Tejiendo una vida en la «Flor de Lis» de Elena Poniatowska – Parte 1

«TEJIENDO UNA VIDA EN LA “FLOR DE LIS” DE ELENA PONIATOWSKA.
AUTOBIOGRAFÍA Y MITO INTERIOR, UNA LECTURA ARQUETÍPICA.
PARTE 1″

Mónica Pinilla Pineda

Mónica Pinilla es Psicóloga, M.S. en Literatura. Es Miembro de la Asociación para el Desarrollo de la Psicología Analítica en Colombia (ADEPAC), Directora del Centro de Asesoría Psicológica de la Universidad Javeriana en Bogotá. El presenta documento es el Trabajo de grado presentado como requisito para optar por el título de Magistra en Literatura en esta misma Universidad, el mes de julio de 2007. Es igualmente el trabajo de promoción en ADEPAC para Miembro Titular. Email:monica.pinilla@javeriana.edu.co


Elena Poniatowska 

Preludio autobiográfico


Era una de aquellas tardes de los lunes en que mis tías y mi madre se reunían en la casa de la abuelita Enriqueta. Ese día yo las visitaba, pues presentía, al igual que todas, que los días en esta tierra de nuestra madre mayor se agotaban. Mostré a mi madre, en presencia de ellas, el proyecto aprobado de este trabajo de grado. Las primeras palabras estaban dedicadas a las mujeres que me dieron origen desde sus vientres y sus palabras, por supuesto entre éstas estaban también ellas siempre presentes. El rostro de mi abuela, envejecido y cansado de resistirse a la muerte, se ablandó de una manera que hasta ahora no reconocía en ella. Esta mujer de presencia grande, fuerte y tozuda, sentada en un sillón que aunque gastado era su trono, me dejó ver en sus ojos unas lágrimas que afloraban mientras mi madre espontáneamente leía:

Soy mujer.
Quiero hablar desde mi ser de mujer.
Soy palabra que también se silencia.
Tengo muchas historias entretejidas y entrecortadas;
mi vida está vinculada a la de muchas otras mujeres…
Mujeres que me han dado origen desde sus vientres;
mujeres que dotan con verbo a mi silencio;
mujeres que han contado sus vidas
para que yo pueda dar sentido a la mía.
A todas ellas… gracias,
por dar rostro a su historia con sus relatos de vida.


Estas lágrimas de mi abuela han quedado guardadas en mi corazón desde hace varios años. Años en los que la vida me ha permitido comprender que mi destino está profundamente anudado al de mis ancestras, a sus voces, a sus encuentros. La sensibilidad desatada por mis palabras en ella fue como un gesto de aprobación a mi camino. Este guiño me resguarda hoy desde algún lugar del infinito cielo. En muchas tardes vi a esa gran madre, con sus manos ocupadas, sentada en su trono de mujer mayor, rodeada de sus hijas, mientras conversaban y parloteaban todas al tiempo, a la vez que cosían, tejían o bordaban incansablemente. ¿Cómo no tener la voz femenina pegada a mi piel, si soy heredera de una tradición de mujeres que tejen juntas su vida, mientras pacientemente acompañan a sus ancestros a morir? 

INTRODUCCIÓN


El interés por las narrativas autobiográficas me ronda hace muchos años. Si hago memoria encuentro que, tal vez, este interés ya existía en mí desde pequeña, cuando buscaba detonar en mi abuela el recuerdo de sus años mozos, para que relatara una y otra vez la fantástica historia de amor, surgida en Santuario–Antioquia, entre esta hija de un hacendado con un carpintero y músico de capilla que, finalmente y después de muchas hazañas –según cuenta la leyenda familiar–, llegaría a ser mi abuelo.

Luego, años más adelante, durante los estudios de la maestría en literatura, llegaría el encuentro oficial con el género autobiográfico en el Seminario de Narrativa y Cultura Latinoamericana, dirigido por Blanca Inés Gómez, que me permitiría integrar, en un fecundo campo de exploración, lo literario, lo psicológico y mi voz de mujer. El trabajo que a continuación se presenta es entonces el fruto de una larga exploración que ha buscado tejer los hilos de mi antiguo interés por ese universo humano que se deja ver a través de las narraciones autobiográficas, pues el estudio de lo autobiográfico es la pesquisa en un género literario que por su naturaleza es muy próximo a la interioridad humana.

