María Susana Toloza es Psicóloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Analista Junguiana miembro de la IAAP, Magíster en Psicología Clínica. Junguiana U. Adolfo Ibáñez. Psicóloga clínica y supervisora acreditada. Instructora Mindfulness en Programa de Reducción de Estrés (MBSR). Con amplia experiencia en intervención en crisis de adultos y familias.
Conceptos que necesitan ser revisados e integrados para avanzar hacia un mundo en alteridad.
En un nuevo 8M 2021, día Internacional de la Mujer, conmemoramos los eventos ocurridos en el año 1908, el día en que 40.000 costureras industriales se declararon en huelga por su derecho a unirse a sindicatos, mejoras salariales, menor jornada de trabajo y rechazo al trabajo infantil; muriendo quemadas 129 trabajadoras en la fábrica Cotton Textile Factory, en NY, las cuales fueron encerradas para no unirse a la huelga. En honor a esas 129 mujeres y todas aquellas que han sido asesinadas, perseguidas, esclavizadas, dominadas, cuestionadas, despreciadas, abusadas y no reconocidas en su derecho a ser mujeres independientes y libres, quiero traer mi reflexión desde mi quehacer como analista junguiana, haciéndome cargo también de poner mi propia voz y pensamiento en esta materia e intentando refrescar los conceptos psicológicos que, siendo patriarcales, pesan sobre el alma femenina.
La crisis de desarrollo humano desencadenada por la pandemia ha tenido efectos dramáticos sobre la desigualdad de género, desde la salud y la educación hasta los trabajos de cuidado no remunerados y la violencia de género. “Si bien la crisis de la COVID-19 ha afectado a todos, las mujeres y las niñas enfrentan riesgos específicos debido a la existencia de desigualdades, normas sociales y desequilibrios de poder fuertemente arraigados en nuestras sociedades. Comprender el impacto diferenciado de esta crisis sobre las mujeres y las niñas a través del análisis de datos desagregados es fundamental para diseñar políticas que reduzcan las vulnerabilidades y fortalezcan la autonomía de las mujeres. No se trata solo de rectificar desigualdades preexistentes sino también de construir un mundo más justo y resiliente”. (PENUD, 2021)
Ante este panorama es de gran relevancia el trabajo por el desarrollo de la mujer y de hacer de esta una sociedad más igualitaria y en alteridad, por esto quiero compartir algunas reflexiones acerca de la responsabilidad que tenemos los junguianos y junguianas de revisar el concepto de psique femenina y de la cultura que la ha determinado, incluyendo la mirada psicológica y clínica, integrando la mirada feminista y sus posibilidades de desarrollo para un futuro en alteridad.
Estamos enfrentando diversas crisis de transformación del modelo patriarcal (negativo) que se ha expresado por milenios en la hegemonía sobre la naturaleza, la mujer y aquellos vulnerados en su minoría y diversidad. La emergencia climática, la pandemia y las crisis de migración hacen cada vez más evidente que este modelo de funcionamiento hegemónico no es aquel que nos va a permitir subsistir como especie con equidad ni con dignidad y por lo tanto resulta urgente encontrar una modalidad relacional diferente para avanzar hacia una cultura del cuidado, respeto, igualdad y dignidad.
Para hablar desde la psicología analítica respecto de ser hombre y ser mujer, tenemos que considerar principios estructurantes de la psique como son lo femenino y lo masculino, los cuales históricamente se ha confundido con el género y sexo biológico. Inicialmente Jung definió los principios femenino y masculino como ánima y animus identificándolos como arquetipos que expresan la contraparte sexual inconsciente del hombre y de la mujer respectivamente; con el tiempo fue revisando y enriqueciendo estos conceptos, los cuales siguen siendo discutidos hasta el día de hoy entre los junguianos.
