La Función Trascendente en Hermes

SYLVIA BAPTISTA

Sylvia Mello Silva Baptista es Psicóloga y Analista Junguiana. Miembro de la Sociedad Brasilera de Psicología Analítica (SBPA) y de la International Association for Analytical Psychology (IAAP). Especialización y Maestría en Psicologia Clínica de la Pontifícia Universidad Católica de São Paulo. Atención clínica en consultorio particular. Profesora en cursos ofrecidos por la Sociedad Brasilera de Psicología Analítica –SBPA, e en grupos de estudios. Ha publicado artículos en temas de mitos y de mujer y família.

Traducido del español por Juan Carlos Alonso

Hermes

Genealogía e Historia de Hermes

Existen varias descripciones del mito de nacimiento de Hermes y su papel dentro del cuadro mitológico griego. La que vamos a seguir se origina en datos provenientes de Bolen (2002), de López-Pedraza (1999), Kerényi (2000), Brandão (2002), Graves (1995) y Alvarenga (2003-2005, comunicación personal). Invitamos el lector a ampliarla y enriquecerla en los originales mencionados, toda vez que se dará aquí prioridad a la lectura simbólica del mito.

Hermes es hijo de Zeus y Maya. Maya es hija de Atlas, el Titán que carga los cielos en los hombros. Es una de las Pléyades, la constelación de las estrellas hermanas en el cielo nocturno. A ellas son atribuidas las instituciones de los coros de danza y de las fiestas nocturnas. La danza y la música están, por lo tanto, presentes en Hermes por su raíz materna.

Nació un día cuatro (número a él consagrado), en una caverna en el monte Cilene, al sur de Arcadia. A pesar de haber sido envuelto en paños y colocado en el vano de un sauce – árbol sagrado, símbolo de la fecundidad y de la inmortalidad – se soltó inmediatamente las ataduras, demostrando su poder de atar y desatar, conectar y desconectar. Siempre en movimiento, desde el instante en que nació, Hermes vino a la luz por la mañana, inventó y tocó la lira en la tarde, viajó hasta la Tesalia donde robó parte del rebaño de Admeto, guardado por su hermano Apolo al atardecer, y en la noche estaba de vuelta en su cuna, fingiéndose inocente. Su astucia ya se revela cuando amarra ramos de hojas en la cola de los animales para que, mientras anduvieran, fueran borrando los propios rastros. En otra versión, Hermes encontró las vacas de Apolo paciendo, apartó cincuenta animales e hizo que ellas anduvieran de espaldas; con eso, las marcas de sus cascos traseros aparecían al frente y las de los delanteros, atrás. Para sí mismo elaboró plantillas con hojas y ramas, y con lo que escondió sus propias huellas.

En una cueva de Pilos sacrificó dos novillas a los dioses, dividiéndolas en doce porciones y ofreció una a cada divinidad. Sin embargo, en esa época, había solamente once dioses, por lo que él mismo se autodenominó el décimo segundo dios olímpico. Hermes fue el primero a hacer arder un fuego.

Después de esconder el rebaño, regresó a Cilene. Habiendo encontrado una tortuga a la entrada de la caverna, la mató, arrancándole el caparazón y, con las tripas de las novillas sacrificadas, fabricó la primera lira. La primera de todas las canciones, entonada por Hermes, hacía referencia a Zeus y Maya, y a la saga de su concepción.

Hecho eso, volvió a su cuna y sus pañales.

Maya, intuyendo el proceder del hijo, lo reprende, con temor de la ira de Apolo y de un castigo de Zeus. Intenta convencer al infante de devolver el ganado del hermano y aceptar las circunstancias de permanecer allí en la caverna, en la condición de insignificante mortal. “Vuelve al lugar de donde viniste! Tu padre te generó para ser un triste vejamen de dioses y hombres”. (Kerényi, 2000, p.132) Pero Hermes no está de acuerdo con la madre. Quiere volverse un dios inmortal y recibir la misma reverencia sagrada prestada a Apolo.

