FRITJOF CAPRA
Doctor en Física teórica (Universidad de Viena, 1966), investigador en física subatómica (Universidad de París, Universidad de California, Sta Cruz), en el Acelerador Lineal (Londres) y en el Laboratorio Lawrence Berkeley (de la U.C). También profesor en la U.C. en Santa Cruz, en Berkeley y en la Universidad de San Francisco. Autor de El Tao de la Física, y de El Punto Crucial, del cual publicamos la Parte 2 del Capítulo 11, en el que discute sobre la nueva visión de la realidad, en la que se tiende a una integración de los enfoques orientales y occidentales de la psicología y la psicoterapia. Habla de Jung, Reich, Rogers, Maslow, Wilber y otros teóricos del nuevo paradigma.
(Continuación de la Parte 1)
Otro proyecto de conciencia que se aviene perfectamente con la psicología del espectro de Wilber ha sido desarrollado desde una perspectiva muy diferente por Stanislav Grof. Mientras que Wilber abordó el estudio de la conciencia como psicólogo y filósofo, derivando de su experiencia meditativa parte de sus percepciones, Grof lo enfocó como psiquiatra, basando sus modelos en muchos años de experiencia clínica. Durante diecisiete años Grof se ocupo de psicoterapia en sus investigaciones clínicas, en las que utilizó el LSD y otras substancias psicodélicas. En este período participó en unas tres mil sesiones psicodélicas y estudió los resultados de unas dos mil sesiones dirigidas por sus colegas en Europa y los Estados Unidos (28). Después, las controversias públicas sobre el LSD y las restricciones legales que de ellas se derivaron obligaron a Grof a abandonar su terapia psicodélica y a crear otras técnicas terapéuticas que inducían un estado similar sin el uso de fármacos.
Las extensas observaciones de experiencias psicodélicas convencieron a Grof de que el LSD es un catalizador o amplificador no determinado de los procesos mentales y que saca a la superficie varios elementos ocultos en lo más profundo del subconsciente. Una persona que toma LSD no experimenta una psicosis tóxica, como muchos psiquiatras creían al comienzo de las investigaciones sobre el LSD, sino que emprende un viaje por unas regiones de la mente que normalmente son inconscientes. Por consiguiente, la Investigación psicodélica, según Grof, no es el estudio de los efectos especiales inducidos por substancias psicoactivas, sino el estudio de la mente humana con ayuda de potentes catalizadores químicos. «No me parece inoportuno ni exagerado —ha escrito— comparar el significado potencial de estas substancias para la psiquiatría y la psicología con el del microscopio para la medicina o el del telescopio para la astronomía» (29).
La opinión según la cual las substancias psicodélicas no son más que un amplificador de los procesos mentales está confirmada por el hecho de que los fenómenos observados en la terapia con LSD no son en absoluto únicos ni limitados a la experimentación psicodélica. Muchos de ellos han sido observados en la práctica médica, en la hipnosis y en nuevas terapias experimentales. Basándose en esta clase de observaciones realizadas durante muchos años y sin usar substancias psicodélicas, Grof ha construido lo que él llama una cartografía del subconsciente, un mapa de los fenómenos mentales, que tiene muchos puntos en común con el espectro de la conciencia diseñado por Wilber. La cartografía de Grof abarca tres ámbitos principales: el campo de las experiencias psicodinámicas, correspondientes a los acontecimientos de la vida pasada y presente de una persona; el campo de las experiencias perinatales, relacionado con los fenómenos biológicos, que implica el proceso del nacimiento; y el campo de las experiencias transpersonales, que va más allá de los límites individuales.
El nivel psicodinámico es claramente en su origen un nivel autobiográfico e individual que abarca los recuerdos de experiencias de importancia emocional y de conflictos no resueltos que tuvieron lugar en varios períodos de la vida del individuo. Las experiencias psicodinámicas comprenden también la dinámica psicosexual y los conflictos psicosexuales descritos por Freud y pueden ser comprendidos, en gran medida, desde el punto de vista de los principios psicodinámicos básicos. Con todo, Grof ha añadido un concepto muy interesante a su estructura freudiana. Según sus observaciones, las experiencias en este ámbito tienden a presentarse en determinadas constelaciones de recuerdos que él llamó sistemas COEX (sistemas de experiencia condensada)(30). Un sistema COEX se compone de recuerdos de diversos períodos de la vida de una persona que tienen un tema básico similar, o que contienen elementos similares, y que van acompañados por una fuerte carga emocional de la misma calidad. Las interacciones detalladas entre los elementos constituyentes de un sistema COEX, en la mayoría de los casos, se avienen básicamente con el pensamiento freudiano.
El campo de las experiencias perinatales quizá sea la parte más interesante y original de la cartografía de Grof. En este campo, se presentan una variedad de complejos modelos experimentales relacionados con los problemas del nacimiento biológico. Las experiencias perinatales implican una repetición extremadamente realista y auténtica de las distintas fases del nacimiento de una persona: la serena beatitud de la existencia en el útero materno, en una unión primitiva con la madre, y la perturbación de este estado pacífico a través de substancias químicas tóxicas y contracciones musculares; la situación «sin salida» de la primera fase del parto, cuando el cuello del útero aún está cerrado, mientras las contracciones uterinas se comunican al feto creándole una sensación de claustrofobia junto con un intenso malestar físico; la salida por el mal del parto, que implica una enorme lucha por la supervivencia en la que el feto, oprimido y aplastado, muchas veces puede asfixiarse; y, por último, el alivio imprevisto y la relajación, la primera respiración, y el corte del cordón umbilical, que concluye la separación de la madre.
