Julio César Nunes Ito es Psicólogo, psicoterapeuta de orientación junguiana. Graduado en Psicología por el Centro Universitário das Faculdades Metropolitanas Unidas (FMU). E-mail: julioitou@gmail.com. Tomado de: Revista da Sociedade Brasileira de Psicologia Analitica, 1o sem. 2018. Junguiana. v.36-1, p.9-18.
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Traducido del portugués por
Eduardo Rodríguez Devis
Abstract
Música: una posible ampliación de recursos en el setting analítico
- En un movimiento de rescate del valor terapéutico de la música, este artículo busca ampliar las posibilidades de recursos a ser trabajados en el setting clínico junguiano. A través de una revisión de literatura de la psicología analítica, se percibió una carencia de material relacionado a la música como un recurso terapéutico. A partir de este punto, se presentan algunas reflexiones de cómo la música y el inconsciente pueden relacionarse por la perspectiva de la psicología analítica. La experiencia personal de C. G. Jung con la música, las relaciones entre música e imaginación activa, música y neurociencias, así como algunas implicaciones de la utilización de este arte en el setting analítico se discuten en este trabajo.
- Insertando la música en la clínica junguiana, la misma se presentó propicia a: estimular la función trascendente, favoreciendo la evocación de imágenes de la psique; rebajar las defensas egoístas; complementando el trabajo como un lenguaje no verbal y a inducir al relajamiento, ayudando al paso a un estado alterado de conciencia, enriqueciendo así el trabajo terapéutico con material simbólico-musical.
- Palabras claves: música, psicología analítica, inconsciente, imagen, Jung.
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- Introducción
La palabra música en su etimología se refiere al arte de las musas griegas. Musas que mueven y conmueven a la humanidad desde la antigüedad. En la mitología griega, Orfeo era hijo de la musa Calíope, la más importante entre las musas. Su habilidad y excelencia musical hizo que los animales salvajes lo siguieran y también logró mitigar la ira de los hombres rebeldes (BRANDÃO, 1997). A través de su música, “la rueda de Ixión deja de girar, la piedra de Sísifo se equilibra inmovilizándose, Tántalo se olvida del hambre y la sed, las Danaides ya no intentan llenar de agua el barril perforado” (GRIMAL, 2014, p. 341). De esta forma, se aprecia el poderoso papel de la música en la mitología griega, posibilitando la alteración del destino – hasta entonces inmutable – de sus mitos.
Como parte inseparable de la vida, los sonidos ya están presentes desde la concepción del ser humano: pulsaciones, latidos del corazón, ritmos en los fluidos corporales en movimiento, pulmones respirando sincrónicamente, la voz de la madre y el ambiente reverberando en el espacio intra y extracorpóreo.
“La música conecta el cuerpo y el alma, y yendo más allá, vincula lo ctónico con lo espiritual” (ASHTON, 2010, p. 10, nuestra traducción).
En la literatura junguiana brasileña existen algunos artículos y textos que abordan las letras de las canciones con sus respectivos análisis, sin embargo, es difícil encontrar información sobre el uso de este arte como recurso terapéutico en el ámbito junguiano.
Este artículo tiene como objetivo rescatar el valor terapéutico de la música y su uso en la clínica junguiana, ampliando así el abanico de posibles recursos a utilizar. Ya sea en forma individual, grupal o alguna derivación del cuidado, el elemento musical que, para algunas culturas, fue la primera forma de comunicación, siempre ha estado al alcance de los terapeutas.
Empíricamente, es posible observar y sentir la facilidad que la música tiene para movilizar la psique, intensificando la sensibilidad. Al escuchar música se percibe el despertar de una pluralidad de emociones que reverberan y estimulan un amplio abanico de sensaciones y percepciones. Es como si se tratara de un lenguaje emocional, – cuyo contenido se compone de melodía, timbre, ritmo, armonía, tempo, etc.- capaz de llegar a zonas de la psique donde otros estímulos presentan mayor dificultad para ello o incluso no logran producir un efecto similar (VON BARANOW, 1999).
