe ser de mentalidad abierta y ver qué es lo que la naturaleza interior del analizando configura como proceso de curación”
(M. L von Franz, Alquimia)
C. G. Jung
El que hubo sido considerado por S. Freud como máximo candidato a “ser su heredero” y baluarte de la nueva disciplina psicológica llamada psicoanálisis, C. G. Jung, dedicó la mayor parte del año 1910 a reunir material para un libro que se publicaría en dos partes, en los años 1911 y 1912. Este libro, titulado Metamorfosis y símbolos de la libido y reeditado años después con el nombre de Símbolos de transformación, señala el comienzo de la separación de Jung de Freud, así como del movimiento psicoanalítico en general.
En este trabajo Jung introducía el concepto de lo inconsciente colectivo y rechazaba la teoría de las pulsiones de Freud como principio único y fundamental que nos permitiría entender la dinámica de lo inconsciente. La ruptura definitiva con Freud se dio con su dimisión en 1914 de la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional. A partir de aquí, la psicología junguiana seguirá su propio camino pasando a denominarse en un principio psicología de los complejos y más tarde psicología analítica.
Psicología Analítica y Psicoanálisis
Podemos decir que el conocimiento y desarrollo de la psicología analítica ha sido menor que el del psicoanálisis; ser una disciplina más joven y además — como ocurre con la mayoría de movimientos que se crean a partir de una ruptura— haber necesitado reafirmar los contenidos propios en contra del de los otros (psicoanálisis) no ha facilitado su divulgación. A estos aspectos le sumaría dos más que, a mi entender, se presentan como fundamentales para comprender la escasa repercusión que ha tenido la psicología analítica en el ámbito académico y clínico: el gran desconocimiento de las aportaciones junguianas que existe dentro de la tradición psicoanalítica, cerrada al estudio y comprensión de quien ha sido considerado un hereje; y la amalgama de esotéricos que han asumido como propia la psicología analítica, vinculando la obra de Jung a las prácticas tarotistas, astrológicas y místicas en general, pretendiendo que lo que es el estudio y comprensión del símbolo se convierta en una vuelta a la consciencia mágica (Castillo 2006).
Sin embargo, varias han sido las aportaciones que Jung ha realizado al movimiento psicoanalítico (Castillo 2010). Entre éstas podemos encontrar:
1) La importancia que se da a la figura materna en la obra de Jung se convierte en la primera aproximación psicoanalítica en la que se resalta un periodo anterior a la triangulación edípica. Esta formulación se da con anterioridad a los planteamientos que centran su interés en el estrés producido en la unión-separación del infante con su entorno materno, como encontramos en las teorías de Fairbairn, Guntrip, Winnicott, Bowlby o Balint.
2) La influencia del concepto de arquetipo la podemos encontrar en formulaciones psicoanalíticas, como en la de las de M. Klein, cuando se afirma que el infante no aprende a relacionarse con el pecho materno mediante una asociación arbitraria, sino que ya sabe instintivamente de él, pues desde el nacimiento lleva incorporada la posibilidad de activar la imagen de ese objeto. Jung recalca la importancia vital de las estructuras psíquicas innatas antes de que lo hicieran psicoanalistas, de orientaciones y planteamientos distintos, como Klein, Spitz, Lacan o Bion.
3) El señalar la importancia del análisis didáctico en el proceso de formación del psicoterapeuta, antes que el mismo Freud lo hiciera.
4) Lo inconsciente, como expresión de la necesaria compensación de la psique y germen creativo en la elaboración de los conflictos emocionales, tiene importantes puntos de resonancia con las psicologías psicoanalíticas de la identidad y del self, como podemos apreciar en la obra de Erikson y Kohut.
5) El planteamiento de que la regresión en el análisis se puede convertir en un elemento fundamental del proceso terapéutico aparece en Jung antes que en psicoanalistas como Balint o Kris.
6) El trabajo analítico como proceso dialéctico aparece descrito en la obra de Jung antes que en la de psicoanalistas como Lacan.