Dado que mi acercamiento a la literatura está marcado por mis preguntas más íntimas elegí para este trabajo una autobiografía de mujer. Inicialmente, rondé por las autobiografías de aquellas mujeres que en Hispanoamérica tuvieron por primera vez acceso a contar sus vidas a través de la escritura, las monjas. Así, me aproximé a la peculiar vida y obra de algunas de ellas, por ejemplo, Sor Francisca Josefa del Castillo, Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Sin embargo, llamada finalmente por un eco más contemporáneo a mi propia vida, elegí estudiar para este trabajo de grado la novela autobiográfica de una mujer del siglo XX: La “Flor de Lis” de la escritora mexicana Elena Poniatowska.

Adentrarnos en el estudio de lo autobiográfico se asemeja al ingreso a un laberinto. Damos giros hasta llegar a un centro que una vez alcanzamos nos lleva de regreso y renovados hacia el exterior. La materia prima de la autobiografía es precisamente el recorrido de una vida humana en su trasegar por la tierra, que se simboliza muchas veces con el recorrido de un laberinto. La escritura autobiográfica se convierte en un viaje hacia el interior –hacia el centro del laberinto–, del cual afloran hacia el exterior narraciones que cuentan las vivencias del recorrido de una vida.

Ahora bien, ante la lectura de un texto autobiográfico la tentación más frecuente que solemos tener es considerar que lo allí narrado, es decir, las narraciones contadas, es lo mismo que lo vivido. Consideramos que esa tendencia, si bien es típica, restringe la lectura simbólica de los textos, puesto que induce a la búsqueda de la referencialidad, es decir, a la comprobación de una cierta veracidad de la relación entre los hechos narrados y los hechos vividos. Desde este punto de vista pareciera entonces que la autobiografía es un género que se distancia de la imaginación y de la ficción literaria, y se aproxima más bien al ejercicio de narrar la historia.

Pero, por otro lado, si la autobiografía no consiste en contar la verdad de una vida, es natural que nos preguntemos: ¿de qué se trata entonces una autobiografía? Pues bien, lo que nos queda de un pasado vivido –que inexorablemente ha partido–, son recuerdos y vivencias que al relatarlos son más cercanos a un mito que a una historia de hechos “realmente acaecidos”. Por eso, podemos comprender los escritos autobiográficos, más bien, como realidades ficcionadas por su creador, que le permiten dar sentido a su vida de una manera simbólica semejante a como lo hace un mito con una comunidad.

Encontramos así varios dilemas que marcan la aproximación a los textos autobiográficos: ¿de qué tipo de “verdad” tratan estos textos o son acaso solo ficción?; ¿es posible desde el presente volver a un pasado que ya se fue?; ¿es la autobiografía una apología de lo individual sobre lo colectivo? Estas preguntas se vuelven ineludibles al momento de acercarnos a autobiografías y novelas autobiográficas tales como La “Flor de Lis”, en la que la escritora presenta la autobiografía de su personaje, Mariana.

Hay diversas miradas desde las cuales pueden ser leídos los escritos autobiográficos, éstas han sido ampliamente comentadas y discutidas por los estudiosos de este género. Por eso, en el primer capítulo de este trabajo se abordan los dilemas más frecuentes que suscita el estudio de autobiografías y se presenta la propuesta de leer los textos autobiográficos como creaciones humanas que tienen una función más cercana al mito que a la historia. Con ese fin, se comentan las relaciones existentes entre autobiografía, mito interior y arquetipos. En este contexto se aborda, por último, el sentido que tiene considerar a La “Flor de Lis” como una novela autobiográfica.

En el segundo capítulo nos detenemos en una breve mirada sobre Elena Poniatowska, escritora mexicana, autora de la novela objeto de este estudio. A través del recorrido por los orígenes de su vida, que se realiza de la mano de las memorias de su madre, así como del recorrido por su vida profesional como periodista y como escritora de ficción, se muestra cómo su mito interior ha sido llegar a ser una escritora mexicana, que entre las fronteras de la pertenencia y la extranjería, de la ficción y la realidad, de su voz y la voz de los otros, se dedica ante todo a contar la vida. Desde este panorama de la vida y obra de Poniatowska, llegamos a La “Flor de Lis” para hacer referencia a los aspectos estructurales más significativos de la misma.