Es decir, la música tiene una propiedad que trasciende el intelecto y favorece el contacto con lo desconocido, como destacó Freud en el Moisés de Miguel Ángel en su experiencia con el fenómeno musical:
Sin embargo, las obras de arte me afectan mucho, especialmente la literatura y la escultura y, con menos frecuencia, la pintura. Esto me ha llevado a pasar mucho tiempo contemplándolos, tratando de aprehenderlos a mi manera, es decir, explicándome a qué se debe su efecto. Donde no puedo hacer esto, como con la música, por ejemplo, casi no puedo obtener ningún placer. Una inclinación mental en mí, racionalista, o quizás analítica, se rebela contra el hecho de ser movido por algo sin saber por qué me afecta tanto y qué me afecta (FREUD, 1995, p. 213).
En Re-imaginar la psicología, Hillman (2010) observa la similitud entre el alma y la música: a través de temas recurrentes y en múltiples formas, ambos hablan incesantemente de sí mismos.
En las secciones siguientes, se presentarán algunas relaciones entre la música y la psicología analítica de Carl Gustav Jung: una breve historia de la relación de Jung con la experiencia musical; (neuro) imaginación musical; el carácter simbólico de la música; y algunas implicaciones del uso de la música como recurso terapéutico en el contexto analítico.
2. Jung y la experiencia musical
Hacia el final de su vida, Jung (2002) escribió:
Es cierto que tanto la música como el teatro tienen que ver con el inconsciente colectivo; […] En cierto modo, la música expresa el movimiento de sentimientos (o valores emocionales) que acompañan a los procesos inconscientes. Lo que sucede en el inconsciente colectivo se debe a su naturaleza arquetípica y los arquetipos siempre tienen una cualidad numinosa que se manifiesta en la acentuación de lo emocional. La música expresa en sonidos lo que las fantasías y visiones expresan en imágenes visuales (pág. 150).
Y fue en 1956 cuando Jung se reunió con la pianista y musicoterapeuta Margaret Tilly. El psiquiatra suizo había invitado a Tilly después de recibir su correspondencia relatando sus estudios sobre el uso de la música y sus efectos terapéuticos. Jung le dijo que siempre encontró la musicoterapia sentimental y superficial, pero que sus casos eran totalmente diferentes a lo que él imaginaba (TILLY, 1977). En esta reunión, Jung le pidió a Tilly que lo tratara exactamente como si fuera uno de sus pacientes y, después de un tiempo, dijo:
Esto abre nuevas vías de investigación con las que nunca soñé. Por lo que me mostraste esta mañana, no solo por lo que dijiste, sino por lo que sentí y experimenté, siento que, a partir de ahora, la música debe ser una parte esencial de todo el análisis. Esto llega a un material arquetípico profundo que solo a veces podemos alcanzar en nuestro trabajo analítico con pacientes. Esto es muy notable (TILLY, 1977, p. 275, nuestra traducción).
El encuentro parece haber sido significativo para Jung. El fundador de la psicología analítica mostró sorpresa y entusiasmo al experimentar la terapia a través de la música. Se dio cuenta de que la forma en que Tilly lo trataba le permitió entrar en contacto con contenidos profundos de la psique, abriendo así nuevas posibilidades en la psicoterapia junguiana que no se habían visto antes.
Así, se inauguró un gran hito para la música dentro de la psicología analítica a través de la importancia que Jung le dio a este arte luego de su experiencia personal, llegando a imaginar su inclusión en el proceso analítico. Movilizando la imaginación en un escenario donde la música es realmente un elemento indispensable en el análisis, es posible que en el futuro los institutos junguianos ofrezcan algún tipo de formación necesaria para utilizar este recurso en el ámbito terapéutico, así como el arteterapia y otros recursos expresivos conquistarán su espacio en el campo de la psicología analítica.
Emma Jung (2006) también hizo algunas observaciones sobre la música, relacionándola con el espíritu:
La música, por tanto, puede entenderse como una objetivación del espíritu, que ni expresa el conocimiento en el sentido lógico-intelectual habitual, ni se produce materialmente, sino que significa una representación manifiesta de los contextos más profundos y la regularidad más inquebrantable. En este sentido, la música es espíritu, y espíritu que conduce a lugares oscuros y remotos, ya no accesibles a la conciencia, y cuyos contenidos prácticamente ya no se pueden concebir con palabras, -sino a través de números, por extraño que parezca-, y también a la vez y al mismo tiempo y sobre todo a través del sentimiento y la sensibilidad. Este hecho aparentemente paradójico muestra que la música es capaz de permitir el acceso a profundidades donde el espíritu y la naturaleza están quietos o son de nuevo uno […] (p. 48-49, énfasis agregado).
