Gonzalo Himiob
Gonzalo Himiob es Médico Psiquiatra, psicoterapeuta, y analista junguiano de la Asociación Venezolana de Psicología Analítica –AVPA-. Es además director y docente del Centro de Estudios Jungianos y de la Escuela Venezolana de Psicología Profunda,y Analista Didacta de la International Association for Analytical Psychology, IAAP. El presente documento corresponde a la charla ofrecida por el autor en su paso por Bogotá el día 10 de septiembre de 2008.
En un trabajo anterior denominado «Alquimia y Psicoterapia» afirmé que la peor forma de la maldad es la carencia de imaginación. En otro posterior especulé sobre la importancia del espacio imaginal para el desarrollo adecuado de la psique. En éste trataré de conjugar ambos conceptos para trabajar una posible solución a los problemas que agobian a los venezolanos en particular y a la humanidad en general. Estos se han ocasionado en un mundo y una manera de vivir sin precedentes.
Por edad he sido testigo de la evolución y vuelco ocurridos en el siglo XX y los albores del XXI, los he contemplado desde una posición privilegiada; soy observador, asombrado e impotente, de un proceso evolutivo y cultural absolutamente novedoso. Mis hijos y nietos viven un mundo distinto al de mis padres. Para ellos la cibernética es más cierta que la vida. La fe absoluta en las computadoras y el Internet los enfrentan a nuevas formas de vivir y de sufrir. Emergen hoy nuevas patologías, nuevas relaciones. Surge la emoción ante la capacidad de la computadora y no vemos el paisaje circundante. Hablamos más y nos relacionamos menos. Conocidos y extraños nos remiten hermosos paisajes de lugares remotos y no sentimos el mar que nos arrulla. La vida se ha transformado, y no sé si es para bien o es para mal.
Ante tanto cambio y frente a un mundo desbordante algunos de los amigos de antes se transformaron en adolescentes trasnochados, otros se murieron real o metafóricamente al refugiarse en un pasado inexistente; sólo algunos creemos habernos adaptado a esa realidad que nos rebasa, nos asombra y nos invita. ¿Cómo acceder?, ¿Cómo no morir?, ¿Cómo participar? ¿Cuál es la función del mayor en un mundo donde la experiencia no parece tener cabida? ¿Cómo ejercer la psiquiatría, la psicoterapia y el análisis cuando sus padres: Freud, Peris, Jung, Lacán, Lowen, Moreno, etc., parecen pertenecer a un pasado tan distante? Sin embargo de ellos nos separan unos escasos lustros.
Somos una sociedad en constante transición. Si bien mi generación, a horcajadas entre el coche de caballo, el tranvía y los viajes interplanetarios, sufre los avatares del progreso. ¿Qué le espera a los jóvenes contemporáneos? ¿Qué espera a la cultura y a la civilización cuando la realidad sea más rica que la fantasía? Deseo, en este trabajo, explorar alguna posibilidad de respuesta.
El espacio imaginal se constituye en la distancia necesaria para la elaboración del deseo, la pulsión y el instinto. En él la necesidad, Ananké, terrible diosa ante la cual el mismo Zeus debe acercarse en reverencia y cuya manifestación será descrita por la psicología dinámica como ansiedad libre y flotante, es esta la forma en la cual la diosa impone su collar de desazón, pues, al no tener templo o imagen, se manifestará en indescifrable ahogo.
Ella será yugo impuesto a las generaciones por venir. El silencio y la soledad de la casa vacía, la falta del continente familiar y el calor del hogar, muy posiblemente crearán, como ya atisbamos, una sociedad sin alma. La falta de espacios para el encuentro y compartir, los lugares de vino donde las almas se buscan y alimentan.
O ¿será que el alma se vestirá con nuevos trajes? Es posible que la rebotica, tal como la vemos en algunas películas, como las interpretadas por Robin Williams, Arnold Schwarzenegger, personalizadas en Darth Vader, R2D2. etc, representan perspectivas para revalidar a la emoción.
La alquimia, más que origen de la química, es la madre de la Psicología Profunda. Ella nos aporta la primera forma de contención al prestarnos el Vas Hermeticum. cerrado recipiente sobre el cual el alma se recrea y se proyecta. Allí se crean las imágenes capaces de integrar el conflicto de los opuestos en la metáfora y el símbolo. Los alquimistas necesitaron del silencio y el misterio, fueron perseguidos por aportar nuevas ideas al conocimiento. La religión formal los puso en entredicho y acosó. Los alquimistas veían a Dios en sus recipientes y esperaban encontrar al Oro Filosofal. Él más que el oro vulgar, representaba el proceso mediante el cual el alma se individuaba y alcanzaba su más depurado desarrollo. Allí crecía en conjunción dialogante con el Unus Mundus, es decir con el alma colectiva.