Y en el tercer capítulo se despliega nuestra propuesta de una lectura arquetípica de La “Flor de Lis”. Aquí, se presentan los fundamentos que orientan el método de la identificación y la amplificación de las representaciones arquetípicas sugeridas en la novela, a partir de la narración que hace Mariana, niña narradora y protagonista. Por último, mostramos cómo el mito interior de Mariana rememora el mito griego de Perséfone, Deméter y Hades, haciendo así eco de una experiencia humana universal: la necesaria pérdida de ingenuidad para ganar profundidad, conocimiento de sí mismos y de la naturaleza humana.

La escritura autobiográfica suscita muchas preguntas: ¿qué sentido tiene volver sobre el camino ya recorrido?; ¿aporta algo la narración del entramado vital a la configuración de nuestra vida?, ¿acaso el sentido del movimiento de la propia vida? La autobiografía pareciera estar ligada a una pregunta ancestral por nuestros destinos; si bien se podría indicar que tiene una cierta proyección hacia el futuro, esta proyección sólo encuentra su sentido paradójicamente en el regreso al origen, por ello su proximidad con el mito y lo arquetípico. Somos seres que tendemos a volver a nuestros orígenes, hacia donde vamos –nuestro destino– es a la vez de donde venimos, damos círculos en el regreso a nosotros mismos. Por esto, es característico de la escritura autobiográfica la evocación y el regreso a la tierra de la infancia, a ese territorio íntimo y encantado de encuentro con nuestros orígenes y también con nuestros destinos.

Por otra parte, se podría decir que la escritura autobiográfica, a pesar de ser una tarea individual, nos conduce por antiguos senderos ya muchas veces recorridos por la humanidad, que han hecho presencia en nuestras vidas, tal vez, sin darnos cuenta. Esto sucede en ocasiones como una voz suave que nos susurra al oído; en otras, como un pálpito que nos sorprende en silencio y, de manera sorpresiva, nos impulsa a vivir experiencias más profundas hasta entonces desconocidas por nosotros.

A la manera de un círculo, el ejercicio autobiográfico lanza a una exploración interior que es a la vez regreso mítico al origen, para continuar su movimiento a la manera de una espiral, que es la forma básica del laberinto. Como revelación de un mito interior, la autobiografía tiene el poder de brindar un sentido de continuidad a la multiplicidad de una vida, pues la existencia humana es contradictoria y siempre se mueve entre opuestos que sólo la expresión mítica permite conciliar.

La vida misma es la materia de la autobiografía. Vida humana que está constituida por paradojas e ineludibles misterios imposibles de explicar desde la lógica racional creadora de los conceptos de la ciencia. Por eso, como humanos seguiremos tratando de comprender nuestras propias peripecias biográficas a través de la narración, de los universos oníricos, de las imágenes, de la afectividad, que son comprensiones profundamente intuitivas de nuestra realidad. Seguiremos creando autobiografías como nuestras propias leyendas que nos permiten caminar a tientas de regreso al origen.

 

I

LA “FLOR DE LIS”, UNA NOVELA AUTOBIOGRÁFICA

El hombre empieza a leerse: no es el autor de un texto, es un texto
Octavio Paz

 

Parece a primera vista que en una autobiografía puede haber mucha claridad, pues se trata de un campo de producción literaria en el que es evidente que el autor escribe sobre sí mismo y cuenta su historia de vida. Es ampliamente conocida la definición de la autobiografía propuesta por Lejeune como el “relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad” (Lejeune, 1991, p.48). En esta formulación se plantean los elementos más generales de lo que ampliamente se entiende por autobiografía como el relato histórico que una persona hace de su vida. Sin embargo, así como sucede con la vida que es el objeto mismo de la autobiografía, adentrarse en un texto de este carácter comienza a revelarnos un campo polisémico que es susceptible de múltiples interpretaciones. Estas interpretaciones se ven atravesadas por diversos dilemas que caracterizan el estudio sobre el ejercicio autobiográfico; por ello, en un primer momento nos centraremos en examinar estos dilemas.