En las experiencias perinatales, las sensaciones y sentimientos relacionados con el proceso de nacer pueden revivirse de manera directa y realista y también pueden aparecer en forma de experiencias simbólicas y visionarias. Por ejemplo, la experiencia de las enormes tensiones que caracterizan la lucha en el canal del parto suele ir acompañada de visiones de combates titánicos, catástrofes naturales, secuencias sadomasoquistas y otras imágenes de destrucción y autodestrucción. Para facilitar la comprensión de la gran complejidad de los síntomas físicos, de las imágenes y de los modelos experimentales, Grof los ha dividido en cuatro grupos llamados matrices perinatales, que corresponden a las fases consecutivas de proceso del nacimiento (31). De los estudios detallados sobre las relaciones recíprocas entre los distintos elementos de estas matrices han resultado intuiciones muy profundas de muchas condiciones psicológicas de la experiencia humana.
Uno de los aspectos más sorprendentes del ámbito perinatal es la estrecha relación que existe entre las experiencias del nacimiento y de la muerte. El encuentro con tal sufrimiento y con la lucha y la anulación de todos los puntos de referencia anteriores al proceso del nacimiento son tan similares al proceso de la muerte que muchas veces Grof llamaba a todo el fenómeno la experiencia de la muerte-renacimiento. De hecho, las imágenes relacionadas con esta experiencia suelen comportar símbolos de muerte y los síntomas físicos correspondientes pueden provocar la sensación de una última crisis existencial que puede ser tan vívida que se confunda con el mismo proceso de la muerte. Por consiguiente, el nivel perinatal del subconsciente es el nivel del nacimiento y de la muerte, un campo de experiencia existencial que ejerce una influencia crucial en toda nuestra vida mental y emocional. «El nacimiento y la muerte —escribe Grof— parecen ser el alfa y el omega de la existencia humana, y un sistema psicológico que no los incluya será siempre un sistema superficial e incompleto» (32).
El encuentro experimental con el nacimiento y la muerte en el transcurso de la psicoterapia equivale muchas veces a una verdadera crisis existencial, obligando al individuo a examinar seriamente el significado de su propia vida y los valores que lo inspiran. Las ambiciones mundanas, los instintos competitivos, el deseo de mejorar su posición social, de poder o de posesiones materiales: todas estas cosas tienden a desaparecer cuando se ven en el trasfondo de una muerte inminente. Como decía Carlos Castaneda, exponiendo las enseñanzas del hechicero yaqui Don Juan: «Gran cantidad de mezquindad se derrumba si la muerte te hace una señal, o si la vislumbras fugazmente… la muerte es el único consejero sabio que tenemos» (33).
La única manera de superar el dilema existencial de la condición humana es, en el fondo, trascenderlo al experimentar la propia conciencia dentro de un contexto cósmico más amplio. Este resultado se consigue en el ámbito transpersonal, el último campo importante de la cartografía del subconsciente de Grof. Las experiencias transpersonales parecen ofrecer ideas profundas sobre la naturaleza y la pertinencia de las dimensiones espirituales de la conciencia. Como la psicodinámica y las experiencias perinatales, también ellas tienden a presentarse en grupos temáticos, pero su organización es mucho más difícil de describir en el lenguaje de los hechos—como han subrayado Jung y muchos místicos— pues estas experiencias ponen en duda la base lógica de nuestro lenguaje. En particular, las experiencias transpersonales pueden comportar una serie de fenómenos paranormales o psíquicos que han sido notoriamente difíciles de tratar dentro de la estructura del pensamiento racional y del análisis científico. De hecho, parece haber una relación complementaria entre los fenómenos psíquicos y el método científico. Los fenómenos psíquicos parecen manifestarse con toda su fuerza únicamente fuera de la estructura del pensamiento analítico, y disminuir progresivamente a medida que su observación y su análisis se vuelven más científicos (34).
Tanto el modelo de Wilber como el de Grof indican que la comprensión final de la conciencia humana va más allá de las palabras y de los conceptos. Esto plantea el importante problema de la posibilidad deshacer afirmaciones científicas sobre la naturaleza de la conciencia: además, puesto que la conciencia es un punto de interés central de la psicología, surge la duda de si la psicología puede o no considerarse una ciencia. Tradicionalmente, desde que Galileo puso la calidad fuera del ámbito de la conciencia científica, la ciencia ha sido relacionada con las mediciones y afirmaciones cuantitativas y todavía hoy la mayoría de los científicos comparten esta opinión. El filósofo y matemático Alfred North Whitehead expresa la esencia del método científico con la regla siguiente: «En primer lugar se han de buscar los elementos mensurables de los fenómenos, y luego las relaciones entre las medidas de las cantidades físicas»(35).
Una ciencia interesada sólo en la cantidad y basada exclusivamente en la medición será intrínsecamente incapaz de ocuparse de la experiencia, de la calidad o de los valores; por tanto, no podrá llegar a la comprensión de la naturaleza de la conciencia, pues la conciencia es un aspecto central de nuestro mundo interior y, por ello, es ante todo una experiencia. De hecho, tanto Grof como Wilber describen la cartografía de la conciencia desde el punto de vista de los campos de experiencia. Cuanto más insistan los científicos en las afirmaciones cuantitativas, tanto menos podrán describir la naturaleza de la conciencia. En el campo de la psicología, el caso más extremo se halla en el conductismo, que se ocupa exclusivamente de las funciones y los modelos de comportamiento mensurables y que, por consiguiente, no puede hacer ninguna afirmación sobre la conciencia, negando de hecho incluso su misma esencia.