Los alquimistas, como los navegantes del Siglo XX y XXI, se aislaban para entender la universalidad de su quehacer. Así lograban saber qué son en un colectivo compartido, similar y diferente. Paradoja creativa capaz de integrar, en transición, la posibilidad de ser y de pertenecer.
Estos sabios aprendieron a interpretar el símbolo y a jugar con la quimera. Se creaba el espacio imaginal, ese donde la necesaria separación entre el sueño y la vigilia, permitiría la epifanía de la realidad y la reflexión. Los hombres y mujeres, pasaron de un mundo donde los dioses estaban al alcance de la mano gobernando la vida, a uno donde se podía establecer la diferencia entre la pulsión y su deleite; nos dice el psicoanálisis: pasamos del proceso primario del pensamiento dominado por el placer al secundario gobernado por el principio de realidad. Realidad que divorciada de la esencia gozosa y creativa del origen, nos impone un mundo sin entusiasmo, alegría o aventura.
La incapacidad para la simbolización se traduce en inmediatez, intolerancia e impulsividad. No hay posibilidad para aceptar la frustración y la prisa se desborda en actos vergonzosos y perversos. Ello es aún más triste cuando el alma se asola y seca. Es por ello que tengo la esperanza de que en la cibernética aparezca la ilusión. En realidad no hay mayor fantasía que la fe del cibernauta.
La certeza absoluta en la verdad de la robótica entraña el riesgo de perdernos en la profundidad del Self. Ya C.G. Jung advertía, en los posibles desarrollos del alma, de la locura de ser devorados por el inconsciente colectivo o, en su defecto, de ser posesos por el ansia regresiva y refugiarnos en un pasado evanescente.
La individuación, único proceso de crecimiento válido, requiere del necesario espacio transicional para la diferenciación entre el ego y el Self, patente en la capacidad reflexiva propia de la integridad del eje Ego-Self. Es en esta sutil urdimbre donde se teje el imaginario consciente. De allí que los alquimistas quisieran que sus matraces fuesen cerrados herméticamente para evitar los vapores venenosos. En forma similar los cibernautas necesitan de la separación, de la distancia imaginal que procure reflexión, la realidad está en la máquina y en el entorno. Es la integridad del Yo y.su eje conector con el Self lo que permite la diferenciación, el pensamiento, la creación y el desarrollo de una ética erótica, ágil,
consciente y creativa.
La identificación con la máquina es similar a la identificación, con el objeto, así los humanos nos enfrentamos a uno de los mayores conflictos de opuestos del presente: la tensión entre ser uno o ser múltiple, es decir ser o pertenecer. Cómo enfrentar la realidad objetiva y cómo ser sujeto. Para los grandes movimientos políticos actuales se es colectivista o se es individualista. El primero es sinónimo de pérdida de la identidad el segundo de egoísmo.
En Venezuela, concretamente en los últimos años se ha ido creando la matriz del interés colectivo versus el individual. El ideal es el desarrollo de una multitud mediatizada por la necesidad y la carencia en función del bien común. El opuesto, conjugado con esta meta, es la de una sociedad ególatra. Ella estimula al lucro desmedido y al abuso de quien se siente mas allá de las leyes y normas para la necesaria convivencia. No hay espacio para la duda o la reflexión.
Los Espacios Transicionales
Corresponderá al pediatra y psicoanalista inglés, Donaid Woods Winnicott (1896-1971) aportar a la psicología profunda la idea del objeto y el espacio transicionales; en ellos la imaginación crece y permite el desarrollo de un mundo objetal sustitutivo de la madre y el padre ausentes, ocultos o perdidos. El niño se aferra al
peluche, a la almohada, a la manta para cobijar el desamparo. El objeto llena el abandono.
Pero el niño también juega, y en el recreo surgen los amigos, la posibilidad acompañante, los espacios que compensan la carencia. Ananké va tomando forma y es en el ritual del juego, donde la realidad se va alegrando. Allí los héroes, los caballos, las fincas, los carros, los amigos invisibles, allí, en una voz, la fantasía. La diosa va tomando forma y se le va fabricando templo donde ser honrada. Allí la acción se hace escenario, se aprende de la contención y el adecuado espacio para la pulsión.
Los enemigos se vencen en el espacio imaginario, donde estoy protegido y contenido, los amores se realizan en la fantasía, los temores se vencen en la utopía, los dolores encuentran consuelo en la ilusión.