1.1. Dilemas teóricos de la autobiografía

El estudio de un texto autobiográfico se encuentra a menudo cruzado por dilemas e incluso por una serie de sutiles paradojas. Podemos establecer varios dilemas que son propios a la autobiografía, y que son abordados de manera típica en los estudios teóricos sobre la naturaleza de ésta. En la primera parte de este capítulo examinaremos algunos de estos dilemas y mostraremos en su estudio cómo se expresan en la novela La “Flor de Lis” de Elena Poniatowska. Con este camino queremos sugerir en qué sentido se puede incluir dicha novela dentro de la categoría amplia de texto autobiográfico. El primero de estos dilemas, que examinaremos a continuación, consiste en que su carácter pareciera estar centrado sólo en el individuo, lo que implicaría que la narración se aleja de una visión más colectiva o comunitaria de la existencia humana. En este contexto cabe entonces preguntarse: ¿es la autobiografía una exaltación del individuo aislado del mundo?

1.1.1. ¿Predominio de lo individual sobre lo colectivo?

Como ya lo indicamos antes, se puede considerar a la autobiografía como una forma de escritura en la cual el individuo es y se considera a sí mismo como el centro de la trama vital. En este sentido la autobiografía podría percibirse como una cierta apología del individuo aislado del mundo o, por lo menos, como una reivindicación de los logros de una persona en su trasegar por el mundo. Sidonie Smith plantea cómo el discurso cultural patriarcal imperante hasta el siglo XX permeó las autobiografías escritas por hombres, puesto que “al privilegiar al yo autónomo o metafísico como agente de sus propios logros, y al situarlo con frecuencia en posición de antagonista respecto al mundo, la <autobiografía> promueve una concepción del ser humano que valora la unidad personal y la separación, a la vez que devalúa la interdependencia personal y comunitaria” (Smith, 1991, p. 93).

En su artículo la profesora Smith comenta que <autobiografía> entre comillas se refiere a la autobiografía tal cual la escribieron los hombres hasta el siglo XX; para desarrollar su posición retoma los planteamientos de Nancy Chodorow, que a su vez los cita de David Bakan, en los cuales se caracterizan las dos modalidades fundamentales de la existencia de los seres vivos: agencia y comunión. La agencia se asocia a la existencia de un organismo como individuo y se manifiesta en la autoprotección, la autoexpansión, la separación, el aislamiento, la soledad y el deseo de dominación. En contraste, la modalidad de la comunión está más bien referida a la participación del individuo en un organismo más amplio y, por ello, se manifiesta en la sensación de ser uno con otros, en el contacto, la expansividad, la unión y la cooperación voluntaria. En esta tensión vemos entonces cómo la agencia privilegia la independencia del individuo, mientras la comunión propicia la interdependencia. Se trata entonces de una cierta tensión que penetra nuestra propia comprensión de la relación del hombre con el mundo.

Podríamos preguntarnos ahora si la autobiografía es realmente tan sólo una expresión del individuo moderno, que en su afán de independencia y autodeterminación pretende construirse aisladamente; o si, por el contrario, la autobiografía puede expresar también la articulación de un hombre con su comunidad, en el sentido de que una vida individual es siempre la manifestación personal de una experiencia de vida construida cultural y colectivamente. Podemos decir que el individualismo propio de la modernidad es gestor de la autobiografía, pues es necesario que exista un individuo con una determinada forma de conciencia histórica, que propenda en todo momento por una visión de unidad, para que sea posible que sabiéndose como centro unificado pueda expresar y representar su trama vital como proyecto autobiográfico. Sin embargo, esta perspectiva se ve contrastada con la visión de la existencia humana como inexorablemente ligada a la dimensión comunitaria y cultural.

En este sentido, podemos afirmar ahora que el individuo no se logra en solitario, sino que se construye con y a partir de otros; esto implica una relación permanente del hombre con el entorno y los otros. La personalidad, por tanto, está conformada tanto por factores o tendencias individuales como por el mundo y las personas que rodean al individuo; por esta razón, se puede afirmar la superación de la oposición tajante entre individuo y comunidad. Para indicar esta superación, Silvia Molloy plantea que en el proyecto autobiográfico el autor construye una imagen de sí que “además de fabricación individual, (…) es artefacto social, tan revelador de una psique como de una cultura” (Molloy, 1991, p. 19). Por ese motivo, su estudio referido a autobiografías de Hispanoamérica durante los siglos XIX y XX se focaliza en resaltar los modelos sociales de representación que guían la recuperación del pasado en estas escrituras autobiográficas. De este modo Molloy fomenta la reflexión sobre el lugar del sujeto autobiográfico dentro de su comunidad y su contexto histórico.