7) Representantes de la corriente neoculturalista psicoanalítica, como Horney, hablan de las fuerzas constructivas que aparecen en lo inconsciente y cómo se expresan en los sueños. Sin duda, el conocedor de la obra junguiana verá la total similitud de esta formulación y losprincipios de la psicología analítica que plantean el papel constructivo y orientador del mundo onírico.
8) Y por último, podemos ver en el encuentro intersubjetivo y hermenéutico en que se concibe el proceso analítico para Jung puntos de contacto con el análisis relacional, antes de que psicoanalistas como Mitchell y Greenberg formularan el importante papel transformador del encuentro analítico.
El arquetipo y lo inconsciente colectivo
Desde la psicología junguiana podemos hablar de imágenes y representaciones que pueden aparecer en nuestra psique sin que previamente hayan sido procesadas, y que son patrimonio de la humanidad ––inconsciente colectivo––. Lejos de hablar de herencia en este caso, pues contradice las leyes de la evolución, podemos hablar de que nacemos con esquemas (arquetipos) sobre los cuales se montan iconos imaginales en la medida que son activados.
Prueba de esto es la similitud de motivos mitológicos que encontramos en culturas muy diferentes. Algunos de estos son: el árbol y su relación con la vida y la muerte; el agua y los rituales de iniciación; el fuego y su vinculación con la purificación y abandono del pasado; la muerte y la resurrección; y un buen número más que podemos vincular tanto a personificaciones como a cosas u hechos. Estos motivos se reflejan en los sueños del hombre moderno, así como en muchas de sus acciones y actitudes, tanto individuales como colectivas, aunque éste no sea consciente de su significado.
Lo inconsciente colectivo y su matriz fundamental, el arquetipo, son una hipótesis científica perfectamente compatible con el enfoque teórico adoptado por biólogos que estudian el comportamiento animal en entornos naturales (Stevens, 1990). Las especies animales tienen un repertorio exclusivo de comportamientos adaptados al medio que son activados por una serie de señales que se relacionan con los denominados mecanismos de activación innatos que el animal hereda en su sistema nervioso central. Son como esquemas heredados que están preparados para activarse cuando se encuentran en el entorno estímulos apropiados. Lo cual es muy similar a la concepción junguiana de arquetipo.
La presencia de imágenes arquetípicas se podría activar de forma considerable en momentos de transición en la vida (los ritos de paso que aún encontramos en determinados cultos tribales) o ante acontecimientos vitales de cierta importancia, cumpliendo básicamente un papel creativo y compensador. Estas imágenes dirigen a la psique hacia el enriquecimiento, la integración y el sentido. Tal cosa se puede constatar ante situaciones que provocan un impacto emocional grande, como la enfermedad y la muerte, o que requieren de energía y concentración, como el hecho de empezar un proyecto creativo. En este sentido, podemos apreciar la perspectiva teleológica de la psicología junguiana. Jung denominó a este fin al que se dirige la psique proceso de individuación.
Los complejos
Para la psicología analítica un complejo es la representación de una situación psíquica determinada cargada de una fuerte intensidad emocional. La constelación de los complejos, aún en su inconsciencia, produce un importante impacto en el yo.
Estas unidades psíquicas se ven moduladas por la experiencia del sujeto, aunque luego adquieren una total autonomía. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en el complejo de culpabilidad, en cuya constitución podemos apreciar abundantes experiencias familiares que intensifican el complejo, pero cuya adquisición posterior de autonomía lleva a que su activación se dé ante situaciones que objetivamente debieran tener poco peso –aparece una hipersensibilidad en el sujeto a sentirse culpable–.
A diferencia del psicoanálisis clásico –que limita la importancia de los complejos a los que gravitan alrededor de su teoría de las pulsiones– la psicología analítica concibe la importancia de numerosos complejos, que pueden llegar a invadir y poseer la consciencia; complejo materno, complejo paterno, complejo de salvador, complejo de inválido, complejo de inferioridad, complejo de poder, complejo de castración, complejo de culpa… y un buen número más de complejos vinculados a diferentes facetas que configuran la vida humana.