Apolo, el dios mántico por excelencia, descubrió el paradero del ladrón y lo acusó formalmente. Maya negó que pudiera el niño, nacido hacía pocos días y completamente fajado, haber practicado semejante robo. Vendo el cuero de los animales sacrificados, Apolo no tuvo dudas y apeló a Zeus.

Según Kerényi (2000, p.134), al encontrarse a Hermes, Apolo inicialmente se encontraba enfurecido, por la desaparición de su rebaño y quería una confesión de su medio-hermano, así como localizar el rebaño. Hermes, intuyendo la intención del hermano de arrastrarlo a la fuerza, lo distrae con un recuerdo y estornuda, lo que hace que Apolo lo deje caer al suelo. Enseguida Apolo se sienta en el piso al lado de Hermes, lo reprende, y en un tono relajado lo invita a ser su guía. El clima en este momento es de broma, posponiendo el encuentro de los dos con Zeus.

El regente de Olimpo interrogó hábilmente el hijo, que persistió en la negativa. Al oír la historia contada por Apolo y la negación de Hermes, Zeus explota en carcajadas y ordena a los dos que se reconcilien. Hermes fue intimidado por el padre a no faltar más a la verdad, pues, finalmente, reivindicaba el estatus de un dios! Hermes estuvo de acuerdo, con la condición de no estar obligado a decir completamente la verdad. (Brandão, 2002, v.2, p.192).

Los dos hermanos se dirigen al río Alfeu, donde se encontraba el ganado robado. Apolo se sorprende con la fuerza de Hermes, capaz de llevar a cabo el sacrificio de dos reses. Se espanta y se rinde ante la habilidad del hermano en atar y desatar. En ese momento, Hermes toca su lira. Apolo, completamente encantado, reconoce el poder del dios mensajero para provocar la alegría, el amor y el dulce sueño. Hermes le regala la tortuga hablante y, en cambio, recibe las cincuenta cabezas de ganado, así como el cayado de pastor y el estatus y la gloria de pastorear. Al prometer al hermano que no le hurtaría ni la lira ni el arco, Apolo también le ofrece un cayado de oro, que confiere riqueza y dominio sobre los animales. Zeus ya le había concedido el derecho de instituir actos de negociación entre los hombres, haciendo de su hijo una criatura protectora de las actividades comerciales, con autoridad para intermediar los tratos. El sombrero y las sandalias aladas son regalos para la protección y rapidez, calidades necesarias para su función de viajante y mensajero.

Hermes deseó el gran poder vidente de Apolo, único entre los dioses inmortales de tener conocimiento de las decisiones de Zeus. El hermano, cuyo juramento le impedía conceder tal gracia, orientó a Hermes a buscar las tres vírgenes aladas, tres hermanas sagradas habitantes del Parnaso, para algunas lecciones de adivinación. Hermes va hasta Trias, se introduce en el arte adivinatorio, y aprende a jugar con las piedras, perfeccionando su capacidad de ver el futuro. Se le atribuye también a él la invención del dado de seis caras, el astrágalo –pequeños huesos o dados, usados en la práctica del astragalismo y de la astragalomancia-, de las letras del alfabeto, y de “la flauta de Pan” o flauta de pastor, hecha con cañas. Según Graves (1990), Hermes habría recibido de Zeus el oficio de Mensajero de los Dioses, y también el caduceo, -en griego, bastón del emisario- un bastón con alas en la parte superior y en cuyo eje se enrollaban dos serpientes (un macho y una hembra; o una blanca y una negra).