La pregunta, pues, será la siguiente: ¿Puede existir una ciencia que no se base exclusivamente en la medición, una comprensión de la realidad que incluya tanto la calidad como la experiencia y que, pese a ello, pueda ser llamada científica? Creo que, en realidad, esta comprensión es posible. La ciencia, en mi opinión, no tiene que estar limitada forzosamente a mediciones y análisis cuantitativos. Estoy dispuesto a considerar científica cualquier manera de abordar el conocimiento siempre que satisfaga dos condiciones: que el conocimiento se base completamente en observaciones sistemáticas y que se exprese desde el punto de vista de modelos coherentes, aunque sean limitados y aproximativos. Estos requisitos —la base empírica y el proceso de la creación de modelos— representan, en mi opinión, los dos elementos esenciales del método científico. Otros aspectos, como la cuantificación o el uso de las matemáticas, suelen ser deseables, pero no son cruciales.
El proceso de la creación de modelos consiste en la formación de una red lógica y coherente de conceptos que se usan para enlazar los datos observados. En la ciencia clásica, estos datos equivalían a cantidades obtenidas a través de la medición, y los modelos conceptuales se expresaban, cada vez que se presentaba la posibilidad, con lenguaje matemático. El objeto de la cuantificación era doble: aumentar la precisión y garantizar la objetividad científica eliminando toda referencia al observador. La teoría cuántica ha modificado en gran medida la concepción clásica de la ciencia, revelando el papel crucial desempeñado por el sujeto en el proceso de observación, invalidando así la idea de una descripción objetiva de la naturaleza (36). Ahora bien, la teoría cuántica sigue basándose en las mediciones y es, de hecho, la más cuantitativa de todas las disciplinas científicas, pues reduce todas las propiedades de los átomos a series de números integrales (37). Los físicos que estudian la teoría de los cuantos, por consiguiente, no pueden hacer ninguna afirmación sobre la naturaleza de la conciencia dentro de la estructura conceptual de su ciencia, pese a que la conciencia humana ha sido reconocida como una parte indivisible de esta estructura.
Una verdadera ciencia de la conciencia se ocupará más de la calidad que de la cantidad y estará basada en las experiencias compartidas más que en las mediciones verificables. Los factores de la experiencia que constituyen los datos de esta ciencia no pueden ser cuantificados o descompuestos en sus elementos fundamentales y siempre serán subjetivos a distintos niveles. Por otra parte, los modelos conceptuales que sirven de enlace a los datos siempre tendrán que ser lógicamente coherentes, como todos los modelos científicos, e incluso pueden contener algunos elementos cuantitativos. Las cartografías de la conciencia formuladas por Grof y por Wilber son un ejemplo notable de este nuevo enfoque científico. Estas cartografías son típicas de una nueva psicología, una ciencia que cuantificará sus afirmaciones cada vez que este método resulte adecuado, pero que también será capaz de ocuparse de la calidad y de los valores derivados de la experiencia humana.
El nuevo enfoque bootstrap, o de sistemas, de la psicología comprende una concepción de la enfermedad mental que se aviene perfectamente con las opiniones generales sobre la salud y la enfermedad que hemos descrito en el capítulo precedente. Como todas las demás enfermedades, la enfermedad mental se concibe como un fenómeno multidimensional que abarca aspectos físicos, psicológicos y sociales interdependientes. Cuando Freud creó el psicoanálisis, uno de los puntos centrales de su teoría eran los trastornos nerviosos conocidos como neurosis, pero desde entonces la atención de los psiquiatras se ha desplazado hacia los trastornos más graves conocidos como psicosis, y en especial hacia una vasta categoría de trastornos mentales graves que han sido denominado de manera más bien arbitraria, trastornos de esquizofrenia. A diferencia de la neurosis, estos trastornos mentales van mucho más allá del nivel psicodinámico y no pueden comprenderse plenamente SI no se tienen en cuenta los campos biosociales, existenciales y transpersonales de la psique. Este enfoque multinivelado es sin duda muy necesario, pues la mitad de todas las camas de hospital disponibles en los Estados Unidos para enfermos mentales están ocupadas por pacientes a quienes se les ha diagnosticado esquizofrenia (38).
La mayoría de los tratamientos psiquiátricos se ocupan de mecanismos biomédicos relacionados con un trastorno mental determinado y, gracias a esto han tenido mucho éxito en la eliminación de los síntomas con ayuda de fármacos psicoactivos. Este enfoque no ha ayudado a los psiquiatras a entender mejor la enfermedad mental ni tampoco ha permitido a sus pacientes resolver los problemas que son el origen de su enfermedad. En vista de estas deficiencias del enfoque biomédico, en los últimos veinticinco años varios psiquiatras y psicólogos han formulado una concepción integral de los trastornos psicóticos que tiene en cuenta los múltiples aspectos de la enfermedad mental y que es al mismo tiempo social y existencial.
La incapacidad de evaluar la propia percepción y la experiencia de la realidad y de integrarlas en una visión coherente del mundo parece ser el punto clave de una enfermedad mental grave. En la práctica psiquiátrica actual, a muchas personas se les diagnostican casos de psicosis basándose en el contenido de sus experiencias y no en sus modelos de comportamiento. Estas experiencias son típicamente transpersonales por naturaleza y se contraponen netamente a cualquier forma de sentido común y a la visión del mundo clásico occidental. Sin embargo, muchas de estas experiencias son muy conocidas para los místicos, pues con frecuencia se verifican en situaciones de meditación profunda y también pueden ser muy fácilmente inducidas a través de otros métodos. La nueva definición de lo que es normal y lo que es patológico no se basa en el contenido y en la naturaleza de las propias experiencias, sino en la manera como se tratan y en la medida en que una persona puede integrar en su vida, estas experiencias insólitas. Investigaciones dirigidas por psicólogos humanistas y transpersonales han revelado que la aparición espontánea de experiencias no ordinarias de la realidad es mucho más frecuente de lo que la psiquiatría convencional sospecha (39). Por consiguiente, una integración armoniosa de estas experiencias es de crucial importancia para la salud mental, y el apoyo y la asistencia solidaria en estos procesos, basados en una comprensión de todo el espectro de la conciencia humana, serán muy importantes en el tratamiento de muchos tipos de enfermedad mental.