Existiría una relación dialéctica entre los complejos (inconsciente personal) y los arquetipos (inconsciente colectivo) Desde el punto de vista junguiano todos los complejos tienen una base arquetípica, aunque sus características vienen determinadas por la historia personal del sujeto.
Consecuencias para la psicoterapia
La perspectiva teleológica que Jung asigna a la actividad psíquica tiene sus consecuencias directas a la hora de plantearnos el proceso terapéutico. El porqué del síntoma, pregunta concebida desde la óptica freudiana, se convierte en el para qué de la perspectiva junguiana, por la que en esta última se resalta el papel constructivo del síntoma (G. Adler, 1980). El psicólogo analítico, con sus interpretaciones busca que el sujeto escuche las compensaciones que su inconsciente le va proporcionando y para ello las imágenes oníricas se convierten en un lugar privilegiado de significación, con lo que se va percibiendo el sentido de los síntomas. A diferencia de la perspectiva freudiana, en la que los sueños representan la satisfacción de ciertos deseos de forma encubierta, para Jung las imágenes oníricas nos orientan en cómo debemos modificar nuestra actitud consciente para integrar nuestra realidad psíquica. El papel compensador y orientador de lo inconsciente se manifiesta como una intención de la psique, con un objetivo: la autorregulación. La perspectiva junguiana nos habla de una psique objetiva.
En el camino de la individuación los motivos arquetípicos aparecen con mucha frecuencia, sin que por ello se pueda subestimar el papel del inconsciente personal y su manifestación en forma de complejos. Estos últimos se configuran en patrones psíquicos, muy influidos por la historia personal del sujeto, sin que por ello sean negativos, salvo que su influencia condicione de forma abrumadora la consciencia.
El psicólogo analítico ha de escuchar y ayudar al paciente, mediante la interpretación, a que el analizado tome consciencia de sus complejos y del riesgo de que su yo sea invadido por ellos. Tan importante puede ser analizar el complejo de culpabilidad, como producto de la fijación a unos ideales yoicos desmedidos, como las múltiples manifestaciones del complejo de poder, tan estimulado en nuestra cultura actual –aunque, a veces pueda ser una compensación del complejo de inferioridad (psicología individual) o una manifestación reactiva ante la castración (psicoanálisis) – y, por supuesto, las manifestaciones de ambos complejos en la realidad transferencial del espacio terapéutico requerirán de la intervención analítica (Castillo, 2010).
La integración en psicoterapia desde mi perspectiva clínica
La presencia de contradicciones en un ámbito científico sólo demuestra que el objeto de esa ciencia tiene propiedades que de momento sólo se pueden captar con antinomias, como por ejemplo la naturaleza ondulatoria o corpuscular de la luz (…) Cuanto más nos adentramos en la esencia de lo psíquico tanto más nos convencemos de que la complejidad y la diversidad de los seres humanos hace necesarios puntos de vista y métodos muy diferentes para responder a la multiplicidad de disposiciones psíquicas (C. G. Jung, “Consideraciones de principio acerca de la psicoterapia práctica”).
El planteamiento teleológico de la psicoterapia junguiana lejos de excluir lo causal lo integra, por lo que podemos considerar los planteamientos de la psicología analítica como inclusivos (Jung, 1929).
El punto de vista sintético que desarrolla Jung en su conceptualización de la psicoterapia incluye cuatro puntos: confesión, por la que el analizado realiza una cierta catarsis de sus afectos y emociones –concordante con los primeros momentos del psicoanálisis y las psicoterapias experienciales–; esclarecimiento, por la que el analista interpreta el material reprimido del sujeto y como se plasma en la realidad transferencial, con lo cual éste enriquece su consciencia con nuevos significados relacionados con su deseo –sintonizando con la práctica freudiana–; educación, por la que el sujeto puede aprender de su experiencia y realizar una buena adaptación social, siendo capaz de corregir los impulsos de poder por la influencia terapéutica, –como plantea la psicología individual adleriana–; y transformación, como elemento originariamente junguiano que vincula la praxis terapéutica a una experiencia de sentido.