Serían pues, estas, algunas de las características de Hermes que pueden ser relacionadas a partir de su mito: Pila de piedras, guía, señor de los caminos, protector de las fronteras, protector de los viajeros, siervo diligente, ratero, travieso, mensajero de los dioses, vinculador, aquel que conecta, ladrón, bizarro, comerciante, aquel que interactúa con el desconocido, aquel que compensa, que equilibra, desprovisto de imposiciones, capaz de lidiar con los celos, el único mensajero del Hades, aquel que no se incomoda con lo que es verdadero o falso, generoso, amistoso, dispensador de bienes, compañero del hombre, dios de lo inesperado, de la suerte, de las coincidencias, de la sincronicidad, el alquimista, aquel que fluye, dios del movimiento, de los nuevos comienzos y de la confusión que precede los nuevos inicios, dios de la agilidad mental, de la habilidad con las palabras, dios del habla, comunicador, guía de las almas hasta el mundo de los infiernos, protector de los atletas, de los negociantes, de los pastores, inventor, confiado en sí mismo, dios de la treta, de la astucia y de la farsa, trickster, juguetón, amigo compañero, sabio.

La Función Trascendente

Una vez hecha la presentación de Hermes, intercalaremos en su mito aspectos que nos hablan de su semejanza con la función trascendente, tal como descrita por Jung. Según éste, se trata, ante todo, de una función. Así, debemos tener en mente su aspecto de actualización de atributos o calidades en la vida práctica. Jung observó en su clínica, la existencia de polaridades y de opuestos en sus más diversas expresiones. La concepción junguiana de psique incluye la noción del funcionamiento compensatorio entre las instancias Consciente-Inconsciente. Estamos todo el tiempo creando conciencia a partir del inconsciente, luz y sombra, de la misma forma en que nuestro dios transita de lo más profundo del Hades hasta el Olimpo. De la misma forma, el movimiento inverso también acontece. Hermes está presente en la visión dinámica de la psique, una vez que él se traduce por movimiento.

Jung definió como función trascendente el resultado de un enfrentamiento altamente energético, aunque tenso, entre ego e inconsciente, en donde ambos reciben el mismo valor. Tanto ego, el conductor del proceso, como el inconsciente, deben ser evaluados como igualmente importantes. De este encuentro de opuestos surge un tercer elemento no dado (tertium non datur), que es la función trascendente, y que no es sólo la unión de los opuestos, sino una tercera situación o contenido, diferente de los dos que lo originaron. Por lo tanto, el término función trascendente, acuñado por Jung (1982, p.95), se refiere al cambio de actitud obtenido a través del enfrentamiento del ego con el inconsciente, de la asimilación de las funciones inferiores e inconscientes a la conciencia, basada en la singular capacidad de transformación del alma humana. Hermes representa la estructura que conecta lo inconsciente con lo consciente, trayendo de ese contacto algo nuevo, que da luz, y una tercera alternativa a una situación polarizada.

Mirando los hechos de Hermes, así como sus bodas e hijos, es posible reflexionar sobre lo que este dios, como representante de un arquetipo y portador de una sabiduría de la psique colectiva, nos puede revelar. ¿Qué caminos de humanización nos propone? Podemos ver que forman parte de su identidad: la posibilidad de unir, de transitar, de moverse en todos los ámbitos. Psicológicamente, esta sería una característica de la llamada función trascendente, o sea, la posibilidad de la psique de establecer conexiones entre contenidos del consciente con el inconsciente. Como consecuencia, nuevos contenidos, originados en esta interacción, pueden ser integrados a la conciencia y promover su transformación.

Tal vez la insignia más representativa de su función sea el caduceo. Veamos por qué. El caduceo es un bastón alado y dorado, enroscado de arriba a abajo por dos serpientes, simbolizando el poder de las fuerzas del universo que se oponen y se equilibran. Su poseedor es capaz de conducir hacia la luz o hacia las tinieblas, comunicar Cielo y Tierra. El caduceo es un demarcador poderoso. También entendido como axis mundi, o eje del mundo, es indicador de la presencia de Zeus, de quien Hermes es portavoz, regente olímpico profundamente respetado por lo que simboliza. Donde Hermes camina con su caduceo, Zeus, de alguna forma también está presente. Es el marco del dios mensajero, con entrada en todos los planos. También establece una distancia entre el dios y el oscuro enjambre de almas. El hecho de ser dorado, da luz al ambiente de tinieblas.