El espíritu, como guía que puede ser representada por la música, permite acceder a los contenidos latentes de la psique, ampliando el material a elaborar. Estos contenidos parecen prescindir del uso de palabras y conocimientos intelectuales – apuntando al campo de lo indecible – y, antagónicamente, se configuran con números y sensibilidad – idea que remite a la totalidad, en la que uno no excluye al otro.
3. (Neuro) imaginación musical
En general, la música tiende a evocar sentimientos e intensificar la actividad en el hemisferio derecho del cerebro, que es responsable de la creatividad, el reconocimiento de patrones y sentimientos (ASHTON, 2010).
Aleixo, Santos y Dourado (2017) realizaron una revisión sistemática sobre la eficacia de la musicoterapia sobre síntomas neuropsiquiátricos (como ilusiones, alucinaciones, agitación, disforia, ansiedad, apatía, irritabilidad, euforia, desinhibición, conducta motora aberrante, trastornos del sueño, apetito y anomalías alimentarias) de personas con demencia, de las cuales se seleccionaron 12 de 257 artículos. La musicoterapia de relajación receptiva se evaluó como un método que probablemente obtenga mejores resultados en los síntomas neuropsiquiátricos en comparación con la musicoterapia activa. Aunque hubo heterogeneidad de intervenciones, diseños metodológicos e instrumentos de evaluación, los estudios indicaron que la musicoterapia individual o grupal demostró ser efectiva para reducir la depresión, la agitación y la ansiedad.
En los casos de demencia severa, en 2013 se realizó una encuesta a 39 ancianos diagnosticados de Alzheimer severo que fueron distribuidos aleatoria y ciegamente entre tres grupos, en la que se compararon los efectos de diferentes intervenciones musicales individualizadas: dos grupos con intervención musical – pasiva, donde los pacientes solo escucharon canciones seleccionadas a través de entrevistas previas, e interactiva, donde, además de escuchar canciones seleccionadas, participaron en actividades interactivas, como aplaudir, cantar y bailar, acompañados de un facilitador musical- más otro grupo de control. En el corto plazo, el grupo que recibió la intervención musical, independientemente de si fue pasiva o interactiva, obtuvo una reducción del nivel de estrés y un aumento de la relajación; además, la intervención interactiva generó una mejora en la condición emocional. A largo plazo, la intervención musical pasiva redujo el nivel de estrés, provocó la risa y evocó emociones positivas; la intervención musical interactiva, por su parte, generó una mayor reducción de los síntomas conductuales y psicológicos de la demencia en comparación con la intervención musical pasiva y el grupo control (SAKAMOTO; ANDO; TSUTOU, 2013).
En Musicophilia: Tales of the Music and the Brain, el neurólogo Oliver Sacks (2007) relaciona la música con los estudios de neurología. Se citan los hallazgos de estudios realizados a mediados de la década de 1990, mediante técnicas de neuroimagen, por Robert Zatorre y sus colegas, en los que se verificó que el acto de imaginar música -además de estimular la corteza motora- es capaz de activar la corteza auditiva con la intensidad aproximada de la activación que se produce al escuchar música. Además, encontraron que imaginar el acto de tocar música también estimula esta misma corteza. En este sentido, la imaginación de un acto puede activar y estimular las mismas áreas que ofrece la propia acción. La imagen mental, que solía referirse casi exclusivamente al campo visual, también puede inscribirse en la dimensión musical.
En otro estudio de Kraemer et al. (2005) se utilizaron canciones conocidas y desconocidas. Se confirmó a través de imágenes de resonancia magnética que, mientras los participantes escuchaban música familiar, hubo un llenado automático por imágenes mentales musicales involuntarias cuando un espacio de silencio, de dos a cinco segundos, reemplazó una parte sonora de la música. Era como si, incluso con el espacio de silencio insertado en el medio de música, los participantes escucharon la música sin interrupciones.
