Los dioses despiertos

Fernando Luís Gómez


Dios Hermes

Fernando L. Gómez, Médico Psicoanalista, Especialista en Estudios Pedagógicos, Barranquilla, Colombia, e-amil:drfernandoluisgomez@yahoo.es

Queridos amigos, si en todas partes del mundo se cree en los dioses, ¿qué queréis que os diga? Los dioses tendrán que existir de alguna forma, ¿ o no? En todo caso, lo importante es no imaginarlos como se los imagina el vulgo.

Epicuro

A los ojos de los antiguos, cuantos más dioses se reconocen, mejor se sirve a la Divinidad, de la que no son más que aspectos, rostros.
E.M. Cioran

“Todo está lleno de dioses”, decía tales en los albores de la filosofía; hoy, en su crepúsculo, podemos proclamar, y no únicamente por necesidad de simetría sino respondiendo a la evidencia, que “todo está vacío de dioses”
E. M. Cioran

¿Qué o quiénes son los dioses? Durante siglos y en todas las culturas, la humanidad ha creído en la existencia de seres divinos o sobrenaturales poderosos que determinan o dirigen el destino del mundo. Desde las religiones primitivas de los aborígenes y las religiones de la antigüedad clásica, pasando por las grandes religiones monoteístas y politeistas, hasta las religiones ateístas y naturalistas, el hombre ha tenido presente la dimensión de lo misterioso y lo sagrado, lo completamente diferente a la vida ordinaria y profana y, con el fin de intentar acercarse a esa realidad trascendente, ha a dado origen a mitos, religiones, rituales, libros sagrados y símbolos que le den un sentido a la vida y a la muerte.

Si bien es cierto que, tal como dice el Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, no es menos cierto que el hombre ha creado dioses a su imagen y semejanza, seres imaginarios a los que la humanidad ha adorado, pedido, rezado y temido. Un antiguo filósofo griego afirmo, a propósito, que si los caballos tuvieran dioses se los imaginarían como caballos.

Sin embargo y gracias a los trabajos de numerosos estudiosos e investigadores en los campos de la antropología, la arqueología, la etnología, la filosofía, la hermenéutica, la historia de las religiones, la mitología, la psicología, el simbolismo y la teología, la humanidad está llegando a un consenso: los dioses somos nosotros.

Además, la teología feminista actual habla de Diosa o de Dios Padre y Madre, resucitando el olvidado o reprimido aspecto femenino y maternal de Dios.

Los dioses son arquetipos, cualidades y fuerzas humanas y naturales, imágenes primordiales, patrones ancestrales de conducta que el hombre contiene en sí y que, cuando son inconscientes, son proyectadas en el mundo exterior en forma de imágenes y seres que vienen a encarnar las energías naturales. De este modo, el hombre ha deificado, por ejemplo, al amor, la belleza, la bondad, el cielo, conocimiento, la luz, el poder, la riqueza la sabiduría y la sexualidad, a los que ha dado forma y nombre de seres míticos a quienes, después, tiene que adorar, pedir y rezar.

Por otra parte, ¿qué quiero decir cuando hablo de los dioses despiertos? Con ello no me refiero al despertar neurofisiológico en el que pasamos de dormidos a despiertos, sino al despertar en el sentido búdico (de la raiz sánscrita budh, despertar), o sea a la persona que ha despertado del melodrama de la vida mundana común y corriente, y ha logrado la realización de todas las potencialidades del cerebro y de la mente humanas para desarrollar todo lo mejor de lo que es capaz el hombre.

Durante 25 siglos, la enseñanza de Sidarta Gautama, el Buda, ha insistido en que todos los seres humanos tienen una naturaleza búdica (es decir, compasiva, meditativa, moral y sabia) innata, por el simple hecho de haber nacido humanos. El asunto es despertarla, darse cuenta, hacerla consciente. Eso es todo. Aunque el budismo sigue siendo visto como una religión oriental, o como una moda orientalizante, o como una escuela de esoterismo y misticismo,o como una escuela filosófica pesimista, el estudio y la práctica de la enseñanza budista no tienen nada que ver con el esoterismo, ni el misticismo, ni la nueva era, ni es una moda orientalizante, ni tiene nada de pesimista.

Es cierto que la experiencia de la consciencia totalmente despierta ocurrió en el norte de la India en el siglo VI a.de C, cuando Sidarta Gautama se transformó en el Buda pero, una vez que se sale de la ignorancia y se le estudia un poco, es una experiencia humana completamente fisiológica y psicológica al alcance de cualquier ser humano. En el entrenamiento budista, el practicante trabaja con el cuerpo, la respiración y la mente que todos tenemos, ahora y aquí.

Es más, recientes investigaciones científicas de médicos y psicólogos han demostrado que la iluminación búdica depende neurofisiológicamente de la desactivación de ciertas regiones del cerebro relacionadas con la angustia, el apego, el miedo, la tensión, y el temor, y de la activación de otras zonas cerebrales que tienen que ver con el equilibrio y la serenidad. Es, en pocas palabras, un estado natural del cerebro (materia) y la mente (energía). Los dioses despiertos somos nosotros. Esto es el aspecto inmanente de lo divino en el hombre.

Pero en cuanto al aspecto trascendente o absoluto, nada ni nadie puede ser Dios, el creador del universo, si es que hubo una creación, o sea lo que había antes del Big Bang hace más o menos 12.000.000.000 de años, el mysterium tremendum, tema de estudio de la cosmología y la teología actuales, una inteligencia suprema que, a mi juicio, ninguna religión ni ningún libro sagrado pueden contener en exclusividad.

Si este artículo comenzó con un epígrafe de Epicuro, concluye con un epílogo de Epicuro:

“Si Dios es perfecto, Él está siempre en paz y no puede enojarse o molestarse con nadie o por nada, porque el disgusto sólo es propio de un ser imperfecto. De igual manera, si Dios es perfecto, Él no necesita ni desea nada de nadie, ya que si Él necesitase o desease algo, no sería Dios sino un ser infeliz e imperfecto”.

REFERENCIAS

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