Aparece entonces una lectura más comunal de la autobiografía, en la que si bien ésta se refiere a un individuo, no deja de ser a la vez expresión de un contexto y de una comunidad, permitiendo así que el texto autobiográfico exprese no solo al individuo sino también a referentes construidos desde lo colectivo y cultural. La autobiografía puede entonces comprenderse como la expresión de la articulación entre un individuo particular con su cultura y comunidad, a la vez que demarca la peculiaridad de la trama vital individual. El movimiento entre articulación y peculiaridad lo podemos encontrar expresado en la novela La “Flor de Lis” en la que su protagonista reconstruye su vida íntima de los primeros años y muestra también su búsqueda de reconocimiento para construir una identidad social y culturalmente arraigada a México a partir de su origen híbrido: europeo y mexicano. Así, por medio de la voz de Mariana, la autora nos deja ver tanto un mundo interior como el contexto social–comunitario que lo rodea. La mirada de Mariana incluye la perplejidad y el humor sobre el mundo europeo y mexicano en el que crece, sobre sus relaciones familiares, su condición de clase y su búsqueda de arraigo cultural . En la novela la autora logra simultáneamente desnudar y ocultar su origen social, familiar y personal, permitiéndonos comprender su interés por la vida mexicana; por ese México al cual se sentía tanto unida como distanciada. Como más adelante desarrollaremos, existe para la construcción de su identidad una estrecha relación entre su adorada madre Luz y México su imponente Madre Tierra. Lo individual y lo social, lo personal y lo cultural aparecen así en la novela La “Flor de Lis” plenamente integrados.

En el mismo sentido que venimos planteando en torno al dilema existente entre individuo y colectivo al interior del ejercicio autobiográfico, Gusdorf comenta que como género éste se trata de un fenómeno tardío en la cultura occidental:“Esta toma de conciencia de la originalidad de cada vida personal es el producto tardío de cierta civilización. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el individuo no ve su existencia fuera de los demás, y todavía menos contra los demás, sino con los otros en una existencia solidaria cuyos ritmos se imponen globalmente a la comunidad” (Gusdorf, 1991, p. 10). Así, podemos afirmar desde una perspectiva histórica que para la aparición de la autobiografía fue necesaria la emergencia de una humanidad que hubiese salido del cuadro mítico comunal y desplegara, por tanto, la conciencia de sí y la aparición del individuo. Sin embargo, el reto que se presenta en la autobiografía pareciera ser que reconociendo al individuo se pudiera al mismo tiempo reconstruir los puentes que lo conectan constitutivamente a lo cultural y a lo colectivo. Por ejemplo, el trabajo periodístico y literario de Elena Poniatowska es un ejercicio de autoconciencia personal estrechamente ligado a su cultura y a su búsqueda de pertenencia a México. Así ella misma lo expresa de manera clara en su libro Luz y luna las lunitas, en el cual encontramos un capítulo dedicado a Jesusa Palancares, protagonista de su conocida novela testimonial Hasta no verte Jesús mío, donde ella muestra el reconocimiento que logra de su mexicanidad a través del vínculo que establece con esta mujer profundamente arraigada a su amado México:

Yo ya no era la niña de ocho años que vino en un barco de refugiados, el Marqués de Comillas, hija de eternos ausentes, de viajeros en barco, hija de trasatlánticos, hija de trenes, sino que México estaba adentro, era un animalote adentro (como Jesusa llamaba a la grabadora), un animal fuerte, lozano, que se engrandecía hasta ocupar todo el lugar. Descubrirlo fue como tener de pronto una verdad entre las manos, una lámpara que se enciende bien fuerte y echa su círculo de luz sobre el piso…Mis abuelos, mis tatarabuelos tenían una frase clave que creían poética: “I don’t belong”. A lo mejor era su forma de distinguirse de la chusma, no ser como los demás. Una noche, antes de que viniera el sueño, después de identificarme largamente con la Jesusa y repasar una a una todas sus imágenes, pude decirme en voz baja: “Yo sí pertenezco”. (Poniatowska, 1994, p.43).

1.1.2. ¿Escritura de lo exterior o de lo interior de la existencia humana?