En The Nature of the Psyche, Jung (2011a) observa cómo un estímulo acústico es capaz de evocar imágenes de la psique, explicando que cuando se escucha un sonido indefinido, este estímulo sonoro activa y provoca una serie de representaciones que se despliegan en imágenes acústicas y sensoriales. En este sentido, para Jung (2011a) la psique está compuesta por imágenes. Considerando que “la imagen es alma” (JUNG, 2011b, § 75) y que la dimensión de la óptica es insuficiente para sostener toda la complejidad que encierra una imagen psíquica (BARCELLOS, 2012), la musicalidad sólo puede convertirse en imagen en sí misma (imagen acústica-sonora-musical), complementando la idea que se hace de imagen o incluso evocando otras dimensiones de la misma, como la visual o sensorial. Además, la imagen está más allá de los procesos perceptivos:
La imagen interna es una magnitud compleja que se compone de los más diversos materiales y los más diversos orígenes. No es un conglomerado, sino un producto homogéneo, con sentido propio y autónomo. La imagen es una expresión concentrada de la situación psíquica en su conjunto y no simplemente o sobre todo de contenidos inconscientes. Ciertamente es una expresión de contenidos inconscientes, no de todos los contenidos en general, sino sólo de los momentáneamente constelados. Esta constelación es el resultado de la actividad espontánea del inconsciente, por un lado, que siempre estimula la actividad de los materiales subliminales relevantes e inhibe los irrelevantes. La imagen es, por tanto, una expresión de la situación momentánea, tanto inconscientes como conscientes. Por tanto, su significado no puede ser interpretado solo desde la conciencia o solo desde el inconsciente, sino a partir de su relación recíproca (JUNG, 1991, § 829, énfasis agregado).
En 2004, Leão e Silva publicó un estudio realizado con una muestra de 90 mujeres, cuya edad media fue de 45,5 años, con diagnóstico de fibromialgia y lesiones por esfuerzo repetitivo / enfermedades osteoarticulares (RSI / WMSD), y observó que, además de la reducción estadísticamente significativa en la intensidad del dolor, las imágenes se produjeron durante la escucha de música. En este estudio se utilizaron tres canciones: El Bolero de Ravel, el Preludio de Lohengrin de Wagner y una Mix de canciones (no estructurada, intencionalmente desordenada). Se encontró que las canciones estructuradas tenían mayor potencial para evocar imágenes mentales que las Mix no estructuradas y que la evocación de estas ocurrió independientemente de las preferencias musicales, reforzando así la propiedad evocadora de las imágenes que posee la música.
De manera espontánea y repentina, como experiencia universal, puede surgir una pieza musical. Sacks (2007) cuestiona este fenómeno – considerando los casos en los que la música en cuestión no se ha escuchado reciente o repetidamente – y se pregunta si hay alguna razón por la que una determinada música aparece repentinamente y también si surge algo con ella.
Desde la perspectiva de la psicología analítica, una de las posibles respuestas a las preguntas de Sacks podría ser: “El inconsciente guio esta música”. Es interesante notar que este fenómeno también se establece, en la práctica clínica, en los discursos de los pacientes: “Tengo esta música en mi cabeza …”; “Soñé que, en el entorno en el que me encontraba, tocaba esa música”. Este tipo de comentario puede ser una oportunidad para invertir en la dimensión simbólico-musical de la psique, permitiendo formular algunas preguntas como: “¿Por qué llegó esta música ahora?”; “¿Qué mensaje está tratando de comunicar el inconsciente de este paciente a la conciencia trayendo esta música?”; “¿Cuál es este símbolo que surgió espontáneamente de tu psique?”; «¿Cuál es el significado de esta canción para esta persona?»
4. El carácter simbólico de la música
A partir de la consideración de que el acto de hacer música es arquetípico -en el que se convierte en instrumento de expresión, además de lenguaje- se puede concebir que las obras y producciones musicales son susceptibles de ser aprehendidas como manifestaciones simbólicas de los más variados arquetipos. Por lo tanto, es probable que toda producción musical se considere un símbolo. En esta perspectiva, la música es capaz de constelar temas arquetípicos durante su creación / ejecución, ya que proporciona su manifestación correlativa: canciones sobre el amor, la felicidad, la familia, la amistad, la nostalgia, el existencialismo, lo sagrado, la muerte, etc.
El proceso creativo consiste (en la medida en que se nos permita seguirlo) en una activación inconsciente del arquetipo y en una elaboración y formalización en la obra terminada. En cierto modo, la formación de la imagen primordial es una transcripción al lenguaje del presente por parte del artista, dando nuevamente a cada uno la posibilidad de encontrar el acceso a las fuentes más profundas de la vida que de otro modo le serían negadas (JUNG, 2011c, § 130).