La incapacidad de algunas personas para integrar sus experiencias transpersonales suele verse agravada por un ambiente hostil. Inmersas en un mundo de símbolos y mitos, estas personas se sienten incapaces de comunicar la naturaleza de sus experiencias. El temor al aislamiento puede ser tan opresivo que genere una onda de pánico existencial y es este pánico, más que cualquier otra cosa, lo que engendra muchos síntomas de la enfermedad mental (40). La sensación de aislamiento y el miedo a la hostilidad se ven aún más acentuados por el tratamiento psiquiátrico, que a menudo supone un examen vejatorio, una diagnosis punitiva y una hospitalización obligada que invalidan completamente a la persona como ser humano. Como ha observado un investigador que se ha ocupado recientemente de los efectos psicológicos de los institutos psiquiátricos: «Ni los datos anecdóticos ni los datos «objetivos» pueden transmitir la oprimente sensación de impotencia que invade al individuo cuando se ve expuesto constantemente a la dcspersonalización del hospital psiquiátrico» (41).
Entre las experiencias que los pacientes psicóticos no logran integrar parecen tener crucial importancia todas las que se relacionan con su ambiente social. Los grandes progresos que recientemente se han realizado en la comprensión de la esquizofrenia se han basado en el reconocimiento de que esta enfermedad no puede comprenderse centrando la atención en el paciente, sino que debe considerarse en el contexto de las relaciones del paciente con las demás personas. Muchos estudios de familias de esquizofrénicos han revelado que la persona a quien se le ha diagnosticado una esquizofrenia casi siempre forma parte de una red de modelos de comunicación gravemente trastornados dentro de la familia (42). La enfermedad que se manifiesta en el «paciente identificado» es en realidad un trastorno de todo el sistema familiar.
La característica central de los modelos de comunicación entre las familias de casos esquizofrénicos diagnosticados fue identificada por Gregory Bateson como una situación de «doble vínculo» (43). Bateson descubrió que el comportamiento definido como esquizofrénico representa una estrategia especial inventada por el individuo para sobrevivir en una situación insoportable. Este individuo se halla enfrentado en su familia con una situación que parece ponerlo en una posición insostenible, una situación en la que «no puede ganar» haga lo que haga. Por ejemplo, el doble vínculo puede instaurarse en el caso de un niño, por medio de los mensajes verbales y no verbales contradictorios que le llegan de uno de sus progenitores o de ambos; estos mensajes siempre suponen un castigo o una amenaza a la seguridad emocional del niño. Cuando estas situaciones se verifican constantemente, la estructura del doble vínculo puede convertirse en la vida mental del niño, en una esperanza habitual y es probable que esta situación engendre unas experiencias y un comportamiento esquizofrénico. Esto no significa que toda persona expuesta a una situación de este género se convierta en esquizofrénico. Determinar qué es exactamente lo que hace que una persona se vuelva esquizofrénica mientras otra sigue siendo normal en las mismas circunstancias exteriores es un problema complejo que implica probablemente factores bioquímicos y genéticos aún desconocidos. En particular, el efecto de la nutrición en la salud mental aún ha de explorarse más a fondo.
R.D. Laing ha subrayado que la estrategia proyectada por un esquizofrénico muchas veces puede considerarse como una respuesta apropiada a un grave estrés social, una respuesta que representa los esfuerzos desesperados realizados por el individuo para conservar su integridad cuando se ve confrontado con presiones paradójicas y contradictorias. Laing extiende esta observación a una crítica de la sociedad en conjunto, en la que ve la condición de alienación, de estar dormido, inconsciente, «fuera de sí», como condición de la persona normal (44). Estos hombres «normalmente» alienados, según Laing, son considerados sanos de mente simplemente porque actúan más o menos como cualquier otra persona, mientras que otras formas de alienación que no concuerdan con el modelo común son tachadas de psicóticas por la mayoría de los «normales». Laing ofrece la siguiente observación:
Un niño que nace hoy en Inglaterra tiene una posibilidad diez veces mayor de acabar en un manicomio que de entrar en la universidad… lo que puede considerarse como una indicación de que en lugar de educar sanamente a nuestros hijos, estamos logrando enloquecerlos. Quiza sea nuestra manera de educarlos lo que los convierte en locos (45).
Laing denuncia sucintamente el doble papel de los factores culturales en el desarrollo de la enfermedad mental. Por una parte, la cultura genera mucha de la angustia que da origen al comportamiento psicótico, y por otra, establece las normas de lo que debe considerarse sano. En nuestra cultura, los criterios utilizados para definir la enfermedad mental —el sentido de identidad, la imagen, el reconocimiento del tiempo y del espacio, la percepción del ambiente, etcétera— requieren que las percepciones y opiniones de una persona sean compatibles con la estructura conceptual cartesiano-newtoniana. La visión cartesiana del mundo no sólo es el principal punto de referencia, sino que también se considera la única descripción exacta de la realidad. Esta actitud restrictiva se refleja en la tendencia de los psicólogos y los psiquiatras a usar unos sistemas de diagnosis más bien rígidos. Los peligros de este condicionamiento cultural han sido ilustrados muy bien por un experimento reciente en el que odio voluntarios fueron aceptados en varias instituciones psiquiátricas de los Estados Unidos alegando que habían «escuchado voces»(46). Estos pseudopacientes fueron considerados irrevocablemente esquizofrénicos, pese a que luego se comportaron de manera totalmente normal, y —lo que constituye una curiosa ironía— muchos internados reconocieron inmediatamente que los pseudopacientes eran normales, pero el personal del hospital no fue capaz de reconocer la normalidad de su comportamiento después de que se les hubo diagnosticado la «psicosis».