El imaginario ofrece lugar para el experimento, para la elaboración. En él se ensaya y se restaura. Dice Marie Louise Von Franz, que la diferencia entre la locura y la cordura no está en lo que se piensa sino en el lugar y situación donde se expresan las ideas y la imagen. La capacidad para reflexión y de imaginar, son condición del desarrollo y la maduración. Éstas deben estar tocadas por la creación y la emoción.
Recurro a Jacob Levy Moreno (Bucarest, Rumania, Mayo 18, 1889; New York, USA, Mayo 14, 1974) otro práctico y teórico de la psicoterapia, creador del psicodrama, espacio terapéutico donde se ensaya la vida y sus conflictos escenificándolos y resolviéndolos. Para él la terapia es un ensayo de la vida y es en la estimulación de ese espacio dramático donde se prepara el ser para la vida explorando sus formas y alternativas. En este estado la terapia se convierte en un laboratorio para existir. El setting o encuadre debe reproducir a la existencia y no al contrario como con frecuencia ocurre en algunas ortodoxias terapéuticas donde la vida reedita al tratamiento.
En la dramatización se ensaya en la vida, se es. La vida se da en el inter-juego del sujeto y el objeto, del colectivo y el individuo, en el conflicto se espera la solución de compromiso que trascienda a los opuestos.
El sociólogo francés Emile Durkheim (1858-1917) padre de la sociología y la psicología social, adelanta la idea de la mutualidad, concepto que supera a la participación colectiva y al individualismo y establece la posibilidad de una sociedad mutual donde se puede ser y pertenecer. Este mismo concepto será ampliado por Carlos Byington al hablar de Alteridad dándole dimensiones arquetípicas, es decir estableciendo que la capacidad del ser humano para comprometerse consigo mismo y establecer una relación creativa y estructurante con el otro y con el entorno es innata. Condición que parafraseo diciendo: la individuación es la capacidad de reconocernos como personas participantes diferentes y similares al otro, en comunión creativa, ética, responsable y erótica con el entorno social y natural.
No podemos hablar de alteridad y/o mutualidad si no preestablecemos el concepto de separación, de diferencias. La idea romántica del buen salvaje y de la «Participation Mystique», Elaboradas por Rousseau (Junio 28, 1712 – Julio 2, 1778) y Lucien Levy Brühl (1857—1939) son superadas por el desarrollo. Similar condición sufrirá el individualismo aristotélico, redivivo por Godwin, Nietzhe, Whitman, Wilde etc., iniciadores y promotores del anarquismo y el egotismo. Ellos serán los inspiradores del serismo en psicología y la desconexión desidentificante de algunas doctrinas psicopedagógicas en las cuales la individualización se opone a la educación responsable y participativa.
Surge el borde en su doble acepción: frontera que separa y frontería que conjuga (Mario E. Saiz). Lugar de encuentro, encrucijada donde Hermes acompaña al peregrino. Sitio de discordia y armonía. Espacio de disputa y diálogo: posada, circo, foro, tablero, coso, iglesia, barra.
En la Venezuela que vivimos y en el mundo globalizado y cibernético que nos desborda surge la necesidad cada vez mas perentoria, de buscar espacios para la coincidencia y la disidencia, para el diálogo y la controversia. En los últimos meses observamos cómo un conflicto que pudo habernos arrojado a una guerra fraticida e injustificada fue superado por una reunión de presidentes y cancilleres, allí se impuso la armonía y el buen sentido de los participantes sobre la malacrianza y el orgullo desmedido. Este es un ejemplo de lo que son los espacios
transicionales, lugares donde se contienen las pasiones. Allí se evitó la Guerra, la muerte fue trascendida por la palabra y el abrazo. Pretender que las diferencias se superaron es ingenuo por no decir imbécil. Tanatos, encontró altar donde ser oficiado y su potencialidad agresiva se mutó en estructura contentiva.
Mi amigo e inspirado profesor, Carlos Byington en un trabajo sobre el Fútbol, habla del espacio mandálico donde se practica este deporte. En él las tensiones entre los pueblos y las fanaticadas se dirimen en el continente del estadio. Allí el foso, la barrera, la alambrada, permiten al espectador reflexionar y diferenciar el campo de juego de su verdad.
En años pasados, cuando las grandes marchas, ocurrió un hecho inesperado, que no insólito: se encontraron dos manifestaciones, la del oficialismo y la de la oposición, cuando todo apuntaba a la tragedia, surgió de la nada un balón de futbolito y el drama se resolvió en deporte.