Mi experiencia clínica partió del psicoanálisis, pasó por las terapias psicocorporales, volvió al psicoanálisis y ha evolucionando hacia la psicología analítica. Partiendo de un cierto caos se ha ido convirtiendo en una práctica profundamente integrativa.
Mi visión de lo integrativo nada tiene que ver con las mezclas sin orden ni concierto que realizan pretendidos modelos integrales –muy común en ciertas orientaciones que se definen como humanistas–, ni con formulaciones que se presentan como una síntesis pero que en el fondo lo que hacen es un puro cambio de forma –esto es muy común en cierta practica analítica que interpreta con una terminología junguiana pero con una referencia profundamente kleiniana.
Como psicólogo analítico considero que la gran aportación que realiza Jung al campo de la psicoterapia es su modelo de trabajo con los sueños y la imaginación activa. En esta práctica clínica se intenta dotar de sentido a lo que ese gran arquitecto del mundo onírico, el Sí mismo, manifiesta a través de unas imágenes que se constituyen como principio orientador, integrador y regulador. Desde esta óptica, la considerada corriente clásica de la psicología analítica (Samuels 1977) sería, a mi entender, la que ha mantenido y enriquecido las nuevas aportaciones de Jung al campo de la psicoterapia – algunos de sus representantes son G. Adler, M. L. von Franz, B. Hannah, J. Jacobi, A. Jaffe, José Zabala y Theodor Abt.
La perspectiva integrativa que planteo a partir de la psicología analítica (Castillo 2010), está muy influenciada por la noción de vertix que plantea W. Bion.
Considero que la realidad psíquica tiene diferentes ángulos y estos se corresponden con intervenciones clínicas que afectan a dimensiones heterogéneas.
Distingo cinco dimensiones: dimensión topográfica, consiste en hacer consciente lo inconsciente –en esta incluimos la teoría pulsional freudiana, las aportaciones kleinianas acerca de las relaciones parciales de objeto y la teoría de los complejos junguiana, integrando en esta última algunos de los aspectos de la psicología individual adleriana–; dimensión psicodinámica, analizando las defensas y formaciones reactivas que aparecen en el yo, al mismo tiempo que se resalta la necesidad de establecer nuevos acuerdos entre las diferentes instancias psíquicas (ello, yo y superyó) –encontramos este planteamiento en los primeros trabajos psicoanalíticos que describen ciertas partes inconscientesdel yo, como se da en la obra de A. Freud, W. Reich y H. Hartmann–; dimensión abreactiva, relacionada con la descarga de afectos y emociones – como podemos encontrar en ciertos trabajos psicocorporales de inspiración reichiana, fundamentalmente en grupo–; dimensión relacional, fundamentada en la importancia de una colaboración analítica que permite ir construyendo ciertos significados que liberan al sujeto de pautas interaccionales a los que están fijados y les permiten la vivencia de una experiencia emocional correctiva –esta dimensión empieza a desarrollarse con la práctica analítica de S. Ferenczi, el psicoanálisis interaccional de H. S. Sullivan, el de las relaciones objetales de W. R. Fairbairn y D. W. Winnicott, el psicoanálisis del Self de H. Kohut y ha continuado con los trabajos psicoanalíticos relacionales de R. Stolorow, S. Mitchell y J. Coderch, entre otros– ; y dimensión arquetípica, esta última se relaciona con la capacidad de dotar de sentido a nuestra experiencia vital, a través del trabajo de amplificación de las imágenes oníricas, permitiendo preguntarnos qué tipo de mito estamos viviendo y cómo nos puede orientar el Sí mismo en nuestro proceso de individuación –dimensión desarrollada fundamentalmente por Jung y enriquecida por algunos de sus discípulos como M. L. von Franz.
Dependiendo de las necesidades de nuestros pacientes vamos a primar una dimensión u otra, sabiendo de la complejidad del proceso y no olvidando que no podemos compartimentar de forma rígida la psique humana. El modelo integrativo se configura en un elemento puramente orientativo, pero eso no excluye que aunque nos denominemos psicólogos analíticos primemos, en ciertos casos, dimensiones distintas de la arquetípica, como puede ocurrir cuando en psicoterapia trabajamos con una estructura psicótica y primamos la dimensión relacional.