Parecería que el concepto de salud mental tuviese que incluir una integración armoniosa de los modelos cartesianos y transpersonales de percepción y experiencia. Una percepción de la realidad exclusivamente transpersonal es incompatible con un comportamiento adecuado y con la supervivencia en el mundo cotidiano. Una mezcla incoherente de las dos maneras de percepción, sin la capacidad de integrarlas, engendra la experiencia psicótica. Pero limitarse solamente al modo de percepción cartesiano es una locura: la locura de la cultura imperante.
Una persona que actúe exclusivamente según el modelo cartesiano puede no presentar los síntomas de una enfermedad mental pero tampoco puede ser considerada mentalmente sana. Estos individuos llevan por lo general una vida egocéntrica y competitiva, orientada hacia un objetivo. Preocupados de manera excesiva por el pasado y por el futuro, suelen tener una limitada conciencia del presente y por consiguiente una limitada capacidad de sentirse realizados con las actividades ordinarias de la vida cotidiana. Estas personas se concentran en la manipulación del mundo exterior y miden su nivel de vida por la cantidad de posesione materiales que tienen; alejándose cada vez más de su mundo interior, pierden la capacidad de apreciar el proceso de la vida. Las personas cuya existencia está dominada por esta suerte de experiencia nunca se sentirán verdaderamente realizadas con ningún nivel de riqueza, de poder o de fama, pues siempre serán víctimas de una sensación di inutilidad, de futilidad e incluso de absurdidad que ningún acontecimiento externo logrará disipar.
Los síntomas de esta locura cultural están presentes en todos los niveles de nuestras instituciones académicas, comerciales y políticas, y la carrera de armamento quizá sea su manifestación más psicótica. La integración del modo cartesiano de percepción en una perspectiva ecológica y transpersonal más amplia se ha vuelto hoy una tarea urgente que debe emprenderse a todos los niveles individuales y sociales. La salud mental genuina comportaría una interacción equilibrada de las dos maneras de experiencia, un modo de vida en el que la identificación con el Yo sea algo lúdico y provisional y no algo absoluto y obligatorio, y la preocupación con las posesiones materiales sea pragmática en lugar de obsesiva. Este modo de ser se caracterizaría por una actitud positiva ante la vida, por un fuerte énfasis en el momento presente y por un profundo conocimiento de la dimensión espiritual de la existencia. De hecho, estas actitudes y valores han sido enunciados a lo largo de la historia por los santos y los sabios que experimentaron la realidad de manera transpersonal. Se sabe perfectamente que las experiencias de estos místicos son con frecuencia muy similares a las de los esquizofrénicos. Sin embargo, los místicos no son locos, pues saben integrar sus experiencias transpersonales con sus modos de conciencia ordinarios. Utilizando la profunda metáfora de Laing: «Los místicos y los esquizofrénicos se hallan en el mismo océano, pero los místicos nadan, mientras que los esquizofrénicos se ahogan» (47).
La concepción de la enfermedad mental como fenómeno multidimensional que puede afectar a todo el espectro de la conciencia implica un enfoque multinivelado correspondiente a la psicoterapia. Utilizando el lenguaje de varias escuelas —freudiana, junguiana, reichiana, rogeriana, lainguiana y otras más— para describir las distintas facetas de la psique, los psicoterapeutas tendrían que poder integrar estas escuelas en una estructura conceptual coherente para interpretar los fenómenos que se presentan en el proceso terapéutico. Los terapeutas saben que cada cliente presenta síntomas diferentes y que para describirlos necesitarán terminologías diferentes. Jung, por ejemplo, escribió en su autobiografía: «En mi opinión, puesto que tratamos con individuos, hemos de comprenderlos como tales. Necesitamos un lenguaje distinto para cada paciente: en una sesión me podréis oír hablar en dialecto freudiano, y en otra, en dialecto adleriano» (48). De hecho, el cliente suele pasar por distintas fases en el curso de la terapia y cada una de estas fases está caracterizada por distintos síntomas y por un distinto sentido de la identidad. Cuando el trabajo terapéutico a nivel de conciencia ha llevado a una integración mejor, la persona puede encontrarse espontáneamente en otro nivel. En el tratamiento de estos casos, la nueva estructura podrá facilitar la aplicación de gran cantidad de terapias a medida que el cliente se desplace a lo largo del espectro de la conciencia.
Al nivel del Yo o nivel psicodinámico, los síntomas patológicos parecen ser una consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los varios aspectos conscientes y subconscientes de la psique. El principal objeto de las terapias al nivel del Yo es el de integrar »estos aspectos, rellenar el vacío entre la conciencia del Yo y del inconsciente y por consiguiente lograr un sentido más completo de la identidad. Para interpretar el sinfín de experiencias que tienen lugar a nivel psicodinámico, la teoría freudiana parece la estructura ideal. Esta teoría permite al terapeuta y al cliente comprender las manifestaciones de varias dinámicas psicosexuales y muchos otros fenómenos de naturaleza claramente autobiográfica. Ahora bien, el modelo freudiano, por estar limitado al campo psicodinámico, resulta inadecuado cuando se trata de experiencias existenciales y transpersonales más profundas; además, no tiene la capacidad de ocuparse de los orígenes sociales de los problemas individuales, que muchas veces resultan determinantes. En el contexto social hacen hincapié varios enfoques que se dirigen, —usando la terminología de Wilber—al ámbito biosocial de la conciencia. En las terapias orientadas hacia lo social, los problemas y síntomas del cliente se ven como la consecuencia del tipo de relación que existe entre el individuo y las demás personas y de las interacciones entre grupos sociales e instituciones sociales. El análisis transaccional, la terapia familiar y otras formas de terapia de grupo, entre ellas las que se orientan explícitamente hacia lo político, abordan el problema de esta manera.