El segundo dilema que nos plantea la autobiografía se refiere a la distinción entre los aspectos públicos o externos de una vida y la experiencia interior de una personalidad. Si bien la formulación de este dilema parece semejante a lo indicado en el punto anterior, lo relevante aquí no se refiere a las características de la tensión entre lo individual y lo colectivo, sino que indica ahora una tensión existente entre lo interior y lo exterior. En algunas autobiografías el interés se desplaza de la historia pública a la historia privada, lo que implica un giro en la atención del afuera: el mundo, hacia el desconocido y temido espacio interior. Mientras se privilegie la vida pública se dará preponderancia a aspectos de la relación con el mundo, en cuyo caso, como en las memorias, lo importante está volcado a lo externo, a ciertos acontecimientos memorables en un contexto social determinado, es decir, la mirada del escritor se dirige más al ámbito de los hechos externos que al de los interiores. En esta forma de escritura el contenido reside más en las hazañas realizadas que en una reflexión del significado interno de esas acciones para la vida.
Siguiendo a Weintraub, que hace una diferenciación entre distintas formas de autonarración como las memorias, la biografía y el diario, podemos decir ahora que “en las memorias el hecho externo se traduce en experiencia consciente, la mirada del escritor se dirige más hacia el ámbito de los hechos externos que al de los interiores” (Weintraub, 1991, p.19). En esos casos, personajes como hombres de estado, políticos, jefes militares, cuya intención es la defensa de su vida pública, escriben con frecuencia sus historias de vida sobre el sector exterior de su existencia. Al respecto plantea Gusdorf que “esta autobiografía, consagrada exclusivamente a la defensa e ilustración de un hombre, de una carrera, de una política o de una estrategia, es una autobiografía sin problemas: se limita casi exclusivamente al sector público de la existencia” (Gusdorf, 1991, p. 13). Así como algunas autobiografías pueden tener su énfasis en los aspectos públicos y externos de la vida de una persona, otras ponen su acento e interés más bien en la vida interior y privada, como es el interés que quiere recalcar Gusdorf.

Siguiendo el segundo camino, lo que nos interesa resaltar en este estudio es el hecho de que en la autobiografía tiene un lugar preponderante la interioridad, la vivencia de su autor. En este sentido Gusdorf afirma que:

La autobiografía propiamente dicha se impone como programa reconstituir la unidad de una vida a lo largo del tiempo. Esta unidad vivida de comportamiento y de actitudes no procede del exterior: es cierto que los hechos nos influyen, a veces nos determinan y siempre nos delimitan; pero los temas esenciales, los esquemas estructurales que se imponen al material de los hechos exteriores son los elementos constituyentes de la personalidad. La psicología totalizante actual nos ha enseñado que, lejos de encontrarse sometido a situaciones acabadas, el hombre es el agente activo esencial en las situaciones en las que se encuentra metido. Lo que estructura y da forma a lo vivido es su intervención de modo que el paisaje es verdaderamente, según las palabras de Amiel, <un estado de ánimo>” (Gusdorf, 1991, p. 13).

La autobiografía así vista tiene la función primordial de propiciar el diálogo interior del autor con su experiencia de vida, mostrando que si bien existen hechos y situaciones externas de las que se ha participado, la escritura autobiográfica es ante todo un ejercicio interior de tejernos a nosotros mismos. Por ello, podemos decir ahora que la autobiografía aborda la manera como la vida ha afectado a ese sujeto que narra, es decir, a la vivencia interior de lo sucedido. Es precisamente en ese juego entre los hechos y el estado de ánimo subjetivo donde surge la autobiografía. Desde un modelo causal se tiende a considerar que es la vida, lo sucedido, los hechos, lo que produce la autobiografía. Desde esta otra mirada ocurre que es precisamente la vida interior la que construye y constituye el sentido e interés principal del texto autobiográfico.

En la novela La “Flor de Lis” podemos encontrar este interés del ejercicio autobiográfico de indicar un acceso a la interioridad de Mariana, cuando la infancia y juventud del personaje muestran la configuración de su mundo interior. La novela nos muestra los pilares más decisivos para la configuración de la personalidad de Mariana: desde niña su referente más inmediato era su hermana, que con un carácter enérgico y decidido contrastaba con la sensibilidad y vaguedad fantasiosa que la caracterizaban a ella desde pequeña.