La convergencia de las psicoterapias psicoanalíticas
Voy a finalizar esta ponencia, en unas jornadas en las que nos vamos a encontrar con discursos muy heterogéneos resaltando ciertos puntos de convergencia que siempre hemos mantenido, y otros a los que creo estamos llegando, un buen número de psicoterapeutas de orientación analítica. Si bien, muchos de nosotros hemos partido del tronco común del psicoanálisis, hemos ido derivando hacia planteamientos distintos y después de un buen número de años de profesión parece que nos volvemos a encontrar. Algunos de estos planteamientos iníciales que nunca han dejado nuestra práctica clínica son (Castillo 2010):
• La existencia de lo inconsciente como elemento fundamental de la vida psíquica del ser humano.
• Lo inconsciente puede ser la causa de un buen número de síntomas, que se reflejan tanto en el plano emocional como somático.• La clínica de la psicoterapia profunda se basa en que el analizado enriquezca su consciencia con el material que proviene de lo inconsciente.
• Para poder iniciar el proceso es necesario establecer una relación de colaboración analizado-analista –la denominada alianza terapéutica– que permita fijar las reglas que van a regir la interrelación terapéutica.
• En el proceso de toma de consciencia es central el material que proviene de la fantasía y del análisis de los sueños.
• El instrumento fundamental que se utiliza en el marco analítico es la palabra –aunque de forma complementaría, como puede ocurrir en ciertos modelos de análisis grupal, se puedan emplear otras herramientas como el psicodrama y la expresión corporal–.
• La intervención mediante la palabra puede tener diferentes formatos: aclaración, pregunta, confrontación, e interpretación –considerándose esta última como la fundamental, pues mediante ella se da el paso decisivo de hacer consciente lo inconsciente–.
• Es primordial el análisis de la relación analizado-analista, pues este último puede ser investido mediante la proyección de emociones, sentimientos y partes del sí mismo de su analizado. Este fenómeno fue denominado transferencia. El interpretar la transferencia permite que nuestro paciente se acerque a sus procesos inconscientes.
• La consciencia por parte del analista de los sentimientos que le surgen durante el análisis –contratransferencia– se torna en básico para el buen desarrollo del proceso psicoterapéutico. Fundamentalmente podemos ver esta importancia en dos aspectos: como forma de prevenir las posibles proyecciones del analista que pueden modular y manipular el material del analizado; o bien como forma de empatizar con los procesos psíquicos inconscientes que se movilizan en nuestro interlocutor dentro de la experiencia analítica.
• También se torna en imprescindible el conocimiento de los denominados mecanismos de defensa por los que el yo del sujeto se protege del material inconsciente. Los más importantes son: la represión, la racionalización, la negación, la proyección, la introyección, la formación reactiva y la identificación proyectiva.
Y parece que es estos momentos nos volvemos a encontrar con planteamientos como:
• Un interés en las filosofías post-modernas y en las posiciones hermenéuticas. • El plantear como fundamental en nuestra metapsicología un modelo relacional.
• La valoración de forma muy considerable de los vínculos de apoyo y sostén que se desarrollan en ciertos procesos analíticos.
• La importancia que damos a las posiciones psicoanalíticas más bidimensionales –relación del bebe con su madre– o a la posibilidad de interpretar complejos, como el de Edipo, desde ángulos distintos –Edipo abandonado por sus padres.
• La transferencia como forma de organización del espacio analítico –más ligado a perspectivas relacionales, interaccionistas o intersubjetivas, entre las cuales también podemos descubrir patrones arquetípicos.
• El reconocimiento de un inconsciente no reprimido.
• La vital importancia que se le concede a la creatividad.
• La relevancia del concepto “edición” en la relación analítica –que difiere de la clásica reedición transferencial, pues se posibilita que el analizado registre una experiencia emocional nueva y su posterior integración en el sí mismo.
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