Mientras que las terapias que obran al nivel del Yo tienden a aumentar el sentido de identidad de una persona integrando varios aspectos inconscientes de la psique, las terapias que funcionan a nivel existencial van un poco más lejos. Éstas últimas se ocupan de la integración de la mente y el cuerpo y su objeto es la autoactualización de todo el ser humano. Esta suerte de enfoques terapéuticos no son psicoterapias en el sentido estricto del término, pues a menudo implican una combinación de técnicas psicológicas y físicas. Entre ellas figuran la terapia Gestalt, la terapia reichiana, y las distintas terapias de expresión corporal. Muchas de estas terapias implican una intensa estimulación de todo el organismo que suele dar origen a intensas experiencias relacionadas con el nacimiento y la muerte, los dos fenómenos existenciales más destacados. Las matrices perinatales de Grof representan una estructura conceptual muy amplia para interpretar las experiencias existenciales de este género.
Por último, a nivel transpersonal el objeto de la terapia es ayudar a los clientes a integrar sus experiencias transpersonales con sus modos de conciencia ordinarios en el proceso del crecimiento interior y del desarrollo espiritual. Entre los modelos conceptuales que se ocupan del ámbito transpersonal figuran la psicología analítica de Jung, la psicología del ser de Maslow y la psicosíntesis de Assagioli. En el extremo más profundo del ámbito transpersonal de la, conciencia, que Wilber llamó el nivel del Espíritu (Mind), los fines de la terapia transpersonal se fusionan con los de la práctica espiritual.
La idea de que el organismo humano tiende a curarse por sí mismo y a evolucionar es un punto central de la psicoterapia y de todas las demás terapias. En el enfoque de sistemas, el terapeuta trata, en primer lugar, de iniciar el proceso de curación ayudando a su cliente a entrar en un estado en el que las fuerzas curativas naturales empiecen a funcionar. Las escuelas contemporáneas de psicoterapia parecen compartir esta noción de un estado específico de curación. Algunas lo definen como un fenómeno de repercusión, otras hablan de dar energía al organismo, y la mayoría de los terapeutas están de acuerdo en que es prácticamente imposible describir con exactitud lo que ocurre en esos momentos cruciales. En palabras de Laing: «En la psicoterapia, los momentos realmente decisivos, como muy bien saben todos los pacientes o terapeutas que han pasado por ellos, son imprevisibles, únicos, inolvidables, siempre irrepetibles y a menudo indescriptibles» (49).
Las enfermedades mentales implican muchas veces la aparición espontánea de experiencias insólitas. En estos casos no se requiere ninguna técnica especial para iniciar la curación, y el mejor enfoque terapéutico consiste en proporcionar un ambiente solidario y favorable al paciente que permita el desarrollo de estas experiencias. Esta técnica ha sido practicada con gran éxito en muchas comunidades terapéuticas, por ejemplo en Inglaterra por Laing y en California por John Perry (50). Los terapeutas que usan este enfoque han observado a menudo que el drama existencial que forma parte del proceso de curación parece desarrollarse como una secuencia ordenada de acontecimientos que puede interpretarse como un viaje a través del mundo interior del esquizofrénico. Bateson describió la situación con las siguientes palabras:
Parecería que, una vez caído en un estado psicótico, el paciente hubiese de seguir una trayectoria. Podríamos decir que se ha embarcado en un viaje a lo desconocido que concluirá solamente cuando regrese al mundo de la normalidad, y a su regreso traerá unas ideas muy diferentes a las de los que nunca se han embarcado en este viaje. Una vez iniciado, un episodio esquizofrénico parecería seguir una trayectoria tan definida como la de una ceremonia de iniciación (51).
Muchas veces se ha señalado que nuestros hospitales psiquiátricos son inadecuados para tratar a las personas que emprenden esta suerte de viajes psicóticos. En cambio, lo que necesitamos es, según Laing, «una ceremonia de iniciación en la que el individuo pueda cumplir su trayectoria, con toda la aprobación y el apoyo de la sociedad, a través del espacio y del tiempo interior, guiado por otras personas que ya han estado allí y que han regresado» (52).
En muchos casos de enfermedad mental, la resistencia al cambio es tan fuerte que se necesitan técnicas específicas para estimular el organismo —algún tipo de catalizador que induzca el proceso de curación. Estos catalizadores pueden ser fármacos o técnicas físicas o psicológicas: pero uno de los catalizadores más importantes será siempre la personalidad del terapeuta. Una vez iniciado el proceso terapéutico, el papel del terapeuta será el de facilitar las experiencias emergentes y ayudar al cliente a superar su resistencia. El desarrollo completo de los modelos de experiencia puede ser extremadamente dramático y difícil tanto para el paciente como para el terapeuta, pero los creadores de este enfoque experimental afirman que se debe fomentar y apoyar el proceso terapéutico sin que importen las formas ni la intensidad que asuma. Sus motivaciones se basan en la idea de que los síntomas de la enfermedad mental son elementos paralizados de un modelo experimental que ha de completarse e integrarse plenamente para que los síntomas desaparezcan. En vez de suprimir los síntomas con fármacos psicoactivos, las nuevas terapias los activan e intensifican con objeto de experimentarlos plenamente, de integrarlos de manera consciente y finalmente resolverlos.
Se han creado muchísimas técnicas terapéuticas nuevas para movilizar la energía reprimida y transformar los síntomas en experiencias. Al revés de los enfoques tradicionales, la mayoría de los cuales se limitaban a la interacción verbal entre el terapeuta y el cliente, las nuevas terapias fomentan la expresión no verbal entre ambos y hacen hincapié en una experiencia directa que implica a todo el organismo. Por ello, muchas veces se las denomina con el término «terapias experimentales». La naturaleza elemental y la intensidad del modelo experimental en que se basan los síntomas manifiestos han convencido a la mayoría de los terapeutas que practican estas nuevas terapias de que las posibilidades de influir drásticamente en el sistema psicosomático sólo a través de los canales verbales son aún muy remotas y que por consiguiente se debe dar gran importancia a los enfoques terapéuticos que combinan tónicas psicológicas y físicas.