Estos arquetipos en un primer momento del desarrollo se encuentran indiferenciados respecto de los complejos parentales, modelos heredados de ser hombre-padre y mujer-madre, internalizándolos en el inconsciente personal; para avanzar hacia la individuación se requiere que éstos arquetipos vayan liberándose de esta asociación, trayendo al ego una función transformadora; ánima y animus aportan otras características novedosas de la esfera arquetípica que moviliza hacia la diferenciación.
Del mismo modo, en términos colectivos, es necesaria la revisión de aquellos complejos culturales que determinan la expresión arquetípica de estos principios estructurantes de la psique, tenemos entonces que la cultura patriarcal es un patrón que necesita ser transformado y debemos poner atención a los fenómenos emergentes que posibilitan una nueva identidad relacional.
La cultura patriarcal tiene, en una de sus expresiones más arraigadas, la hegemonía sobre la mujer, siglos de un patrón de civilización patriarcal negativa han traído como consecuencia el que las características de lo femenino hayan quedado relegadas en un nivel de inferioridad, impactando el desarrollo de la conciencia colectiva de modo polarizado y por tanto parcial.
Este femenino relegado a la sombra, también conecta con la sombra colectiva, siendo así necesario profundizar en las imágenes arquetípicas que dan cuenta de esta dimensión humana, en los mitos, en la emergencia y en la expresión actual de los símbolos de transformación contemporáneos expresados en movimientos como Ni una menos, el fenómeno de Las tesis, entre tantos otros.
Entonces es urgente poner una mirada reflexiva en torno al feminismo como un emergente en permanente renovación y actualización cultural que intenta dar posibles alternativas de cambio y que se ha desarrollado de acuerdo con las demandas de transformación de la cultura a nivel ambiental, político, cultural, social y psicológico y poder profundizar en sus expresiones desde la mirada analítica, entendiéndolo también como un fenómeno arquetípico.
El feminismo como movimiento político y social inició a finales del siglo XVII, lo que trajo consigo la denuncia de parte de las mujeres de la opresión y explotación por parte del patriarcado y la búsqueda de una sociedad igualitaria. Elsa Dorlin (2009) entiende al feminismo como “la tradición de pensamiento, y por consiguiente los movimientos históricos, que, por lo menos desde el siglo XVII plantearon según diversas lógicas demostrativas, la igualdad de los hombres y las mujeres, acorralando los prejuicios relativos a la inferioridad de las mujeres y denunciando la ignominia de su condición” (pag.13).Es decir, se trata de un recorrido histórico que aborda desde diferentes perspectivas el hecho objetivo de que la mujer ha tenido un lugar de inferioridad y desigualdad impuesta por determinantes de poder. “El saber feminista implica un trabajo histórico multidisciplinario donde la historia, sociología, literatura, política, filosofía, ciencias biomédicas, etc. realizando un trabajo de cuestionamiento a temas que se mantenían fuera de lo político tales como roles de sexo, personalidad, organización familiar, tareas domésticas, sexualidad, el cuerpo. (Dorlin, 2009, p.149).
El trabajo del movimiento feminista, al recuperar las tensiones, las crisis, las resistencias sepultadas, a través de las historias de las mujeres, del género o de las sexualidades, posibilitó pensar en la historicidad de una relación de poder que había sido considerada ahistórica, es decir se consideraba que siempre y en todo lugar las mujeres fueron dominadas. Este saber permitió captar la diferencia sexual de las prerrogativas sociales y culturales que se desprenden de ello, y de la naturalización y normalización de la división sexual del trabajo, de la socialización de los cuerpos, de la interiorización de la jerarquía de género.
“Esta transformación de la conciencia de sí de las mujeres, a partir del cuestionamiento del devenir mujer, permitió despsicologizar y desindividualizar la vivencia de las mujeres, para reconocer en cada una de esas vivencias individuales, las múltiples expresiones de una condición social e histórica común”. (Dorlin, 2009, pag, 15), se trató de un cuestionamiento político ya que el pensamiento feminista se alzó contra los efectos de poder propios de un conocimiento considerado como científico que incluyeron los discursos médicos, psicoanalíticos, filosóficos, históricos, antropológicos totalizadores, dominantes sobre el cuerpo y el habla de las mujeres.