Ser portador del caduceo, simbólicamente indicaría la posibilidad de conducirse teniendo en cuenta las polaridades, y su relación con el eje Ego-Self. Daría al individuo la aptitud de percibir en sí mismo sus contradicciones, así como las del medio que lo circunda, y conjugarlas de forma armónica en un sentido organizador de su camino.

El caduceo, el sombrero y las sandalias son elementos que dan a Hermes condiciones de ejercer su función de mensajero y vinculador de una forma aún más eficiente. El sombrero y las sandalias son elementos de protección. El sombrero en un polo, protege de la lluvia, y las sandalias en el polo opuesto, protege del suelo. Además de eso, las alas dan a las sandalias la velocidad del viento, como lo hace el pensamiento. Esta es, ciertamente, la primera función auxiliar en la tipología de Hermes. Su función principal sería la Intuición Extrovertida.

Podemos, así, considerar que el sombrero y las sandalias dan contorno a los pensamientos y en lo básico, a las polaridades espirituales y ctónicas, indicando una vez más como característica de esa deidad, la intimidad con esos extremos.

Siendo expresión de la función trascendente, Hermes es también la traducción de la capacidad psíquica para la comprensión simbólica. Esto nos aproxima a aquello que conocemos como “insight”, o sea, traer a la luz algo oscuro y, por lo tanto, desconocido, inconsciente. El “insight” hermético une la dimensión del conocer con la del sentir, una vez que el dios vinculador trae a Logos conjugado con Eros.

Podríamos observar a Hermes, metafóricamente, funcionando de las siguientes formas en nuestra psique:

• como un insight – una percepción repentina y global de algo que antes nos parecía incomprensible, por lo inconsciente – con Eros incluido, haciendo la asociación Logos-Eros, el conocimiento vinculado;
• como religare, o la función religiosa que une la dimensión de lo humano a lo sagrado, pontificando el lado titánico del hombre y su lado divino;
• como conciliador de paradojas, llamando atención hacia el carácter doble del individuo;
• dentro de un eje perceptivo no juzgador, manteniéndose en un territorio libre de albedríos contaminados por valores, fiel a la objetividad de la psique;
• como aquel que instrumenta al héroe y lo capacita a luchar contra los dragones que siempre tiene a enfrentar;
• como trickster, que asume diferentes formas, y hace uso de creatividad y astucia, de alegría y levedad en las conexiones que hace.

Hermes, el Caduceo y el Análisis

En varios momentos de su obra, Jung nos señala la necesidad del analista de funcionar muchas veces junto al paciente como la función trascendente, auxiliándolo en la construcción del puente entre consciente e inconsciente, así como en la integración de los contenidos resultantes de ese encuentro. Este es un detalle bastante importante, ya que no basta traer a la luz contenidos antes inconscientes, reprimidos o no, potenciales u olvidados. Cuando se habla de función trascendente, se habla de transformación, y por eso es que Hermes es también invocado. Simbólicamente, este dios es aquel que nos ayuda a que nos hagamos nosotros mismos. Él es expresión del propio proceso de individuación, el que nos susurra en el oído que debemos ir adelante, flexibilizar estructuras endurecidas, juguetear con imaginaciones que nos paralizaron, osar transgredir reglas sin sentido.

Hermes instrumenta al héroe para que él cumpla su tarea. No se trata de hacer la tarea por él. Este es quien debe realizarla; pero Hermes viene en su auxilio y hace posible la acción del héroe. Potencia lo que ya está allí, y como señor de los caminos, encamina, lo ayuda a retomar su rumbo y a creer en su coraje para osar e, intrépidamente, enfrentar lo que sea necesario. Él mismo se ve teniendo que cumplir tareas desagradables como emisario que enfrenta el miedo a confrontarse con hechiceras, o cuando tiene palabras difíciles que revelar. El paralelo de esta forma de actuación con la función del analista es directo. Nosotros estamos todo tiempo despertando el héroe en nuestros pacientes, acompañándolos en sus viajes por el camino del descubrimiento de sí mismos.