Hoy cuando la división inspirada por el verbo encendido y trasnochado de extremistas decimonónicos, partidarios de la lucha de clases, la muerte y la destrucción. Pensamiento inspirado en los cultores del odio responsables de holocaustos que superan con creces los horrores de la II Gran Guerra y la persecución Nazi. Los muertos causados por el Maoísmo, el bolchevismo, el estalinismo, el guevarismo y el fidelismo, son en proporción tan execrables como los causados por Hitler y las invasiones a Afganistán y a Irak.
No es posible creer en un mundo sin Tanatos, sin agresión sin rabia. Ella sirve para proteger y defender, para unir y avanzar. Para separar pero también para generar el espacio para el encuentro. La rabia debe encontrar el espacio creativo donde su acción se organice estructurante y productiva.
Cuando cayó el muro de Berlín se pensó, románticamente que la separación entre el bien y el mal quedaba abolida, el Muro era simplemente la metáfora de la proyección, desde cualquiera de las posiciones, era muy fácil ver Maldad en el otro. Ya entonces me preguntaba ¿que ocurrirá con esa Sombra antes proyectada? ¿Seremos capaces de asumirla, de introyectarla, verla en nosotros? ¿No quedará libre y flotante y se vestirá con nuevas ropas? El tiempo me dio, desgraciadamente, la razón, surge hoy una división al menos tan terrible como la de la Alemania dividida. Hombres y mujeres del Siglo XXI, se enfrentan por motivos raciales, religiosos o de escogencia sexual. La Sombra no asumida se ha tornado autónoma. Vaga sin continente por el mundo.
Sólo en la posibilidad de nuestra ambigüedad, en la capacidad de conocernos en nosotros y vernos en el otro, en la contingencia de sabernos conformados por Eros y Tanatos, entre otros dioses, podremos asumirnos y encontrar los necesarios espacios para la transacción entre seres que comparten una vida y un espacio.
Nos corresponde a los hombres y mujeres del Siglo XXI, en especial a aquellos que creemos conocer del Alma Humana, aceptar la responsabilidad social y política de estar en las mesas y en las calles. Debemos salir del consultorio y generar los espacios transicionales para el encuentro creativo.
Si el consultorio es un laboratorio para la vida; el campo, la arena, el circo, la discoteca, la mesa de juego, son lugar donde la distancia y el ritual imponen su transición para la elaboración en sociedad. La frustración, el saber perder y ganar, el conocer las reglas el reconocernos en el otro, en nuestra fortalezas y debilidades donde surgen la espada divisoria y la aguja conjugante.
En ellos el juego de Eros y Poder se encuentra. El Poder establece separación y normas; Eros procura encuentros. Entre ambos surge el vacío creativo donde crecen la esperanza y la fantasía. No es posible reconocer sin diferencias, por tanto no se puede amar ni odiar creativamente sin intersticios, lo demás es sólo proyección y ya vimos lo terrible de la Sombra no reconocida. Ella va a ser la responsable del horror en las familias y en los pueblos.
La aparente superficialidad del planteamiento queda derrotada en la inmanencia del ejemplo: hacia el año 1993 propuse un encuentro entre dos comunidades antagónicas, los jóvenes latinos de la Universidad de Clark, en Worcester, Massachussets, y los de Great Brook Valley, suerte de Ghetto hispano donde se presumía el reino de todo aquello que era repudiable por la sociedad de la más rancia estirpe WASP de la ciudad, vale decir: delincuencia, prostitución, drogas, embarazo adolescente, incesto, maltrato, etc. Al encuentro ambos grupos juveniles acudieron poseídos por el miedo, unos a ser agredidos y contaminados; los segundos a ser rechazados y disminuidos. Un amigo y profesor, Joe de Rivera, lanzó un balón de basketball, en él encontraron los grupos antagónicos el objeto y el espacio para la transición. Se constituyó en la metáfora del lenguaje.
El Canta-autor colombiano Juanes convoca a un concierto por la Paz y logra una participación artística y una audiencia sin precedentes.
En las olimpíadas, en los juegos de bolas, en los torneos de dominó, en fin en cualquier espacio donde se estimule y contenga la agresividad, la competencia, el ejercicio de las destrezas y se metabolice la frustración, se puede generar ese espacio imaginal continente y necesario para el crecimiento y desarrollo de Alma.
Es por ello que propongo, junto a Durkheim, Freud, Jung, Adler, Moreno, Winnicott, Hillman, Byington, salir del consultorio para hacer prevención, por medio de la estimulación los espacios transicionales; en una frase: Hagamos más juegos y menos psicoanálisis.