Como vemos, este fenómeno no es nuevo ni pertenece a esta generación, sin embargo, en la actualidad ha tomado matices diferentes y novedosos, desde la mirada de la psicología analítica, ya en los años ochenta y noventa se planteó que “la verdadera necesidad de la mujer de estos años es liberarse de la identificación del animus y volver a conectar con su feminidad reprimida y herida. Ahora que han logrado competir con los hombres en el mundo externo, necesitan volver a casa –a su casa interna- para alimentar a la mujer interior” (Roy, cit. en Zweig, 1993, p. 175), lo cual, a mi parecer, permanece en una dualidad y polarización del femenino/masculino, otorgando a lo femenino (y a lo masculino) características descritas por la cultura patriarcal.
Entonces, ¿desde qué nuevo prisma podemos reflexionar acerca de estos arquetipos contrasexuales de la psicología analítica?
Inicialmente Jung percibió al ánima y animus como arquetipos contrasexuales existentes en la psique del hombre y mujer correspondientemente. Al ánima lo consideró una figura amable, ya que su función era suavizar y dejar a un hombre más lleno de vida, mientras que al animus más frecuentemente lo concibió, a partir de un prejuicio, conduciendo a la mujer hacia pronunciamientos agresivos y literales. (Samuels, 1990). Sin embargo, Jung describió al ánima a partir de su propia experiencia y concluyó que una figura contrasexual similar debía existir en paralelo en la mujer; Downing (1994) refiere que esta es una conceptualización androcéntrica de la psique femenina.
Por su parte Wehr (1994) expresa que Jung era consciente de que gran parte de lo que los hombres decían sobre la vida emocional de las mujeres, derivaba de sus propias proyecciones del ánima.
Wehr (1994) entiende que las formulaciones iniciales de la teoría de la contrasexualidad, se basan en la idea de que las mujeres por definición, piensan de modo inferior, y vinculan al animus al estado lamentable del pensamiento de las mujeres (…) vieron como tarea del animus, sacar a la mujer de esa niebla cósmica que reina en su conciencia, para llevarla hacia una conciencia más masculina capaz de diferenciar y discriminar. La teoría junguiana clásica asoció lo masculino a la conciencia, al pensamiento, logos, lo racional, independiente, objetivo, activo y penetrante; mientras que lo femenino al inconsciente, al sentimiento, eros, lo irracional, la capacidad de relacionamiento, lo subjetivo, pasivo y receptivo, estas concepciones están siendo cuestionadas por las nuevas generaciones, pues perpetúan estereotipos de género no equitativos y discriminantes de la cultura patriarcal, la cual ha limitado de manera artificial las posibilidades de desarrollo de las mujeres en prácticamente todas las culturas.
Por su parte, Samuels (1990) sostiene que “no todo aquello que parece ser masculino se encontrará en la conciencia de un hombre; no todo lo que parece ser femenino está disponible para la conciencia de la mujer. Debemos hablar en términos de potenciales multifactoriales que aún no son accesibles” (p. 217); la utilización del principio de los opuestos corre el riesgo de producir una sobre-compartimentación de lo consciente e inconsciente, de lo que es masculino o femenino. En un sentido semejante, Byington llamó la atención sobre el empleo no dialéctico de la polaridad masculino-femenino y sus consecuencias: “el uso sectorizado de las características masculinas y femeninas atribuidas al hombre y la mujer de forma separada y exclusivamente contraria determinó, posteriormente, la dificultad de su empleo de forma holística y dialéctica” (1990, p. 17).