La alusión a la experiencia infantil de la protagonista, cercana a lo doméstico y familiar, revelan su particular manera de experimentar la vida en presencia de sus nanas, en su mayoría mexicanas, y la adoración por su mamá bella, distraída y ausente. Esta novela expone también la vivencia del mundo social en el que nació, el cual estaba marcado por su origen híbrido: europeo–mexicano y su condición de clase aristocrática, aunque profundamente cercana a lo popular.

En este contexto, Jörgensen una de las críticas de la autora, refiriéndose a esta novela comenta lo siguiente:

La “Flor de Lis” amplía significativamente las anteriores representaciones hechas por Poniatowska de personajes y circunstancias que reflejan su propia experiencia. La novela es un Bildungsroman centrado en una mujer y narrado por su protagonista. Fuertemente autobiográfico, retrata la búsqueda del auto–conocimiento y de identidad social y cultural de su joven protagonista, Mariana…El sentido de una conciencia en paulatino desarrollo se logra por medio de la extraordinaria consistencia de la perspectiva narrativa (entregada a Mariana) y el uso predominante del presente, que transmite la inmediatez de la experiencia revivida. Estas estrategias textuales reflejan la incapacidad de Mariana para analizar su situación o para lograr el grado de madurez en que típicamente concluye la novela de desarrollo (Jörgensen, 1990, p. 507).

Como nos dice la crítica, la novela está considerada una novela de formación de protagonista (Bildungsroman) con una característica fuertemente autobiográfica, que muestra el proceso de desarrollo de la conciencia de la protagonista y narradora, Mariana, a partir de la combinación de su carácter personal y el mundo social que la rodea, poniendo especial énfasis en su experiencia subjetiva y la vivencia interior de su infancia y juventud –edad en la que concluye la novela–. El uso predominante del presente muestra una estrategia narrativa de la autora para generar la sensación de inmediatez de lo vivido. A partir de este comentario nos adentraremos en el tercer dilema característico de los textos autobiográficos: el dilema del tiempo.

1.1.3. ¿El pasado se recrea en el presente?

Algo que caracteriza a los textos autobiográficos es su perspectiva retrospectiva, en la que se reconstruyen momentos pasados desde un momento actual recurriendo a la memoria. Por eso podría plantearse que la autobiografía se caracteriza por un volver al pasado desde el presente, donde el manejo del tiempo –diacrónico– reconoce la sucesión de unos hechos a través del tiempo de manera sucesiva y por tanto histórica. En la autobiografía se hace entonces el intento desde un momento presente de volver a un pasado que ya no está, que se fue, aunque de alguna manera aún hace presencia en el momento actual a través de las ficciones de la memoria. Podría considerarse que el tiempo de la autobiografía, al igual que sucede en el tiempo mítico, responde más bien a una lógica de simultaneidad y coincidencia –sincrónico– en el sentido de que el pasado que se rememora es siempre presente en el recuerdo.

Al respecto de este problema Gusdorf comenta precisamente que:

La autobiografía no consiste en una simple recuperación del pasado tal como fue, pues la evocación del pasado sólo permite la evocación de un mundo ido para siempre. La recapitulación de lo vivido pretende valer por lo vivido en sí, y, sin embargo, no revela más que una figura imaginada, lejana ya y sin duda incompleta, desnaturalizada además por el hecho de que el hombre que recuerda su pasado hace tiempo que ha dejado de ser el que era en ese pasado.” (Gusdorf, 1991, p. 13).

En este sentido, podemos decir que el ejercicio autobiográfico podría considerarse como un gran espejo suspendido en el tiempo que permite mirarse a sí mismo y a la vida recorrida. A través del espejo se busca el diálogo entre un yo presente y otros “yos pasados” de la vida del autor. Lo importante de una vida entonces no son tanto los acontecimientos mismos, sino la manera como ellos permanecen vivos de diversas e, incluso, sutiles maneras en nosotros mismos. Así, la autobiografía implica traer a la vida presente lo que ha permanecido de un pasado que inexorablemente ha partido; por tanto, es improbable la fidelidad a los hechos, pues su ofrecimiento es más bien lograr una lectura renovada sobre sí mismos. En este sentido, podemos afirmar ahora que la autobiografía dista mucho de ser una simple historia narrada en primera persona, pues si la historia se debe atener a los hechos, la autobiografía en cambio revivifica lo sucedido. El siguiente poema de Fernando Pessoa habla de manera cabal del dilema del tiempo en relación con el recuerdo de nosotros mismos:

Si recuerdo quién fui, me veo otro,
Y el pasado es presente en el recuerdo.
Quien fui es alguien que amo
Aunque en sueños tan sólo. […]
Nada sino el instante, me reconoce.
Nada es recuerdo de mí mismo, y siento
que quien soy y quien fui
son sueños diferentes. (Duccio, 1999, p. 31)

Reconocernos a nosotros mismos en el pasado implica un viaje fantasmagórico, parecido al que hacemos en los sueños, para encontrar una identidad que ya no está, que a pesar de haber sido presente en algún momento no necesariamente sigue siéndolo, pues lo único que existe y nos permite reconocernos es el instante siempre presente, que ineludiblemente va pasando dejándonos una sensación de permanente movimiento sobre lo que somos y hemos sido.

Por esta razón, Gusdorf propone un nuevo sentido al ejercicio autobiográfico de recordar: “El pasado rememorado ha perdido su consistencia de carne y hueso, pero ha ganado una nueva pertinencia, más íntima, para la vida personal, la cual puede, de esta manera, y tras haber estado por mucho tiempo dispersa y haber sido buscada en el tiempo, ser descubierta y reunida más allá del tiempo”(Gusdorf, 1991, p. 14). El espejo suspendido en el tiempo que ofrece el ejercicio autobiográfico puede entonces permitir rastrearnos a nosotros mismos, descubrir y reunir –en medio de la dispersión– nuestra propia vida, pero haciéndolo de tal manera que la vida sea recreada constantemente desde los trazos que se abren en lo rememorado.

Sidonie Smith, crítica de la autobiografía de mujeres, reconoce también las dificultades que trae el manejo del tiempo y del recuerdo para la autobiografía; al respecto analiza cómo la autobiografía crea una representación icónica de una identidad continua la cual realmente es discontinua y se encuentra fragmentada por el tiempo entre el yo narrador del presente y el yo narrado del pasado. La autorrepresentación que se hace en la autobiografía es, por tanto, una estrategia lingüísticamente compleja, que revela, de algún modo, más sobre la manera presente de representarse la autora (en relación con unos modelos de identidad) que sobre el pasado, si bien también habla de éste.

Al tratar la paradoja de la discontinuidad-continuidad de la identidad marcada por el paso del tiempo en la vida de quien escribe concluye: “El desdoblamiento del yo en un yo narrador y un yo narrado, junto con la fragmentación del yo narrado en múltiples posturas enunciativas, marcan el proceso autobiográfico como artefacto retórico y la firma autorial como mitografía” (Smith, 1991, p. 97). Este comentario nos muestra cómo la narración autobiográfica está más próxima a la configuración de un mito –más allá del tiempo– que a la construcción de una historia de hechos acaecidos en el pasado.

Es decir, el texto autobiográfico pareciera tener más cercanía con el descubrimiento del mito interior que con la reconstrucción “fiel” de la historia de vida. Las identidades creadas en la autobiografía desde un yo presente que intenta recoger los “yos” pasados y los hilos dispersos de una vida, significan volver a un origen que no está, aunque sigue haciendo presencia. El tiempo se diluye en lo que ha partido y sin embargo permanece.

En la novela La “Flor de Lis” es evidente la estrategia textual que la autora le da a Mariana, narradora y personaje central de la novela, en cuanto al uso del tiempo presente. Mariana habla de su infancia y su juventud temprana. Pero sabemos que la novela ha sido escrita en dos momentos distintos de la vida de Poniatowska: la parte de la juventud fue escrita cuando la autora tenía aproximadamente veinticinco años y la parte correspondiente a la infancia cuando tenía más o menos cincuenta y tres años.

La autora logra, sin embargo, dar a la obra un tono de vivencia actual e inmediata desde la voz de la narradora y protagonista. Este manejo de la perspectiva narrativa permite generar una sensación de continuidad en la identidad del personaje desde las vivencias relatadas de su infancia en Francia y su llegada a México, hasta su evolución en la juventud, donde se interrumpe la narración.

 

 

 

Fin de la Parte I

 

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