Como toda obra de arte, la producción musical tiene un carácter polisémico y multifacético, es decir, posibilita la manifestación de múltiples significados para quienes la escuchan. Considerando que la polisemia es también la característica fundamental de un símbolo, se refuerza el carácter simbólico de la música. Para Jung (1991), el símbolo es la mejor expresión posible de algo parcialmente desconocido, que involucra aspectos conscientes e inconscientes.
En el proceso creativo de una obra de arte, es la cualidad de síntesis la que posibilita el surgimiento de un símbolo en el que lo personal y lo transpersonal se fusionan (BARCELLOS, 2004).
Además de escribir, pintar y bailar, la música también se convierte en un posible canal de comunicación simbólica dirigido a ampliar el espacio para la elaboración de las preguntas que surjan. En el ámbito analítico, es importante que el paciente encuentre este canal de comunicación simbólico para favorecer la expresión de su condición emocional (MATTA, 2007).
Jung (2011a, § 166) ya había señalado la necesidad de investigar otros métodos de exploración del inconsciente: “Cuando no hay producción de fantasías, tenemos que recurrir a ayudas artificiales”. Ante esta llamada, se rescata la música como posible respuesta.
5. Algunas implicaciones musicales en el entorno junguiano
Al pensar en los posibles usos, de la música como recurso terapéutico, es común imaginar al par de opuestos tocándose – escuchando. Caminando hacia la interpretación de una canción, uno puede pensar en la composición o improvisación de la misma por parte del paciente o del terapeuta, teniendo en cuenta que este recurso requeriría un entrenamiento adicional por parte del terapeuta, ya sea formal o no, lo que realmente enriquecería el trabajo. Por otro lado, es vital reconocer que el aspecto de escuchar también tiene un rico potencial para proporcionar un campo fructífero al trabajar con el material de la psique.
Como ejemplo sobre las diferentes formas de trabajar con la música, Ashton (2010) explica que, al compararlos, algunos caminos tomados por los terapeutas pueden incluso ser contradictorios: mientras uno espera que la elección musical emerja espontáneamente de la psique del paciente, otro utiliza su conocimiento musical intuitivo para elegir la música que cree que es útil en una situación determinada.
En 1997, la analista junguiana Patricia Skar realizó un estudio en el que encontró en musicoterapia que el método Guided Affective Imagery with Music (GIM), desarrollado por Helen Bonny, una técnica que evoca imágenes, sentimientos profundos y símbolos a través de la escucha de música en un estado de relajación profunda – está muy cerca de la idea de Jung de la imaginación activa. Skar (1997) cree que un «modelo potencial de escuchar la música terapéutica en el entorno de Jung podría llamarse ‘imaginación activa a través de la música’ ”(p. 397, nuestra traducción).
La imaginación activa es un método que incita al individuo a entrar en contacto con imágenes de fantasía, permitiendo así el diálogo con el inconsciente y la convivencia con sus símbolos (JUNG, 2011d).
Según Jacobi (1986), la capacidad de la psique para formar símbolos, llamada función trascendente, es una función compleja, operada por la psique a través del mecanismo de autorregulación, que une pares de opuestos en una síntesis y crea una comunicación entre consciente y inconsciente. Se observó que la música favorece la activación de la función trascendente al movilizar los contenidos más profundos de la psique y traerlos a la conciencia a través de la exploración del material psíquico elevado, ofreciendo un terreno propicio para la elaboración simbólica (SKAR, 1997; BUSH, 1999; KROEKER, 2013).
Respecto a la tipología junguiana, Hillman (1990) cree que es importante desmitificar el cliché de que los músicos, en general, son del tipo sentimental. Quizás esta tendencia a enfatizar la función del sentimiento en la tipología de los músicos provenga de una creencia que asocia lo intelectual (pensamiento) con lo verbal. La música instrumental no es verbal, sin embargo, esto no significa que esté desprovista de atributos de función de pensamiento. La gran mayoría de las canciones se rigen por reglas métricas, por tempo, ritmo, escala, etc. En este sentido, ¿cuál sería la función que gobierna toda esta organización? Hay un respeto por estos elementos a la hora de componer o incluso interpretar una canción. En el ámbito de la interpretación musical, se puede hacer de una manera más improvisada, en el “sentimiento”, como suele encontrarse en el blues y el jazz; planeado con meticulosa atención a las partituras y rigurosa vestimenta y postura, como en una orquesta sinfónica; y por qué no con una fusión de ambos, como si entre estos dos polos hubiera un gradiente de posibilidades de composición, ejecución e interpretación musical, solo por nombrar algunos ejemplos. Examinando atentamente este tema, se puede decir que la música moviliza las cuatro funciones psíquicas, porque, en última instancia, es una forma de arte y esto puede manifestarse a través de cualquier función, sin función de uso preferencial por parte de la música.