Para Young-Eisendrath (1999) ánima y animus serían complejos contrasexuales que portan la carga afectiva del Otro, desde esta mirada logra profundizar y dar un sentido relacional; se trataría de una subpersonalidad inconsciente con un potencial tanto ideal como desvalorizado, que hallaremos comúnmente disociada y proyectada en el sexo opuesto. “La forma en que yo actúo y me imagino en tanto mujer conlleva una limitación en términos de lo que considero “no-mujer”: macho, masculino, no yo. Paradójicamente, el complejo contrasexual es producto de un yo con atributos de género. (…) Aquello que para una mujer es animus, su “amante ideal” masculino, es un producto de su feminidad [lo que se permite ser en tanto mujer].
Esther Harding (1932) describe cómo anima y animus están trabajando en la vida cotidiana, en las relaciones y en las fantasías. Uno de los temas principales que aborda es el impacto que tiene la proyección del ánima sobre una mujer. Harding ve como un problema cultural que los hombres proyectan su ánima en las mujeres, y las mujeres se comportan como se supone comportarse debido a esta proyección. Cuando una mujer es capaz de liberarse de esta proyección se responsabiliza de sí misma: es una mujer consciente de sí misma, segura de sí misma.
Hillman (1985), poniendo énfasis en la Sicigia, la pareja divina interior, concluye que estos arquetipos son igualmente importantes para los hombres y mujeres; rechaza la idea de que un arquetipo pueda ser específico de género; señala el hecho de que en el trabajo clínico encontramos imágenes del ánima y emociones conectadas con el ánima en las mujeres. Por tanto, sostiene que las diferencias en la psicología femenina o masculina se deben a la cultura y sociedad. Hillmann y Samuels rechazan la idea de la contrasexualidad, pero aceptan el aspecto arquetípico de ánima y animus. Kast (1984) también explora la idea de la sicigia, la anima y animus vistos como pareja. También postula la idea de que tanto hombres como mujeres poseen ánima y animus, y ese anima y animus muy a menudo se pueden experimentar en material inconsciente como pareja.
Ema Jung fue la primera en acuñar el concepto “animus negativo” desde dentro, describiéndolo como una voz que desvaloriza a la propia mujer y, tras devastarla, en ocasiones cambia a una autoalabanza exagerada.
“Al principio, de esta voz oímos un comentario crítico y habitualmente negativo de movimiento, un examen exacto de todos los motivos e intenciones, lo cual naturalmente siempre causa sentimientos de inferioridad y tiende a cortar de raíz toda iniciativa y todo deseo de expresión. De vez en cuando, esta misma voz puede también dispensar alabanzas exageradas, y el resultado de estos juicios extremos es que una oscila entre la conciencia de completa futilidad y un sentimiento explosivo del valor e importancia propios” (Wehr, 1994, p. 20).
El animus negativo se manifestaría como dos efectos opuestos y contrastantes que podrían volver a la mujer muy agresiva o paralizarla, estamos hablando aquí del conceto de posesión del animus negativo. Una forma de posesión vuelve a la mujer dominante, provocadora, dogmática, irreflexiva, con la convicción de que todo lo que hace o piensa es correcto. La otra forma de posesión produce inercia, apatía e indolencia, la mujer se siente alejada de toda participación en la vida, dejando crecer una vida imaginaria oculta y conformándose con emprender viajes fascinantes en compañía de su animus enamorado. Estas dos formas son interdependientes, es el aspecto doble de la acción del animus negativo: su acción amenazadora y la reacción defensiva de la mujer. Cuando el animus agresivo entra en juego, la mujer no logra comprender qué le sucede, no sabe cómo comportarse con él, perdiendo la capacidad de pensar por ella misma y para su propio bien.