Muchos terapeutas creen que uno de los acontecimientos más importantes en el campo de la psicoterapia es la aparición de cierta resonancia entre el subconsciente del cliente y el del terapeuta. Esta resonancia será particularmente eficaz si ambos se hallan dispuestos a renunciar a sus papeles, a sus máscaras y a todas las barreras que los separan, de suerte que el encuentro terapéutico se vuelva, como lo describe Laing «un verdadero encuentro entre seres humanos» (53). Probablemente el primero que comprendió este aspecto de la psicoterapia fue Jung, que subrayó con fuerza la influencia recíproca entre el terapeuta y el cliente y comparó su relación con una simbiosis química. Últimamente Carl Rogers ha confirmado la necesidad de crear una atmósfera especial de solidaridad para intensificar la experiencia del cliente y aumentar la potencialidad de autoactualización. Rogers sugiere que el terapeuta sea intensamente consciente del cliente, poniendo toda su atención en la experiencia del cliente y reflejando todas sus expresiones verbales y no verbales desde una posición de empatía y con una actitud incondicionalmente positiva.
Uno de los enfoques más populares entre las nuevas terapias experimentales fue creado por Fritz Perls (54) y se conoce por el nombre de terapia de la Gestalt. Esta terapia comparte con la psicología de la Gestalt la suposición básica de que los seres humanos no perciben las cosas como elementos aislados y no relacionados entre sí, sino que los organizan durante el proceso de la percepción en una serie de conjuntos significativos. Por tanto, la orientación de la terapia de la Gestalt es explícitamente holística, pues subraya la tendencia intrínseca de todos los individuos a integrar sus experiencias y a actualizarse en armonía con su entorno. Los síntomas físicos representan los elementos reprimidos de la experiencia, y el objeto de la terapia es facilitar el proceso de la integración personal ayudando al cliente a completar la Gestalt experimental.
Para liberar las experiencias reprimidas del cliente, el terapeuta de la Gestalt centrará su atención en varios modelos de comunicación, tanto interpersonales como interiores, con objeto de intensificar la conciencia del cliente con respecto a los procesos físicos y emocionales implicados. Este agudizamiento de la conciencia ha de determinar el estado especial en el que los modelos experimentales se vuelven fluidos y el organismo comienza el proceso de autocuración y de integración. No se insiste en la interpretación de los problemas ni en la conveniencia de ocuparse de los acontecimientos del pasado, sino en la necesidad de experimentar los conflictos y los traumas en el momento presente. El trabajo individual suele hacerse en el contexto del grupo y muchos terapeutas de la Gestalt combinan los enfoques psicológicos con alguna técnica de expresión corporal. Este enfoque multinivelado parece favorecer las experiencias existenciales intensas y, ocasionalmente, las transpersonales.
La manera más eficaz de activar las experiencias en todos los niveles del subconsciente, e históricamente una de las formas más antiguas de terapia experimental, es el uso terapéutico de substancias psicodélicas. Los principios básicos y los aspectos prácticos de la terapia psicodélica han sido enunciados con gran detalle por Stanislav Grof (55) en vista de futuras posibles aplicaciones cuando las restricciones legales provocadas por el mal uso del LSD hayan sido atenuadas. Además se pueden usar varios enfoques neorreichianos para dar energía al organismo de manera similar a través de ciertas técnicas físicas.
El mismo Grof, junto con Christina, su esposa, ha integrado la hiperventilación, la música evocadora y la expresión corporal en un método terapéutico que puede inducir experiencias sorprendentemente intensas después de un período relativamente breve de respiración rápida y profunda (56). Este método consiste en alentar al cliente a concentrarse en la respiración y en otros procesos físicos del cuerpo y a renunciar en lo posible al análisis intelectual mientras se abandona a sus sensaciones y emociones. En la mayoría de los casos, la respiración y la música no bastan para resolver eficazmente los problemas que se plantean. Los temas que quedan por resolver, sí los hubiere, se tratan concentrándose en la terapia corporal, durante la cual el terapeuta trata de facilitar las experiencias amplificando los síntomas y las sensaciones que se manifiestan y ayudando al paciente a encontrar la mejor manera de expresarlas: a través de sonidos, movimientos, actitudes del cuerpo o de cualquier otra manera no verbal. Tras haber experimentado este método durante muchos años, Grof está convencido de que se trata de uno de los enfoques más prometedores de la psicoterapia y de la autoexploracíón.
Otra forma de terapia experimental, que en esencia es un enfoque neorreichiano, es la terapia desarrollada por Arthur Janov (57). Esta terapia se basa en la idea de que la neurosis es un tipo de comportamiento simbólico que representa las defensas de una persona frente a un dolor excesivo relacionado con los traumas de su infancia. El objeto de esta terapia es superar estas defensas y experimentar a fondo los sufrimientos originales reviviendo el recuerdo de los acontecimientos que los causaron. El principal método para inducir estas experiencias es el del «grito primario», un sonido involuntario, profundo y resonante que expresa de forma condensada la reacción de la persona los traumas del pasado. Según Janov, los estratos sucesivos de sufrimientos reprimidos se pueden eliminar gradualmente de esta manera a través de varias sesiones centradas en el grito primario.