Mario Jacoby (2010), analista junguiano y violinista profesional, corrobora lo anterior, destacando que, en la música, las cuatro funciones psíquicas se utilizan y son necesarias en los más diversos grados. Es importante que la música, como herramienta terapéutica, sea considerada como una posibilidad para trabajar con todos los tipos psicológicos, ya que las cuatro funciones se ponen en movimiento al usarla.
Para Bush (1999), la música tiene el potencial de servir como pantalla de proyección si el individuo es receptivo a ella, permitiéndole entrar en su interior y reverberar una serie de respuestas e imágenes espontáneas.
Otro punto donde la música puede jugar un papel importante en el proceso de análisis son las defensas. Las palabras utilizadas se pueden utilizar como defensa contra el acceso a problemas clave dentro de un proceso psicoterapéutico. Valorando este posible obstáculo, una de las ventajas del uso de la música es que, como forma de expresión no verbal, tiende a traspasar con mayor facilidad los bloqueos hacia el mundo interior de las emociones y los sentimientos (KROEKER, 2013). Así, la música -como otras formas de arte- permite bajar las defensas del ego, posibilitando trabajar con un material más espontáneo de la psique.
Como alternativa o posible combinación, la música también se puede utilizar como inductora de un estado de relajación, con el objetivo de alcanzar un estado alterado de conciencia o incluso reproducirlo después de que se realiza la inducción, con el fin de facilitar el flujo de imágenes. En un estado alterado de conciencia, el material inconsciente más relevante y cargado emocionalmente para el individuo se selecciona automáticamente, como si un radar interno buscara dichos contenidos (GROF; BENNETT, 1992). En esta dinámica, los contenidos más significativos para el individuo son invitados a ingresar al campo de la conciencia, favoreciendo el trabajo terapéutico.
6. Consideraciones finales
Si bien se han realizado algunas reflexiones sobre la relación entre música y psicología analítica, es un hecho que aún queda mucho por investigar y explorar sobre este tema y sus resultados en el ámbito psicoterapéutico. El desafío radica en profundizar esta relación, que aún tiene poco material. Es necesario destacar que la dimensión sonora se inscribe a lo largo de la vida del ser humano, que, por tanto, puede ser entendida y significada por un sesgo simbólico-musical.
Es evidente que existen múltiples posibilidades para el uso de la música en el escenario analítico, en el que, a partir de la díada toque-escucha, hay otros desarrollos, como la composición, la improvisación, el proceso de escucha activa o receptiva, la posible simbólica. discusión, entre otros. Como se señaló, la música tiene varias potencialidades: desde facilitar la inducción de un estado de relajación hasta evocar imágenes en un viaje interior para trabajar con material inconsciente a través de una posible imaginación activa a través de la música.
Como poética de lo indecible, la música puede ser un símbolo y también un facilitador de un proceso de formación de este. Como el agua, puede penetrar entre las defensas egoicas y disolverlas, favoreciendo la evocación de imágenes latentes de la psique. La música es viable para trabajar con todos los tipos psicológicos y, a través de futuras investigaciones, la vieja idea de que cada tipo de música tendría una tendencia a evocar una propiedad específica para cada caso, como potenciar la función inferior de un determinado tipo, aliviar la ansiedad, aportando expresión emocional, favoreciendo el contacto con la sombra, etc. Además, se ofrece como un lenguaje complementario: una oportunidad para trascender las limitaciones verbales. Ya sea utilizando un instrumento musical como herramienta de expresión o incluso elaborando una música existente que el paciente atribuye como significativa para la situación en la que se encuentra.
La música demuestra el potencial de un universo paralelo para ser examinado cuidadosamente en la dimensión del alma humana. Por lo tanto, se espera que las ideas aquí presentadas sean solo semillas para futuros estudios sobre este arte que se llevarán a cabo en el campo junguiano. La psicoterapia, en su sentido más amplio, apunta al cambio; musicalmente hablando, en cada cambio, comienza una nueva música que, por tanto, requiere un nuevo baile.
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