Podemos entonces preguntarnos acerca del origen negativo del animus en la mujer; si el arquetipo contrasexual es nuestro pórtico hacia lo divino, corremos el peligro de dar una sanción religiosa, peculiarmente junguiana, a imágenes internalizadas de una sociedad jerárquica y patriarcal que es opresiva para las mujeres. Si, por otra parte, un arquetipo es una imagen de nuestro otro contrasexual, estamos ante una cuestión diferente, aunque con este enfoque todavía hay un potencial para culpar a la víctima de su propia victimización, si suponemos que ésta procede arquetípicamente de su interior como alguna especie de «animus negativo». “La mayoría de las mujeres somos tan duras con nosotras mismas, viviendo en una sociedad patriarcal donde los valores femeninos no son valorados, que nos inclinamos a culparnos nuevamente a nosotras si nos dicen que tenemos un mecanismo interior de autodevaluación, en vez de entender que hemos internalizado el sexismo de una sociedad patriarcal” (Wher, 1994, p. 43).
Podríamos considerar que la devaluación de lo femenino también es arquetípica, estando representada por el animus negativo en las mujeres y el ánima negativa en los hombres o el arquetipo de la Madre Terrible en ambos. Sin embargo, no debemos olvidar que tanto la dimensión social como la arquetípica se entrelazan creando un patrón de funcionamiento en base a una dinámica patriarcal de dominación, en función de la experiencia masculina proyectada sobre las mujeres. Ante esto Wher (1994) refiere que es necesario considerar que el inconsciente colectivo reproduce las imágenes socialmente establecidas del hombre y la mujer; las imágenes psicológicas y las imágenes de la sociedad existen en una relación mutua. Los junguianos, además de reconocer el valor de que la mujer logre diferenciarse del ánimus negativo, tenemos que añadir el elemento de conciencia sociológica, es decir, de los orígenes sociales del llamado «animus negativo», es más útil presentarla a la mujer como esta voz interior que la rebaja (voz que puede ser masculina o femenina), resultado de la internalización de las ideas socialmente establecidas sobre la mujer, más que una terrible voz que ella misma haya creado en su inconsciente.
Wher va más allá, proponiendo cambiar el nombre de “ánimus negativo” a esta autodenigración por un nombre distinto, esto sería para ella el primer paso hacia la liberación. “Ha sido decisivo para el pensamiento de la liberación darse cuenta de que la opresión internalizada actúa en las psiques de todos los grupos no-creadores-de-cultura, también conocidos como minorías. Para encontrar la liberación es esencial salir de las categorías de pensamiento alienadoras y des-potenciadoras, en vez de sentirlas como propias, procedentes de nuestra propia experiencia (Wher, 1994, p 44). Es importante entonces, que la devaluación, asociada al animus negativo, sea comprendida como una opresión internalizada de una sociedad patriarcal, de la misoginia del patriarcado.
Polly Young Eisendrath (2013), analista y feminista, es crítica con Jung y entiende el Ánima y Ánimus como estructuras adquiridas producto de la experiencia subjetiva en una cultura determinada, no como principios universales. Concibe al animus más como un complejo que como un arquetipo. Al igual que Wehr, ve que lo femenino y el animus fueron definidos por hombres y existe un modelo deficitario de feminidad y un sentido internalizado de inferioridad en las mujeres, donde aún faltan modelos o paradigmas para la vida de una mujer fuerte y arriesgada.
Propone que no existe un principio masculino universal y propone que el animus es un complejo psicológico de ideas, imágenes, afectos y hábitos en torno al núcleo arquetípico del No Yo, el Otro. Jane Wheelwright (2013), por su parte percibe que muchas mujeres recrean internamente el drama de la sociedad patriarcal, y están atrapadas por el masculino inconsciente reinando como un tirano interior y cargando las proyecciones de los hombres de su ánima, señala la importancia de que la mujer encuentre modelos femeninos y de integrar el animus, desidealizándolo, para evitar que funcione como complejo que domina internamente y por el contrario colabore con su ser femenino.