Pese a que las entusiastas afirmaciones iniciales de Janov sobre la eficacia de su método no han resistido la prueba del tiempo, su terapia representa un enfoque experimental extremadamente eficaz. Aun así, el sistema conceptual de Janov no es suficientemente amplio para poder explicar las experiencias transpersonales que su técnica puede suscitar. Por este motivo, varios de sus discípulos se han desligado recientemente de su escuela y han formado otras escuelas alternativas en las que siguen usando las técnicas básicas de Janov, pero al mismo tiempo tratan de encontrar una estructura conceptual más amplia.
Los psicoterapeutas modernos han ido evidentemente mucho más allá del modelo biomédico que dio origen a la psicoterapia. El proceso terapéutico ya no se concibe como el tratamiento de una enfermedad y sí como una aventura en la exploración de uno mismo. El terapeuta no tiene el papel de protagonista, sino que se limita a facilitar un proceso en el que el cliente desempeña el papel principal y del que tiene toda la responsabilidad. El terapeuta crea un ambiente favorable a la autoexploración y actúa de guía mientras dura este proceso. Para asumir este papel, los psicoterapeutas han de tener cualidades muy diferentes de las que exige la psiquiatría convencional. La formación médica puede resultar útil, pero no es en absoluto suficiente, y el conocimiento de cierta; técnicas terapéuticas tampoco tiene una importancia determinante, ya que éste puede adquirirse en un plazo relativamente breve. Los atributos esenciales de un buen psicoterapeuta serán sus cualidades personales: el calor humano y la autenticidad, la capacidad de escucha’ y de demostrar empatía, y la disponibilidad a participar en las intensas experiencias de otra persona. También tendrá importancia vital la fase de autoactualización y de conocimiento experimental de todo el espectro de la conciencia por parte del terapeuta.
La estrategia fundamental de la nueva terapia experimental requiere —para conseguir los mejores resultados terapéuticos— que tanto el terapeuta como el cliente suspendan lo más posible sus estructuras conceptuales de referencia durante el proceso experimental. Ambos han de permanecer abiertos y dispuestos a la aventura, prontos a seguir el flujo de la experiencia con una fe profunda en que el organismo encontrará la manera de curarse a sí mismo y de desarrollarse. La experiencia ha demostrado que cuando el terapeuta está dispuesto a fomentar y a apoyar este viaje hacia la curación aun sin comprenderlo a fondo y el cliente está dispuesto a aventurarse en un territorio desconocido, ambos suelen verse premiados con extraordinarios resultados terapéuticos (58). Una vez finalizada la experiencia, podrán analizar lo sucedido si sienten deseos de hacerlo, pero han de tener en cuenta que este análisis, pese a ser quizá intelectualmente estimulante, tendrá muy poca importancia terapéutica. Por lo general, los terapeutas han observado que cuanto más completa sea una experiencia, menos análisis e interpretación requerirá. Un modelo, o Gestalt, experimental completo tiende a ser evidente y válido de suyo para la persona cuya psique lo produce. Por tanto, lo ideal sería que la conversación que sigue a una sesión de terapia tenga la forma de un encuentro compartido con alegría y no de una lucha dolorosa para comprender lo que sucedió.
Aventurándose en lo más profundo de los ámbitos existenciales y transpersonales de la conciencia humana, los psicoterapeutas tendrán que estar preparados para enfrentarse con experiencias tan insólitas que desafían cualquier tentativa de explicarlas de manera racional (59). Experiencias de naturaleza tan extraordinaria son relativamente raras, pero incluso las formas menos notables de experiencias existenciales y transpersonales pondrán a prueba la estructura conceptual clásica del terapeuta y su cliente, y la resistencia intelectual a las experiencias que se manifiesten tenderá a obstaculizar el proceso de curación. El apego obstinado a una concepción mecanicista de la realidad, a una noción lineal del tiempo o a una visión parcial de la causa y el efecto puede convertirse en un potente mecanismo de defensa contra la emergencia de las experiencias transpersonales y, por consiguiente, puede interferir en el proceso terapéutico. Como ha señalado Grof, el último obstáculo para las terapias experimentales ya no es de naturaleza emocional o física, pues asume la forma de una barrera cognoscitiva (60). Por este motivo, quienes practican terapias experimentales obtendrán mejores resultados si tienen conocimiento del nuevo paradigma que está emergiendo de la física moderna, de la biología de sistemas y de la psicología transpersonal, para que así puedan ofrecer a sus clientes no sólo fuertes estímulos experimentales, sino también la expansión cognoscitiva correspondiente.
REFERENCIAS
28 Grof (1976).
29 Ibid., pp. 32 ss.
30 Ibid, pp. 46 ss.
31 Ibid, pp. 101 ss.
32 S. Grof, Viajes más allá del cerebro, manuscrito inédito.
33 Castañeda (1972), p. 55.
34 Ver Capra (1979b).
35 Whitehead (1926), p. 66.
36 Ver capitulo 3.
37 Ver Capra (1975), p. 71.
38 Ver Berger, Hamburg y Hamburg (1977).
39 Ver, por ejemplo, Maslow (1964) y McCready (1976), pp. 129 ss.
40 Perry (1974), pp. 8 ss.
41 Rosenhan (1973).
42 Ver Laing (1978), p. 114.
43 -Bateson (1972), p. 201 ss.
44 Laing (1978), p. 28.
45 Ibid., p. 104.
46 Ver Rosenhan (1973).
47 R.D. Laing, comunicación privada, 1978.
48 Jung (1965), p. 131.
49 Laing (1978), p. 56.
50 Ver Laing (1972); Perry (1974), pp. 149 ss.
51 Citado por Laing (1978), p. 118.
52 Ibid., p. 128.
53 Ibid., p. 46.
54 Peris (1969).
55 Grof (1980).
56 Ibid.
57 Janov (1970).
58 Grof Viajes más cilla del cerebro, manuscrito inédito.
59 Para un sorprendente ejemplo de una experiencia muy extraordinaria y, al
mismo tiempo, altamente terapéutica de este género ver Laing (1982).