El mito de Hermes habla, de entre tantas cosas, de su creatividad al inventar la lira, cuando aún es bebé, a partir de una tortuga con la cual tropezó a la salida de la caverna en que nació. Si focalizamos ese pequeño fragmento de su historia, podemos ver lo que el mito nos revela acerca de eso que es un modelo arquetípico de humanización. En vez de maldecir la suerte de su tropiezo, abre la puerta de la curiosidad en sí y explora lo que aquella situación tiene para ofrecerle. Asocia el casco del animal con las tripas de los bueyes sacrificados, y construye una lira. Hace, por lo tanto, de dos objetos, un tercero distinguido, tal cual lo que simboliza la función trascendente. Ese instrumento será capaz de tocar el corazón de los hombres y de los dioses, y tendrá un papel fundamental en el encuentro con su hermano Apolo. Su prontitud para crear nos indica que ese dios es capaz de enseñarnos a transformar adversidades en oportunidades. Él sería la más cristalina representación de aquello que hoy llamamos “resiliencia” en psicología, término prestado de las Ciencias Exactas, acerca de las resistencias de los materiales. (Sauaia y Araújo, 2004).

A la escena descrita sigue la llegada de Apolo y su encantamiento con la melodía oída, él, dios de la música que era. En un momento, los dos ya hacían sus cambios, Hermes ofreciendo la lira en lugar del ganado robado, y reivindicando al hermano los secretos de la mántica. La capacidad de Hermes de atar y desatar, de desapegarse de aquello que acabó de crear para, enseguida crear nuevamente, nos apunta hacia la fuente creativa que tenemos en nosotros. En el análisis, Hermes en nosotros nos conecta con ese manantial generador de lo nuevo. Él es símbolo del desarraigo que debimos tener con nuestras “brillantes creaciones” interpretativas; por ejemplo, para colocarnos humildemente a servicio del movimiento creativo que continúa allí, aunque silencioso.

A partir del encuentro fraterno entre Apolo y Hermes, donde se produce el descenso de Apolo al plano del suelo y la apertura al juguetear de ahí en adelante, los cambios pueden darse, y esos dioses tan diferentes en su forma de aprehensión del mundo, nos enseñan el arte del diálogo, del aprendizaje con lo diferente, de la incorporación de aquello que nos falta a través de la relación y del otro. Es una profunda lección de alteridad. Hermes es el elemento promotor de ese movimiento, al actualizar, entre otras cosas, su capacidad de pontificar opuestos.

Si reflejáramos simbólicamente la figura de Hermes en nuestro mundo globalizado actual, podemos identificar ese dios con la intención de que las naciones se aproximen y que intercambien entre sí, al mismo tiempo que se evidencia la necesidad de la flexibilidad y fluidez urgente que brota de ese enfrentamiento. Nunca la civilización necesitó tanto de Hermes como en este momento por lo cual pasamos. Las diferencias ganan colores fuertes cuando el movimiento es de universalización. Lidiar con esa paradoja es un desafío más que actual. Hermes, como la divinidad conductora de los caminos, está siempre en contacto con lo colectivo y con lo personal. En su mito vemos como él trabaja en el sentido de auxiliar a las otras divinidades, héroes, musas y humanos a que retomen el rumbo que los lleva a sí mismos. En ese movimiento en dirección a la individuación, él acaba por proporcionar también un beneficio al colectivo, lo cual transforma paralelamente al individuo.

Por lo tanto, el mito de Hermes puede ser leído como repleto de intrincados símbolos, dándonos la oportunidad, si supiéramos leer con cuidado y humildad, de abrir ventanas para trascender las oposiciones y vislumbrar nuevas posibilidades para una infinidad de cuestiones humanas. A él debemos reverenciar en nuestro incansable camino en búsqueda de nosotros mismos.

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