Si bien, esta reflexión es una invitación a la re-visión de los conceptos anima/ánimus como patrones arquetípicos, es también una invitación a revisar la mirada que hemos construido desde la psicología acerca de qué significa “ser mujer”, y esta experiencia está cambiando, por tanto la cultura y las crisis de transformación está impactando y nutriendo también estos patrones arquetipos, los que a su vez movilizan la transformación de la experiencia, haciéndola más integrada y permiten a las mujeres, hombres y diversidades de género, validar su experiencia y reelaborar su historia. Esta conciencia del abuso, dominación y devaluación de la mujer en el patriarcado y su renovada posición de lo femenino buscando su diferenciación nos invita a profundizar cómo esta experiencia renueva la dimensión arquetipal de lo femenino en un proceso de transformación a nivel global.
Jung, siendo visionario aún desde la tribuna de “su tiempo patriarcal”, prevé el desarrollo de las mujeres y los hombres “modernos” y se refiere especialmente a la mujer:
“Dichas circunstancias la han obligado a adquirir una serie de características masculinas, de modo que no seguirá atrapada en una feminidad anticuada, puramente instintiva, perdida y sola en el mundo de los hombres…la masculinidad significa saber lo que uno quiere y hacer lo necesario para lograrlo…La independencia y juicio crítico que ella adquiere…son valores positivos y la mujer los siente como tales. Nunca podrá separarse de ellos. …[La mujer] da expresión a una de las tendencias culturales de nuestros tiempos: el deseo de vivir una vida más completa, el ansia de encontrar un sentido y realizarse, un creciente disgusto con la insensata unilateralidad, con el carácter inconsciente del instinto y la contingencia ciega…La mujer de hoy está enfrentada a una tremenda tarea cultural –quizás esté comenzando una nueva era. (Jung, cit. en Gordon, 2013, p. 360). Desde que Jung escribió este ensayo “La mujer en Europa” en 1927, han pasado 94 años.
Desde el siglo XVII, han existido diversas vías de expresión del movimiento feminista y desde agrupaciones de mujeres, y entre estos los círculos de mujeres, buscando deconstruir la identidad femenina que se define desde la hermandad y sororidad; desde el activismo político hasta la búsqueda de mayor participación de la mujer en el mundo del trabajo, la autonomía económica y el control de su propio cuerpo. Tendremos que recomenzar quizás desde un nuevo inicio considerando la dominancia de género en “lo femenino” ¿pudiera ser que necesitemos renombrar este principio como “la femenina”?.
Queda aún pendiente la urgente y dramática experiencia velada en nuestra sombra colectiva de la agresión hacia la mujer y hacia lo femenino, los femicidios, el abuso, el acoso, la denostación demandan un cambio cultural y relacional, por eso mantengo en alto el grito colectivo : ¡NI UNA MENOS, NUNCA MÁS SIN NOSOTRAS!.
BIBLIOGRAFÍA:
Byington , C. (1990). Polaridades, redutivismo e as cinco posiçôes arquetípicas. Junguiana, San Pablo, nº 8, p. 7-42
Downing, C. (org.) (1994). Espejos del Yo. Barcelona: Kairós.
Harding, M. E. (2005). Los misterios de la mujer. Barcelona: Ediciones Obelisco
Hillman, J. (1990). Anima. Anatomia de una Nocao Personificada. San Pablo: Cultrix
Kast V. (2006). Anima/Animus. En K. Papadopoulos. (Ed.), The Handbook of Junguian.
UNDP- Programa ara las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2021). ¿Qué significa el covid para las mujeres? http://www.undp.org.
Samuels, A. (1990). Jung and the Post-Jungians. Londres: Routledge & Kegan.
Wehr, D. (1994). Ánimus: el hombre interior. En C. Downing. (Ed.), Espejos del Yo.
Young-Eisendrath, P. (1999). Género y contrasexualidad: la contribución de Jung y su desarrollo posterior. En su: Introducción a Jung. Madrid: Cambridge University Press, p. 313-333.
Young-Eisendrath, P. (2013). La reformulación del feminismo, del Ánimus y de lo femenino. En C. Zweig. (Ed.), Ser mujer (pp. 193-212). Barcelona: Kairós
Zweig. (1993), Ser mujer. Barcelona: Kairós
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